Una historia de Adviento: Capítulo 3

– Me gustaría que lo vieras. Es maravilloso. – le contaba Carlos a Fátima mientras ella caracoleaba en su pelo.
– Pues ya sabes, un día me llevas a verlo. – le respondió ella sin prisa, entregada.
– Te tendrías que levantar muy pronto y además uno nunca sabe lo que se va a encontrar. Imagínate que madrugamos y el día resulta lluvioso y encapotado.
– Pues volvemos otro día.
– Aunque si quieres que te diga la verdad, ha habido cantidad de días en los que todo el trayecto y alrededores incitaban al suicidio y justo allí, como por arte de magia, un claro, un rayo, una brizna de color, un brochazo de alegría, un soplo de…
– ¿Paz? – le interrumpió Fátima poniendo palabras a los sentimientos de él.
– Paz… sí, paz. Eso es.

«Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.»

Y al mismo Carlos de noches de sueños rotos, de disfraz de altos vuelos, de desayunos atragantados… ahora le embarga una enorme sensación de felicidad y plenitud. Arropado por los brazos de quién más le ama. Tenido por las manos de un Dios hecho mujer. Sostenido por la belleza que brota de su alma, renqueante. Carlos descansa y aunque sabe que sólo le cuenta a Fátima la mitad de la historia, percibe que ella sabe leer la otra mitad. Y ese momento del día, casi el último antes de regresar a su soledad en el 4ºB del número 65, es el mejor momento del día. Es el momento de la reconciliación, del perdón. Sólo para él. Carlos vive por ese momento. Por eso lo espera. Y aguanta todo en la oficina. Y se parte las cejas sin saber muy bien por qué. Y sigue mirando los rascacielos. Y soportando los humos y las idas y vueltas. Porque espera.

Y Fátima se reenamora día tras día y recuerda las palabras de Jesús: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!». Sabe que la mirada de Carlos, a veces, «pone las largas» y le permite ver lo que otros no ven. Y eso a ella le gusta. Su intuición le dice que un día Carlos dejará de sufrir en silencio. Y ella ha decidido que le va a acompañar en su camino. Se sabe don para él y no está dispuesta a esconderse.

– Ya es muy tarde. Me tengo que ir a casa. Mañana más. Mañana más. – susurra Carlos.

Continuará…

fatima

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