Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos (Nm 11,4b-15)

Comienza agosto y, con él, mi intención de retomar mi oración compartida por este medio. Y qué mejor manera de comenzar que con las lecturas de hoy: Moisés hasta las narices de su misión con el pueblo de Israel y los discípulos intentando mandar a la gente a casa porque molestaban y ya no eran horas. Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos, todo corazón se rebela.

También yo me desencanto muchas veces con la marcha de mi misión. Dudas, desplantes, oscuridades, falta de frutos, sensación de soledad e incomprensión… Últimamente me siento como ese Moisés que, intentando hacer lo que Dios le pide con su pueblo, no acaba de entender «para qué». Lo mismo los discípulos de Jesús que, frente a aquella multitud agobiante y harapienta, intentan buscar un rato de paz y sosiego a solas con su Maestro.

La respuesta de Dios es similar en ambos casos: da lo que tienes, permanece fiel a donde se te ha enviado y deja al Señor actuar. ¡Cuánto cuesta esto cuando no ves razones por las que luchar o cuando el sufrimiento y el desgaste de la misión empiezan a ser difíciles de afrontar! El Señor me pide hoy, como a aquellos, que me siga dando, que permanezca en el lugar donde se me ha situado, a su lado, y que espere. El milagro se obrará.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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