Subiendo a Jerusalén (Mateo 20,17-28) – Miércoles II de Cuaresma

Tras leer el Evangelio de hoy hay varias cosas que aparecen claras. La primera es que la Cuaresma es un camino. La segunda es que es un camino no para pasear, es cuesta arriba, de subida. Y la tercera cosa clara es que nos lleva a las conclusiones del seguimiento de Jesús, a Jerusalén, al final.

Jesús nos pide andar este camino para tomar conciencia definitiva de lo que supone seguirle y, por eso, nos planta hoy delante de su final. El camino con el Maestro es para aquellos que hayan decidido servir. Que nadie espere glorias ni renombre. Que nadie espera reconocimiento ni éxito mundano. Más bien todo lo contrario: rechazo, presión, tensión…

¿Hasta qué punto soy consciente de que ser cristiano pasa ineludiblemente por este camino? ¿Hasta que punto soy consciente de que no hay otra manera? Jesús no nos vendió «brotes verdes» ni «rosas rojas». Más bien al contrario: con su vida nos mostró el grado de sufrimiento que trae consigo el Camino del Amor.

Un abrazo fraterno

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