Tú eres mi fortaleza (Salmo 17)

Ayer sábado hablaba por la noche con Alba. Estaba ella en Villafranca del Bierzo a punto de irse a la cama porque hoy empezaba el Camino hasta llegar el próximo viernes a Santiago. Lo primero que sentí es envidia. hacer el Camino me parece siempre un privilegio, una oportunidad, un terremoto interior que sacude y cura. Yo le decía a Alba con cariño y cierto paternalismo que el Camino era como la vida: difícil de preveer qué va a traer pero, a la par, experiencia brutal que siempre deja huella. «Habrá un antes y un después».

También comencé ayer un discernimiento. Fue una mañana escuchando a Javier Agudo hablar de Calasanz… y descubriendo a mi corazón turbarse de nuevo. Son momentos de esos en que me sube la tensión espisitual y me siento llamado a transformar cosas, a crear, a arriesgarme, a jugarme la vida por Dios y por el prójimo. Y me acerco a las lecturas y descubro en la primera un Dios atento al grito del necesitado y en el Evangelio a un Jesús que resume toda la Ley en el amor al que vive conmigo, a mi lado, al que sufre cerca, al que necesita de mi. Y me descubro tocado, frenado, capado, cagado… y me siento ahogado en esa llamada a la que no acabo de saber responder adecuadamente.

Y es entonces cuando me pongo el «Nada te turbe» de Taizé y releo el Salmo una y otra vez. «En Cristo mi confianza», Señor Tú eres mi fortaleza. Ayúdame.

Un abrazo fraterno

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