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Deja el #shopping y vete a la Tienda del Encuentro

Qué bonito es esto de la TIENDA DEL ENCUENTRO que nos cuenta hoy el Libro del Éxodo. Allí era donde Moisés se encontraba cara a cara con Dios, donde hablaban como amigos. Un lugar que estaba fuera del campamento y que obligaba a salir, a ir…

Yo creo que hoy también existen muchas tiendas del encuentro…

– la principal seguramente es el SAGRARIO. Ir a postrarse delante y encontrarse directamente con el Señor para hablar de nuestras cosas.

– el CONFESIONARIO, donde nos encontramos cara a cara buscando el perdón, donde contar aquello que nos atormenta, nos inquieta, nos avergüenza…

– el propio TEMPLO o la COMUNIDAD donde encontrarse con los hermanos que escuchan atentos la Palabra de su Dios, que comparten fraternalmente sus bienes y el pan y el vino de la vida.

– el LECHO MATRIMONIAL donde experimentar la donación y la acogida total de un Dios que se nos regala en nuestro cónyuge.

– la CHABOLA, la FAVELA, la CASUCHA del pobre, del excluido, del desamparado… Allí donde nadie va, allí donde los poderosos no miran, allí donde Dios vive con los más necesitados.

– el NIÑO, camino para acceder al Reino, en su inocencia, sencillez, alegría, frescura, limpieza de corazón.

… y muchas más.

No estamos faltos de TIENDAS DEL ENCUENTRO. Creo en un Dios que no es lejano a su pueblo y que se hace presenta y nos sale al paso a cada instante, en nuestro día a día. Ojalá siempre me encuentre en disposición de encontrarme con Él. Ojalá yo sea capaz de salir de mí mismo para ir hacia Él. Ojalá le hable como amigo, con confianza, cara a cara, sin miedo, sin prisa…

Así sea.

¿Qué hago ante el insoportable silencio de Dios?

¿Qué hago cuándo Dios permanece en silencio? No me digas que tú no lo has notado a veces. Dios parece que duerme, que asume, que acepta, que otorga, que permite… que todas las atrocidades del mundo pasan delante de su mirada sin causar el más mínimo efecto. Hay veces que siento que Dios ya no camina con nosotros, que se ha ido. Y no me vale eso de que es el hombre el que lo rechaza… Somos muchos los que queremos que esté a nuestro lado y proteja al mundo, al pobre, al débil… pero no recibimos ninguna señal de vida al otro lado.

Israel, ante este silencio, se olvidó de Dios. No exactamente… Se buscó otros dioses, porque siempre necesitamos algo en lo que creer. Israel decidió depositar su confianza y su esperanza en un becerro de oro, hecho con sus propias manos… ¿Y yo? ¿Qué hago yo ante el silencio imperturbable, misterioso y molesto de Dios?

Intento mantener la oración, la relación y la confianza pero me cuesta mucho. A veces veo que se me apaga el optimismo y la esperanza y que Dios, efectivamente, nos ha dejado. La tentación está servida. Deposito mi confianza en mí mismo y en mi capacidad para solucionar los problemas, los míos y los del mundo. Deposito mi esperanza an los hombres y en su inteligencia, en los gobiernos, en las instituciones humanas… pequeños becerros de oro que, a la postre, tampoco son capaces de solucionar los problemas.

Me cuesta llevar el silencio de Dios pero intento no caer en la tentación de obligar a Dios a manifestarse. Su silencio es también una palabra. Su silencio es misterio, expresión verdadera de su ser Dios. Ojalá sepa esperar también en estos tiempos…

Así sea.

La lucha de los que optamos por nuestra libertad

El pasaje de hoy del libro del Éxodo es tremendamente sugerente. Cuenta no sólo la historia del pueblo de Israel, escapando de Egipto, sino la de cualquiera de nosotros que, intentando escapar de sus esclavitudes, se da cuenta que el camino está lleno de dificultades y espinas, algunas de ellas graves y serias. La apuesta por la libertad no es, parece, un camino de rosas.

Muchas veces tiendo a pensar que apostar por el Señor es tomar la decisión de querer ser libre, y feliz y salir en busca de ello. Pienso que eso debería bastarle al Señor… Optar. Pero leyendo la Palabra de hoy pienso que seguramente lo difícil viene después y que la prueba no se produce tanto al optar como después, donde se nos pide confiar.

La apuesta de la libertad y de la búsqueda de la tierra prometida es una apuesta que, tras la alegría del comienzo, está llena de sinsabores, tentaciones, desencantos… que hay que esperar y que habrá que dejar en manos de Dios. Yo he apostado recientemente por algo parecido a la salida de Egipto: acabo de dejar mi trabajo y, con mi familia, vamos a comenzar una nueva etapa en una ciudad distinta, con trabajos distintos, personas diferentes… Estoy feliz, igual que lo estaba el herido pueblo de Israel cuando, cantando, abandonaban la tierra del Faraón. Pero soy consciente que llegará el desierto y que habrá que cruzar mares que se nos presentarán infranqueables… Y ahí es donde la confianza en el Señor se pondrá a prueba. Que el Señor nos conceda desde ya ese don…

Así sea.

Un encuentro, una llamada y un fuego que me abrasa el corazón: educar

Un encuentro. Eso es lo que nos narra el pasaje del Éxodo de hoy: un encuentro. Tal vez uno de los grandes encuentros de toda la historia sagrada. El Señor sale al encuentro de Moisés, en forma de zarza ardiente inagotable, allí donde él vive su cotidianeidad.

El Señor es un hacedor de la historia de cada uno. ¡Cuántas veces habría pensado Moisés cómo le había cambiado la vida! Él, que era Príncipe de Egipto, salía a pastorear todos los días un rebaño de ovejas que ni siquiera era el suyo, sino de su suegro. Él, que estaba condenado a muerte, fue rescatado del Nilo; él, que pudo haber reinado en el poderoso Egipto, acabó de pastor en medio del desierto. Qué historia… qué vueltas… qué ires y venires tan caprichosos… Y justo en ese momento, cuando más pequeño era, en su cotidiano paseo, tendrá un encuentro que le cambiará la vida. Moisés notó el fuego, su luz, su calor y comprobó que ese fuego no se apagaba… Y en ese fuego, encontró a Dios.

¿Qué fuego inagotable arde en tu corazón? ¿Cuál es ese pensamiento que no desaparece? ¿Cuál es esa inquietud que te empuja y te martillea que no cesa? En el mío, desde hace años, la llamada a ser educador, a bajar al barro con los niños y jóvenes, a ser maestro pequeño entre los pequeños. Es un fuego que el Señor ha mantenido encendido hasta hoy, un fuego abrasador que día a día me ha mantenido firme en el camino, guiándome hasta aquí, hasta hoy. La presencia del Señor en mi vida, como con Moisés, siempre se ha manifestado como hoguera, como pasión, como calor, como ardor invencible…

Y cuando el Señor se encuentra contigo, cuando te llama, te lanza a la misión. Yo, como Moisés, también me siento hoy llamado a liberar de la esclavitud, educando, desde bien temprano. Una misión mucho más grande que yo mismo y mis capacidades. Una misión que me desborda y que, si os digo la verdad, no tengo ni idea de cómo afrontar. Pero el Señor, igual que con Moisés, me asegura su presencia, su compañía, su aliento, su sostén. Al fin y al cabo, como nos recuerda Jesús en el Evangelio… somos los pequeños los privilegiados a quienes Dios Padre descubre su rostro.

Así sea.