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La lucha de los que optamos por nuestra libertad

El pasaje de hoy del libro del Éxodo es tremendamente sugerente. Cuenta no sólo la historia del pueblo de Israel, escapando de Egipto, sino la de cualquiera de nosotros que, intentando escapar de sus esclavitudes, se da cuenta que el camino está lleno de dificultades y espinas, algunas de ellas graves y serias. La apuesta por la libertad no es, parece, un camino de rosas.

Muchas veces tiendo a pensar que apostar por el Señor es tomar la decisión de querer ser libre, y feliz y salir en busca de ello. Pienso que eso debería bastarle al Señor… Optar. Pero leyendo la Palabra de hoy pienso que seguramente lo difícil viene después y que la prueba no se produce tanto al optar como después, donde se nos pide confiar.

La apuesta de la libertad y de la búsqueda de la tierra prometida es una apuesta que, tras la alegría del comienzo, está llena de sinsabores, tentaciones, desencantos… que hay que esperar y que habrá que dejar en manos de Dios. Yo he apostado recientemente por algo parecido a la salida de Egipto: acabo de dejar mi trabajo y, con mi familia, vamos a comenzar una nueva etapa en una ciudad distinta, con trabajos distintos, personas diferentes… Estoy feliz, igual que lo estaba el herido pueblo de Israel cuando, cantando, abandonaban la tierra del Faraón. Pero soy consciente que llegará el desierto y que habrá que cruzar mares que se nos presentarán infranqueables… Y ahí es donde la confianza en el Señor se pondrá a prueba. Que el Señor nos conceda desde ya ese don…

Así sea.

Jesús, vaya despertar me has dado

Uno se levanta por la mañana, dispuesto a afrontar el día, y se encuentra con las lecturas de hoy y… se lleva un chasco. ¿Puede haber mayor aguafiestas que el Jesús que hoy nos habla, que la mano del que escribe y nos recuerda la tragedia del pueblo de Israel en Egipto? Así, a primera vista, no es un planazo.

A veces me engaño a mí mismo y creo que sí, que seguir a Jesús me va a conducir misteriosamente por caminos agradables y felices. A veces pienso que ir dando respuesta a mi vocación es para mejor, para vivir mejor, para vivir más a gusto y tranquilo. Creo que me cuesta asumir la dureza con la que Jesús nos recuerda hoy qué implica seguirle: no hay paz, no hay descanso, hay cruz, hay pérdida, hay muerte…

Entonces, releo el salmo con calma y encuentro sosiego y templanza, caricia. «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte…» Y abro mi corazón y me sitúo ante esta maravillosa promesa: «No tengáis miego. Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo». Y entonces en mí brota la confianza y la esperanza y afronto el día sabiendo que toda la cruz que hoy me toca vivir, es una cruz compartida con Él y que, con Él, la batalla siempre se gana; con Él, la muerte ha sido vencida.