Ayunaban y daban culto al Señor (Hechos 11,21b-26;13,1-3)

El Espíritu sopla y habla pero no siempre estamos en condiciones de sentir su presencia y escuchar su voz. Nos quejamos de que Dios no habla, que su silencio nos saca de quicio, que no sale a nuestro encuentro ni escucha nuestras plegarias… convencidos de que el fallo de comunicación está en el otro lado.

Leyendo hoy la lectura de Hechos me parece muy importante la descripción del «ambiente» en el que el Espíritu habló: ayuno y oración. ¡Pues ya tenemos la receta! Y si ya era una receta imprescindible en aquellos tiempos, cuanto más hoy en una sociedad ruidosa, materialista, superficial y poco dada a fomentar ayunos y oraciones.

Evidentemente, yo que soy padre de familia numerosa y residente en el barrio de Carabanchel en Madrid, capital de España, no puedo irme al Monasterio de Sta. María de Huerta o Buenafuente del Sistal cada fin de semana para encontrarme un ambiente propicio para el Espíritu. Tendré que ingeniármelas de otra manera. Tendré que vivir mi día centrado en mis tareas fundamentales, amando a las personas que se me han encomendado, desprendido de llamadas mundanas y alejado de aquello que me «engorda» yno me permite sentirme abandonado en el Padre. Y tendré que tener mi rato de oración personal. Yo lo suelo tener a media mañana, como hoy, o por la noche, cuando todos duermen, momento idóneo para conectarme con lo que soy y hacer silencio en mi interior. Y ahora he vuelto a rezar el rosario casi todas las noches también. Y tengo mi comunidad, fundamental para ambos aspectos… En definitiva, que procuro «crear ambiente» y así han ido salido las decisiones de mi vida más importantes. No siempre es posible. Se nota cuando no es posible.

Apuntad la receta: ayuno y oración. Y la llamada se oirá con claridad.

Un abrazo fraterno

0 comentarios
  1. Pau
    Pau Dice:

    Yo sólo he ayunado una vez en mi vida cosncientemente, hace dos años. Elegí un sábado. Bajé a comprar una barra de pan y pedí que me la cortaran. Y estuve a pan y agua todo el día. Leí, recé y al final, «sentí hambre». Fue una experiencia que debería repetir más a menudo, me sentí hermanada a mucha gente, entre otras cosas.

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