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Tú me cambiaste la vida (Mt 4,12-23)

Pasaste por mi vida y la cambiaste.
Me sacaste de mi ciudad para llevarme a otra. Y luego a otra.
Me sacaste de mi profesión para llevarme a otra.
Me sacaste de mi comodidad para llevarme a la arena del desierto.
Me quitaste personas y me regalaste otras.
Me abriste puertas. Me mostraste senderos nuevos.
Me cambiaste el nombre y me llamaste Trueno, caballero de la luz.
Me sacaste de mi soledad para llevarme a la compañía fiel de mi mujer y mis hijos.
Me quitaste el velo que me impedía verme bien y me diste una mirada nueva.

Como a aquellos que te encontraste, en sus redes, al lado del lago, me cambiaste la vida. La hiciste nueva. Sin posibilidad de volver atrás.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Has combatido el buen combate? (2 Tm 4,6-8.17-18)

Combatir el buen combate. Llegar a la meta. Haber mantenido la fe. Así se expresa S. Pablo viendo próximo fu final en la carta que le escribe a Timoteo. Quiero llegar al final y poder decir lo mismo.

A veces pienso en la muerte y en cómo me gustaría que fuese. Es una tontería porque nada puedo elegir yo al respecto. Pero pienso si es mejor que sea rápida o si es mejor poder prepararla con tiempo; si es mejor poder despedirse de tus seres queridos o no; con o sin sufrimiento… Pero leo estas palabras de Pablo y en el fondo pienso que la mejor muerte es aquella que se afronta estando feliz por lo vivido.

La felicidad de una vida, cuando llega el final, no creo que se mida por los metros cuadrados de la casa que me he comprado o por los euros de la nómina que he conseguido o por el número de hijos traídos al mundo o por los nombres de personas con las que he entablado relación… Creo que la felicidad de una vida, cuando llega al final, se resume en si esa vida ha sido vivida, a fondo, con pasión, al límite. La vida es un don y también es tarea y, esos dos aspectos creo que son los relevantes al final. ¿He aprovechado el don? ¿He hecho mi tarea?

No sé cuándo llegará mi final pero me gustaría poder afirmar, cuando llegue, lo mismo que Pablo: he combatido el buen combate, he llegado a la meta y he mantenido mi fe. Y simplemente afrontar el último paso hacia Dios, para poder descansar en Él el resto de la eternidad.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor no se encadena (Mc 12,28b-34)

Dice S. Pablo que «la Palabra de Dios no está encadenada». Dicho de otro modo, al estilo de Jesús, el amor nunca está preso, el amor nunca es derribado, ni encadenado, ni vencido. No hay poder en el mundo, ni fuerza terrestre, ni economía, ni éxito, ni poder, ni pecado, ni guerra, ni volcán ni tornado… capaz de meter entre rejas o de destruir al amor que todo lo salva.

Muchas veces nos preguntamos qué debemos hacer en tal o cual situación. Otras veces miramos las noticias y nos llenamos de tristeza al comprobar que al mundo todavía le queda camino para que el Reino  sea instaurado en su totalidad. A veces nos enredamos con la doctrina para intentar que las personas cumplan lo que decimos que Dios quiere. En otras ocasiones, hablamos y hablamos y hablamos de Dios pero poco hablan de Él nuestros actos, nuestro día a día. Jesús ya nos ha dicho que todo es más sencillo. Se reduce a amar.

Se puede amar a lo grande pero normalmente el amor se juego en lo pequeño. Estamos llamados a amar más y mejor a nuestras familias; más y mejor en nuestros trabajos; más y mejor en nuestras congregaciones, parroquias y desde nuestros ministerios particulares. Estamos llamados a curar el mal que nos rodea con un amor sanador que lo impregna todo. A veces buscamos grandes armas, grandes victorias, grandes rebeliones… No hay rebelión mayor que dejarse guiar sólo por el amor.

El amor que perdona al que nos ofende y persigue. El amor que da la vida por el otro. El amor que me lleva a ser responsable con mis tareas y obligaciones. El amor que me impulsa a ser el servidor en casa y a no exigir más de la cuenta. El amor que toma las decisiones más importantes de mi vida. El amor que mantiene viva la esperanza y nos lleva a asumir compromisos, tareas y misiones arriesgadas.

Pueden meternos presos, arrinconarnos, intentar silenciar nuestras voces, mandarnos a lugares lejanos, despreciarnos y mofarse de nosotros. En algunos casos, puede hasta costarnos la vida. Pero el amor no se encadena. Su victoria es segura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El don y la tarea de la comunión (Jn 17,20-26):

La comunión es don y tarea. Mucha gente no lo entiende. Es un regalo que se puede hacer realidad con Cristo en medio y es un trabajo que se construye a base de llevar a Cristo en el corazón y de descubrir a un hermano en cada uno de los otros que nos rodean. Ser uno nunca anula la personalidad propia. No se trata de eso. Ni en la Iglesia ni en una obra ni en un convento ni en una comunidad ni en un matrimonio. La diversidad no sólo es buena sino que es la única realidad posible. Dios nos hizo distintos y únicos y cualquiera que pretenda unificar esta yendo contra esta maravillosa realidad de la diferencia.

La comunión es otra cosa. Se parece más al reunirse alrededor de la misma mesa, alrededor de la misma persona: Jesús. Es descubrir que más allá de todo lo que nos diferencia, estamos unidos y convocados por el mismo, por la Verdad y la Vida. Cristo nos regala esa posibilidad y, estando Él en medio, es posible. Sólo así se puede explicar el éxito de realidades muy complejas de otra manera. Sólo así es capaz de salir adelante una comunidad religiosa. Sólo así es capaz de salir adelante un matrimonio, por ejemplo. Y el contrario también se da: comprobamos un día y otro también cómo fracasan estas misma realidades cuando esta comunión no existe o cuando se pretende construir a expensas de Cristo.

A la vez, este regalo es también tarea. Todos estamos invitados a construirla, a provocar en el otro las ganas de sumar también. Esto se consigue mirando al prójimo con los ojos de Jesús y descubriéndolo como un hermano al que no debo juzgar sino querer, al que no debe convencer sino acompañar, al que no debo sólo enseñar sino del que debo aprender. La comunión es una de las más preciosas tareas que cualquier cristiano puede acometer. Y esto no tiene espacio ni tiempo predilecto. Es bueno que lo hagamos en nuestros trabajos, en nuestras familias, en nuestros lugares, en nuestros proyectos…

Ojalá sepamos ser uno. Ojalá nos vean como uno solo en nuestra preciosa diversidad. Ojalá sumemos. Ojalá crezcamos juntos. Ojalá sepamos caminar respetándonos, sin mirarnos con sospecha o soberbia o desprecio. Quién así lo hace dista mucho de estar en el mismo banquete que el Señor.

Un abrazo fraterno

Mis compañeros me llevaron de la mano (Hechos 22,3-16)

Hoy en mi oración quiero poner delante de Dios a mi comunidad, a Betania, a aquellos que me llevan de la mano en mi camino.

No siempre es posible ver aunque uno tenga claro que es llamado y que le espera una importante misión. Aunque uno sienta que Jesús le espera para algo y que una tarea debe ser comenzada. La oscuridad, las dudas, la impaciencia, el no saber por dónde seguir, el no conocer los designios del Padre… a veces impiden caminar adecuadamente. Y hay que vivir, como pablo, la experiencia de ser llevado por otros, de que otros que caminan a tu lado te cojan de la mano y anden junto a ti. Tampoco saben exactamente adónde te llevan ni tienen la respuesta a tus preguntas pero su labor terapéutica y pacificadora es vital para no pararse. Son los que siempre están.

Un abrazo fraterno

Quien no lleve su cruz detrás de mi… (Lc 14, 25-33)

callejon.jpgQué bien me viene el evangelio de hoy. Eso de calcular costes, de echar cuentas, de asumir riesgos… antes de emprender una tarea, de afrontar una batalla, de asumir un compromiso…Renunciar a aquello que me satisface es tal vez una de las cosas que más me cuesta. Cumplir objetivos que impliquen renuncias en este sentido, por tanto, me cuesta enormemente.

Después del agobio de ayer intentando cumplimentar la solicitud de adaptación de estudios en mi nueva universidad el día de hoy ha sido más tranquilo. Las aguas vuelven a su cauce pero debo tener muy presente lo que ayer sucedió. Este cambio me ilusiona y me motiva pero debo ser consciente de mis propias dificultades y mis propias trampas. Cuando lleguen las duras, cuando sepa el resultado de la adaptación, cuando haya asignaturas que me exijan un montón… me llegará el sufrimiento. Será la hora de la renuncia. Sí, de la renuncia. No encuentro otra manera de denominarla. Y ahí estará mi cruz. Construirme a mi mismo es parte fundamental de la construcción del Reino de Dios. Acabar mis estudios es parte fundamental de mi construcción. Terminar mi carrera es, para mi, parte de mi construir el Reino. Ahí estará el Padre acompañándome.

Un abrazo fraterno