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Evangelio para jóvenes – Domingo 30º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estamos los creyentes. Están los que rezan, los que van a misa cada domingo, los de confesión frecuente, los del rosario diario. Están los que son catequistas, los que están comprometidos en una ONG, los que dan dinero para los pobres de la parroquia, los que colaboran en Cáritas, en roperos y comedores sociales. Están los curas, las monjas, los religiosos, los del Opus, los «kikos», los Hakuna, los Effetá y los de vete tú a saber qué. Están los cofrades, los que corren a por una virgen, los que lloran por el cristo de su barrio, los que salen en Semana Santa flagelándose. Están los misioneros y tantos otros. Estamos los buenos… y los demás… ¿o no? Leamos [Lc 18,9-14]:

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Este Evangelio, si lo actualizamos adecuadamente, habla de ti y de mí. Cambia fariseo por catequista, por creyente, por sacerdote, por persona piadosa, por… Y cambia publicano por persona perdida, pecadora, que gana dinero a costa de otros, traficante, drogadicto, borracho, prostituta… Yo qué se´. Sé que podemos salvar las distancias pero el caso es que, al final, nos habla de dos personas: una que se cree buena y otra que se reconoce mala, simplificando. ¿Tú en qué grupo te sueles meter? Te dejo tres pistas:

  • «Mérito» – El fariseo no necesita a Dios. le reza, le habla, le tiene presenta… pero no lo necesita. Él lo consigue todo por sí mismo, por sus actos, por cumplir los mandamientos y la ley. No necesita ser salvado. Llegará al cielo por sus propios méritos. Él cree que cree pero, en realidad no es así. Si fuera así, ¿para qué Cristo? ¿Para qué su vida, su cruz, su resurrección? Piénsalo. Vivir tu fe con orgullo, como si fuera tu mérito, te sitúa fuera de la órbita de la salvación. Juzgas a todos como «incapaces» e «inmerecedores» del amor de Dios, cuando eres un corazón engañado por su soberbia.
  • «Don» – El publicano, con todo su pecado, su desdicha, su perdición, sus errores… acude a Dios porque lo necesita. Acude con la cabeza baja porque sabe que no es merecedor de su perdón ni de su amor. No ha sabido responder a lo que Dios esperaba de él. Pero acude y, con menos palabras, simplemente le suplica compasión. Vive su fe con humildad, sabiendo que no llega a lo que se espera de él. Pero descubre en Dios a su salvador, descubre que su perdón es su regalo y que la salvación, inmerecida, es real gracias el amor infinito del Padre. Se juzga como «inmerecedor», pero su corazón, humillado y abierto al perdón, le sitúa en la órbita de Dios.
  • «¿Y tú?» – ¿Cómo vives tu seguimiento de Cristo? ¿Quién es Cristo para ti? ¿Cómo vives tu pecado? ¿Eres consciente de él o vives como si nada fuera mal? ¿Cómo es tu oración? ¿Cómo te presentas a Dios? ¿Necesitas ser salvado, salvada, o tú crees que puedes solo, sola? ¿Y los demás que pintan en todo esto?

Toda una semana para darle una vuelta a esto. Es más importante de lo que pueda parecer. ¿Esto va de méritos o de dones? ¿Dios puede salvar a alguien que considera que no necesita ser salvado de nada? Ojalá en tu oración de estos días, te presentes a Dios con humildad, con todo lo bueno de tu vida y de tu fe y también con todo lo mediocre y oscuro que te envuelve. Al fin y al cabo… esto va de pequeñeces y de pequeños.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Carta a un hijo a punto de terminar Bachillerato

Querido hijo: ¡Ya casi está! Unos pocos días más y, como te dije ayer, habrás terminado la primera gran etapa de tu vida, la etapa del cole. Terminarás segundo de Bachillerato y comenzarás tu etapa universitaria; etapa que, por otro lado, marca el paso de la adolescencia a la juventud.

Recuerdo a la perfección, igual mejor que tú, el primer día que, con tres añitos recién cumplidos, te llevamos de la manito al cole de las Escolapias, en tu barrio natal, en Carabanchel, Madrid. Aquella verja que daba a la calle era la barrera infranqueable que abría una etapa que termina ahora. Te dejamos con una vida casi recién estrenada y, ahora vemos, con orgullo, cómo estás dispuesto a salir ahí afuera a disfrutar de la vida que te ha sido regalada, dispuesto a ser feliz, dispuesto a mejorar el mundo.

Es tal vez momento de mirar atrás y ser agradecido. Tus profes de Infantil y Primaria te enseñaron muchas de las cosas más importantes que hoy te permiten ser quién eres. Desde Chusa, pasando por la seño Rocío, la seño Ana, tu querida Conchita, Leticia… hasta que llegaste a un 6º ya en Salamanca, con Fran. Luego llegaron Yolanda y Fátima, Cosme, David, Lena… y muchos otros que se cruzaron por tu vida y te aportaron, seguramente, lo mejor que tenían. Todos ellos pasan ya a formar parte de tu historia y, con el tiempo, descubrirás la riqueza del legado que te han dejado.

No quiero pararme a pensar todo lo que significas para tu madre y para mí, para tus hermanos, para tus abuelos… Siempre has sido un niño fácil, alérgico a los conflictos, de buen corazón, leal y honesto. Aquellos cuentos que te contábamos en la cama, noche tras noche, hicieron de ti un lector apasionado y un gran conversador, con los años. Tuyas son las colecciones más importante de cómics que llenan las librerías de casa: Astérix y Obélix, Star Wars, etc. Esos cómics te han ido llevando a nuevas aventuras, más maduras, con las que has ido construyendo la persona que eres. Una persona que lee es una persona que nunca se siente sola, una persona que sabe viajar hacia adentro. Nunca dejes de leer.

Tu camino en el cole no ha sido un camino de rosas. Has encontrado escollos y dificultades. Esas Mates que tanto se atragantaron. Ese inglés que tan poco te gusta. Esa Biología que alguna vez se quedó por el camino. Siempre luchaste y siempre acabaste venciendo las batallas que se te fueron presentando. Y en el camino, que es donde uno aprende, comenzaste a mirar hacia arriba, hacia el horizonte. Y descubriste poco a poco tu amor por la cultura, el arte, la literatura, la economía y la historia. Y, saboreando lo que ibas recibiendo, aprendiste a disfrutar de crecer en el estudio, aprendiste que el conocimiento le hace a uno mejor. Y has cursado un bachillerato, a veces cargante, a veces agotador, a veces desesperante y decepcionante, pero, a la vez, lleno de oportunidades, cultivador de sueños. Has rumiado, has discernido, has rezado, has escuchado… y has ido intuyendo un susurro en el corazón.

Tu madre y yo no podemos estar más orgullosos de ti. Estás construyendo una persona que vale mucho la pena, estás haciendo de ti mismo un hombre digno, íntegro, trascendente, creyente. Ha llegado el tiempo de las decisiones y, las que vas tomando, nos llenan de esperanza. En unas semanas serás mayor de edad y el Estado te otorgará la capacidad de ser un ciudadano de pleno derecho, con todas las obligaciones que también eso comporta. Mamá y yo debemos dar un paso al lado. Ya no es tiempo de caminar delante tuya, marcando el sendero, señalando la meta. Se inaugura el tiempo de caminar, simplemente, a tu lado. Aquí estaremos siempre. Habrá días que celebraremos tus éxitos y tu felicidad, días en los que compartiremos tus sonrisas. Habrá otros días en los que compartiremos tu sufrimiento, tu fracaso, tus lágrimas y seremos, una vez más, tu sostén y tu refugio. Aquí estaremos siempre. Sal ahí y no tengas miedo. Sé quién eres. Lucha por aquello que estás llamado a ser. Arriesga. Gasta tu vida, entrégala a todos y por todos. Construye un mundo nuevo desde lo mejor que tienes. Sólo así serás feliz y harás felices a los demás. No estás solo. Siempre en el camino.

Y nunca dejes a Dios de lado. Él te conoce y te quiere. Lo sabes. A veces puede que lo pierdas de vista, que dejes de escucharle y de verle. A veces puede que tengas dudas de su presencia. A veces incluso puede darte vértigo poner tu vida a su servicio. Pero vale la pena. Dios nunca defrauda. Dios nunca abandona. Dios siempre te pone «colchón» y con ese colchón, debes vivir con confianza, sin desesperanza. En sus manos te dejamos.

Poco más hijo. A por los últimos exámenes. A por la EBAU. A ponerse el traje y a despedir 2º de Bachillerato. A graduarse. A bailar. A por el mejor verano de tu vida. Y a seguir estudiando eso que has decidido. Y a dejarse sorprender. Dejándose sorprender, los griegos inventaron la filosofía y, con ella, crearon una civilización. Dejándote sorprender, utilizando mente y corazón, y con fe, llegarás y habitarás tu lugar en el mundo, ese lugar que te espera. ¿Cuál es? Lo sabrás cuando hayas llegado. Ojalá estemos ahí para verlo.

Te queremos hijo. Te queremos mucho. Gracias por querernos tanto.

Tu padre

¿Perdonar? Siempre. Y pedir perdón, también. (Mt 18,21–19,1)

Vengarse siempre es una tentación. Querer mal para aquel que nos ha hecho daño, también. Encerrarse en el foso del victimismo incurable, tentación. Pensar que no necesito el perdón, abrazarse al error y ser esclavo del orgullo, lo mismo.

La invitación de Jesús de Nazaret es practicar el perdón como el comer. Y cuando hablamos de perdón lo hacemos en doble dirección: saber perdonar al hermano que nos ha hecho daño y saber pedir perdón cuando somos nosotros los que hemos infligido dolor a otro.

Dios es perdón. Él perdona siempre. ¿A todos? A todos. ¿Todo? Todo. Es el padre de la parábola que no desea otra cosa que aquel que se ha perdido, vuelva a casa. Es el que perdona los pecados a la adúltera, sin condenarla, y la anima a no pecar más. Es el que, como a la samaritana, conoce nuestra vida, acoge nuestro caos, y nos ofrece aquello que calmará nuestra «sed» de felicidad para siempre. Dios es el que se agarra a la última astilla, del último troco que, ya en el precipicio, permite rescatarnos del abismo, como hizo con Dimas, el ladrón, ya en la cruz. Dios no sabe no perdonar. Su justicia es el amor. Sólo pide a cambio un corazón abierto a ese amor, a ese perdón, deseoso de una eternidad a su lado.

Perdonemos. Pidamos perdón. Y estaremos más cerca del paraíso.

Un abrazo fraterno – @scasanovam