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La ternura de Dios (Sal 102,1-2.3-4.8-9.11-12)

Leo el salmo que nos ofrece la Palabra del día y pienso inevitablemente en Santiago Uno, en sus chicos y en sus educadores. Pienso en la cantidad de veces que le oí al director de la casa decir que lo que hacemos en ella es recuperar la ternura en la vida de aquellos que han sido tratados con desamor y que, ahora, son descartados por una sociedad que mira hacia otro lado y los trata, o como culpables a los que acusar o como víctimas de las que compadecerse.

Es verdad que muchos de los chicos que están con nosotros no son creyentes. Para muchos, la experiencia de Dios es algo desconocido. En cuanto empiezas a rascar, compruebas que no es así. Al final descubrir a Dios es saborear el perdón, sentir que las heridas comienzan a cicatrizar, paladear la ternura que se lleva en el corazón, rescatar la propia vida de la fosa. ¡Qué maravilloso es Dios, que cree en cada uno y que lucha por cada uno, para que cada uno se salve!

Cuando el Papa Francisco habla de todo esto, alguno le mira con cara de descrédito, incluso desdén. Muchos querrían hablar de grandes teologías, de morales infumables, de culpas, pecados, castigos… de un mundo que ha delinquido y que ha desagradado a Dios. Hay mucha verdad en todo ello, pero el Papa, como el salmista, prefiere poner el foco en la acción poderosa y maravillosa de un Dios todo amor. Prefiere hablar de ternura y misericordia, más que de pecado. Prefiere hablar de la curación más que de la enfermedad. Y de la luz más que de la oscuridad. En Santiago Uno también es así.

La ternura de Dios es lo que nos sostiene, lo que nos empuja, lo que nos recrea y lo que nos lleva a parecernos a Él.

Un abrazo fraterno – @scasanovam