Los followers de Cristo (Mateo 8, 18-22)

La red social de Jesús es distinta de las que manejamos ahora. Es red, la forman personas, hay seguidores, amigos… y transforma la sociedad y la manera de entender el mundo y la vida en la misma medida en la que lo puede hacer twitter o facebook. Pero algo es distinto…

Cuando en twitter yo aprieto el botón de «seguir», el «follow» de una persona o entidad concreta, empiezo a ser su seguidor pero nada debo cambiar en mi vida para que eso se posibilite, se dé. Puedo ser follower de 600 personas y no haber leído ni un solo tweet de muchas de ellas. Puedo ser follower de 600 personas y no conocerlas, no haber hablado nunca con ellas ni siquiera a través de mensajes privados. Puedo ser follower de 600 personas y comprobar que ese seguimiento no se traduce en nada, no me implica nada, no me supone nada… Es fácil.

Apretar el «follow» de Jesús tiene implicaciones aunque algunas veces pensemos que es lo mismo que en twitter:

1. Ser follower de Jesús implica el compromiso de crecer en relación con Él, conocerlo cada vez más, darme a conocer…follow

2. Ser follower de Jesús implica que mis tweets favoritos son los suyos

3. Ser follower de Jesús implica que no puedo ser follower a la vez de otros que me alejan de Él

4. Ser follower de Jesús implica saberme y sentirme hermano del resto de sus followers y de aquellos que no lo son

5. Ser follower de Jesús implica acoger con amor y perdón a los trolls que vengan a por nosotros; rezar por ellos…

6. Ser follower de Jesús implica entrar a formar parte del grupo de administradores de su cuenta y asumir la responsabilidad de ser Él también, de decir a veces lo que Él, de compartir lo que Él compartiría…

7. Ser follower de Jesús implica estar, estar, estar… implica la vida. No es una participación ocasional…

Y así podríamos seguir… El Maestro me anima a apretar el botón. ¿Estoy dispuesto a ser uno de sus followers? Yo respondo hoy que sí. Y que me ayude a ser fiel a los compromisos que vienen detrás…

Un abrazo fraterno

Dios, yo y las cuatro estaciones (Génesis 17, 1. 9-10. 15-22)

Dios te cambia el nombre. Dios te transforma. El amor de Dios hace que no puedas ser ya el mismo. Mientras lo siga siendo, mientras siga ensimismado en mi ombligo, con mis temas de siempre, mis miedos de siempre, mis problemas de siempre, mis debilidades de siempre, mis bajezas de siempre… es que todavía Dios me queda algo lejos. No por Él sino por mi.

El Señor le pide a Abrán lo mismo que me pide a mi: «CAMINA EN MI PRESENCIA CON LEALTAD». Y me viene ahora la mente el sistema solar y las estaciones… Cuando la Tierra se aleja del sol, en su movimiento de traslación, estamos en invierno. Cuando la Tierra se acerca al sol, llegan la primavera, el calor, la floración… Dios es mi SOL. Dios debe ser el centro de mi sistema. Cuanto más cerquita de Él me mueva… más flores, más largo es el día, más luz, más calor… El sol no es quien viene ni va. Dios no se mueve. Dios me ama y no se mueve de su amor. Soy yo el que voy y vengo. Por eso Dios me lo deja claro. No es una orden para su propia satisfacción. Es una orden para mi felicidad, para mi plenitud. Es un mandato de amor. «Camina cerca de mi y mi calor, mi luz, mi amor… te cambiará, te transformará y las bendición llegará a tu vida, la felicidad, la paz…»

Traslación

¿Dónde pongo yo mi centro? ¿Qué hago con este mandato de Dios?

Hay, incluso dentro de la Iglesia, personas que no se creen esto; que no creen en que la vida les irá mejor si ponen a Dios en su centro y se despreocupan. Yo sí me lo creo y asisto a los milagros diariamente. También es verdad que a lo que yo llamo milagro, otro, tal vez, le llame… «casualidad». No me importa. Al contrario, doy gracias por tanta milagrosa casualidad…

Un abrazo fraterno

La buena voluntad no cambia el mundo (Mateo 7, 21-29)

En mi comunidad tenemos una costumbre muy buena: cada seis meses, revisamos lo que ha ido saliendo en las oraciones de cada semana y que, en su momento, alguien se encargó de apuntar en un cuaderno. ¿Por qué? Porque de nada vale escuchar si luego no se pone en práctica. De nada vale descubrir un miércoles en una oración que el Señor me dice, que el Señor me llama a, que el Señor me interpela… y luego, seis meses después, estar en el mismo sitio, haciendo las mismas cosas de siempre, con los mismos parámetros  y sin haber movido un ápice mi corazón, mi pensamiento, mi actitud, mis compromisos, mi dedicación, mi dinero… ¡Lo que sea!

No se trata de escuchar sino de poner en prácticacasa

También pienso esto cuando leo y oigo algunos hablando del Papa Francisco… Que si es muy majo, que si es muy cercano, que si mira cómo se ríe, que si mira cuánta gente va a escucharlo… O en las JMJ… ¡Cuántos jóvenes van a la JMJ! Sí, perfecto. Pero HAY QUE PONER EN PRÁCTICA. ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestra vida tras escuchar la Palabra de Jesús, la palabra del Papa, la homilía de mi párroco…? Si no es así, nada hacemos. Y tener voluntad no llega. Hay que ejecutar el cambio. ¡Acción! No sirve la buena voluntad, ni el deseo, ni las intenciones.

Hay muchas cosas y muchos aspectos que yo todavía no he puesto en práctica. Pido fuerza para ello, valentía. Pero también reconozco en mi vida mucha acción, mucho camino realizado, mucho precipicio saltado, mucho puente cruzado… Y doy gracias a Dios por ello.

Más vale poner en práctica lo que nos enseña el Maestro porque sino, el día menos pensado, soplarán los vientos y la casa se vendrá abajo.

Un abrazo fraterno

Nuestro amigo Abrán, el atribulado (Génesis 15, 1-12. 17-18)

El Evangelio de hoy tiene miga: los falsos profetas. Podría orar con ello si no fuera porque la primera lectura me ha llamado poderosísimamente la atención. No será por no haberla leído antes pero hoy… cobra un cariz especial.

Abrán tenía miedo y estaba preso de enormes preocupaciones sobre su descendencia, sus tierras, etc. Abrán vivía atribulado igual que estoy yo en algunos momentos. Igual que lo estás tú. Abrán es hoy alguien muy cercano a cualquiera de nosotros en su preocupación, en su tribulación.

corazon nuevoY Dios sale al paso. Y le promete a Abrán algo que, en ese momento, es inconcebible. Abrán responde desde la fe. No hay muchas más posibilidades. Abrán no encuentra respuesta a sus problemas, no los ve solucionados; simplemente cree que la Palabra del Señor sobre él se cumplirá. Y lo que hace es responder poniendo a los pies del Señor lo que tiene, abriendo su corazón a la omnipotencia del Padre Creador. ¡Cuántas veces nosotros NO CREEMOS sino que pedimos que las dificultades, los problemas, las preocupaciones… desaparezcan! ¿Soy consciente de la promesa del Señor para mi? ¿La he escuchado alguna vez? ¿Me creo esa Palabra? 

Abrán, humano él, pregunta también algo muy de humano: ¿Cómo me voy a dar cuenta de que tu promesa se hace realidad? El Señor no responde a esa pregunta y sólo le pide confianza, entrega, fe, respuesta. El Señor sabe que Abrán se dará cuenta cuando llegue el momento. El Señor sabe que la clave no está en el resultado sino en la transformación del corazón de Abrán. Cuando yo me convierta, aumente mi fe, ponga toda mi confianza en la promesa de mi Padre, lo ponga todo a sus pies… posiblemente la Palabra sobre mi se cumpla.

Y el final de la lectura es curiosísimo: la alianza se fragua en la tiniebla, en la oscuridad, en medio de un Abrán aterrorizado. Da que pensar y que orar, mucho.

Señor, cambia mi corazón, concédeme más fe, más confianza… que pueda decir: «CREO».

Un abrazo fraterno

Dios me habita y eso… es sagrado (Mateo 7, 6. 12-14)

¿Habéis visto «Siete novias para siete hermanos»? Pues Milly, la protagonista, reza este Evangelio en su primera noche de casada después de mandar a su marido a dormir a otro lugar que no fuera el lecho conyugal. Milly era una perla y, ciertamente, Adam era un cerdo.

«Lo santo», «las perlas»… lo mejor que uno tiene, lo mejor que uno es, la huella de Dios en uno. Eso es, sin duda, el mayor de los tesoros que poseemos. Lo mejor que tenemos nos ha sido regalado, dado, por Dios y, obviamente, es para beneficio y felicidad propio y para beneficio y felicidad ajena. Es parte de los talentos que el Señor nos pide que multipliquemos. Por lo tanto, la primera tarea a la que nos mueve la Palabra de hoy es a reconocer eso «santo» que vive en nuestro interior, esas «perlas». No podemos vivir sin reconocer aquello que nos ha sido concedido por amor, gratuitamente. No podemos. Entre otras cosas, es necesario reconocerlo para no desperdiciarlo, tirarlo a los cerdos. Hay que poner en valor nuestro ser más íntimo y más sagrado; reconocerlo como a Dios mismo que vive en mi. Es a Él a quién guardo, es a Él a quién pongo en valor, es a Él a quién protejo, a quién amo.

Existen los cerdos. A veces no son personas malas pero sí es verdad que son incapaces de RECONOCER a Dios en uno. Se ríen. Se divierten. A veces preguntan, contradicen, opinan… hablan como tertulianos de radio sobre rincones extremadamente sagrados de uno. Se atreven a dar consejos, a minusvalorar o a sobrevalorar sin realmente ESCUCHAR el latido vivo de la parte más «santa» que uno tiene. Y no nos podemos permitir ese lujo…

Nuestro tesoro, ese trocito de Dios que vive en mi, merece ser guardado bajo llave; sólo mostrado a aquellos que saben que les estás mostrando un tesoro, que están delante del mismo Dios; aquellos que se descalzan en tierra sagrada, aquellos que lo contemplan en silencio y lo abrazan.

Por último, recordar que ese cuidado, ese trato exquisito, ese descalzarse que pedimos a otros… nos lo tenemos que aplicar nosotros mismos. NO SOMOS CERDOS. No lo podemos ser. Mucho cuidado. Vivamos continuamente contemplando al Dios que vive en cada hermano. Así nunca nos equivocaremos. Miremos más allá y lo encontraremos. Siempre está, aunque no siempre se le reconoce después de pisotones por doquier. Siempre está. Siempre.

Un abrazo fraterno

PERLA

Niños y profetas (Lucas 1, 57-66. 80)

Recuerdo perfectamente la decisión de buscar a nuestro tercer hijo. Yo no quería que el «no» o el «sí» fueran una decisión «por defecto», una decisión no tomada por nosotros y sí por el tiempo que pasaba… Esther y yo queríamos decidirlo en conciencia, en oración… Y decidimos que sí. Esther se quedó embarazada a finales de enero y a finales de noviembre nacía Juan.

ScreenShot546Su nombre dice mucho de lo que para nosotros significó su nacimiento: un signo profético en unos tiempos oscuros, llenos de incertidumbre, de miedos, de inseguridades… Era una apuesta por la vida, por Dios, por la fuerza de una familia que se quiere, por el amor.

Como padre, he pensado muchas veces en la vocación de mis tres hijos y reconozco que me preocupa el no saber cómo ayudarles a descubrirla. Por otro lado, confío en que el Padre lo hará mejor que nosotros… Y es que estoy convencido, como dice la Palabra hoy, que tanto Álvaro, como Inés, como Juan, han sido concebidos y llamados a algo concreto, particular y único. Ninguno lo sabemos a día de hoy pero esa llamada debe ir cobrando forma, sólo tenemos que cuidarla.  El Señor nos conoce desde antes de ser concebidos. Como decíamos a veces en los retiros espirituales: somos soñados por Dios antes de ser concebidos. Y esa idea es preciosa. Miro a mis tres hijos y veo en ellos a tres seres distintos, unidos en su amor de hermanos y vinculados a una familia que les quiere pero… distintos. Únicos. Maravillosos en su singularidad. Y veo la clara huella de Dios en cada uno de ellos. Veo a Dios en su ternura, en su sensibilidad, en su capacidad de detectar las necesidades ajenas, en su fortaleza, en su corazón limpio.

Yo rezo por ellos. Por su vocación. Por la fidelidad a su llamada. No sé todavía quiénes van a ser mis hijos. Por lo de pronto, nos hacen mejores a su madre y a mi, a sus hermanos, a su familia, a sus compañeros. Ya es bastante.

Un abrazo fraterno

 

El tesoro de Gollum o el tesoro de Frodo (Mateo 6, 19-23)

Tesoros. Riquezas. Posesiones. Títulos. Reconocimientos. Recuerdos. Cajas y cajas de cosas. Y total… ¿para qué? Ser más que el otro. Ser más que todos. Ser el más rico, el más guapo, el mejor vestido, el que ha llegado más lejos en la universidad, el que ostenta un cargo más alto en la empresa, el que lleva un coche más grande y caro, el que tiene unos hijos más inteligentes, el más poderoso… Y total ¿para qué?

¡Qué dados somos a acumular alegrías pasajeras, méritos perecederos, títulos terrenos! Ni siquiera somos más felices aquí abajo, aunque nos queramos convencer de que sí. Ni siquiera la vida nos va mejor muchas veces. Ni siquiera disfrutamos o agradecemos lo que tenemos. Es pura competición, con otros o con uno mismo. Y tantas veces eso es a costa de lo que somos realmente, a costa de la huella de Dios en nuestro espíritu, a costa de nuestra auténtica felicidad y de la auténtica llamada…gollum-n-the-ring

Yo creo que Dios nos quiere más libres de tesoros. Quiere que descubramos que Él es el auténtico tesoro, que quien pone su vida en sus manos… tiene todo aquello que necesita para ser feliz.

Hace unos días, con mi mujer, hablábamos preocupados por al alto coste que nos va a suponer el próximo comienzo de curso. Luego, el miércoles, la carta de Pablo fue una respuesta contundente de Dios: quien da, recibe. Quien da con alegría, es cuidado por Dios. ¿Hay mayor tesoro que ese? De verdad… ¿hay mayor tesoro que ese? Creo que no. La paz, la libertad, la fuerza que sentí al leer y orar esa Palabra fueron tremendas…

Aquí estamos de paso. La vida está llena de alegrías y satisfacciones que desaparecen y de dolores y sufrimientos que, a la postre, también se van. Esto es un tránsito, un viaje, un camino, una estación. La meta es más allá. El horizonte está al lado del Padre. Ahí pongo mis ojos. Ahí pongo mi deseo. Ahí pongo el corazón. Gollum y su anillo o Frodo y su donación. Dos maneras. Dos perspectivas. Dos riquezas. Y hay que elegir.

Un abrazo fraterno

Reza como hijo y te responderá tu Padre (Mateo 6, 7-15)

Vamos a rezar.

Así terminan muchas de las noches en la habitación de los niños. Rezando. A veces con ellos, a veces ellos solos. A veces con una oración «hecha», a veces dando gracias, a veces pidiendo o acordándonos de alguien que necesita que nos acordemos de él o ella en la oración… Enseñar a rezar es parte fundamental de la educación cristiana que pretendemos, mi mujer y yo, transmitir a los niños.niños rezando1 (4)

Hoy el Evangelio nos recuerda cómo nos enseñó a rezar Jesús. Y de ese modo de rezar hemos hecho casi una oración intocable. Y está bien. Hay oraciones tradicionales que dicen tanto y tan bien. Hay oraciones que ha rezado la Iglesia desde siglos atrás, o que están dirigidas a momentos o situaciones muy concretas… y que no se pueden perder.

Y luego está la manera en la que uno se dirige al Padre de manera espontánea. Esa manera en la que uno se acurruca en sus brazos y habla con Él. A veces en el más lleno de los silencios, a veces a gritos, emocionado… A veces mirando la cruz, otras veces al sagrario, otras veces a una estampa, a una imagen… Otras veces a mi me brota la oración viendo a mis hijos, a mi esposa…

El caso es que la oración es alimento para el alma. Y Jesús nos enseñó a no mirar a Dios como si fuera una divinidad romana o griega, alejado del mundo y de los hombres. Jesús nos enseñó a mirarlo como Padre amoroso. Y esto lo cambia todo.

A mi, particularmente, me gustaría rezar más y mejor. El Señor lo sabe… y sonríe, esperando… ¡Besos Padre!

Un abrazo fraterno

¿Cryptonita? No. ¡Barro! (Corintios 4, 7-15)

Llevar un tesoro en vasijas de barro suena a chiste. Pero así es. Dios no ha querido encomendar la tarea de traer el Reino de Dios al mundo a los más sabios, a los más ricos, a los más guapos, a los de mejor CV… no. Te ha querido a ti. Me ha querido a mi. A veces me miro y reconozco en mi todas esas incoherencias e infidelidades que me daría vergüenza admitir si se hicieran públicas. A veces me imagino bajando los ojos ante Dios reconociendo que sí, que he sido muy débil, que no he estado a la altura.

vasijasdebarroY hoy me encuentro con estas palabras de Pablo y lo entiendo todo. Mi vasija de barro es la garantía de que todo viene de Dios. Dios me hace grande en mi pequeñez. Dios me hace digno en mi incoherencia. Dios inunda, como torrente, mi huerto seco. Y Él,a la par, muestra todo su Amor conmigo. Muchas veces me he encontrado con personas que se acuerdan de una palabra que les dije, de una catequesis que les di, de un gesto, de una carta, de… con personas para las que soy referente… Y no entiendo cómo sucede. Pobre de mi. Pero por otro lado, reconozco la acción de Dios a través de mi persona, de los dones regalados, de su Espíritu derramado…

La vasija de barro es la prevención ante la tentación del endiosamiento. No soy yo el que salva. No soy yo el que cambia. No soy yo el que habla, ni el que cura, ni el que abraza… Es Él.

Y luego viene un párrafo precioso que no puedo evitar copiarlo literalmente: «Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.» Así somos algunos, los que reposamos nuestra vida en el Señor; al menos, los que lo intentamos. No somos personas sin problemas. Ni somos superman o batgirl… Vivimos la misma crisis. Tenemos los mismos problemas que otros. Pagamos la mismas hipotecas. Sufrimos las mismas enfermedades. Nos quedamos en el paro igual que todos… Pero experimentamos la fuerza de la Resurrección. Y esa fuerza… puede con todo.

¿Vasijas de barro? Sí. Pero misteriosamente consistentes…

Un abrazo fraterno

Hermanos lejanos… ¿Hermanos? (Mateo 5, 20-26)

Te lo digo de verdad. Este Evangelio de hoy me parece de los más exigentes. Primero porque cuando habla de hermanos no se refiere a los que hemos nacido de la misma madre, del mismo padre, bajo el mismo techo. Hoy comentaba con alguien que, en la Iglesia, nos poníamos muchas etiquetas (los del opus, los kikos, los carismáticos, las vedrunas, los escolapios…) pero que, en realidad, sólo existía una etiqueta: hijo de Dios, hermano mío. No hay más. Es algo que no se nos mete en la cabeza. Queremos a los que nos quieren, a los que no nos supone ningún esfuerzo querer. ¿Y se puede querer y amar sin buscarse problemas, sin sufrir?asis

Lo segundo que Jesús fulmina es la hipocresía, la incoherencia, la mediocridad en la vida de fe. No somos seguidores de Jesús si nos acercamos al altar con «temas pendientes», con desamores vivos, con rencillas, con enemistades. Seremos otra cosa, PERO NO SEGUIDORES DE JESÚS. Nos llamaremos cristianos pero NO LO SEREMOS. Nos creeremos dignos de la eternidad pero a lo mejor estamos al final de la cola…

Qué duro y qué claro es el Señor. No admite medias tintas, autocomplacencias. No admite predicaciones por un lado y hechos por el otro. «Nos conocerán por cómo nos amamos los unos a los otros» nos dijo… y no sé muy bien qué hemos entendido.

Son incompatibles con ser cristiano ciertas actitudes ante los demás. Es incompatible cierto lenguaje a la hora de hablar de otros. Es incompatible destruir y aniquilar vidas y dignidades, sea quien sea el de enfrente. Es incompatible difamar a nadie en las redes sociales. Es incompatible «creerse de los buenos» y ponernos a parir entre hermanos a los ojos del mundo. Es incompatible tener una familia con la que no me hablo. Es incompatible despreciar al pobre, al borracho, al drogata… Es incompatible tener, tener, tener… Es incompatible no estar abierto a la vida y a la generosidad con los hijos.

No nos van a medir ni por el dinero que damos a Manos Unidas, ni por las misas a las que he asistido, ni por los rosarios que he rezado. Cuántos más mejor, claro, pero Jesús nos pide otra cosa. Nos pide lo más difícil.

Merece la pena orar esta Palabra de hoy y dejarnos cambiar el corazón. Yo tengo mucho que cambiar y hoy me presento ante el Señor, con mi debilidad. Que Él haga de mi un auténtico instrumento de hermandad entre los hombres.

Un abrazo fraterno