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¡Ay de los que estáis saciados…! (Lc 6,20-26)

En general, todos tenemos la aspiración de vivir tranquilos, sosegados, saciados. La cultura del bienestar del primer mundo ha traído mucha felicidad, mucha salud, mucho progreso, es verdad, pero, a la vez, nos ha alejado del dolor, de la muerte, del fracaso, de la dificultad, de la enfermedad… realidades que, creo, son inherentes a la existencia humana.

Cuando Jesús grita este «¡Ay de los que ahora estáis saciados…!», sabe lo que dice. Si hoy volviera a la Tierra, nos diría eso de «ya os lo dije», no sé si con cara de reproche o con cara de condescendencia. El caso es que a mayor nivel de bienestar, a mayor nivel de saciedad, menos Dios, menos fe. Algún amigo ateo me diría en este punto: ¿Me estás diciendo que un mundo sin Dios es necesariamente peor que un mundo con Dios? ¿Me estás diciendo que una persona sin Dios es menos feliz que una persona con Dios? Las respuestas no son sencillas y menos categóricas. Pero sin pretender ofender a nadie ni sentar cátedra, yo es lo que creo: sí, un mundo sin Dios es peor que un mundo con Dios.

No voy a ser tan demagogo de alentar a nadie a vivir en la miseria, en la enfermedad, en el subdesarrollo. Pero creo que se puede vivir suficientemente bien sin que eso implique tener nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro cuerpo… saciados. Se puede comer bien, sano y rico, sin tener que terminar con pesadez en el estómago y sin podernos levantar de la mesa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam