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Esperar también es misión (Sal 26)

En este tiempo que nos ha tocado vivir, esperar está mal visto. También en la Iglesia. Vivimos tiempos donde el «hacer» cuenta más que el «ser» y el «construir» más que el «esperar». Tenemos un autoconcepto tan elevado de nosotros mismos que nos olvidamos de nuestro ser criaturas y, en general, nos creemos dioses o, en su defecto, superhéroes de Marvel.

El caso es que gozar y esperar son dos invitaciones para hoy y, por extensión, para este nuevo curso que comienza. Gozar de la vida, disfrutar de la creación, saborear lo que nos ha sido dado, descansar en las bendiciones que nos han sido regaladas, sabernos hijos amados por el Padre. Y esperar, esperar en el Señor, que es la luz, la salvación, la defensa de nuestra vida y de la Iglesia. No es una espera pasiva e irresponsable. No es hacer el vago o, como la cigarra, dedicarse a tocar la bandurria de principio a fin. Es asumir que somos criaturas, que somos limitados, que necesitamos a Dios, que no podemos con todo y que la misión no es llevar una vida de mierda a la que nadie, por cierto, querrá apuntarse.

Todo parece muy obvio pero la realidad nos demuestra que es más difícil de lo que parece. Que el Señor nos conceda esta gracia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Sólo vela quién espera. Me gusta #esperar…

Hay noches que me las pasaría enteras velando. Creo que es una actitud vital preciosa. Velar. Hasta la palabra en sí me parece hermosa.

Sólo vela quién espera. Tal vez hoy velamos poco porque se nos ha olvidado qué es eso de esperar. Rechazamos cualquier cosa que nos haga esperar. Hemos perdido esa capacidad. Se la hemos regalado a la fibra óptica, la banda ancha, las autovías, los carrefour express, la comida rápida y el polvete rapidito que nos deja a gustito durante un tiempo, sin ni siquiera mirar a los ojos de aquel o aquella con la que me encuentro.

Yo me pregunto si esto de no saber esperar es más importante de lo que nos parece a priori… ¿Puede que sea la velocidad y la inmediatez el veneno que nos han inyectado lentamente y de manera imperceptible? Hasta yo intento escribir un post no muy largo para no hacer perder el tiempo a ningún lector…

Sólo vela quién espera. ¿Y qué espero hoy yo, Señor? Me gusta esperar a que llegue mi mujer a casa para compartir un ratito con ella de intimidad, un café, un qué tal, una conversación de diario. Me gusta esperar en la puerta de la clase a que salga mi hijo pequeño y a que los mayores vengan corriendo desde el fondo del patio. Me gusta esperar en el oratorio a que lleguen las clases de todas las edades con ganas de rezar. Me gusta mandar un whatsapp a algún hermano o hermana, amiga o amigo, y esperar que conteste. Me gusta esperar una nota de un trabajo. Me gusta esperar que el agua hierva para echar la pasta. Me gusta mirar como sube el bizcocho en el horno y esperar que se haga bien. Me gusta esperar mejores noticias en los diarios y la palabra PAZ en los titulares. Me gusta esperar que llegue el día de entrar en un aula y sentir que he llegado.

Tal vez en todo ello está tu rostro, tu aroma, tu huella. En realidad me gusta esperarte, Señor.

Un abrazo fraterno

Esperad y apresurad (2Pe 3, 12-15,17-18)

¡Qué manera de empezar! ¡Parece contradictorio si se lee rápido! Es como si Pedro me pidiera que meta primera y quinta a la vez. Es como si me dijera que me deje querer y a la vez que me lance. Es como me pidiera que agote la posesión y, a la vez, que haga un ataque rápido.

Pero no. Creo que es muy sabio lo que me plantea Pedro hoy. Dos verbos que, juntos, son brutales. Esperar que Dios me abra puertas y, a la vez, apresurarme en encontrar mi sitio. Esperar el amor y apresurarme a amar. Esperar un mundo mejor y, a la vez, apresurarme a construirlo. Esperar que pueda cambiarme y conocerme y, a la vez, apresurarme y dedicarme tiempo.

Saber que la esperanza es una virtud y que, a la vez, no hay tiempo que perder.

Un abrazo fraterno