Una historia de Adviento: Capítulo 16

Tal vez no era lo tradicional pero a Carlos le sirve. Si le preguntas no sabe cómo explicarlo pero necesita hacer presente de alguna manera el momento que está viviendo y la pequeña «pista» que se le había aparecido en el camino. La Navidad está cerca y Carlos sabe que no está preparardo para vivir lo que Fátima vive. Pero algo muy adentro le ha empujado a comprar ese velón aromático en el Zara Home de la esquina.

Ya en casa le busca un rincón. No quiere que esté a la vista de todos pero tampoco quiere que esté tan escondido que tenga que buscarlo para verlo. Y encuentra el rincón perfecto. En el salón. En una esquina, junto a la ventana. Encima del mueblecito para los CD’s. Pasa desapercibido. Eso le obsesiona. No quiere pasar el trago de que alguien, excepto Fátima, le pregunte que de dónde ha salido el velón, que qué significa. No sabría explicarlo y se sentiría un fracasado. Ésa es su decoración navideña. Toda. No hay más. Para él es mucho. Y muy significativa.

Ahora el día ya ha caído y la oscuridad se apodera de la estancia. Carlos coge la caja de cerillas y prende el chasquido. El velón empieza a dar luz. Es un velón grande y blanco. Y el aroma que desprende es íntimo, penetrante. Carlos lo mira. Y sin saber muy bien a quién van dirigidas, hace suyas las palabras del salmista: «Señor, enséñame tus caminos […] acuérdate de mi con misericordia«. Y sigue con su trabajo. Pero ya no sigue solo.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 15

La impresora escupe el folio con viveza y entre un ruído bastante molesto para Fátima. La letra es grande pero es un descubrimiento demasiado valioso para dejarlo pasar. Son las primeras palabras de la lectura del profeta de hoy domingo:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren,
para vendar los corazones desgarrados,
para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad,
para proclamar el año de gracia del Señor.»

Fátima coge unas chinchetas y lo clava en la primera línea del gran corcho que tiene enfrente de su cama. Es su caja fuerte particular. Otros compran cubículos seguros donde guardar bajo clave dinero, documentos, objetos de extremado valor. Fátima lo airea. Ese corcho muestra su vida y se la muestra a ella y a todo el que ha entrado en su habitación alguna vez. Fotos con momentos y personas, frases, entradas de teatro, cine y espectáculos que han significado mucho. Títulos, premios, diplomas, algún suspenso que la puso en órbita, poesías recibidas y escritas, noticias de periódicos y revistas… Viendo el corcho, uno ve a Fátima. Hoy un folio más. Una Palabra más. Ahora la verá cada mañana cuando se levante y piense en lo que le espera en el centro.

Fátima coge el abrigo y sale para misa. Va a ir sola. Carlos ha llamado para decirle que no va a acompañarla. Tenía una voz seria. «Las cosas no son tan fáciles… ni tan rápidas» piensa ella. «Mientra no se apague la llama… la llama es lo importante, por muy pequeña que esté a veces.» se dice. «No apaguéis el espíritu» dice Pablo. Mientras, todo es posible. Ella lo sabe. Y sabe que Carlos necesita tiempo. El camino no ha hecho más que comenzar y su Adviento particular puede durar tiempo. Fátima, aún así, da gracias al padre por él. «Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros«.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 14

Hoy es sábado pero llueve a cántaros. No tiene pinta de parar y el día se presenta propicio para no salir. Tal vez sea ocasión idónea para descansar. Adviento también cansa. Ya hace dos semanas que empezó la marcha y ha habido de todo. Hoy, levantarse tarde no es fruto de la pereza sino de la sabia necesidad.

El camino también necesita de paradas. Hay que ir tragando todo lo que uno va viviendo. Día de reposo. Ideal para rumiantes.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 13

Lo primero que hizo Carlos nada más despertarse es ir a buscar el CD de «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky. Se lo habían regalado ya hace muuuchos años y hacía ya muuucho tiempo que no lo escuchaba. Carlos sabe lo que quiere porque pone el CD en el reproductor y busca con ahínco una de las pistas. «Creo que era la 13 o la 14» piensa mientras aprieta el botón correspondiente. Y una vez la encuentra configura el modo «repeat» para que una vez termine, vuelva a empezar. Y tal como va, en pijama, coge folios y bolígrafo y se pone a escribir. Lo que sale. Lo que surge. Vomita. Carlos lo vomita todo entre los cisnes rusos. «María se puso en camino y fue aprisa a la montaña«. Carlos no puede esperar. Necesita hacer ese viaje hacia dentro, esa travesía tantas veces cancelada.

La pieza, desde luego, no tiene desperdicio y escucharla es una auténtica fiesta, un placer, un lujo. «Festeja y aclama, joven«. Es una fiesta de los sentidos y una fiesta para el espíritu, que se cobija bajo las notas imaginadas por el compositor. Carlos sigue escribiendo. Se habla de su pasado, de su familia, de sus comienzos y de sus recuerdos. Se habla de sus sueños de niño y de aquello que siempre quiso ser y que ahora parece tan ridículo. Se cuenta sus primeros escarceos con Dios y sus primeras decepciones. Carlos deja por escrito sus heridas y se dice lo que le hace sufrir y lo que le hace llorar. Carlos se cuenta lo que ve en el espejo cuando se mira y escribe si le gusta o no. De vez en cuando levanta la cabeza y con los ojos húmedos degusta la música.

Y Carlos recuerda el fragmento del poema de Pedro Salinas:

Por eso,
pedirte que me quieras
es pedir para ti;
es decirte que vivas,
que vayas más allá todavía
por las minas últimas
de tu ser.

«Yo vengo a habitar en ti -oráculo del Señor.«. Y Carlos descubre la relación entre Isaías y Pedro Salinas, entre Dios y uno mismo. Y le brota un pensamiento, un deseo… «Nace en mi, de nuevo, Señor».

Los cisnes se callan ya.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 12

Fátima ora a solas en su habitación, con su vela encendida. Ha llegado hace un rato y es consciente de que algo grande está sucediendo y de que el Señor se está abriendo paso en su vida y en la de Carlos. «Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; / bendeciré tu nombre por siempre jamás» dice el salmista y eso es exactamente lo que hace Fátima en el silencio de su soledad.

Esta noche Fátima va a soñar con agua, con ríos, con manantiales, con estanques, con fuentes, con preciosos cedros y acacias y olivos y mirtos; con cipreses, olmos y alerces. Esta noche Fátima va a soñar con un paraíso milagroso surgido de la nada. Porque el Señor da de beber al sediento y trae vida allí donde la falta de lluvia había agrietado la belleza.

Esta misma noche Carlos también sueña. Sus oídos oyen correr el agua de los mismos manantiales y sus manos tocan los chorros que brotan de las mismas fuentes. Sus ojos ven los mismos cedros y los sobrios cipreses. Su corazón rumía las palabras salidas de la boda del profeta: «No temas, yo mismo te auxilio.»

Fátima y Carlos pasan su primera noche juntos sin compartir cama.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 11

Suena el móvil. Los clásicos pitidos Nokia al recibir un SMS.

– «Perdón. Un segundito.» – dice Carlos en alto sabiendo que sólo suele recibir mensajes cuando algo urgente le tiene que ser comunicado.

Su temperatura corporal ha subido de repente. Le basta un segundo para agobiarse. Teclea con velocidad y mira fijamente la pantalla de su teléfono.

«YA TIENES LA RESPUESTA QUE AYER ANHELABAS. EVANGELIO DE HOY. TQ.»

Era de Fátima. Carlos ni siquiera parpadea. Como un autómata se va directo a su mesa y abriendo el google escribe «evangelio del día» y pincha en el primer enlace que le sale. Sus ojos no se despegan del monitor leyendo: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Carlos se dejó caer en la silla y volvió a leer. Al instante cogió el teléfono y respondió a Fátima.

«TE VOY A BUSCAR AL CURRO. TQ»

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 10

El salón dormita a oscuras. Carlos está muy despierto. Demasiado para su gusto. Las luces multicolor del árbol de Navidad salpican las paredes. Fátima se lo había comprado ayer en los chinos. Ella sabía que un pesebre era demasiado así que optó por el adorno laico. Carlos lo ha tenido encendido desde que volvió del trabajo y ahora decidió darle todo el protagonismo mientras él ordena sus ideas. Todo le bulle por dentro: la insatisfacción laboral, lo que siente por Fátima, la «morriña» por su tierra y su familia, la tristeza de haber perdido a su niño interno en alguna curva del camino, el lamento por algunas decisiones tomadas…  Carlos tiene ganas de gritar. » Dice una voz: «Grita.» Respondo: «¿Qué debo gritar?» . También tiene ganas de llorar. No sabe cómo coger el toro por los cuernos. No tiene ni idea de qué grifo abrir primero.

Cuando termina de marcar el último número en el móvil, siente los dedos y las manos agarrotadas y la faz tirante. Quiere que en ese momento se lo trague la tierra. Se siente muy pequeño y añora no poder acurrucarse en el regazo de su madre como cuando era un bebé. La voz de Fátima responde al otro lado del auricular y Carlos rompe a llorar. Está desconsolado. Fátima nunca lo había visto así, tan abajo. Ella guarda silencio y, bajito, susurra su nombre de vez en cuando.

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres«.

Carlos no entiende porqué todo esto ahora.

– ¿Por qué Fátima? ¿Por qué todo esto ahora? No lo entiendo… no entiendo…
– Lo llevas ahí dentro desde hace mucho. Algún día tenía que salir… – le acaricia ella con  su voz.
– No entiendo… Me siento mal. Me siento una mierda. Un fracasado. Tengo miedo. Quiero que esto se acabe ya…
– No estás solo. Todo pasará. Mantén firme la esperanza. Yo estoy contigo.
– Son tantas cosas… No sé qué debo hacer ahora, qué mierda se supone que debo hacer…
– Bueno. Date tiempo. Espera. Llegará la luz.
– Hablando de luz… gracias por el árbol. – terminó él.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 9

– ¿Qué esperáis cada una de esta Navidad? – preguntó Fátima a cada una de las mujeres que formaban el grupo que ella supervisaba y acompañaba en el centro. – Es una pregunta fácil y difícil a la vez.
– Yo no espero nada. – respondió la primera con la mirada falta de paz.- La vida me ha enseñado que cuánto menos esperas, menos decepciones te llevas. Tardé en aprenderlo tal vez demasiado…

Se hizo el silencio. Menos Fátima, todas estaban mirando al suelo. Una con la cabeza apoyada sobre ambas manos; otra, erguida, pero con la mirada perdida en el piso; otra comiéndose las uñas; la cuarta con ambas manos juntas en perpendicular a la boca como si orase y la última sentada con normalidad pero con los ojos puestos en los pies de Fátima.

Fátima sabía aguantar los silencios. No le molestaban. No le incomodaban. Sabía que, muchas veces, es el mejor y más curativo de los compartires. Pasaron los minutos. Cinco. Diez. Treinta.

Fátima se movió. Era la hora de dar por terminada la sesión. Pase lo que pase, no más de cuarenta y cinco minutos. Esa era la norma.

– «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»

Fátima miró a Sofía. Conocía su voz. Sabía que había sido ella pese a que mantenía la cabeza gacha.

– No puedo dejar de esperar algo mejor. Me moriría. – Sofía hizo una pausa. Aquello le estaba costando un mundo. – Hoy he leído esa frase en un calendario colgado en la pared de la enfermería. Y me quedó grabado. – decía con la voz temblorosa. – Yo espero eso. Oírlo. Vivirlo. Sentirlo. Saberlo. Yo espero eso…

– Gracias Sofía. – contestó Fátima. – La sesión ha terminado.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 8

Carlos hoy siente que vuelve a fallar otra vez y la culpabilidad, tan enquistada, oscurece su caminar. Paso en falso de nuevo. Paso atrás. Eso piensa él.

También esto es Adviento. «Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» dice la Escritura pero esto lo entendemos con dificultad. A Carlos también le cuesta. Él pensaba que ya no había marcha atrás pero la vida le demuestra que preparar el camino al señor parte el espinazo. Que uno tiene que agacharse muchas veces a retiras piedras y a alisar la arena y la tierra. Y ahí, las fuerzas también flaquean.

Hoy Carlos se acuesta nada más llegar a casa. No le apetece hablar, ni leer ni pensar. Ni tan siquiera quiere escuchar a Shostakovich. La vida trae variables continuamente mientras uno se esfuerza en transformar el mundo en una constelación de constantes. Hoy no hay mucho que contar fuera de la montaña de preocupaciones desestabilizadoras. Mañana será otro día…

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 7

Hoy la ciudad se llenó de luces. Era el día de la encendida oficial del alumbrado navideño y aunque, años atrás, se esperaba a la Inmaculada, poco a poco se va adelantando en el tiempo. Hay mosaicos y figuras de todo tipo y condición: letras, palabras, estrellas, árboles decorados, ángeles, lluvia, lágrimas y luego todas ésas difícilmente reconocibles. Año tras año se va ganando en neutralidad y se va perdiendo religiosidad. Poco queda ya de Belén, del Niño, del portal, de los pastores y de María y José. Las luces son fiel reflejo de aquello que se vive en la realidad social y, ¿para qué engañarse?, todos esos motivos religiosos no están muy de moda. La ciudad está hermosa, eso sin duda. Las grandes avenidas se convierten en mágicos pasillos iluminados y los árboles repletos de color parecen sacados de los bosques de Narnia. Pero ¿por qué?

A Fátima le encantan las luces y los villancicos a todas horas. Pero su oración de hoy la está llevando a masticar toda esta brutal explosión luminosa. Fátima piensa que todas esas bombillitas le dan a la vida un magnífico toque de color y de belleza ilusionada pero que, a la postre, son un estorbo para dejar nacer a Dios. Porque ¿quién verá la Estrella del cielo, la señal de que Dios vive entre nosotros, con toda esa decoración?  Es como si la humanidad tratara de decirle a Dios que no es necesaria ninguna luz en el mundo, que aquí ¡vamos sobrados de luz! Fátima sabe que la oscuridad y la pobreza, la sencillez y la humildad, juegan un papel fundamental en toda esta historia de la Navidad.

Mañana otra vela se encenderá en el Belén que Fátima ha puesto en su salón días atrás. Hoy sólo hay una y ella ora bajo su temblor luminoso. Acompañándola, el «Per Crucem» de Taizé. Y en el silencio de esta estampa, Fátima oye su propio corazón agitado, inquieto, ansioso. «Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, camina por él.»» «Transmite tanta paz que hasta pone nerviosa» piensa. Y piensa en muchos de sus últimos desvíos y no tiene tan claro haber oído ninguna voz pero ahí está, esperando la Luz.

«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.» Fátima se encoge. Se asusta. Esa luz prendida no sólo ilumina, también quema. «A lo mejor las bombillas de bajo consumo del Ayuntamiento no hacen ni eso…» se dice. «Cuánto una mejor intenta vivir la Navidad, peor… más comedura de tarro y menos de turrón… Esto no compensa, enano…» le dice en alto al Niño recostado en paja del pesebre. Fátima se levanta y de un soplo apaga la vela.

Continuará…  

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