Una nana para la rosa

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Mi rosa no está en su mejor momento. Yo la riego, la pongo al sol, cambio el biombo de orientación varias horas al día… pero no consigo que recupere su vigor y ese rojo vivo que tantos insectos atrae al final del día.

Ella, cada mañana, despereza sus pétalos lentamente, como si una invisible capa de aire pesara sobre ellos, me mira y me dice que puede, que no me preocupe, que sabe lo que le pasa y que espera en unos días estar mejor. Pero no es posible no preocuparse por ella. ¿Cómo puedo hacer eso?

Intentaré que el agua esté más fresquita, que los rayos del sol lleguen a ella con más suavidad, que el biombo la deje ver más allá de las estrellas y que piense que nada de eso es por ella. Y por las noches, mientras intenta dormir, le cantaré una nana desde el rincón más escondido de mi pequeño planeta.

El alivio de mi rosa

Pensé que la había perdido y que nunca más podría mirarle a los ojos. Mi viaje me había llevado tan lejos que, por un instante, creí olvidarme de su fragancia cuando, sentados uno frente al otro, simplemente nos deleitábamos con nuestra amistad.

Ayer me la encontré, escondida entre muchas otras rosas. Estaba temerosa y, en cierta manera, algo irreconocible. ¿Tal vez el miedo a que le arrancaran sus pétalos? ¿Tal vez el miedo a pincharse con las espinas de alguna otra rosa cercana? Yo la reconocí al instante.

Reconozco a mi rosa porque ella me reconoce a mí. La amistad, al final, todo el amor, es un juego de mutuo reconocimiento. Mirar a unos ojos ajenos y descubrir que te están mirando… ¡¿hay algo más maravilloso?! Susurrar y comprobar que vuelve otro susurro de vuelta. Hablar y saber que, ahí, al otro lado, alguien te deja descansar escuchándote…

Ver a mi rosa me ha aliviado. Ella siempre lo consigue. Por eso la quiero. Con ella, soy yo.

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Mi rosa… mi amiga

Cuando llega la noche, pienso en ti. En tu planeta se ha ido la luz y las plantas han dejado de crecer.

Sentado en esta hamaca que tanto me gustaba de niño, visualizo tu carita y, con cariño, te tomo el rostro entre las manos para darte algo de calor. La oscuridad ha enfriado esos ojillos chisposos y simpáticos con los que ganas todas las batallas…

Yo también sé lo que es el frío y la negrura, esa niebla pesada que parece que todo lo cubre. Precisamente por eso, sé que todo eso es caduco, se va, muere, y un día, tal vez mañana o pasado, el sol vuelve a despertarse de su letargo.

Qué lejos estoy de ti, rosa, y a la vez que cerca me siento. Bien mirado, la negrura nunca será total mientras tú y yo sigamos siendo amigos. Duerme en paz. Hasta mañana.

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La rosa eres tú

rosaaaaHoy escribo pensando en ti. Tú eres la rosa. Tú eres a quién cuido con mimo y a quién busco en la noche. Tú eres el sentido y la imagen viva de todo aquello por lo que quiero seguir luchando.

No siempre ha sido así. Cuando la oscuridad lo cubre todo, uno se equivoca de sendas y elige mal el camino en los cruces. Cuando la oscuridad lo convierte todo en irrespirable, uno puede hasta equivocarse de rosa. Y protege con su biombo a sombras, a espectros, a deseos, a enredos imaginarios y cautivadores. Es por eso que conviene no separarnos cuando nos envuelve lo oscuro.

La rosa eres tú. Mi rosa. Por la que me preocupo. Por la que sufro. Por la que lloro. Por la que muero.

Mi rosa y los insectos

A veces en la rosa se posan insectos. No la quieren mal pero le molestan. Ella se incomoda con su presencia y, hasta que no desaparecen, mi rosa se comporta como si fuera otra.titeresprinci1

Yo sé que su comportamiento está condicionado y no le tomo en cuenta su mal humor. Pienso que todos tenemos derecho a revolvernos cuando lo incómodo se hace presente en la vida. No todos reaccionamos igual y ella, simplemente, lo hace a su manera. No ha sido fácil darme cuenta de que lo que me sirve a mi para salir del bucle de mi propio enfado… a ella le enfada todavía más.

Ahora, cuando llegan los insectos, me limito a abrir las ventanas y ventilar nuestro planeta. Espero en silencio respetuoso hasta que el último de los bichos ha desaparecido. Entonces, me acerco y abrazo a mi rosa. Ella, entonces, recupera la sonrisa y me besa.

El cumpleaños de la rosa

el_principito_y_la_rosa_by_lebzpelLa miro y está igual de guapa que siempre.

– ¿Por qué después de tanto tiempo sigues siendo la más bella? – le pregunto.

– Porque soy amada. Cuando te aman y te abandonas al amor, todo cobra un brillo especial. Envejeces sabiendo que más allá de tus ojos hay otros que te embellecen cada vez que te miran.

Mi rostro se viste, condescendiente, de admiración. Tantos años juntos nos habían convertido en imprescindibles el uno para el otro. La beso en silencio y sin palabras, con apasionada ternura.

Ella cumple años sabiendo que el tiempo que se va engrandece la historia que nos sostiene…

La rosa y el miedo

La rosa a veces tiene miedo. Ella me lo dice cuando ya no es capaz de soportarlo y su cuerpo se contrae y se enfría. Es entonces cuando me busca, cuando sus ojos temerosos anhelan reposo en los míos.

Yo la abrazo y la acerco a mi pecho, sin decirle nada. El miedo no se pasa con palabras, sólo el amor es capaz de alejarlo. Sólo el calor. Sólo la luz. Sólo el corazón palpitante. Sólo la confianza, que da saber que otro, en algún lugar, cercano o distante, te quiere y camina contigo.

Yo también tengo miedo muchas veces. Miedo de que algo malo me suceda. Miedo de que algo le suceda a mi rosa. Miedo de sufrir. Miedo de que sufra. Hay veces que me vence y otras, en las que ofrezco resistencia. Aún así, en el fragor de la batalla, susurro mi oración al cielo y me cargo con todo el amor infinito de mis antepasados, de los que me precedieron en la fe, en el amor, de los que me trajeron aquí, de la Belleza Suprema. Y es entonces cuando mi espada vuelve a levantarse firme y sin temor y el horizonte torna revestido de esperanza.

La rosa y el agua

Mi rosa es muy delicada y fácilmente pierde su color rojo intenso y su esbelta y frágil figura. Es tan delicada que un sólo descuido puede echar al traste meses y meses de excelentes cuidados.

En verano, el calor es sofocante en nuestro planeta y mi rosa necesita que redoble mis esfuerzos. Los cuidados van en función de lo que la rosa necesita en cada momento y, bajo este sol de justicia, mi rosa necesita mucha más agua. Cualquiera sabría ver esto. No tendría más que coger una regadera y proporcionarle aquello que la rosa pide a gritos. Pero yo conozco a mi rosa y sé que no es bueno para ella. No así.

Mi rosa y yo hemos aprendido, ya hace tiempo, que cuidar también necesita de tiempos, de silencios, de esperas y que, no por mucho correr, nos cuidamos mejor el uno al otro. Por eso yo, cada día, espero a que el sol desaparezca para regar a mi rosa. Sé que, en la noche, mi rosa está casi desfallecida y que mucho le ha costado luchar en las horas de sol. Pero también sé que en el silencio de la noche, bajo la luna, en la soledad de quién se sabe acompañado, es cuando mi rosa mejor recibe el agua que le doy. Si la regara de día, el sol rápidamente neutralizaría el agua, dejaría sin efecto sus bondades y mi rosa, incluso, podría llegar a quemarse. ¿Es posible quemarse siendo cuidada? Es posible…

Cuidar es un arte y, como tal, no depende tanto de la buena voluntad del artista como de sus horas de aprendizaje con el pincel.

Cuando la rosa soy yo…

La rosa del Principito, ésa a la que tanto quiero y a la que abrigo con un biombo, sabe quererme también. Es gratificante saberse cuidado por la rosa. La rosa sabe cuidarme.

Ella sabe que ser mi rosa no es un papel de teatro del que no pueda salirse. Ser mi rosa no es vivir detrás de unos barrotes soñando con el mundo exterior. Ser mi rosa no le impide coger el biombo y, de vez en cuando, darle la vuelta y protegerme a mi en los días en los que, por mis pies descalzos, me sube el frío al corazón.

En esos momentos yo me siento un poco rosa también. Es, tal vez, cuando más cerca estamos el uno del otro. Ambos salimos de lo que somos para ser mucho más. Y me siento bien. Descanso en ella. Me calma. Me apacigüa el corazón. Me canta una nana y me ayuda a dormirme en la noche oscura.

Cuando la rosa soy yo… ella es más rosa si cabe…

La rosa en la distancia

Hacía mucho que no veía a la rosa. Un viaje me alejó de ella durante meses y nuestro contacto diario se limitó a pensar en ella de vez en cuando y mandarle mensajes a través de las estrellas.

Cuando regresé, allí estaba ella. Donde siempre. Con los brazos abiertos, como siempre. Nada había cambiado pese a la distancia. Nos abrazamos durante unos segundos, flotando la emoción incontenible que ambos sentíamos por sentirnos queridos por el otro.

No nos dijimos nada porque ya nos lo habíamos dicho todo tiempo atrás.

Después de las palabras, sólo queda el amor.