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Si fueras un árbol… ¿darías fruto? (Jn 15,1-8)

Cuando Rafaela Carrá hacía de presentadora en RTVE, yo sería adolescente, tenía un espacio donde se jugaba a adivinar un personaje a base de hacer preguntas del tipo «si fuera…». Un juego que requiere originalidad en la pregunta y una fina intuición y mayor conocimiento del personaje en el que responde. Hoy, leyendo el Evangelio, me acordé de este juego y me brotó el preguntarme a mí mismo: «si fueras un árbol… ¿darías fruto?».

Y es que el fruto, desde luego, de mi vida cristiana y comprometida no es mi propia felicidad. Sería un árbol muy egoísta. La felicidad no es más que la consecuencia de la generosa ofrenda de lo que soy para que los demás se alimenten. El peral no es feliz por ser peral sino porque sus peras son arrancadas de él para dar de comer a muchos. Si eso no fuera así, ¿qué diferenciaría al peral de un arbolucho medio quemado en el último incendio de la temporada veraniega?

Es verdad que estoy en mi lugar y que eso me agrada. Es verdad que el Señor me guía y que intento descubrir su voluntad y ponerla en práctica.  Pero si no hay un auténtico cambio en mi corazón, si no soy ofrenda para que otros se alimenten… ¿para qué? El peral de antes sabe lo que es desprenderse de parte de él para que el que lo necesite, coma. No es un simple estar sino que es también un perder. El fruto brota, se ofrece y se pierde.

Estoy convencido de que estoy empezando. El árbol lleva poco plantado y se está adecuando al clima. Necesito más oración, más comunidad, más Cristo. Estoy seguro que entonces los frutos serán más y mejores. De Dios depende. Y de mí. Porque si me conformo con lo que tengo y doy hoy… seré un arbolito más que para poco ha servido.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un sacerdocio para todos (Mt 26, 36-42)

El vídeo del Papa Francisco para este mes de mayo gira en torno a la misión de los laicos en la Iglesia. Y la fiesta de hoy, Jesucristo sumo y eterno sacerdote, no es sólo una fiesta para recordar y rezar por la misión de los sacerdotes ordenados. Es también un momento propicio para hablar del sacerdocio común, el compartido por todos, el recibido por nuestro Bautismo.

Todos estamos llamados a vivir nuestra vida como una ofrenda a Dios y, con nuestros actos, darle culto. De eso va el ser sacerdote: darse a los demás y, por ellos, hacer realidad la voluntad de Dios para nuestra vida y para toda la humanidad. Por eso este es un día para mirar con ojos de misericordia nuestra existencia y preguntarnos cómo va nuestro «ser sacerdotes».

La voluntad de Dios para cada uno de nosotros no siempre se nos presenta con claridad. Hace falta la oración frecuente. Y el trato cotidiano con el Padre. Y, por supuesto, la gracia que ilumine los rincones de nuestro espíritu, donde somos habitados por Él. Pero una vez la comenzamos a intuir debemos responder. No podemos mirar a otro lado. La voluntad de Dios tiende a complicarnos la vida. Se nos promete la felicidad y la eternidad, pero no el bienestar y la comodidad. La misión que nos llega suele sacarnos de nuestra zona de confort. Suele invitarnos a salir al encuentro de aquellos que necesitan de nosotros, de Dios. Dios nos pide la vida entera y nosotros debemos decidir si estamos dispuestos a ofrecerla.

Con nuestro Bautismo, con la Eucaristía, con la Confirmación y luego con el Orden o el Matrimonio y con la asistencia constante en el Perdón, somos capacitados para llevar a buen término un propósito tan grande para personas tan limitaditas como tú y como yo. No minusvaloremos el poder de Dios y la fuerza de sus dones. Ejerzamos nuestro sacerdocio, un sacerdocio para todos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam