Una historia de Adviento: Capítulo 4

El sufrimiento camina a nuestro lado y la oscuridad es compañera de viaje. De eso no hay duda. Detrás de toda esta fachada de bienestar que nos hemos construido, el drama sigue aconteciendo. A Fátima no le ha hecho falta enrolarse en una ONG de apoyo al tercer mundo porque, hace ya algunos años, conoció la mirada perdida y desesperanzada de una mujer abandonada, mutilada en su dignidad y apaleada desde lo más hondo hasta lo más periférico de su ser.

La experiencia ha conseguido curtir a Fátima para desempeñar su trabajo de una manera más óptima pero no ha minado su capacidad para romperse cada vez que escucha la historia de una de esas mujeres. Sus pelos se erizan y, de repente, le entran unas ganas incontenibles de llorar. Y esas lágrimas llegan a sus ojos y ella lucha por contenerlas ahí. Una mezcla de indignación airada y profunda tristeza recorre cada uno de sus poros y el escalofrío estimula su caridad y su compasión ante su prójimo. Fátima ha entendido hace ya tiempo que hay momentos en que sobran las palabras y que lo que el otro necesita es, sobre todo, sentir que se le escucha, que se le acoge y que se le acompaña. Ese otro, esa mujer anónima, necesita sentir que quién la mira y la escucha siente con ella. Esa mujer anónima necesita dejar de serlo y recibe su primera medicina al escuchar su nombre en boca de otro.

Hoy está siendo duro para Fátima y recuerda las palabras de los íntimos de Jesús: «¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?» Hoy Fátima se siente desfallecer. Hoy necesitaba alegrías pero una nueva tragedia llamaba a su puerta a primera hora de la mañana. Pero ella es incapaz de rebelarse. Cuando la tristeza es tan grande es mejor abandonarse a ella y seguir confiando en las palabras del profeta: «El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara.»

Fátima a veces piensa que su confianza es ficticia y que es su manera de sobrevivir. Y se presenta ante su Dios con todas las dudas del mundo. Incluso con la duda de la existencia de Él mismo. Pero mientras no encuentra solución a tales sudokus espirituales toma la decisión de salir del letargo. Apoya firme sus manos en el sofá y sale a ver cómo anda Sofía. Hace ya días que no la ve. Ese día sonrieron juntas.

Continuará…

maltratada

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