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Evangelio para jóvenes – Domingo 2º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Dejamos atrás ya el tiempo de Navidad y nos adentramos en el tiempo de lo cotidiano, el tiempo «ordinario» donde parece que nada especial sucede; el tiempo de la rutina, el tiempo de «lo de siempre». Ciertamente, la vuelta al cole, a la uni, al trabajo… no está siendo nada fácil. La realidad que estamos viviendo se parece poco a esa realidad «de siempre» que marcaba nuestras cuestas de enero de antaño. Pero, curiosamente, para este tiempo de rebajas la Palabra nos ofrece un evangelio potente. Una boda, unos novios, invitados que bailan y ríen, un contratiempo… Escuchemos lo que nos cuenta el evangelista Juan: Jn [2, 1-11].

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

¡Una boda! Si hay algo que gusta a mucha gente es «ir de boda». Pocas cosas nos hacen tan felices como recibir la noticia de que algún amigo o amiga cercanos, o algún familiar, se casa. Pocos días recordamos con más alegría que el día de nuestra propia boda. Una boda es la fiesta que brota de un amor comprometido. Es en ese escenario, en ese lugar, en esa fiesta, donde Jesús mostrará por primera vez quién es y a qué ha venido. Te comento varias ideas:

  • «El vino» – No hace falta comentar la importancia, tal vez desmesurada, que el vino tiene en nuestra cultura mediterránea. El vino es signo de alegría compartida, de placer, de lo mejor de la vida, de la amistad compartida. Pero yo diría más: el vino simboliza justamente lo mejor que tenemos para ofrecer a los demás. Y es que hay fiesta allí donde las personas vivimos desde lo mejor de nosotras mismas. Seguro que tú habrás experimentado el buen rollo que se genera cuando ofreces lo mejor de ti mismo y los demás hacen lo propio. Pues justamente eso es lo que se había acabado en aquella boda. Porque en «la fiesta de la vida» llegan los momentos de desolación, ¿o no? Tú y yo sabemos que demasiadas veces pensamos y sentimos que nada bueno tenemos ya que ofrecer, que todo se oscurece, que los ánimos se apagan, que brotan las culpabilidades, que asoman los fracasos, que la autoestima baja y que nuestra vida pliega las alas. Cuando el «vino» se acaba sólo queremos escondernos hasta que se pueda volver a estar de fiesta. Y justamente eso es lo que Jesús viene a ofrecerte: devolverte aquello que hace de tu vida algo único, que te lanza a compartir, que te saca de ti misma, de ti mismo. Mira alrededor: no es fácil «estar de fiesta», «hacer fiesta» de tu vida, sin Jesús.
  • «Las tinajas vacías» – Jesús ordena a los criados llenar de agua seis tinajas que estaban por allí vacías. Te preguntarás por qué. ¿No hubiera sido más fácil que Jesús las hubiera llenado directamente de vino? Jesús no hace magia, no es un ilusionista, no llega a tu vida a poner y quitar, a solucionar tus mierdecillas y a complacer tus deseos. Lo que sí puede Jesús es TRANSFORMAR. ¿Y qué transforma Jesús? Con aquellas tinajas y aquel agua los judíos se lavaban y purificaban antes de entrar en el banquete. También tú tienes esas «maneras de funcionar» que te hacen sentir seguro de ti mismo, esas pequeñas cosas que te protegen, esas pequeñas «máscaras» que te ayudan a salir ahí afuera y aparentar que todo va fenomenal. Pero tú y yo sabemos que eso es «pan para hoy y hambre para mañana» porque tu corazón sigue inquieto, sediento, herido. ¡Pero es genial saber que Jesús es capaz de transformar tu vida y que no necesita que dejes de ser quién eres, no necesita que seas un fenómeno ni doña perfecta! Coge tus antiguas tinajas, tus máscaras, y pide a Jesús que las transforme, que las llene del «vino» que alegra el corazón y la vida.
  • «María» – Juan va a situar a María cerca de Jesús en dos momentos que cierran, como en un círculo perfecto, su Evangelio: en Caná y al pie de la cruz. En ambos momentos, Jesús y María hablarán; en ambos momentos, María se mostrará como madre de los creyentes, como testimonio de fe en el Hijo de Dios, al que acompañará a lo largo de su vida. María sabe reconocerLE en ambiente de boda y sabe reconocerLE en ambiente de cruz. María sabe que Jesús es el único capaz de cambiarte, de llenarte, de salvarte. Mira a María. Busca a María.

Aquello que sucedió en Caná, sucede cada día. Porque Dios «se ha casado» contigo. No te quiere como amigo. No te quiere sólo «con derecho a roce». No quiere vivir un tiempo contigo «para probar». Dios, desde el comienzo de tu vida, se ha comprometido contigo, se ha comprometido a amarte «en la salud y en la enfermedad», todos los días de tu vida. Y aunque en algunos momentos, sientas que el vino se acaba, si cuentas con Él, Él será capaz de transformar aquello que ya no sirve en fuente de felicidad. Disfruta de tu fiesta, de este amor. Este es el banquete de la fe. No faltes.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Carta a una pareja amiga que se casa

Queridos amigos,

una boda siempre es una buena noticia. La vuestra también. Una buenísima noticia. Para mi y para la humanidad entera. Dos personas que han descubierto que más allá de uno mismo se encuentra lo mejor. Dos personas que han decidido arriesgar y dirigir sus vidas, conjuntamente,  hacia Ítaca.

Cualquier boda, y más la vuestra, trae a mi intercambiador emocional mi propia decisión hace ya unos cuantos años. Cada boda es capaz de renovar en mi los votos que, en un anochecer al pie del Retiro, decidí asumir por Esther, para Esther, con Esther. Mañana, cuando me levante, volveré a renovarlos porque hay compromisos que vale la pena tener frescos cada amanecer, en la primera inspiración del día.

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Poco os puedo decir que no sepáis ya. Hoy hay multitud de información, libros de autoayuda, excelentes tratados matrimoniales y una ingente cantidad de webs donde explican qué es el matrimonio y con qué peligros os vais a enfrentar y cómo debéis superarlos. Así que la teoría es abundante y diversa. De todas formas os aconsejo que no os obsesionéis con las dificultades y que potenciéis aquello que os ha llevado a cogeros de la mano para afrontar este viaje.

Cualquier viaje es complicado y hermoso a la vez. Cualquier proyecto es ilusionante e inquietante a la vez. El sabio arco iris ha enseñado ya a nuestros antepasados que la gama de colores es grande y variada y que existen los oscuros, los insípidos, los alegres, los sosos, los chillones… Y todos se van a dar. Y debéis estar preparados para ello. ¿Qué quiere decir «estar preparados»? ¿Saber cómo afrontar cada situación? Ni mucho menos. ¿Actúar sin herir al otro? Ni mucho menos. «Estar preparados» es ser conscientes de lo que hoy decidís, de lo que hoy os trae hasta aquí, de lo que queréis construir juntos, de lo que os enamora del otro… y tener claro que habrá momentos en los que sólo existirá eso para agarrarse. Y que las tormentas pasan si la barca es fuerte. ¡Construid una embarcación poderosa! ¡No os conforméis con una bonita y pintoresca barquita de paseo!

«El amor no es suficiente» le decía Meryl Streep a su hijo en «Secretos compartidos». El amor es condición necesaria pero no suficiente. La vida en pareja es más complicada y enrevesada. La familia tiene más tela que cortar. Es necesario que os améis y que os lo demostréis también esos días en los que no tengáis ganas; también aunque os parezca forzado y falto de espontáneo romanticismo. Cuidaos y respetaos. Discutid cuando haga falta. Hablad mucho. Sed cada uno uno mismo pero dejaos transformar. Tu pareja te va a descubrir rincones absolutamente escondidos de tu paisaje interior. Déjate sorprender. Acoplaos para formar un buen equipo para que la casa funcione. Hay lavadoras que poner, ropa que guardar, facturas que archivar, trabajo que atender, cenas que preparar, camas que hacer, chapuzas que chapuzear… incluso en los días en los que te apetecería tirarte en el sillón de la casa de tu madre.

El gran milagro del matrimonio es que dos personas se unen para formar una unidad que, lejos de anular a cada miembro, revertirá en vuestro crecimiento personal. No os equivoquéis. Cada uno seguís siendo únicos e irrepetibles. Cada uno seguiréis teniendo vuestras propias aficiones, vuestra música favorita, vuestro sueño personal, vuestros amigos, vuestras emociones tan particulares, vuestras heridas, vuestro pasado… No debéis hipotecar todo eso sino trabajar juntos para intentar que todo quepa y, a la vez, desprenderse de aquello que no quepa cuando ambos lo veáis. Dejaos espacio vital, no os asfixiéis y tened un ratito para vosotros mismos. De lo sanos que estéis por separado dependerá la salud de la pareja.

Y cuando las cosas se tuerzan y las nubes sean grises, no os asustéis pero tampoco adormezcais el miedo. Dejad que las alertas suenen pero no os precipitéis a la salida. Miraos a los ojos y descubríos. No siempre es culpa de alguien. Otras veces sí. Os haréis daño porque quien ama está demasiado expuesto. Ponedle remedio pero no os regodeéis en vuestro dolor. De nada sirve pensar que nunca haréis daño a aquel a quien amáis y os ama. Descubrid juntos dónde está el agujero del barco y disponeos a reparar la chapa cuanto antes. No lo dejéis. No lo calléis pensando que las flores silvestres llegarán con la primavera.

El viaje a Ítaca es maravilloso. ¡Viajad! ¡Disfrutad! ¡Sed! ¡Construid! Y no dejéis de arriesgar. De poco valen las seguridades. Y tened un niño antes de comprar un perro. No queráis ser quinceañeros compulsivos como algunos que conozco.

Me despido tras las notas de «Anónimo veneciano» esperando y deseando que descubráis la felicidad en las pequeñeces de vuestra vida en común. Ahí os jugáis llegar a buen puerto. Yo estoy seguro de que lo conseguiréis.

Un fuerte abrazo

Vuestro amigo, Santi.