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¡Ay de los que estáis saciados…! (Lc 6,20-26)

En general, todos tenemos la aspiración de vivir tranquilos, sosegados, saciados. La cultura del bienestar del primer mundo ha traído mucha felicidad, mucha salud, mucho progreso, es verdad, pero, a la vez, nos ha alejado del dolor, de la muerte, del fracaso, de la dificultad, de la enfermedad… realidades que, creo, son inherentes a la existencia humana.

Cuando Jesús grita este «¡Ay de los que ahora estáis saciados…!», sabe lo que dice. Si hoy volviera a la Tierra, nos diría eso de «ya os lo dije», no sé si con cara de reproche o con cara de condescendencia. El caso es que a mayor nivel de bienestar, a mayor nivel de saciedad, menos Dios, menos fe. Algún amigo ateo me diría en este punto: ¿Me estás diciendo que un mundo sin Dios es necesariamente peor que un mundo con Dios? ¿Me estás diciendo que una persona sin Dios es menos feliz que una persona con Dios? Las respuestas no son sencillas y menos categóricas. Pero sin pretender ofender a nadie ni sentar cátedra, yo es lo que creo: sí, un mundo sin Dios es peor que un mundo con Dios.

No voy a ser tan demagogo de alentar a nadie a vivir en la miseria, en la enfermedad, en el subdesarrollo. Pero creo que se puede vivir suficientemente bien sin que eso implique tener nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro cuerpo… saciados. Se puede comer bien, sano y rico, sin tener que terminar con pesadez en el estómago y sin podernos levantar de la mesa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dejar, verbo difícil de conjugar (Mt 19,27-29)

No se puede seguir a Jesús sin dejar otras cosas. Dejar personas, dejar proyectos, dejar aspiraciones, dejar beneficios y comodidades, dejar tiempo… va todo incluido en el pack de seguidor de Cristo. Y todavía hay gente que no lo entiende. Yo el primero muchas veces. Porque pensamos que amar y seguir a Jesús puede ser compatible con amar y seguir a otras muchas cosillas del día a día. Pero no es así.

Cuando tengo que explicar esto a los niños pequeños, me asusta un poco. A veces pienso si alguno permanecerá al lado de Jesús sabiendo que tiene tantos «inconvenientes». Otras veces pienso que justamente este aspecto es lo que más atrae a los jóvenes: la locura y la radicalidad de dejarlo todo por Él. Pero me cuesta no vestir esto con cierta dulzura y suavidad. Y así vamos. Llevamos siglos intentando suavizar ciertas cosas del mensaje del Señor. Allí donde más se manipula, peor van las cosas. Allí donde se intenta ofrecer la radical oferta evangélica, mejor van.

Y es que nos pasa como con las dietas. Aunque sepamos que es por salud, eso de dejar de comer ciertas cosas o en determinados momentos, lo llevamos mal. Entre otras cosas porque lo vivimos como pérdida sin ningún sentimiento de ganancia. Pocos piensan en la salud que ganan y muchos piensan en lo que pierden. Con Jesús pasa igual. Pocos piensan en lo que ganan y casi todos medimos lo que perdemos. Que si amigos, que si libertad, que si posibilidades, que si comodidades, que si placer… ¿Y qué ganamos? Ni idea…

Yo hoy le pido al Señor que me ayude a conjugar el verbo dejar este verano; que varias veces al día no me importe ni me asuste repetir «Señor, esto lo dejo por ti»: Y a ver qué pasa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Le llevaban los enfermos (Marcos 6, 53-56)

Hay algo evidentemente distinto en sociedades anteriores y en la que nos ha tocado vivir. La necesidad, el deseo, las ganas… de algo que llenara sus vidas, de las palabras de Jesús, de la caricia de Dios que tocara los corazones. Hoy estamos demasiado llenos de cosas, de ruidos, de dinero… El llamado «estado del bienestar» ha traído mucha prosperidad pero tiene sus desventajas y es que se nos ha ido colando «la pachorra espiritual». Creo que hay la misma necesidad y la misma sed de siempre, porque los hombres y las mujeres somos seres trascendentes, pero desde luego hay mucha menos consciencia sobre ello. Vivimos de cara a la galería, desconectados de quiénes somos, de aquello que nos hace felices realmente… Estamos demasiado gordos, tenemos demasiadas vacaciones, muchos móviles, TDT’s, pantallas planas, iPod’s, músicas, cines, fútbol y cristianos ronaldos… Demasiado sordos y un tanto orgullosos de estarlos…

Ojalá sepamos más de nuestras «enfermedades» y seamos capaces de llegar o de ser llevados delante de Jesús.

Un abrazo fraterno

Como los demás pueblos (I Samuel 8, 4-22a)

A veces somos muy torpes las personas. A mi me pasa. Vivimos en una contradicción tremenda al querer tener a Dios como auténtico referente de nuestra vida y, a la vez, tampoco queremos ser muy diferentes del resto de personas y pretendemos vivir más o menos de acuerdo a las normas que marca el mundo en todos sus ámbitos. A veces esto es complicado. El consumismo, la comodidad, el estado del bienestar, el nivel económico y social, la proyección profesional… nos alejan de la libertad pese a vendernos lo contrario. Son «reyes» que nos esclavizan.

Sigue habiendo profetas que nos advierten de todo esto. Pero preferimos tapar las orejas y mirar adelante, como los burritos. Desde luego, Dios no lo va a impedir… Él sí que nos da libertad aunque sólo sirva para equivocarnos…

Un abrazo fraterno

Consolad a mi pueblo (Is 40, 1-11)

La sociedad en la que vivimos nos ha llevado a afrontar los días que preceden a la Navidad de una manera muy «occidental»: bienestar, vacaciones, comida, excesos, luces… Pero percibo que, a la par de todo esto, empieza a ser muy común en nuestra «manera y sentir occidental» vivir con cierta pena, con cierta aflicción, con demasiadas preocupaciones, con frustaciones… Esto no lo cura el bienestar. Tal vez es consecuencia de…
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Leer a Isaías hoy me impulsa a consolar. Ser bálsamo. Ser buena noticia. Ser verdadera felicitación navideña. Ser capaz de rebajar tensiones. Ser capaz de ser colchón y descanso. Ser capaz de escuchar. Ser capaz de abrazar y acoger. Ser capaz de mostrar a través de mi cuerpo toda esta disposición.

Un abrazo fraterno