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La samaritana: Jesús sale a tu encuentro (Jn 4,5-42)

No me parece un diálogo sosegado. Ni bucólico. Ni romántico. Ni el pozo, ni el agua, ni el cántaro, endulzan una conversación honda, profunda y, yo creo, tensa. No puede ser de otra manera. Cuando a una persona se le pone su vida delante, su sed, su fracaso, su anhelo profundo… todo se remueve en su interior, todo se tambalea aunque sea para colocarse luego.

No sé si Jesús tenía sed de la fe de esa mujer. San Agustín así lo dice: «Aquel que pedía de beber, tenía sed de la fe de aquella mujer». No seré yo, pobre de mí, quién lo contradiga. Pero a mí me sugiere más, cuando me meto en la escena, un Jesús que provoca un encuentro y un diálogo que, de no ser por su «dame de beber», nunca se hubiera producido. Jesús sale al encuentro de cada uno de nosotros. Nos espera aquí o allá. Se hace el encontradizo. Ahora o más tarde. Pero ese encuentro llega cuando alguien busca saciar su sed más profunda.

Jesús es el auténtico pozo de donde sacar agua. Jesús se presenta así mismo como el pozo cuya agua sacia la verdadera sed, cuya agua nunca se agota. ¿De dónde suelo beber yo? ¿Adónde suelo ir a buscar felicidad, cariño, seguridad? ¿Dónde pongo mis anhelos?

Cuando la mujer se enfrenta a su vida de «quiero y no puedo», de fracasos, de compromisos rotos, de anhelos frustrados, de preguntas sin respuestas… es cuando Jesús desvela su identidad. No antes. Todos debemos hacer nuestro camino hacia adentro. Todos debemos mirar nuestra vida, ser conscientes de nuestras búsquedas, de nuestra insatisfacción, de nuestro anhelo de felicidad auténtica, de nuestro pecado. Sin ese viaje… ¿puede Jesús presentarse como Salvador? ¿Puede presentarse como «el agua que quita la sed» a alguien que no tiene sed? La samaritana, y yo, debemos tomar conciencia de nuestra sed para luego reconocer al Salvador y acogerle.

Precioso es el final del relato. Una lástima que sea recortado en la liturgia de hoy. La mujer vuelve a su pueblo y dice: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Es un ejemplo de evangelización y de apóstol. No habla de Dios. No habla sobre Dios. No habla sobre ella. HABLA SOBRE LO QUE DIOS HA HECHO CON ELLA, SOBRE LO QUE DIOS SABE DE ELLA. No habla de un Dios teórico, alejado de la vida, presente en libros y doctrinas. Habla de un Dios con el que se ha encontrado, de un Dios que la ha amado, de un Dios que le ha cambiado la vida.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La notoriedad de la pureza (Mt 20,17-28)

Me alegra ver que la Iglesia cada vez está más presente en las redes sociales. Cada uno, con su carisma, aportando luz en lugares donde, normalmente, es fácil ver desprecio, insultos y críticas desmesuradas. Ir hoy a las redes es también «subir a Jerusalén» de alguna manera. Es más fácil, sin duda, no ir.

Pero en este mismo movimiento, como los discípulos en su momento, nos vemos delante de tentaciones sutiles que provocan también entre nosotros salidas de tono. Ese «querer ser más» de entonces, que leemos en el Evangelio, sigue muy presente en mucho de nuestro ser creyentes. Por eso vemos cada día a curas, laicos y monjas cuestionando a otros muchos hermanos en pos de la pureza, la tradición, la renovación o vaya usted a saber. Hablan de ellos mismos aparentando hablar de Jesús y se promueven a ellos mismos con la sutileza de aquellos que piensan estar siendo «los mejores discípulos».

El tentador es inteligente y sabe jugar sus cartas. Mientras, nosotros, seguimos sin enterarnos de mucho.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Padre? ¿Nuestro? (Mt 6,7-15)

Leyendo cómo algunos viven la Cuaresma, bien parece que estamos siendo probados por un Gran Hermano. ¡Qué agobio! Retos, pruebas, superaciones… cualquier día empezamos con las clasificaciones y los récords del mundo. Cuánto nos cuenta acoger el don y agradecer lentamente, sin prisa, ser hijos de un Padre como el que tenemos.

«Abbá» sigue siendo manera sacrílega de tratar al Todopoderoso. Alguno diría hoy que es un término que desacraliza al Absoluto. Así estamos, Señor. Yo, mientras, voy descubriendo cada día más la importancia de saberme querido y cuidado por Ti.

Me preocupan más mis hermanos. A veces me olvido de ellos, ¿sabes? Me quedo con los que tengo cerca, con los que no son incómodos y, sencillamente, acepto que otros… anden casi huérfanos por el mundo. Me ruborizaría que te me presentaras delante y me preguntaras por tantos… ¿Cómo hacer más? ¿Cómo amar más?

Padre nuestro… aliméntame, perdóname, protégeme.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Dios quiere que seamos tentados? (Mt 4,1-11)

La primera frase del Evangelio de hoy es desconcertante:

» Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo»

En varios lugares de la Biblia se nos dice que no, que las tentaciones nunca vienen de Dios sino del Maligno, con el objetivo de enredar, destruir, confundir, alejar de Dios. Lo que sí es de Dios es el Espíritu que habita en Jesús, un Espíritu que le llama y le empuja, tras su bautismo en el Jordán, a cambiar su vida y a comenzar su misión.

El desierto no es un espacio físico. Posiblemente todos lo atravesamos cuando movidos por el Espíritu, afrontamos la decisión de hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas. El Espíritu, que no se ve, y que nos habla en el Misterio, nos empuja a poner nuestra vida al servicio, a responder a nuestra vocación de hijos de Dios. Y ahí, en la frontera, en el precipicio, en el desierto existencial al que nos enfrentamos antes de dar la vida para perderla, uno debe estar dispuesto a ser tentado.

La tentación siempre tiene por objeto que dejemos de ser lo que somos, que perdamos nuestra condición de hijos, de criaturas hechas a imagen y semejanza de su Padre; que dejemos de amar a nuestro Señor sobre todas las cosas.

Quien ama siempre se encontrará con la tentación de dejar de amar. Llegará en el momento justo, en el instante supremo de debilidad, en la cúspide de la entrega, en la dificultad máxima. Somos probados, sí, y a la vez, nos encontramos con la oportunidad de demostrarnos la grandeza de nuestro corazón, la fuerza del Dios que vive en nosotros.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Acoger el don, pese a los fariseos (Lc 5,27-32)

Soy exigente con los demás y sí, muchas veces me creo mejor que otros. Es parte de mi pecado. Ese aire de soberbia que me impide descubrir el pequeño tesoro de personas a las que, sencillamente, considero alejadas de Jesús.

El evangelio de hoy es para mí ciertamente desconcertante, teniendo en cuenta que no es Leví (Mateo) quién toma ningún tipo de iniciativa de seguir a Jesús. El único mérito de Mateo, y no es pequeño, es dejarse mirar y acoger el don del perdón y la confianza total del Señor.

Ayer mismo, en el cole, tuve una conversación con una alumna a la que, pretendiendo reconocerle el trabajo que estaba haciendo, me acerqué y le expresé lo bien que la veía en clase y en la asignatura. Su respuesta fue un «sí pero no», un «gracias pero no es para tanto», un rostro que no se acababa de alegrar con mis palabras. ¡Cuánto nos cuesta a veces acoger el don inexplicable!

Demasiado fariseo me siento a veces. Juzgador, desconfiado, exigente, viéndome como ejemplo. Eso me entristece, porque no quiero ser así. El Señor tiene que venir y tocar también mi corazón, como el de Mateo. Aquí estoy, Señor. Ven.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ayuno con amor (Mt 9,14-15)

Hay novedad. Si Jesús ha llegado a tu vida, hay novedad, hay alegría, hay derroche, hay don. Jesús marca claramente las distancias con el grupo de Juan el Bautista. Hoy, en la lectura, se percibe esa diferencia entre discípulos de uno y de otro. Juan el Bautista y los suyos parecen ayunar para estar preparados para la llegada del Reino. Es el «conviértete para que llegue el Reino» que proclama el Bautista. Jesús da un giro y su «puesto que el Reino ha llegado, conviértete» empapa también al ayuno y al resto de la Ley.

Y en eso quiero centrarme hoy. En tomar conciencia de la presencia de Jesús en mi vida. Y en la novedad que trae cada día. Porque ser consciente de su presencia y de su acción en mí, será el motor para todo lo demás. Un ayuno sin Jesús no tiene sentido. Un ayuno que no parte del don previo de su encarnación, de su vida, de su amor… ¿qué sentido tiene? Jesús da sentido a todo. Me da la fuerza para afrontar mi trabajo como misión, me regala la alegría que se desborda entre los que me rodean, me da la fuerza para sostenerme en los rincones del camino más torcidos y oscuros. Jesús me abraza, ha venido a por mí y me ama pese a mis pecados y mi dejadez, mi olvido, mi traición.

Por eso ayunar tiene sentido hoy. Por eso hoy quiero participar de eso. Por eso quiero no perder el centro y dejarme llevar por sensaciones y satisfacciones que parecen sustituir muchas veces al Señor. La sobreabundancia de Jesús me da la vida. La sobreabundancia del bienestar del mundo, me atora y me consume.

Un abrazo fuerte – @scasanovam

Discípulo en ¿tres sencillos pasos? (Lc 9,22-25)

Conviértete en discípulo de Jesús en tres sencillos pasos: olvídate de ti mismo, carga con tu cruz cada día y sigue a Jesús. ¿Sencillos? Vaya locura en este mundo de éxitos e influencias.

El primer paso ya resulta complicado para mí. Olvidarse de mí mismo. No ponerme de primero. No elegir según mis criterios y conveniencias. No estar pendiente de lo que necesito sino de lo que necesitan los demás. No intentar poner mi palabra por encima. Escuchar a la comunidad y arrodillarme para servirla. Se me pide pequeñez en mi día a día. Humildad. Y nadie se hace humilde sin ser humillado. ¡Cómo me cuesta esto!

El segundo paso es cargar con mi propia cruz. Y hacerlo cada día. La cruz es algo cotidiano si seguimos a Jesús. Está bien que cofrades y cargadores se entrenen las semanas previas a Semana Santa para cargar los pasos y las cruces. Pero en la vida, la cruz no va de eso. No se trata de entrenarme y cargar con la cruz una semanita. Se trata de hacerlo un día y otro día y otro día. Se trata de hacerlo, la mayoría de las veces, contra tu voluntad; sencillamente porque uno descubre que es la voluntad de Dios. Es cargar con esos defectos que te amargan y quieres cambiar, es cargar con las molestias que te suponen los compromisos adquiridos, es cargar con las consecuencias de vivir consciente, es cargar con las miradas, las ofensas y las burlas que te trae seguir al Maestro, es cargar con la enfermedad, el dolor y el pecado de uno y de muchos…

El tercer paso es seguir el camino marcado por el Señor, que es un camino de subida a Jerusalén, un camino de salvación que incluye el encuentro con aquellos despojados de la tierra, con los que sufren, con los que nos incomodan. Es el camino de buscar la plenitud de la Ley, de tener ratos de intimidad con el Padre, de hacer comunidad, de apartarse de polémicas políticas y sociales que no importan nada, de partirse y repartirse…

Como dice la primera lectura, toca elegir. Cuaresma es el tiempo ideal para ello.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Postureo cuaresmal (Mt 6,1-6.16-18) – #MiércolesDeCeniza

Vamos, que deje el centro a Otro. Que me baje del pedestal. Que me sitúe en la periferia. Que baje un poquito los humos y levante la mirada para mirarle a Él.

Hoy comienza una Cuaresma que creo que, en mi caso, va a ser la Cuaresma de la Humildad, en este camino del descentramiento que el Señor me ha llevado a transitar desde hace algún tiempo. Me reconozco demasiado en «esos» que buscan aprobación, que buscan las luces y las cámaras, que lucen traje y se creen los protagonistas. ¿Por qué? ¿Qué necesito en el fondo y dónde lo estoy buscando?

El Señor me llama a transitar el camino de la humildad para despojarme de mi máscara de prepotencia y seguridad que me permite afrontarlo todo. Si busco tantas veces la aprobación, en el fondo, es porque necesito la caricia, la constatación de que sirvo, de que lo hago bien, de que soy útil, bueno, listo… El Señor quiere que deje de buscar recompensas de fuera y descubra, de una vez por todas, las recompensas de su mano.

Es hora de concretar una oración, un ayuno y una limosna potentes para esta Cuaresma. Comprometerme a rezar más, todos los días. Comprometerme a estar al servicio de los demás sin esperar ser siempre complacido. Y comprometerme a ayunar de trabajo, de presencia digital, de todo aquello que alimenta mi ego. Terminar el día, sencillamente, acostándome pronto y compartiendo lectura con la mujer que Dios me ha regalado.

Vamos allá. Es hora de rasgar el corazón.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El perdón injusto de Dios (Lc 6,36-38)

En una clase de Antropología Teológica, hablando de la gracia y del perdón, recuerdo que el profesor nos ponía un ejemplo muy visual y fácil de entender: pensemos que todos queremos entrar a una obra de teatro que es lo máximo. La entrada vale 60 euros. Cuando yo llego a la entrada, compruebo que no llevo dinero suficiente. Me faltan cinco euros. Pero a la persona de al lado le pasa lo mismo. Peor. Le faltan 40 euros. Sorprendentemente, el dueño del teatro, que baja a comprobar cuál es el problema, nos deja entrar a ambos. Aunque me siento agradecido, le comento que me parece injusto que ambos podamos ver la obra cuando a la otra persona le falta más de la mitad de la entrada por pagar. El dueño me responde: no te quejes. Ninguno teníais el importe suficiente, así que a ti también te ha sido regalada.

La misericordia de Dios no es simétrica, no va en función de nuestros méritos o de lo que nosotros hayamos conseguido. A nosotros nos parece injusta muchas veces porque tenemos metido en la sangre que hay que dar más a quién más aporta. Pero el perdón de Dios es otra cosa. Si fuéramos juzgados por nuestros méritos… ninguno, ni tú ni yo, mereceríamos levantar la cabeza. Si la levantamos es porque, siendo hijos, nos sabemos profundamente amados, profundamente perdonados. Vayamos y hagamos lo mismo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Dónde está Dios? #elementalqueridoWatson

Nuestras obras. Las obras de los demás. ¿Es tan importante lo que hacemos? ¿O es más importante creer y tener fe? En la Palabra uno puede encontrarse ambas cosas y posiblemente ambas son necesarias. Pero el Evangelio de hoy me plantea algo que va más allá de lo que pueda parecernos a priori.

Jesús apela a sus obras para demostrar que Dios vive en Él. Sus obras buenas hablan de Dios. Esto implica que Dios vive, está, en el bien que se puede hacer porque Dios es el Bien mismo, el origen y final de todo.

¿Cómo cambia mi día a día el Evangelio? Pues debería llevarme a reconocer el Dios que vive en lo bueno que hacen las personas, incluso aquellas que se manifiestan alejadas de Dios y de la Iglesia. Dios vive en sus obras. Dios vive en el amor por sus hijos o por su pareja, en la excelencia en su trabajo, en el compromiso que tienen e una ONG, en la escucha desinteresada a su anciano padre, en la visita a un enfermo un día de descanso, en la manera de tratar a los de su alrededor… Dios se manifiesta también a través de aquellos que no lo ven o no lo reconocen.

Si mi mirada se centra en eso y no en otras cosas, me será más fácil entablar diálogo, salir al encuentro, tener un lugar desde donde construir juntos… ¡No me digas que no se abre un mundo de posibilidades! ¡¿Te imaginas el bien que se puede hacer?!

Y cuando llegue el momento, habrá que decir: «Ese bien que haces, es Dios mismo… Lo tienes más cerca de lo que te crees«… Y a ver qué pasa.

Un abrazo fraterno

lampara