No tengáis miedo (Lucas 12, 1-7)

Ayer escribí el microrrelato de La rosa y el miedo por numerosas razones. Hoy me encuentro este Evangelio y, nada menos, mientras suena el Allegretto de la 7ª Sinfonía de Beethoven… Es un regalo. No puede ser otra cosa.

Dios hoy me habla, ¡me grita! Dios hoy me consuela y me abraza, me dice «te quiero». Me recuerda que soy su criatura más preciada, obra de sus manos. Me recuerda que estoy bajo su protección. Dios hoy me funde contra su pecho y mirándome a los ojos me dice que no tenga miedo.

Sinceramente, me embarga la emoción. Es una Palabra directa en un momento concreto. Quien tenga oídos, que oiga…

Un abrazo fraterno

Enviados (Lucas 10, 1-9)

Dos objetivos principales: curar enfermos y anunciar la Buena Noticia.

Desprovisto de toda seguridad mundana. Con la mirada fija en Él. Con el corazón lleno de amor y de paz. Consciente de que hay «lobos» que intentarán comerme y hacerme desaparecer. Seguro de que no se me recibirá en todas partes. Con la certeza de que no voy solo y de que el Señor proveerá lo necesario para que yo pueda ser testigo fiel de Aquél que me envía.

Da un poco de miedo, de vértigo. No soy tan fuerte, ni tan valiente. Tengo miedo de los míos, pienso en los que me quieren. ¿Qué pasará conmigo si el Evangelio me trae problemas? ¿Qué pasará con ellos? Me entran las dudas, la tentación… ¿Y si doy la vida por nada?

El mandato es claro. Y Jesús es lo primero. Partiré. Parto cada día.

Un abrazo fraterno

¡Ay de vosotros, maestros de la Ley! (Lucas 11, 42-46)

Lo primero que ven los cardenales, cuando entran a la Capilla Sixtina para el cónclave de elección de nuevo Papa, es el Juicio Final de Michelangelo. Es una llamada, una advertencia, un recordatorio: ellos también serán juzgados y se les pedirá cuenta de todo lo hecho en su vida, en función de quienes son.

Hoy quiero elevar mi oración por todos los que ejercen algún tipo de «magisterio» en la Iglesia: empezando por el Santo Padre, cardenales, obispos, prebíteros, provinciales, asistentes, catequistas, etc., etc., etc. Porque deben ser, sabiendo que son personas pecadoras como todos, testigos ejemplares del Evangelio. Para que alcancen la felicidad sirviendo, desde su vocación específica, al Reino. Para que no sean mensajeros de cargas y pesos sino liberadores y sanadores. Para que su vida sea coherente y llena de Dios.

Para que sean santos.

Un abrazo fraterno

Lo único que cuenta (Gálatas 5, 1-6)

La carta a los Gálatas es especial para mi y para toda la comunidad a la que pertenezco desde hace 10 años. La Palabra que trae hoy a mi oración es preciosa y de una hondura particular.

Libertad. La tan ansiada libertad por la que tanta gente lucha, a la que tantos aspiran, la que muchos pierden… «Cristo nos ha liberado» dice Pablo y me río al pensar la percepción de mucho perseguidor que, considerándose él mismo libre, se piensa que la Iglesia y la religión oprime. Si la Iglesia oprime, si la religión oprime, es que se ha alejado de Cristo. Jesús LIBERA SIEMPRE.

¿La clave? Yo la encuentra en la última frase del fragmento de hoy: «una fe activa en la práctica del amor». ¡Uf! ¡Qué precisión! FE, PRÁCTICA y AMOR. Las tres cosas son necesarias: creer en Cristo Salvador, Dios y hombre verdadero, y poner en práctica lo que esa creencia implica: que el amor es el único camino hacia la verdad, hacia la vida, hacia la auténtica libertad, hacia Dios. No hay más. NO HAY MÁS.

Un abrazo fraterno

La mejor parte (Lucas 10, 38-42)

Sin duda, siempre habrá cosas más importantes que hacer. Pero no más importantes.

Sin duda, siempre habrá tareas pendientes. Pero ninguna tan beneficiosa.

Sin duda, a veces pensaremos que «haciendo» somos más útiles. Pero muchas veces es «contemplando» al mismo Dios como simplemente «somos».

Sin duda… Pero sólo Él es la mejor parte: el Camino, la Verdad y la Vida.

Un abrazo fraterno

¿Quién es mi prójimo? – (Lucas 10, 25-37)

Es una pregunta recurrente. Y la verdad es que no sé por qué. Jesús creo que lo dejó clarísimo con su parábola del samaritano. Y también lo dejó claro Benedicto XVI en su encíclica de «Dios es amor«. Mi prójimo es todo aquel que me encuentro en el camino. Todos. No sólo los conocidos. No sólo la familia. No sólo los vecinos. No sólo el pobre de la puerta de la Iglesia. No sólo los amigos. No sólo los hermanos de comunidad. Todos ellos. Sin exclusión. Cualquier hombre y mujer que, en mi camino, me encuentre sufriente, herido, alejado, perdido… es mi prójimo necesitado de ayuda, es mi prójimo, Dios mismo.

Uno de los cambios que experimentó mi corazón y mi mente al leer «Deus caritas est» es la convicción de que, como apóstol de Cristo, estoy llamado más a atender al prójimo concreto que a cambiar las grandes estructuras del mundo. Tal vez lo segundo sea una consecuencia de lo primero. Lo que no tiene sentido es que pase de largo ante un hijo de Dios que sufre porque estoy dedicado a «cosas mayores». Al que tiene hambre, debo darle de comer. Al que está enfermo, debo acompañarle y cuidarle. Al que necesita escucha debo procurarle mi oído y al que no es capaz de caminar, ofrecerle mi apoyo. Aunque tenga que desviarme de mi camino por un tiempo, prima el amor al prójimo. Siempre. Lo contrario es un error. No es lo que enseñó Jesús.

Salgamos a la calle y seamos capaces de mirar y ver. Yo el primero.

Un abrazo fraterno

Acuérdate del Señor, tu Dios (Deuteronomio 8, 7-18)

La primera lectura de hoy es tan… cierta, a veces. Es como si Dios fuera el repositorio de nuestras quejas y problemas. Le pedimos, le rogamos, queremos que nos evite dolor, que cambie nuestras circunstancias, que nos salve de alguna manera… y cuando las cosas empiezan a ir bien, olvidamos a Dios.

¿Le ha pasado esto a Occidente? ¿El bienestar aleja de Dios? ¿No puede ser de otra manera? Pues lo cierto es que no lo sé. Pero sí parece claro que cuanto más rico es uno, mejor le van las cosas, más prósperamente vive, etc. más se aleja de su Padre. ¿Es propio del ser humano esta actitud? Pues no lo sé… Yo intento que en mi vida no sea así. Intento ser agradecido cada día por lo mucho que tengo, de lo mucho que amo y que me aman, de lo muy afortunado que me siento. Pero es verdad que cuando uno se llena de cosas… tal vez no quede sitio para Aquél a quién acudimos en tiempos de oscuridad.

Un abrazo fraterno

¡Poneos en camino! (Lucas 10, 1-12)

Sí, la mies es muchas y somos pocos los obreros.

Sí, correcto. Ahí afuera, en el mundo, hay lobos que querrán comernos. Y nosotros no somos como ellos.

Sí, hay que dejarlo todo. Nada de seguridades ni protecciones. Nada de alforja, sandalias… Tendremos hambre, nos saldrán callos en los pies y nos llenaremos de suciedad.

Sí, buscarás a quien te acoja y te sentirás en casa. También mereces que te cuiden, que el Padre se sirva de personas concretas para cuidarte, alimentarte, descansar…

Sí, predica el Reino. Si, acepta el rechazo. Sí, permanece fiel.

¡Pero ponte en camino! No esperes más. ¡Movimiento! El Espíritu mueve y si no mueve… no es el Espíritu. El encuentro con Jesús moviliza y dispone, te pone en marcha y, si no lo hace, el encuentro no se ha producido.

Como está inscrito en piedra a la entrada del albergue de O Cebreiro, en el Camino de Santiago… «¡SEMPRE NO CAMIÑO!»

Un abrazo fraterno

¿Mirar atrás? No vale… (Lucas 9, 57-62)

Es la espiral del «ahora no es el mejor momento». Conozco unas cuantas personas que funcionan desde aquí. Personas a las que nunca les viene bien asumir compromisos porque están estudiando. Otros no se casan porque laboralmente nunca es el momento. Otros no tienen hijos porque el momento presente está lleno de incertidumbre, de inseguridad. Y así, hasta el infinito.

Jesús se muestra en este tema muy firme. Quién no está dispuesto a «dejar» para unirse a Él, no vale para construir el Reino. No valen las palabras ni los deseos. No valen las frases bonitas, las emociones, las lágrimas… Si hay cosas que te atan lo suficientemente como para no abandonarlas… es que el Señor no es el centro de tu vida.

Recuerdo haber tenido hace un poco una conversación con una persona muy sabia, religiosa. Acudí a ella en un momento de confusión tremenda y necesitaba sacarlo afuera, hablarlo, que me escucharan y me iluminaran. Quedé impactado por su clarividencia: Jesús es el centro, lo primero. Nada pasa por encima. Ni los hijos, ni el matrimonio, ni el trabajo, ni la comunidad… Toda decisión debe situar a Jesús en el centro, en primera línea. Me conmocionó su respuesta.

Mirar atrás no vale. Ni a otro lado. Ni poner excusas. O sí o no. Así de fácil. Así de duro.

Un abrazo fraterno