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Pili cumple 40 años

Pili es mi hermana, pero no lo es. Ya sabes, es de esas personas que no comparten sangre pero comparten corazón y vida contigo. Pili es mi hermana, vamos, y el jueves pasado cumplió 40 años. La eterna sonrisa rubia también se va haciendo mayor. El tiempo galopa inexorable sobre todos… también sobre las rubias indomables que siguen intentando domesticar el universo entero.

El primer recuerdo que tengo de mi hermana Pili es de color verde, ese verde cantabrón tan bien regado por el chirimiri y la humedad paradisíaca del norte de España. Estas palabras del escolapio José Antonio Álvarez, «Verde del valle de Carriedo, que nunca te quebrante el hombre poderoso que ha apagado la luminosa vida de otras tierras«, hablan de ese eterno verde que me presentó a Pili hace ya más de 20 años. Ella todavía no había entrado en la veintena. Estaba sentada, sola, haciendo un silencio de viernes santo. Estaba en un viernes santo crudo y doloroso. Pocas palabras, muchas preguntas.

Desde ese día, la vida y Dios nos fueron acercando cada día más. De vernos en Pascuas, como catequista y niña, pasamos a compartir misión de catequesis con otros jóvenes y, más tarde, comunidad. Fue el camino de Dios el que intervino nuestras vidas. Fue Él el que, en silencio constante pero con pertinaz voluntad, fue tejiendo horas y días entre Pili y yo. Rezábamos juntos, compartíamos bienes, nos ofrecíamos hombros y manos para seguir caminando, acogíamos las lágrimas mutuas, nos corregíamos y nos sosteníamos mutuamente. Mi hermana Pili, que no era mi hermana, compró en propiedad parte de mi corazón, sin hipotecas ni deudas.

Pili es una persona imprescindible en mi vida. Lo ha sido y lo es. Organizadora, efectiva, pragmática en muchos momentos, líder, eficaz, confidente, leal, fuerte… ha compartido conmigo muchos ámbitos de misión a lo largo de estos años. Siempre juntos, siempre al lado uno del otro. Entendiéndonos y complementándonos y, algunas veces, discutiendo. Porque Pili es fuego, es volcán, es marea. Me ha puesto en mi sitio en muchas ocasiones, me ha dicho a la cara cosas que no me ha gustado oír, me ha reclamado aspectos que me obligaron a crecer, y me ha confrontado sin paliativos cuando lo ha tenido que hacer. Y me ha cuidado, me ha abrazado, me ha acompañado, me ha aguantado y acogido en mis miserias, siempre, siempre. Pili es mi hermana.

Con ella he hecho camino y el camino. Una experiencia que dejó huella en mí para siempre. Uno de los grandes regalos que me ha hecho Dios y que me ha hecho ella. Como Juan, tercero de mis herederos, amadrinado por una madrina atenta, cercana, que le quiere con locura y que siempre está, aunque esté más lejos de lo que nos gustaría. Vidas cruzadas, rutas compartidas, miradas comunes.

Pili cumplió 40 años, tras idas y venidas, tras días soleados y grises, tras éxitos y decepciones. Esta es la vida, tal cual. Los cumplió en pandemia, porque hasta para eso ella es especial. Con el mundo patas arriba, entre mascarillas y vacunas, en medio del desconcierto y la esperanza, Pili levanta su copa, en su querida Málaga, y pide al cielo un futuro de amor y familia. Porque quien ama con pasión, como ella, no necesita mucho más. Ojalá la voluntad de Dios sea llenarla de bendiciones, porque se lo merece. Quién da mucho, mucho recibe.

A mí, que ya soy cuarentón profesional, sólo me queda decirle tres o cuatro cosas que la experiencia me ha ido enseñando. Como decía mi madre, el tiempo cada vez va más rápido cuando uno cumple años. La balanza de la vida se va inclinando hacia el otro lado y, a la vez que la mirada hacia adelante, brota con sosiego una mirada hacia atrás que se deleita con un pasado que da sentido a lo que uno es.

Querida Pili, lo primero que quiero susurrarte es que disfrutes de tus 40 años. Cada edad encierra un misterio de felicidad, unas oportunidades dormidas, proyectos inexcrutables y llamadas insondables. No pretendas ser la eterna jovencita, sino más bien vete dando peso a tu madurez, manteniendo siempre viva, eso sí, a la niña que alimenta tu alma y tu fe.

Lo segundo que te quiero susurrar es que tu fuego, tu volcán encendido, tu marea poderosa, no tengan miedo de destapar las brasas humeantes, el reguero de lava, la espuma delicada que también llevas dentro. Siempre has sabido afrontar tormentas y desiertos, destierros y podas. Eres un ejemplo para mí. Y aún así, creo que hay mucha espuma blanca, tierna, frágil y pequeña, que tiene miedo de ser pisoteada y vapuleada. No tengas miedo. Tu fuerza no es tuya. Y aquel que te sostiene, lo hará siempre. Y aquellos que vivimos enamorados de tu espuma, dejaremos que discurra entre nuestros dedos para acariciarla con suavidad.

Lo tercero que te quiero decir es que nunca dejes de rezar, de vivir tu fe con otros, aunque muchas veces ni entiendas, ni comprendas ni asumas ni compartas. Somos «troncos» a los que se nos pide palabra, decisión, verdad, sincera opinión, denuncia y cordura. Y eso tiene un precio, tal vez el de la incomprensión y cierta soledad. Pero no debemos dejar de ser lo que somos, de responder al que nos llama, de ser palabra que busca, escruta, confronta.

Y que vengan 40 años más de venturas y desventuras, de rectas y curvas, de aciertos y errores, de pérdidas y ganancias… pero juntos, juntos hasta el final. Porque te quiero y quiero que estés. Tú me haces mejor.

Un abrazo hermana. Y que el Apóstol nos permita seguir caminando sobre las estrellas.