No obedecimos al Señor (Daniel 9,4b-10)- Lunes II de Cuaresma

Las lecturas de este pasado domingo nos mostraron a un Abrahán que obedecía a Dios. Luego mi hijo Álvaro me comentó que en catequesis trabajaron la obediencia: que hay que obedecer a los papás y estas cosas. Hoy vuelvo a encontrarme con un pasaje que trae la obediencia como centro. Y un Evangelio con una serie de «recomendaciones» de Jesús para la vida…

Es claro que OBEDECER es un verbo en desuso. Aún cuando la acción sea parecida… la intentamos vestir de algo que suene como más suave. Vivimos en un momento de flojeza, de bajo calado de todo, de flexibilidad… y eso se nota hasta en la manera de hablar. Le hemos quitado toda la profundidad a la acción de obedecer y la hemos vestido de negatividad.

Obedecer es, a la postre, reconocer una autoridad. Pero creo que va más allá: es también reconocer que aquel o aquellos que quieren lo mejor para mi tienen una palabra para mi vida y esperan que confíe en ella. Es aceptar que yo no puedo todo, que yo no lo sé todo, que yo me puedo desviar, que yo me puedo perder, que yo puedo hacerlo mal. Es aceptar que otro me diga lo que tengo que hacer, que otro sabe más que yo, que otro puede enderezar mi camino, que otro puede ayudarme a encontrarme, que otro sabe lo que es bueno. Nada tiene que ver con perder libertad. Nada tiene que ver con una sumisión insana.

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para descubrir la voz de Dios y obedecerla, para reconocer en otros esa voz de Dios y obedecer. Abandonarse en Aquel que me conoce y me ama por encima de todo y todos.

Un abrazo fraterno

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