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Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos (Nm 11,4b-15)

Comienza agosto y, con él, mi intención de retomar mi oración compartida por este medio. Y qué mejor manera de comenzar que con las lecturas de hoy: Moisés hasta las narices de su misión con el pueblo de Israel y los discípulos intentando mandar a la gente a casa porque molestaban y ya no eran horas. Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos, todo corazón se rebela.

También yo me desencanto muchas veces con la marcha de mi misión. Dudas, desplantes, oscuridades, falta de frutos, sensación de soledad e incomprensión… Últimamente me siento como ese Moisés que, intentando hacer lo que Dios le pide con su pueblo, no acaba de entender «para qué». Lo mismo los discípulos de Jesús que, frente a aquella multitud agobiante y harapienta, intentan buscar un rato de paz y sosiego a solas con su Maestro.

La respuesta de Dios es similar en ambos casos: da lo que tienes, permanece fiel a donde se te ha enviado y deja al Señor actuar. ¡Cuánto cuesta esto cuando no ves razones por las que luchar o cuando el sufrimiento y el desgaste de la misión empiezan a ser difíciles de afrontar! El Señor me pide hoy, como a aquellos, que me siga dando, que permanezca en el lugar donde se me ha situado, a su lado, y que espere. El milagro se obrará.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Quién soy yo? (Ex 3,1-6.9-12)

Eres de las que piensas que nada tienes que hacer. O mejor, de las que piensa que lo tiene que hacer todo. Por eso ese ansia de perfección, por eso esa exigencia contigo misma. Eres de las que no les gusta mostrar su debilidad, de las que lleva mal el fracaso, el cansancio, la duda… Eres de las que se piensa que los fuertes son los elegidos o que los elegidos deben ser fuertes.

Pero el Señor escoge a su antojo. Un pastor era Moisés y lo escogió. Un pescador era Pedro y lo escogió. Un niño era Samuel y lo escogió. Una joven desconocida, habitante de un pequeño pueblo de Israel, era María y la escogió. Y no fueron sus capacidades, ni sus fortalezas, ni sus estrategias, ni su inteligencia, ni su carisma… las que cambiaron la Historia. Fue su fe en el Señor, su confianza en que Él haría lo prometido, en que Él sabría lo que hacer.

Por ser pequeños y saberse pequeños, fueron grandes, porque hicieron grande al Señor. Así que adelante, no tengas miedo. Eres pequeña pero el Señor está contigo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un encuentro, una llamada y un fuego que me abrasa el corazón: educar

Un encuentro. Eso es lo que nos narra el pasaje del Éxodo de hoy: un encuentro. Tal vez uno de los grandes encuentros de toda la historia sagrada. El Señor sale al encuentro de Moisés, en forma de zarza ardiente inagotable, allí donde él vive su cotidianeidad.

El Señor es un hacedor de la historia de cada uno. ¡Cuántas veces habría pensado Moisés cómo le había cambiado la vida! Él, que era Príncipe de Egipto, salía a pastorear todos los días un rebaño de ovejas que ni siquiera era el suyo, sino de su suegro. Él, que estaba condenado a muerte, fue rescatado del Nilo; él, que pudo haber reinado en el poderoso Egipto, acabó de pastor en medio del desierto. Qué historia… qué vueltas… qué ires y venires tan caprichosos… Y justo en ese momento, cuando más pequeño era, en su cotidiano paseo, tendrá un encuentro que le cambiará la vida. Moisés notó el fuego, su luz, su calor y comprobó que ese fuego no se apagaba… Y en ese fuego, encontró a Dios.

¿Qué fuego inagotable arde en tu corazón? ¿Cuál es ese pensamiento que no desaparece? ¿Cuál es esa inquietud que te empuja y te martillea que no cesa? En el mío, desde hace años, la llamada a ser educador, a bajar al barro con los niños y jóvenes, a ser maestro pequeño entre los pequeños. Es un fuego que el Señor ha mantenido encendido hasta hoy, un fuego abrasador que día a día me ha mantenido firme en el camino, guiándome hasta aquí, hasta hoy. La presencia del Señor en mi vida, como con Moisés, siempre se ha manifestado como hoguera, como pasión, como calor, como ardor invencible…

Y cuando el Señor se encuentra contigo, cuando te llama, te lanza a la misión. Yo, como Moisés, también me siento hoy llamado a liberar de la esclavitud, educando, desde bien temprano. Una misión mucho más grande que yo mismo y mis capacidades. Una misión que me desborda y que, si os digo la verdad, no tengo ni idea de cómo afrontar. Pero el Señor, igual que con Moisés, me asegura su presencia, su compañía, su aliento, su sostén. Al fin y al cabo, como nos recuerda Jesús en el Evangelio… somos los pequeños los privilegiados a quienes Dios Padre descubre su rostro.

Así sea.

 

Orar es algo más (Mateo 7, 7-11)

Leo las lecturas de hoy después de haber disfrutado ayer con este vídeo presentación de May Feelings. Y me encuentro con el «pedid y se os dará» del Evangelio y pienso que no es casualidad…

Yo rezo de muchas maneras- Hay veces en las que siento simplemente que me pongo en presencia del señor, que me pongo delante de Él, me presento ante Él para que me acaricie, me vea, me acoja… Hay veces en que mi oración es una auténtica conversación, hablando, diciendo, pidiendo, contando, compartiendo con el Padre todo: lo que me preocupa, lo que anhelo, mis preocupaciones, mis inseguridades… A veces pido con fuerza por cosas o personas concretas y pienso que ese «estar en comunión», ese «unirme a muchos en oración por algo» es efectivo… Creo que esa fuerte voz llega al Padre con fuerza. Me encantó oír al Papa Francisco comentar que hay que orar incesantemente hasta «incomodar al mismo Dios».

Pero orar además tiene un tremendo efecto preventivo que yo, cada día noto más: previene del engreimiento, de la soberbia, de la autocomplacencia y la suficiencia. Me encantan las palabras de Moisés a su pueblo de la primera lectura. ¡Qué fácil es olvidarse de Dios cuando todo va bien! ¿No es esto tremendamente actual? El hombre ha dado de lado a Dios, le ha vuelto la espalda, se ha creído todopoderoso y ha olvidado toda una historia de salvación para la humanidad…

Recemos, recemos por y para otros y por y para nosotros mismos. La oración es alimento y medicación.

Un abrazo fraterno

Jesús, ideal para tu dieta (Mateo 14, 13-21)

Hoy es de esos días en los que la primera lectura y el Evangelio van tan íntimamente relacionados que es precioso hacer oración con ambas.

Me sorprenden las palabras que Moisés le dirige a Dios. Son palabras de un hombre extenuado, cansado, que soporta un peso tremendo y que, a veces, llega a su límite. Carga con un pueblo desagradecido y protestón, que parece que no es capaz de agradecer a Yahvé su salida de Egipto, su protección, su maná…  Moisés es también, como ya comenté en días previos, un hombre que habla cara a cara con Dios. Sin miedo. Sin tapujos, Con plena confianza. Quejándose cuando lo considera oportuno, pidiendo fuerzas, soluciones, salidas, perdón… Su actitud me hace reflexionar sobre mi manera de dirigirme al Padre, posiblemente no tan confiada, sí más respetuosa.cuerpodecristo

Israel está cansado del maná y pide carne y pescado. Israel quiere comer otra cosa. El maná ya no le sacia. El Evangelio da la solución. Jesús es el verdadero alimento, Jesús es el Pan que sacia, el Pan que colma, el Pan que se derrama y se reparte a manos llenas.

Yo, tan preocupado por mi alimentación y mi dieta… ¿tengo esto claro? ¿Tengo claro que Jesús es el alimento perfecto? Jesús no engorda. Jesús no sube el colesterol. Jesús no da hambre. Jesús no acumula grasa en las arterias. Jesús se puede repartir. Jesús llega para todos. Jesús es calma en mis días de ansiedad, es lujo para una cena especial, es amor para el que no tiene nada que llevarse a la boca. ¿Por qué como tantas cosas que no me sacian y frecuento tan poco el alimento que va directo a mi alma, a mi corazón, a todo mi ser?

Cuando incorporo a Jesús a mi dieta, y lo hago la base de mi pirámide alimenticia, la vida se convierte en un auténtico milagro.

Un abrazo fraterno