#Adviento2015 – Ven, Señor Jesús – Lunes I

Ven, Señor Jesús.

Aquí estoy, afanado en mi «lago» particular, con mis tareas y mis preocupaciones de cada día. Aquí estoy, con mis pequeñeces, ensimismado en mis pensamientos, en mis proyectos, con la cabeza baja, mirando al suelo tantas veces…

Ven, Señor Jesús.

¿A qué suena tu voz? ¿Cuál es su timbre? ¿Cómo la reconoceré? Tengo tantas veces la sensación de que pasas por mí lado y me llamas… y no te reconozco. Tú me distingues entre la multitud y, en cambio, Tú para mí pasas desapercibido…

Ven, Señor Jesús.

Comienza el Adviento y yo te espero. Comienzo el Año de la Misericordia y yo quiero caminar y atravesar esa puerta. ¡Y quiero ser puerta! ¡Y quiero ser abrazo! ¡Y quiero ser Tú para el que necesita el abrazo, la mirada, el corazón, el aliento, la voz, el hombro, la risa, una lágrima compartida…!

Ven, Señor Jesús.

Un abrazo fraterno

Uno de mis papás es la caña… el otro, ¡es Dios!

Hoy estuve un ratito en el oratorio del cole con los niños de 5 años, de 3º Infantil. Nos tocaba redescubrir y repasar la oración del «Padre Nuestro» y, aprovechando la coyuntura y que ellos están emocionados aprendiendo a leer, imprimí cuatro folios con cuatro letras, una por folio, a tamaño 300. Eran dos P y dos A y formaban la palabra PAPÁ.

Perdemos mucho de vista si nos olvidamos de nuestro ser hijos. Perdemos, creo yo, la esencia, lo nuclear, de nuestra relación con Dios. Toda imagen de Dios que no inluya su ser «papá» está distorsionada, manipulada, envenenada, incompleta o como cada uno quiera. No hace falta explicar las consecuencias de esto… Papá…

El Evangelio de hoy es buena prueba de ello. Jesús actúa desde un Dios que es «papá». Los demás no actúan desde ahí. He ahí la diferencia. He ahí la posibilidad de salvar la vida de una persona o dejar que se pasen sus días encorvada e influenciada por el mal.

Papá… te quiero. Papá, te necesito. Papá… no quiero dejar de ese hijo tuyo nunca.

Un abrazo fraterno

¿A qué sabe Dios? ¿Lo entiendes?

Gustar y comprender. ¡Qué preciosa esta frase del salmo de hoy! Al menos en la traducción que yo he leído… 🙂  Gustar y comprender.

En realidad, lo que pide el salmista es vivir la fe, y la presencia del Señor en la vida, de manera integral: con cuerpo y mente. Porque «gustar» es uno de los sentidos gracias a los cuales nos relacionamos y percibimos información del entorno que nos rodea. Gracias al gusto podemos, no sólo alimentarnos, sino disfrutar del alimento, convertirlo en arte, en placer, en premio, en deseo. Qué bonito ¿verdad? Y «comprender» toca más lo racional, la capacidad para entender, para captar aquello que el Señor quiere hacer con nosotros y dirigir, desde el cerebro, las acciones oportunas que se derivan de esa comprensión. No se puede resolver sin comprender. No se puede aceptar sin comprender. No se puede optar sin comprender.

Gustar y comprender hacen que nuestra relación con Dios sea distinta, corpórea y espiritual. Uno busca aquella que le gusta, lo elige, lo pide… para luego sacarle cada uno de los matices, deleitarse con los aromas, las texturas, los matices, las especias… Gustar requiere tiempo. Uno quiere aquello que comprende que es bueno para él.

Yo hoy me uno al salmista: gustar y comprender. Eso te pido hoy, Señor.

Un abrazo fraterno

No elegimos luchar o no sino el bando en el que lo haremos

Star Wars, capítulo III.¿Os acordáis? La conversación entre Palpatine y el joven Skywalker. No hay tanta diferencia entre un Jedi y un Sij… La única diferencia es al servicio de quién ponen sus dones… Pues eso. Más claro agua.

No sé si George Lucas se inspiró en las lecturas de hoy para esa conversación pero me la han recordado inevitablemente, sobre todo la carta de Pablo y el salmo. Yo debo optar también. ¿Al servicio de qué y quién pongo mis dones? ¿Qué frutos recoge Dios de mi acción, de mi decisión, de mi opción?

El Evangelio hoy ni lo toco. «No he venido a traer la paz al mundo» dice Jesús. El amor abrasa. El amor quema. El amor cuestiona. El amor interpela. El amor saca de quicio al mal. A mayor amor, mayor reacción del maligno. A más Dios, más infierno… hasta la victoria final.

Un abrazo fraterno

¿Qué hago con todo lo que se me ha dado?

Mucho podríamos hablar de la Palabra de hoy ¡Cuánto interpela! Hoy siento que el Señor viene a decirme que espera mucho de mí y que espera que dé buen uso a todo lo que se me ha dado.

Mi madre, cuando yo era pequeño, recuerda que era una de las cosas en las que más insistía: a quién más se le dio, más se le pedirá. Nosotros, a veces, los católicos, hacemos al revés: exigimos mucho a los otros y nos gloriamos en nuestras virtudes.

Los dones no son un regalo sin más, algo para poner en una vitrina. ¿Al servicio de quién y qué los ponemos? ¿Qué hacemos con nuestro cuerpo? ¿Qué hacemos con nuestra inteligencia? ¿Qué hacemos con nuestra voluntad? ¿Y con nuestras capacidades? ¿Y con el nivel sociocultural donde hemos crecido? ¿Y con la familia que se nos ha dado?

Yo creo que a mí se me ha dado mucho y, por lo tanto, sé que mucho se me pedirá. Estar en continua vela no sólo es algo deseable sino exigible.

Un abrazo fraterno

Sólo vela quién espera. Me gusta #esperar…

Hay noches que me las pasaría enteras velando. Creo que es una actitud vital preciosa. Velar. Hasta la palabra en sí me parece hermosa.

Sólo vela quién espera. Tal vez hoy velamos poco porque se nos ha olvidado qué es eso de esperar. Rechazamos cualquier cosa que nos haga esperar. Hemos perdido esa capacidad. Se la hemos regalado a la fibra óptica, la banda ancha, las autovías, los carrefour express, la comida rápida y el polvete rapidito que nos deja a gustito durante un tiempo, sin ni siquiera mirar a los ojos de aquel o aquella con la que me encuentro.

Yo me pregunto si esto de no saber esperar es más importante de lo que nos parece a priori… ¿Puede que sea la velocidad y la inmediatez el veneno que nos han inyectado lentamente y de manera imperceptible? Hasta yo intento escribir un post no muy largo para no hacer perder el tiempo a ningún lector…

Sólo vela quién espera. ¿Y qué espero hoy yo, Señor? Me gusta esperar a que llegue mi mujer a casa para compartir un ratito con ella de intimidad, un café, un qué tal, una conversación de diario. Me gusta esperar en la puerta de la clase a que salga mi hijo pequeño y a que los mayores vengan corriendo desde el fondo del patio. Me gusta esperar en el oratorio a que lleguen las clases de todas las edades con ganas de rezar. Me gusta mandar un whatsapp a algún hermano o hermana, amiga o amigo, y esperar que conteste. Me gusta esperar una nota de un trabajo. Me gusta esperar que el agua hierva para echar la pasta. Me gusta mirar como sube el bizcocho en el horno y esperar que se haga bien. Me gusta esperar mejores noticias en los diarios y la palabra PAZ en los titulares. Me gusta esperar que llegue el día de entrar en un aula y sentir que he llegado.

Tal vez en todo ello está tu rostro, tu aroma, tu huella. En realidad me gusta esperarte, Señor.

Un abrazo fraterno

Los aniversarios no se acumulan en el #matrimonio

Hoy es nuestro aniversario, el de mi mujer y mío. Hoy hace 13 años que nos casamos. Trece años ya… Es fácil tener la tentación de acumularlos.

Los aniversarios no son un trofeo que colgar en la vitrina del salón de casa. Ir cumpliendo años de matrimonio no es un reto, una batalla, una apuesta con el más allá. ¡Claro que uno se llena de alegría al comprobar que la vida sigue gastándose al lado de aquella a la que uno decidió darle todo! ¡Claro que sí! Pero acumular… acumular no.

Hoy el Señor nos previene de eso en el Evangelio. Acumular es de conservadores, de usureros, de obsesos de la seguridad. Acumula el que no quiere gastar. Acumula el que no quiere poner en juego los talentos. Acumula el que quiere enriquecerse… Y el Señor nos pide ser pobres hasta en esto.

Mi matrimonio, mi compromiso, mi aniversario… no es una medallita para que Esther y yo, previa cena de celebración, nos acostemos hoy más contentos que ayer. No sólo hemos prometido delante de Dios gastarnos y entregarnos el uno al otro y a nuestros hijos, sino que nuestro matrimonio es donación para los demás. Un matrimonio que acumula su propia experiencia, que cierra filas en torno a las paredes de su hogar, que se excede en el celo por su intimidad… es un matrimonio que no sale a la misión, que no acepta su vocación fundamental: encontrar un compañero de camino para mostrar al mundo que es posible AMAR a otro y que, junto a él o ella, es posible gastar los años camino de Jericó, atendiendo heridos en el camino.

Trece años después sólo puedo decir que Esther y yo renovamos cada día, no sin dificultades, nuestro amor y que, desde ahí, renovamos nuestra opción por ser casa de todo aquel que lo necesite.

Un abrazo fraterno

María, la alegre dolorosa

En la Eucaristía de hoy, el sacerdote, en su homilía, incidía en cómo al hablar de María siempre resaltábamos más la alabanza, la admiración, el hecho de haber sido elegida, su respuesta, su disponibilidad… pero pocas veces nos sentamos a meditar sobre el sufrimiento de su vida, no sólo al pie de la Cruz.

María es una madre que sufre desde el primer momento de su SÍ. Es la dolorosa desde que no duda y acepta ser la Madre del Señor. El sufrimiento que le comporta estar embarazada sin estar ya viviendo con José, el sufrimiento del hijo que se pierde, el sufrimiento de quedarse sola sin su esposo, el sufrimiento de la marcha del hijo, el sufrimiento del prendimiento, del calvario, de la muerte…

Pero es verdad que María nos enseña cómo llevar ese dolor y cómo ponerlo en manos del Señor, confiando plenamente en Él. Su confianza, su disponibilidad, su fidelidad… le proporcionan, a su vez, una alegría contagiosa, difícil de alcanzar en medio de lo terrible cuando sólo existe la oscuridad. María no es una dolorosa a oscuras. María es una antorcha refulgente en medio de la noche. Mirémosla, hablémosle y pidamos para nosotros seguir sus pasos.

Un abrazo fraterno

Familias: nunca caducas, ¡siempre nuevas!

Jesús siempre trae novedad. Siempre. Aunque uno sea ya una persona de edad, aunque uno lleve siendo creyente desde hace tiempo, aunque uno sea un profesor desde hace más de 30 años, aunque el matrimonio celebre sus bodas de plata… Si se mira a Jesús, siempre estamos llamados a cambiar, a hacernos nuevos.

Las familias no podemos quedarnos al margen de esta realidad. Como familia estamos llamados a no anquilosarnos, a no caer en las rutinas que nos conducen a la comodidad espiritual, afectiva y emocional. Sí, crecemos juntos, somos los mismos, pero cada día nos presentamos como familia ante el mundo y estamos llamados a actualizar nuestro testimonio y a responder a todo lo que se presenta ante nuestros ojos. Estamos llamados a estar atentos a lo que pasa dentro y a lo que pasa fuera y siempre con la intención de cambiar aquello que no sirve para amarnos mejor dentro y que no sirve para amar mejor fuera.

«Hacerse nuevo» no está exento de dificultades. Hacerse nuevo conlleva, por lo de pronto, ser capaz de descubrir y aceptar todo aquello que ya se nos ha quedado caduco, que se llenado de sombra, de moho, todo aquello que ha perdido el sabor… No es fácil aceptarlo. Y una vez descubierto y aceptado… hay que deshacerse de ello. No se puede crear algo nuevo «sumando», «añadiendo»… sino más bien podando, limpiando, vaciando, quemando… ¡Hay que hacer sitio!

Yo estoy manos a la obra. ¿Y tú? ¿Te atreves?

Un abrazo fraterno

Jesús, el Cristo, nos mira en nuestras fronteras

Llevo días dándole vueltas a qué hacer para ayudar a nuestros hermanos sirios, iraquíes, afganos… que se agolpan en nuestras fronteras pidiendo ayuda, huyendo del horror, de la guerra, de la pobreza, del sufrimiento… Llegan en barco, patera, tren, caminando… Llegan cargados de hijos, nietos, hermanos, abuelos… Cargados de personas, historias y esperanza, con pocas cosas.

Si alguno todavía está buscando a Cristo, me atrevo a afirmar que hoy está en cada uno de esos rostros, atrincherado en nuestras fronteras, mirándonos y pidiendo que tendamos la mano y amemos. Es la misma parábola del samaritano en versión siglo XXI, en versión gran formato, en la puerta de nuestra casa.

Hay que dar el paso. No esperar a ponernos de acuerdo. No mirarnos unos a otros. No. Dar el paso y darlo yo. Coger al hermano, llevarlo a casa y curarle.

Un abrazo fraterno