Condena o salvación (Juan 3, 13-17)

Hace unos días compartía en twitter una experiencia que, como padre, se da en innumerables ocasiones: cuando los dos niños mayores se acuestan, duermen en la misma habitación, les dejamos la puerta abierta un poquito para que la luz del pasillo no les deje en la total oscuridad. Ésto a veces provoca que tarden más en dormirse, que se levanten, que hablen… Y cuando voy, les amenazo con cerrarles la puerta y ellos me gritan: «¡No papá! ¡Por favor! ¡Una oportunidad!». Yo siempre respondo: «¡La última oportunidad!». Porque un padre siempre da una oportunidad más aún sabiendo que, casi con el 100% de probabilidades, el hijo o los hijos volverán a hacer aquello que les has pedido que no hagan.

Hoy leo el Evangelio y me viene a la mente esa anécdota, muy hilada con la primera lectura del pueblo quejicoso de Israel y el salmo. Dios hace exactamente lo mismo con nosotros. Eso nos enseñó Jesús.

Escuchar y releer y orar que «Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» es algo que marca nuestra fe, nuestra imagen de Dios y, como cristianos, como Iglesia, debemos ser portadores de esta Buena Noticia. Hay mucha gente que se siente condenada. Hoy hay una Palabra para ellos. Y para aquellos que lapidan a sus hermanos cada día.

Un fuerte abrazo

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