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Cuando no se conoce a Dios (Jn 15,26–16,4a)

Recuerdo que, de pequeño, mi madre me decía muchas veces que Dios nos juzgará en función de nuestra responsabilidad ante Él. Decía que Dios no le pide lo mismo a una persona que ha nacido en un barrio desfavorecido de una metrópolis cualquiera, con poca cultura, pocos medios y escasas oportunidades, que a un obispo, por ejemplo, culto, preparado y conocedor de Dios. Algo así.

Sin querer entrar en disecciones teológicas, detrás del pensamiento de mi madre hay algo parecido a lo que Jesús afirma hoy en el evangelio de S. Juan: quién no conoce a Dios a veces actúa de manera inexplicable para los que somos creyentes. Pero si le damos la vuelta, debemos pensar: ¿Cómo actuamos aquellos a los que sí se nos ha dado Dios a conocer? ¿Cómo actuamos los que sí participamos en los sacramentos, los que hemos ido a catequesis, los que hemos participado en retiros espirituales, los que hemos escuchado a referentes y testigos del Evangelio, los que oramos o decimos que lo hacemos? Porque… si conocemos a Dios y nuestra vida no lo refleja… tenemos una responsabilidad mayor que los otros.

Un abrazo fuerte – @scasanovam

Como vuestro Padre… (Lc 6,36-38)

Quién más tiene es quién más da. Quién más lleno está es quién más se vacía. Y todo con amor. Sin amor… todo da igual. Proyectos, reuniones, campamentos, actividades, oraciones… todo vacío si no hay amor.

El Evangelio de hoy nos invita a salir de nuestros propios enredos, de nuestro centro universal de operaciones donde YO y sólo YO juzgo, perdono, condeno, salvo… ¡Qué peligro tan sutil sentirme como Dios mismo! ¡Qué tentación tan sutil saberme casi tan bueno como Dios!

Ese «como vuestro Padre» es nuestra tabla de salvación. Él es la referencia. Él es quién nos concede la gracia para dar, para perdonar, para sanar. Es la misma gracias que nos ha sido dada, que nos ha perdonado, que nos ha sanado primero.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Paja, vigas y otros elementos de destrucción fraterna (Lc 6,39-42)

A mí me cuesta ver mis cosas, aunque cada vez soy más consciente. Esta consciencia sobre mi manera de relacionarme, mis errores, mis estilo comunicativo y, a veces, los daños producidos… se la debo a personas que, con cariño, me han ido diciendo lo que sienten cuando se encuentran con mis juicios y tonos en determinadas situaciones. Y he ido creciendo.

Siempre soy muy exigente con los que me rodean. Siempre pienso que las cosas se pueden hacer de otra manera, normalmente a mi manera. Y eso desgasta mucho alrededor, me doy cuenta. A veces no lo puedo controlar. Otras veces sí. Siento que el camino emprendido hace año, de tomar conciencia de mis «vigas» va dando su fruto.

Una pajita es suficiente para destruir. La mueves muchas veces en el ojo ajeno y dejas a la persona ciega. Una «viga» te impide ver la realidad y, si no te la mueven, te acostumbras a ella y piensas que el mundo es así, tal cual tú lo ves.

Jesús nos invita a dejarnos quitar nuestra «viga» y no agitar las «pajitas» ajenas. No seamos tan duros hacia afuera. No nos pongamos como ejemplo de nada. No sea que nuestra viga nos hunda en la profundidad oscura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Trolls creyentes (Lc 6,6-11)

Los hay. Existen. Son los trolls creyentes.

Son personas que se ponen furiosas con el bien se abre paso bajo formas y actitudes distintas a las suyas. Personas que dan por saco, que protestan, que enredan, que critican… y todo en el nombre de Dios.

Son los que destruyen sin importarles quién se queda por el camino. Son los que ven antes las tablas de la Ley que los corazones de los hombres y de las mujeres. Son los que dictan sentencia en un tribunal donde sólo se salvan ellos.

Cuidado con ellos. Son creyentes, pero no cristianos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

#Diosnotienefavoritos (Lucas 11, 42-46)

Las lecturas de hoy son tremendamente duras y muy hermosas a la vez, muy clarificadoras de lo que quiere Dios, por mucho que le queramos dar muchas vueltas.

En la primera deja muy claro que NO TIENE FAVORITISMOS. Da igual ser judío que griego. Al final lo que importa no es la etiqueta sino el cómo hemos pasado la vida, el cómo hemos obrado, el bien que hemos hecho y el amor que hemos entregado. No hay etiquetas. No caben, pues, prejuicios. No se trata de ser de los de la Iglesia o de los «otros»… No se trata sólo de de eso. En un mundo lleno de hashtags y etiquetas… Dios no se mueve en esos criterios.692197

El Evangelio es duro. Porque a mi también me gustan los asientos de honor y las reverencias. No lo busco ni lo promuevo… pero me gustan. Me gusta ser considerado, admirado, me gusta ser «el mejor», «el más entregado», «el más dedicado», «el superhombre que todo lo puede»… Y muchas veces me descubro imponiendo esas maneras mías a los demás, usando un rasero alto para medir, un juicio duro.

El Señor hoy se muestra implacable con mi corazón y me llama a la conversión. ¿Eso cómo se hace Padre? ¿Cómo cambia uno el corazón? ¿Orando? ¿Fustigándose para ser de otra manera? ¿Esperando que Tú obres el milagro?

El Papa Francisco está siendo también voz de Dios en este aspecto. No hay más que ver la reacción de muchos. A nadie le gusta que le señalen con el dedo y menos aún reconocer que, pese a todo, necesita convertirse, Pero así es. Acojamos esta palabra con corazón dócil y humildad.

Un abrazo fraterno

Tengo una cita con Dios (Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28)

Qué preciosa es la primera lectura de hoy. Es una Palabra con la que Dios me susurra amorosamente tantas cosas…

1) TIENDA DEL ENCUENTRO – ¿Tengo yo una tienda del encuentro? ¿Dónde me retiro a encontrarme con el Señor? ¿Qué espacio o lugar dedico o dispongo para hablar con el Padre? Moisés la sitúa fuera del campamento. Su tienda le obliga a salir, a dejar, a parar, a ir… Es verdad que uno puede hacer oración de muchas maneras, en su actividad diaria, compartiendo ratos de familia, en el metro… Pero creo que el Señor también pide momentos en los que el encuentro sea consciente, elegido, exclusivo… y me obligue a caminar, a salir, a ir hacia Él. En el momento de vida actual ésto me cuesta mucho. Con tres niños pequeños, me está siendo muy complicado para salir de casa, ir un ratito a la Iglesia, acercarme al sacramento de la reconciliación, orar frente al Sagrario… No desfallezco y he buscado mis ratos de soledad para orar en casa pero no es lo mismo. Poco a poco. El Señor conoce mis limitaciones. Sigue esperando…

2) CARA A CARA – Con el Señor hay que hablar como Moisés, cara a cara, mirándole a los ojos y dejándonos mirar por Él. Ya Jesús lo dijo: no os llamo esclavos sino amigos. No hay que tener miedo. Si me apuro, ni siquiera un excesivo respeto paternal. El Señor Dios es Padre cercano, comprensivo, misericordioso… Sabe quién soy, me conoce, me quiere… Espera mucho de mi pero no me asfixia ni me agobia cuando los resultados no se corresponden… Al contrario, me anima, me acaricia, me da la mano. Me dice las cosas con claridad y espera lo mismo de mi. Ya en la época de Moisés, nuestro Dios era 2.0, de comunicación e interacción bidireccional. ¡Qué maravilla! 

3) JUSTICIA Y GRACIA – Así es mi Dios. Justo y misericordioso. Leyendo hace poco la encíclica de Benedicto XVI, «Spe Salvi», me encantó la parte final dedicada al juicio final. Explicaba en ella que justicia y gracia van íntimamente de la mano. Si sólo hubiera justicia, pereceríamos por nuestros pecados. Si sólo hubiera gracia, todo valdría y Dios no sería justo. Por eso ambas van de la mano. Se nos juzgará, sí, pero con inmenso amor. Ojalá sea capaz de orientar mi vida para saber responder a ese amor con mucho amor con mi prójimo.

Gracias Padre por tu palabra de hoy. Gracias por encontrarte conmigo. Gracias por mirarme a los ojos. Gracias por quererme,

Un abrazo fraterno

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¡Ay de vosotros, maestros de la Ley! (Lucas 11, 42-46)

Lo primero que ven los cardenales, cuando entran a la Capilla Sixtina para el cónclave de elección de nuevo Papa, es el Juicio Final de Michelangelo. Es una llamada, una advertencia, un recordatorio: ellos también serán juzgados y se les pedirá cuenta de todo lo hecho en su vida, en función de quienes son.

Hoy quiero elevar mi oración por todos los que ejercen algún tipo de «magisterio» en la Iglesia: empezando por el Santo Padre, cardenales, obispos, prebíteros, provinciales, asistentes, catequistas, etc., etc., etc. Porque deben ser, sabiendo que son personas pecadoras como todos, testigos ejemplares del Evangelio. Para que alcancen la felicidad sirviendo, desde su vocación específica, al Reino. Para que no sean mensajeros de cargas y pesos sino liberadores y sanadores. Para que su vida sea coherente y llena de Dios.

Para que sean santos.

Un abrazo fraterno