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Si quieres ser feliz… pasa (Jn 10,1-10)

Una puerta siempre se sitúa como frontera. Una puerta separa dos espacios, divide lugares, te sitúa dentro o fuera de… Para mi admirada y querida Rozalén, una puerta «violeta» es la que, al abrirla, te permite recuperar la libertad anhelada, desplegarte, tomar aire, «estar a salvo».

Cada puerta que nos encontramos exige de nosotros una decisión. Es lo que tienen las fronteras. Se pueden bordear hasta el infinito pero, al final, sólo queda una pregunta: «¿Pasas?».

Durante mi vida, me he caracterizado por abrir muchas de las puertas que se me han ido presentando. Hay un niño juguetón en mi interior que me invita a probar, a experimentar, a celebrar nuevas oportunidades, a saber qué se siente aquí o allí, haciendo esto o lo otro. He descubierto que no todas las puertas conducen a lugares buenos y, desde luego, no todas esconden respuestas a las preguntas más profundas. Mirando hacia atrás, me reconozco buscando felicidad, un lugar donde parar, descansar y afirmar «aquí es». Siempre inquieto, siempre sediento.

¡Cuántas veces abrimos puertas con la expectativa legítima de encontrar un poquito de felicidad! ¡Y cuántas veces la volvemos a abrir para salir y volver al camino para buscar más adelante!

Jesús hoy se nos presenta como PUERTA. ¿Qué habrá del otro lado? Él me promete la felicidad, una vida plena y abundante. ¿Por qué tantas veces paso por delante de esa puerta y no la abro? ¿Qué temo? ¿Por qué no me animo como con otras puertas que, a priori, parecen peores? ¿Será tal vez la intuición de que estoy delante de la PUERTA DEFINITIVA? ¿Me da eso vértigo? Pero, si es la definitiva… si es la que me abre al lugar donde quiero estar para siempre… ¿por qué tener miedo?

Quiero abrir tu puerta, Señor. Quiero abrirla. Voy para allá. Una vez más. A ver si no me vuelvo de nuevo…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un hombre pregunta… ¿Dónde está Dios? (Lucas 17, 20-25)

UN HOMBRE PREGUNTA…
¿Dónde está Dios? Se ve, o no se ve.
Si te tienen que decir donde está Dios, Dios se marcha.
De nada vale que te diga que vive en tu garganta.
Que Dios está en las flores y en los granos, en los pájaros y en las llagas,
en lo feo, en lo triste, en el aire, en el agua;
Dios está en el mar y a veces en el templo,
Dios está en el dolor que queda y en el viejo que pasa
en la madre que pare y en la garrapata,
en la mujer pública y en la torre de la mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza,
es verdad que está en todas partes, pero hay que verle,
sin preguntar que dónde está como si fuera mineral o planta.
Quédate en silencio,
mírate la cara.
el misterio de que veas y sientas,
¿no basta?
Pasa un niño cantando,
tú le amas,
ahí está Dios.
Le tienes en la lengua cuando cantas
en la voz cuando blasfemas,
y cuando preguntas que dónde está,
esa curiosidad es Dios, que camina por tu sangre amarga,
en los ojos le tienes cuando ríes,
en las venas cuando amas,
ahí está Dios, en ti,
pero tienes que verle tú,
de nada vale quién te le señale,
quién te diga que está en la ermita, de nada,
has de sentirle tú,
trepando, arañando, limpiando,
las paredes de tu casa:
de nada vale que te diga que está en las manos de todo el que trabaja,
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue, practique cualquier religión, dogma o rama;
huye de las manos del que reza y no ama,
del que va a misa y no enciende a los pobres velas de esperanza;
suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
en el hospital, y en la casa enrejada.
Dios está en eso tan sin nombre
que te sucede cuando algo te encanta,
pero de nada vale que te diga que Dios está en cada ser que pasa.
Si te angustia ese hombre que compra alpargatas,
si te inquieta la vida del que sube y no baja,
si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada,
si sin por qué una angustia se te enquista en la entraña,
si amaneces un día silbando a la mañana
y sonríes a todos y a todos das las gracias,
Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata.
      (Gloria Fuertesde Antología, incluida en  Obras completas, editorial Cátedra, 1984)
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