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Evangelio para jóvenes – Domingo 2º de Cuaresma Ciclo A

Mis alumnos de Bachillerato están agotados. El ritmo del estudio que llevan, la presión de la nota que tienen que sacar, el miedo a no alcanzar sus objetivos, la dureza de descubrirse falibles y frágiles y la angustia por no estar a la altura de lo que otros esperan de ellos, tensa tanto la cuerda que a veces se rompen. Ciertamente el camino tiene tramos de extrema dureza, cualquier camino hacia algún sitio. La vida misma, sin más, incorpora cuestas, caídas, raspones y ampollas que convierten el trayecto en una prueba de supervivencia. Por eso es importante saber dónde fijar la mirada. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 17, 1-9]:

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Montañas. La vida trae consigo montañas. La vida en pareja, la vida laboral, las opciones vocacionales, los estudios, la salud… ¡nada de esto transita permanentemente por valles floridos bajo un cielo azul! Todo lo que vale la pena, cuesta. Y en la vida de fe pasa exactamente lo mismo. Descubrir la voluntad de Dios, elegirla y cumplirla, implica desierto, montaña, marejada, huracán, fuego. Jesús lo sabía. Lo estaba experimentando en sus propias carnes y estaba seguro que lo experimentarían todos aquellos que decidieran seguirle. Por eso los apartó y les mostró algo importante. Tres pistas te dejo:

  • «Trans» –  La figura de Jesús cambió. Ese Jesús humano, al que conocían Pedro, Santiago y Juan, al que seguían; ese Jesús que había nacido niño en una gruta de Belén, ese Jesús que había ayudado en la carpintería a su padre, ese Jesús que había aprendido a rezar con su madre, ese Jesús que se paraba en los caminos a hablar con la gente, ese Jesús que a veces estaba agotado y necesitaba parar, ese Jesús al que seguían los niños, y los enfermos, y las mujeres… ese Jesús se mostró como Hijo de Dios. No es sólo un hombre, un amigo, un maestro… Jesucristo es la segunda persona de la Trinidad, el Hijo. Su palabra es palabra de Dios y su modo de ser y actuar nos muestra el modo de ser y actuar de Dios mismo. Era necesario que sus amigos supieran a quién seguían, que lo experimentaran, que lo sintieran y lo supieran. Es necesario que tú también lo sepas. Ese, al que sigue, al que no siempre conoces, ese… es Dios.
  • «Spoiler» – Jesús sabía que Jerusalén iba a ser su última parada. Su llegada causaría turbulencias en el seno del poder político, religioso y social de la época. No porque él fuera un revolucionario llamado a levantar al pueblo contra sus gobernantes, sino porque la Palabra de Dios y el Reino siempre buscan la justicia, la paz, la igualdad, el amor. No hay nada más revolucionario que eso, más molesto. Por eso era necesario que, ante la cruz que aparecía en el horizonte, sus amigos fortalecieran su fe. Aquellos que iban a ver a su maestro escupido, ultrajado y asesinado… debían experimentar y saber que ese no iba a ser el final, que el cielo vencería, que Dios siempre vence. Tú tienes que saberlo también en estos momentos de cansancio, dudas, fracaso, tensión… ¡Dios siempre vence! ¡La luz siempre triunfa! ¡La vida siempre pasa por encima de la muerte!
  • «No temáis» – Vivir sabiendo que Dios nunca te deja de la mano, que siempre cuida tus pasos, que salvará tu vida pase lo que pase… es una garantía de felicidad. Haz lo que tengas que hacer, toma las decisiones que tengas que tomar, triunfa y fracasa, cáete y levántate, peca y pide perdón y sigue caminando… El cielo te está reservado si tú quieres, si has optado por el Reino, si has intentado vivir en él y por él. Vive sin miedo. No hay nada que Dios no pueda.

La Cuaresma sigue avanzando. Tú vida también. Dios está en ella, aunque sientas el sudor y el cansancio, aunque creas que no vas a poder más, que todo se derrumba muchas veces. Jesucristo, ese al que rezas, al que sigues, del que hablas, al que intentas conocer y amar… es Dios. Y con Él, vencerás.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

¿Y nosotros qué? (Mt 19,27-29)

Uno se queda más tranquilo cuando lee que los mismos apóstoles le pidieron a Jesús algún «premio» o «beneficio» por haberlo dejado todo para seguirle. Llevamos inscrita en las venas la ecuación del mérito: si uno hace méritos, recibe recompensas. Por eso nos cuesta entender que a personas buenas, justas, llenas de amor y entregadas a los demás, les pasen cosas malas en esta vida. «No se lo merece» decimos… o «qué injusto es Dios»…

El caso es que Jesús no rehuye la pregunta y afirma que sí, que habrá recompensa. Seguramente esto es lo que nos cuesta entender porque nosotros a esa «recompensa» le ponemos forma, tiempo, color, grandeza… La traducimos a nuestro lenguaje y a nuestros intereses. Y nada de eso. Jesús nos promete que recibiremos cien veces más de lo dejado, nos promete, en el fondo, la felicidad y la participación en el Reino para la eternidad.

No es que Dios nos pague por los servicios prestados… Es que cuando apostamos por seguir a Jesucristo, vemos tesoro donde antes no lo veíamos, experimentamos amor y premio donde antes sólo veíamos arena y desierto. En el fondo, el paraíso se nos acerca y se nos permite tocarlo con los dedos y saborearlo de lleno. ¿Hay algo mejor?

Un abrazo fraterno – @scasanovam