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¡Cuántas veces renegamos de las promesas de Dios! (Nm 13,1-2.25–14,1.26-30.34-35)

¡Cuántas veces renegamos de las promesas de Dios! Piénsalo. Yo estoy seguro que muchas. Leer el pasaje del libro de los Números de hoy me lo ha recordado.

Vamos a hacer un brevísimo resumen de lo que nos cuenta la palabra: Israel es un pueblo que vive sometido en Egipto, un pueblo de esclavos. El Señor escucha los lamentos y el sufrimiento de su pueblo. Moisés es enviado a Egipto para liberar a su pueblo. Dios consigue liberar a Israel y lo pone en camino hacia la tierra prometida. Moisés guía a su pueblo pero el camino no es fácil. De manera cíclica, durante este viaje, el pueblo se queja a Dios por todas las dificultades que tiene que sufrir. Dios se enfada con su pueblo. Moisés intercede siempre y Dios sigue apostando. ¡Vaya viajecito! ¡Nada muy diferente a los viajes con niños que los que somos padres hemos tenido que «disfrutar»!

Y llegan a la tierra prometida. Dios cumple su promesa. Y comprueban que efectivamente es una tierra maravillosa «que mana leche y miel». Pero les entra el pánico porque es una tierra ocupada y habrá que luchar. Y deciden ¡rechazar la promesa y no entrar! ¿Conclusión? Cabreo monumental del Jefe y a vagar cuarenta años por el desierto…

¿Y nosotros? ¿Vivimos también de espaldas al don? ¿O es que pensamos que las promesas de Dios se cumplen sin luchar, que están exentas de dificultades? ¿Decidimos también dar la vuelta? ¿Somos capaces de hacerle el feo a Dios y dejarle plantado con sus regalos? Creo que sí.

Nos quejamos mucho de que Dios a veces no responde, no se hace presente en nuestra vida o nos lo pone muy difícil. Somos iguales a aquellos israelitas a los que el camino se les hacía largo y difícil. Y es que lo es, sin duda. Esta vida se hace larga y muy difícil. Pero Dios nunca abandonó a su pueblo y nunca nos abandona a nosotros, pese a todas nuestras terquedades, cabezonerías e indignidades.

Dios cumple sus promesas. ¿Qué promesas te ha hecho a ti? ¿Cuál es la misión te ha encomendado? ¿Cómo es la tierra prometida te ha regalado? ¿Y cuál ha sido tu respuesta? ¿Estás dispuesto, dispuesta, a luchar por ella? Que sea don, o regalo, no implica que uno no tenga que luchar. Mucha de la lucha es interior y va de aceptar, de agradecer, de acoger, de dejarse querer, de abajarse, de saberse criatura y no dios…

Entremos, no nos equivoquemos. Entremos en la tierra prometida. Dios está de nuestro lado. Y disfrutémosla.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Acuérdate del Señor (Dt 8,7-18)

Hoy es uno de esos días en los que hay una Palabra que no me pide comentarla. Me pide leerla. Una y otra vez. Una y otra vez. Leerla. Despacio. Leerla y dejar que entre, que empape toda mi sequedad y que seque toda soberbia. Una Palabra que habla de promesa, del plan que Dios tiene para ti, para mí. Una Palabra viva para un mundo endiosado, que se ha olvidado de mirar al cielo y agradecer a su Creador todo lo recibido. Aquí os la dejo:

«Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura, tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada, tierra que lleva hierro en sus rocas, y de cuyos montes sacarás cobre, entonces comerás hasta hartarte, y bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado. Pero cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te mando hoy. No sea que, cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres, para afligirte y probarte, y para hacerte el bien al final. Y no digas: «Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas.» Acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te da la fuerza para crearte estas riquezas, y así mantiene la promesa que hizo a tus padres, como lo hace hoy.»

El alzheimer del cristiano (Salmo 105)

Qué Salmo el de hoy… Reproduzco alguna frase:

– «… no comprendieron tus maravillas»muertedesierto
– «… pronto olvidaron sus obras»
– «… no se fiaron de sus planes»
– «… tentaron a Dios»
– «… se olvidaron de Dios, su salvador»

Que sensación más escalofriante. ¿Haré yo esto a veces? ¿Me olvido de Dios? ¿Dejo de fiarme de Él cuando llego al desierto? ¿Olvido? Buf, qué mal rollo… Olvidar… Seguro que lo hago cuando llegan los tiempos duros. También como pueblo lo hacemos, como Israel, como familia… Nos quejamos y miramos a Dios con desprecio cuando nos toca la enfermedad, el dolor, el sinsabor, el desconcierto, la aridez. Olvidamos. Olvidamos todas las bendiciones anteriores y dejamos de comprender.

Jesús nos lo puso más fácil. Jesús fue como uno de estos manuales para tontos. «The Kingdom for dummies»… algo así… Ya no fue Israel sino Él mismo el que lo experimentó. Él mismo experimentó el desierto, la tentación, el abandono, la traición, la desesperación, la soledad, el rechazo, la persecución, la cruz… Lleno de pedagogía, Dios nos mostró con el Cristo, con su Hijo, el camino hacia la tierra prometida, la Resurrección. Y en ese camino hay desierto y soledad y dolor y persecución y cruz… y muerte. 

Parece que cuando Israel salió de Egipto se esperaba un camino de rosas, propio del estado de bienestar actual. ¡Bien! ¡Qué majo es el Señor que nos libera y nos promete! No se esperaba un camino largo, duro y, a veces, desconcertante.

Señor, ayúdame a no olvidar, a fiarme, a mantener mis ojos fijos en ti en la calurosa aridez y soledad del desierto.

Un abrazo fraterno