Evangelio para jóvenes – Domingo 32º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Ha sido agotador estar esta semana en las redes sociales, escuchando y leyendo tantas críticas, tantos ataques, a los jóvenes de Hakuna que, en los pasados días, tuvieron un encuentro y una oración en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Yo no pertenezco a Hakuna aunque los sigo de cerca, como a muchos otros movimientos en la Iglesia. Es un movimiento joven que, fundamentalmente, combina la adoración al Santísimo, con el encuentro, la formación y la música. Son jóvenes y están alegres porque han descubierto al Dios de la Vida. Alguno querría que se adaptaran más a las formas, tiempos y sonidos del Dios de muertos en el que creen. Escuchemos el Evangelio [Lc 20,27-38]:

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano . Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Jesucristo, que murió en la cruz, supo enseñarnos de qué va esto de vivir, y de vivir para siempre. Jesucristo, que sintió el desgarro de la muerte, de la soledad, del abandono, del dolor y la traición, supo vivir hasta el final una vida plena, apasionante y apasionada, una vida entregada. Es esa vida la que no termina aquí. Esa es la vida que triunfa. Esa es la vida que nos sitúa cerca de Dios, a su lado, para siempre. ¡No me digas que no vale la pena! Nadie que ha vivido así… se ha arrepentido. Te dejo tres pistas hoy:

  • «Un vida sin seguridades» – Siempre están ahí los que necesitan seguridad en su vida. ¡Seguridad necesitamos todos, claro que sí! Pero, ¿tanta? Hay personas que se escudan en la Ley, en lo de siempre, en su familia, en sus amigos, en su trabajo, en sus horarios, en la maneras que ha aprendido a hacer las cosas… Todo lo que se sitúe fuera de ese círculo es sentido como amenaza, como riesgo, como peligro. La vida que nos ofrece Jesucristo es una vida plena, pero exenta de tantas seguridades. Por eso es una vida llena de libertad, una vida por hacer, por escribir, una vida de amor, apasionante y apasionada. ¿Cómo lo llevas tú esto? ¿Qué sientes cuándo lo piensas? ¿Qué tipo de vida estás llevando? ¿Qué tipo de vida quieres llevar?
  • «Una vida para siempre» – Jesucristo vivió una vida que no se agotó en la cruz. La tuya tampoco está llamada ni diseñada para terminarse en la muerte, en el dolor, en tus fracasos, en tus pérdidas, en tus soledades. Tu vida tiene vocación de eternidad. Cuanto más la gastes, cuanto más la entregues, cuanto más la regales… más «vida» atesoras. ¡Qué maravillosa paradoja esta! Por eso, vive, vive sin miedo, entrega lo que eres y lo que tienes, no tengas reparo. Confía y espera en que Dios te mantendrá vivo, viva, a su lado y que te regalará un corazón lleno de ternura y felicidad para vivir los días presentes y los futuros. ¿No te llena esto de alegría? ¡Qué descanso vivir así!
  • «Una vida para ser vivida» – Dios ofrece. Dios propone. Dios invita. Dios espera. Tuya es la respuesta. Tu vida está en tus manos. Tú tienes que tomar las decisiones acerca de la vida que quieres vivir. La oferta no es sobre una vida etérea, fantasiosa, virtual, en el más allá… La vida que te propone Jesús es una vida que se concreta cada día, en tu jornada, en tu día a día, con las personas concretas con las que vives o a las que conoces. Apostar por Él requiere decir NO a algunas cosas, a algunas personas, a algunas propuestas. Es decir SÍ a otras. En tu mano está. Dios nunca obliga. ¡A por ello!

No está mal recordar todo esto tras el pasado día de Difuntos, en donde se nos viene encima el recuerdo de la herida provocada por la pérdida de muchos seres queridos. Podemos seguir viviendo. Estamos llamados a ello. El cielo está lleno de vivos que nos esperan y nos animan. Vivamos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 31º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estos días se han entregado en Oviedo los premios Princesa de Asturias. Un año más, los premios reconocen la labor de tantos hombres y mujeres que, como dijo la Princesa Leonor, trabajan por un mundo mejor, muchas veces de manera silenciosa. Muchos de ellos son nombres desconocidos y, pese a eso, sus logros son de gran altura. Reconocerlos es obligarnos a levantar la vista y a ver más allá de nuestro camino. Hoy Jesús también levanta la vista. Leamos su evangelio [Lc 19,1-10]:

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Zaqueo y Jesús dialogan incluso antes de conocerse. En ese «querer encontrarse» mutuo, Zaqueo y Jesús nos recuerdan a ti y a mí, hoy, la importancia de sentir la necesidad del amor, la necesidad de amar (Jesús) y la necesidad de saberse amado (Zaqueo). Tú, como yo, también guardas esa necesidad dentro y de qué hagas para satisfacerla dependerá mucha de la felicidad que atesores en tu vida. Te dejo tres pistas:

  • «Necesito ser amado» – No digas que no. Esa sed que tienes, esa sensación de que te falta algo tantas veces, ese vacío que duele y que te persigue tantas noches… ¿No es el amor que te falta? ¿No es tu necesidad imperiosa de saberte querido, querida, de verdad? Seguro que tienes familia, amigos, compañeros, etc. que te quieren, sin duda; pero tu corazón está diseñado para aspirar a máximos. Quieres más, queremos más, lo necesitamos. Y buscas aquí y allá, y mendigas migajas de cariño muchas veces, y encuentras fogonazos que te sirven para un rato pero que luego te dejan peor… Tal vez hay que aprender de Zaqueo, tal vez tienes que dar el paso, «subirte al árbol» y buscar a ese Jesús del que tanto hablan… Tienes que ponerte a tiro.
  • «Necesito amar» – Jesucristo sólo sabe amar. Dios es Amor y el Amor sólo amar sabe, sin medida. Jesucristo siempre se pone a tiro, siempre busca el encuentro, siempre levanta la mirada, buscándote. Quiere quererte, quiere entrar en tu casa. Sabe quién eres (¡¿no ves que llama a Zaqueo por su nombre?!) y sabe que no eres perfecto, perfecta. Sabe que te equivocas, a veces mucho. Sabe que te olvidas de Él muchas veces. Le da igual. Quiere entrar en tu corazón, en tu casa, para salvarlo, para salvarte. Si dejas que eso suceda, el amor caerá como una catarata, con fuerza, e inundará todo. Y entonces necesitarás compartirlo, y amar, mucho y a muchos. Vale la pena.
  • «Murmuraciones» – Zaqueo y Jesús son juzgados. Uno por buscar más allá. Otro, por encontrarse con quién estaba perdido. Ninguno satisface a «los suyos». Toma nota. Valiente Zaqueo. Valiente Jesús. Sólo el amor les mueve, su deseo de plenitud. ¿Qué dificultades encuentras tú hoy? ¿Quiénes murmuran a tu lado? ¿Qué haces con ello? Ser fiel a ti mismo, a ti misma, buscar en Jesús tu sentido, a veces resituará a muchos de los que te rodean. No lo entenderán. De repente dejarás de funcionar según las coordenadas que a ellos les mueven. Pero… ¿esto no va de ser feliz de verdad? Llegará el tiempo de las apuestas y, cuando llegue, sólo te recuerdo que no estarás solo ni sola. Sé valiente.

Vienen días especiales: Todos los Santos y Difuntos. Vida y muerte que nos recuerdan que tenemos vocación de eternidad. No te conformes con cuatro cositas de este mundo. Mira más allá. Atrévete. Alguien te busca.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 30º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estamos los creyentes. Están los que rezan, los que van a misa cada domingo, los de confesión frecuente, los del rosario diario. Están los que son catequistas, los que están comprometidos en una ONG, los que dan dinero para los pobres de la parroquia, los que colaboran en Cáritas, en roperos y comedores sociales. Están los curas, las monjas, los religiosos, los del Opus, los «kikos», los Hakuna, los Effetá y los de vete tú a saber qué. Están los cofrades, los que corren a por una virgen, los que lloran por el cristo de su barrio, los que salen en Semana Santa flagelándose. Están los misioneros y tantos otros. Estamos los buenos… y los demás… ¿o no? Leamos [Lc 18,9-14]:

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Este Evangelio, si lo actualizamos adecuadamente, habla de ti y de mí. Cambia fariseo por catequista, por creyente, por sacerdote, por persona piadosa, por… Y cambia publicano por persona perdida, pecadora, que gana dinero a costa de otros, traficante, drogadicto, borracho, prostituta… Yo qué se´. Sé que podemos salvar las distancias pero el caso es que, al final, nos habla de dos personas: una que se cree buena y otra que se reconoce mala, simplificando. ¿Tú en qué grupo te sueles meter? Te dejo tres pistas:

  • «Mérito» – El fariseo no necesita a Dios. le reza, le habla, le tiene presenta… pero no lo necesita. Él lo consigue todo por sí mismo, por sus actos, por cumplir los mandamientos y la ley. No necesita ser salvado. Llegará al cielo por sus propios méritos. Él cree que cree pero, en realidad no es así. Si fuera así, ¿para qué Cristo? ¿Para qué su vida, su cruz, su resurrección? Piénsalo. Vivir tu fe con orgullo, como si fuera tu mérito, te sitúa fuera de la órbita de la salvación. Juzgas a todos como «incapaces» e «inmerecedores» del amor de Dios, cuando eres un corazón engañado por su soberbia.
  • «Don» – El publicano, con todo su pecado, su desdicha, su perdición, sus errores… acude a Dios porque lo necesita. Acude con la cabeza baja porque sabe que no es merecedor de su perdón ni de su amor. No ha sabido responder a lo que Dios esperaba de él. Pero acude y, con menos palabras, simplemente le suplica compasión. Vive su fe con humildad, sabiendo que no llega a lo que se espera de él. Pero descubre en Dios a su salvador, descubre que su perdón es su regalo y que la salvación, inmerecida, es real gracias el amor infinito del Padre. Se juzga como «inmerecedor», pero su corazón, humillado y abierto al perdón, le sitúa en la órbita de Dios.
  • «¿Y tú?» – ¿Cómo vives tu seguimiento de Cristo? ¿Quién es Cristo para ti? ¿Cómo vives tu pecado? ¿Eres consciente de él o vives como si nada fuera mal? ¿Cómo es tu oración? ¿Cómo te presentas a Dios? ¿Necesitas ser salvado, salvada, o tú crees que puedes solo, sola? ¿Y los demás que pintan en todo esto?

Toda una semana para darle una vuelta a esto. Es más importante de lo que pueda parecer. ¿Esto va de méritos o de dones? ¿Dios puede salvar a alguien que considera que no necesita ser salvado de nada? Ojalá en tu oración de estos días, te presentes a Dios con humildad, con todo lo bueno de tu vida y de tu fe y también con todo lo mediocre y oscuro que te envuelve. Al fin y al cabo… esto va de pequeñeces y de pequeños.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 28º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Esta pasada semana, en clase, comencé con una oración muy sencilla en los grupos en los que me tocó a primera hora. Les propuse que hicieran unos segundos de silencio y pensaran en algo por lo que están agradecidos y, una vez en la mente y en el corazón, dieran gracias a Dios por ello. El agradecimiento nos hace mejores personas. La mirada se afina para reconocer todo lo que nos ha sido dado. El que agradece, es consciente de todo lo que tiene y eso le permite afrontar el día a día desde otra perspectiva. Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 17,11-19]:

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Diez leprosos que se reconocen enfermos. Diez enfermos que gritan buscando la ayuda de Jesús. Diez curaciones. Un agradecimiento. ¡Cómo se cotiza el agradecimiento! Es tan descriptivo el Evangelio de hoy… Gritos al principio y ensordecedor silencio al final. Desesperación inicial para terminar en jolgorio. Vidas que cambian por la fe. Y una fe que cambia vidas. Te dejo tres pistas para este domingo:

  • «A gritos» – No sé tú cómo te sientes pero vivimos tiempos donde es fácil sentirse herido. La pandemia, la guerra, el coste de la vida, la enfermedad, el paro, los problemas de salud mental, el cambio climático… pintan un panorama que nos afecta, nos exprime, nos agobia, nos hace muchas veces caminar desganados, sin fuerzas, sin ganas de mirar adelante. ¿Te suena? Y ahí, en medio de todo esto, hay que reconocer a Jesús y acudir a Él «a gritos». Esos gritos son el signo de la certeza de que sólo Él puede sanar nuestro corazón, de que sólo Él puede curarte, saciarte, redimirte. Grítale. Pídele. Acude a Él.
  • «Viendo… se volvió» – ¿Miras a menudo a tu alrededor? ¿Te das cuenta de todo lo que se te ha regalado? Seguramente no todo es perfecto bajo tus criterios pero… aún así, eres afortunada, afortunado. ¿Eres consciente de la acción de Dios en tu vida? ¿Eres consciente de las oportunidades que se te han dado, de las personas, lugares, experiencias… que han posibilitado que hoy seas lo que eres? Aunque haya dolor en tu vida, y oscuridad, también hay dicha, gracia, amor. ¿Por qué permites que quede en un segundo plano? A veces te falta la fe… ¿No será que no eres capaz de reconocer nada de todo esto?
  • «Tu fe te ha curado» – La confianza en que Dios actúa en tu vida, en que te cuida, te conoce, te quiere y te quiere bien… cura cicatrices y te otorga la paz necesaria para vivir tu vida. Es la fe, tu fe, que no se puede tocar ni es materia ni tecnología. No es «algo», ni se posee, no es tuya. Es acoger a una persona, a Jesucristo, mirarle, amarle, confiarle tus cosas, poner tu vida en sus manos aún sin entenderlo todo y creer que Él, sencillamente, te devolverá lo que necesitas. Y en ese camino, te descubrirás ya curado, curada. Pruébalo. No te defraudará.

Un nuevo domingo para crecer en la fe, para pedirle a Dios que acoja tu corazón inquieto y, tantas veces, pobre, herido, pecador. Vuelve a Él, como el leproso, reconócelo, vete a su lado, búscalo, grítale, atrae su atención. Y Él hará lo necesario para que vivas en amor, feliz.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 26º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Han sido días de fiesta en casa. Ayer mismo cumplí 46 años y lo celebramos con mucha gente. Primero, una merienda con jóvenes exalumnos de Movimiento Calasanz que, con los años, son ya familia. Por la noche, con amigos que nos hacen los días más bonitos. Y hoy, tras la Eucaristía, con la familia y la comunidad. Banquete tras banquete, que diría aquel. El caso es que me paro a mirar hacia atrás y compruebo que siempre he intentado celebrar la vida y disfrutarla como un regalo y, además, siempre he intentado que otros se sumaran a esta celebración. Leamos el evangelio de hoy [Lc 16,19-31]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

¿Cuántas personas viven cerca de mí que claman por mi ayuda? ¿Cuántos chicos y chicas del cole se acercan a recibir algo de lo que yo puedo ofrecerles? ¿Cuántos necesitan de nosotros, de ti y de mí? ¿Qué podemos ofrecerles? Porque tal vez ni tú ni yo vestimos «lino» ni «banqueteamos» cada día como comenta el Evangelio. Y aún así, la Palabra llega hoy a mí como un dardo. Te dejo tres pistas:

  • «Lázaro» – Lázaro se postraba a la mesa del rico y se saciaba con las migajas que caían. El rico necesariamente sabía de su existencia y nunca le invitó a participar. Tú y yo tenemos nuestras propias riquezas y ofrecemos nuestros propios banquetes. Tenemos tiempo. Tenemos dones y capacidades. Tenemos lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué hacemos con ello? ¿Sólo para nosotros? ¿Sólo para nuestro propio beneficio? ¿Has identificado alguna vez qué personas te ha puesto Dios cerca que necesitan de ti, de ese tiempo, de esos donde, de lo mejor de ti? Están ahí, en tu día a día, esperando que te des cuenta de que existen. Ponles nombre y actúa. La salvación está en lo pobres, no en la letra de la Ley.
  • «Un abismo inmenso» – Es el abismo del egoísmo, que te aleja de todos. Ese es el infierno. Un infierno que puede comenzar ya aquí, en la tierra, escondido tras los flashes de una vida aparentemente envidiable, pero llena de insatisfacción, soledad, frialdad, superficialidad, derroche que no alimenta. Es el infierno del que vive sin Dios porque no le necesita. Es el infierno del que mira, sin ver al prójimo. Es el infierno del que descubre demasiado tarde la tragedia. Es el infierno del que, ya en el infierno, sigue pensando sólo en él mismo.
  • «Los profetas» – Dios habla. A veces guarda silencio, pero no siempre. Se sirve de personas que lo escuchan y, a través de ellos, nos hace llegar su voz, su caricia, su consejo, su advertencia, su disgusto. No sé cómo andas tú de oído. ¡Cuántas veces esperamos que Dios nos hable y estamos sordos ante su voz, una voz que nos llega a través de personas que se acercan a nuestra vida y que nos interpelan, directa o indirectamente! Hazte sensible a la voz de los profetas. Quítate ya la cera de tus oídos y ¡escucha al Señor!

Termina el domingo, un fin de semana lleno de vida y cariño. Lo termino con la conciencia de que todo lo bueno que Dios me ha regalado, que es mucho, no es sólo para mí. Mi vida ha sido hecha para ser compartida, entregada. Mi vida ha sido hecha para dar vida. Ojalá el Señor me ayude y me siga interpelando con su palabra.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 25º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Esta semana pasada he comenzado las clases con mis nuevos alumnos de Matemáticas y TIC en el cole. Presenté mis asignaturas y todavía no me metí en harina. Vamos poco a poco, que el aterrizaje es duro. Lo que sí intenté es transmitir un mensaje que me parece importantísimo: yo voy a dar lo mejor como docente y eso es exactamente lo que espero de mis alumnos, que den lo mejor de sí. Malgastar las posibilidades que uno tiene, las capacidades que le han sido dadas, es, tal vez, uno de los mayores males que podemos cometer. Leamos el evangelio de hoy [Lc 16,1-13]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Derrochar es malgastar. El propietario «llama a filas» a su administrador porque malgasta sus bienes, seguramente en beneficio propio. Como dice mi amiga Adriana en el comentario de hoy de #TuVozdelosLunes, ¿y si piensas que Dios es el propietario y tú eres su administrador? ¿No es verdad que Dios, que lo ha creado todo, que te ha creado a ti, te ha dejado libre para hacer de tu vida lo que quieras? ¿No es verdad que ha dado un paso atrás confiando en que tú sepas qué hacer con todo lo que te ha dado? La pregunta entonces es clara: ¿cómo lo estás haciendo? Te dejo tres pistas:

  • «Los bienes» – Tal vez te estés preguntando qué bienes te ha tocado administrar. Pues todo lo que te ha sido dado en tu vida: la naturaleza, tu familia, tus dones y capacidades, los amigos que han aparecido en el camino, los lugares que han dejado huella en ti, las personas necesitadas que están en tu entorno, tus estudios o trabajos… Todo eso son las «riquezas» de Dios que Él ha puesto a tu servicio y que te ha confiado. ¿Qué estás haciendo con ello? ¿Lo estás usando para vivir más cómodamente, para que te «sirvan» cuando te interesa, para que los «uses» en tu propio beneficio? ¿No sería mejor que todo eso sirviera para generar más «riqueza»? ¿No sería mejor que se multiplicara? ¿No sería mejor que fuera dado y entregado a aquellos que lo necesitan, para saciar sus carencias? Piénsalo…
  • «Lo poco y lo mucho» – En la vida llegan momentos clave donde todo lo que uno es, todo lo que uno ha aprendido, toda la fe que ha crecido, todo lo que ha madurado… se pone en juego. No son muchos momentos, tal vez tres o cuatro, en los que uno debe acertar porque se juega todo el sentido de su vida. Pero es imposible acertar ahí si no has entrenado tu corazón, si no te has curtido en las batallas pequeñas, si no te has deleitado en el discernir de cada día. No puedes pretender ganar una Champions, ser un Rafa Nadal de la vida, si no eres capaz de aguantar el entrenamiento diario, si no eres disciplinado en lo cotidiano… ¿Cómo vas a apostar por el Amor si no eres capaz de amar en esos minutos tontos de cada jornada? ¿Cómo ganarlo todo si eres incapaz de empezar el día a la hora, haciendo tu cama; incapaz de estudiar lo que toca; incapaz de vivir agradecida por la oportunidad de estudiar o trabajar; incapaz de hablar con esa amiga con la que te has distanciado; incapaz de rezar 10 minutos al día; incapaz de salir y no emborracharte; incapaz de no buscar en tu pareja tu propio placer y usarla…?
  • «Dos señores» – Mira tu vida y piensa: ¿a qué dioses están sirviendo hoy? Puede ser el dinero, puedes ser tu mismo, puede ser el éxito, puede ser la comodidad, puede ser el bienestar, puede ser… el Dios de Jesús. Pueden ser incluso varios a la vez, seguro que me dirías… porque a veces nos confundimos, y nos equivocamos y queremos una cosa pero hacemos otra… ¡Sin duda! Pero hay que intentar que cada día, el porcentaje de corazón que sirve sólo a Dios sea más alto. Ese es el objetivo. Sólo falta que lo decidas y lo persigas. Y sí, notarás que lo estás consiguiendo cuando detectes que vives más en paz; más liado… pero más feliz.

Ojalá tengas una buena semana y administres bien estos siete días que vienen por delante. Ojalá que el amor se multiplique y la deuda del pecado se reduzca. ¡A por ello!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No sé tú pero yo me he sentido, y me siento muchas veces, mejor que otros. Tal vez diga que no con la cabeza, porque creo firmemente que no es así, pero inconscientemente sucede. Siempre hay alguien a quién poder juzgar con severidad. Siempre hay alguien que se equivoca a quién poderle decir «ya te lo dije». Siempre hay alguien que se deja llevar y cae en la tentación de manera evidente y, enfrente suya, uno se siente más fuerte y listo. Lo curioso es que demasiadas veces, aunque lo esconda, yo soy el que se equivoca, el que se deja llevar, el que cae… Leamos el evangelio de hoy [Lc 15,1-32]:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Jesús es acusado de juntarse demasiadas veces con la «mala gente». Hoy diríamos que Jesús cena con los «rojos», o que va a tomar el café con un grupo de «fascistas», o que se le ha visto paseando y hablando por el barrio de las putas, o jugando a las cartas con el político corrupto que se ha enriquecido con los impuestos de todos, o entrando en una sala de juegos y apuestas donde tantos jóvenes pierden la vida… ¡Yo qué sé! Cada uno tiene etiquetados a sus «malos» particulares, a aquellos con los que nunca se imagina a Jesucristo. Jesús intenta explicar con parábolas lo que supone el Reino de Dios. Son parábolas que suenan bonitas pero… ¿quién se las cree? ¿Quién va a buscar a una oveja perdida teniendo otras 99? Nadie con juicio. ¿Quién se agacha a por una monedita de 10 céntimos teniendo miles de euros en el banco? Nadie. Entonces… ¿quién es este Dios del que nos habla Jesús? ¿El Dios de los que han perdido la cabeza? Te dejo tres pistas:

  • «El hijo menor» – Eres hermano menor cuando decides hacer la guerra por tu cuenta. Eres hermana menor cuando crees que no necesitas a nadie. Eres hermana menor cuando optas por todo aquello que te reporta placer y emoción, cuando piensas sólo en ti. Eres hermano menor cuando le das la espalda a Dios. Eres hermano menor cuando tu vida está vacía y te sientes mal. Eres hermana menor cuando no sabes quién eres, cuando te das lástima a ti misma, y te avergüenzas de en quién te has convertido. Eres hermano menor cuando te sientes solo, cuando necesitas el perdón, cuando tienes miedo de volver…
  • «El hijo mayor» – Eres hermano mayor cuando haces lo que debes por obligación, sin pizca de amor. Eres hermano mayor cuando cumples con tus obligaciones pero te vas llenando de ira y rencor. Eres hermano mayor cuando vives maniatado, encarcelado, cuando no hablas ni compartes ni expresas lo que necesitas… pero luego reaccionas desproporcionadamente. Eres hermano mayor cuando juzgas con dureza al que se equivoca, porque tú te sientes en la mierda, como él, pero no te atreves a decírtelo. Eres hermano mayor cuando le das la espalda a Dios pese a parecer que estás a su lado.
  • «El padre» – El padre es Dios. El padre quiere a sus hijos por igual, a todos, al que se queda y al que se va. El padre reparte su herencia; todo lo suyo es de sus hijos y les da libertad para administrarlo como consideren. El padre es tu padre y te quiere a su lado. Tu padre se preocupa por ti y sufre por tus malas decisiones. Tu padre intenta que vuelvas una y otra vez, no se cansa. Tu padre te quiere y el amor llena su corazón. Por eso tu padre no te pide explicaciones ni juzga tus errores ni se regodea en ellos. Sabe que tú eres el que más ha sufrido. Tu padre sólo quiere perdonarte, abrazarte y volverte a sentar a su mesa, devolverte la dignidad perdida y sanar tus heridas a tu lado. Tu padre te invita a amar, a entrar, a no dejar que el mal juicio de tu corazón te envenene.

Se han dedicado libros enteros a esta parábola y no soy yo quién para explicar con detalle mucho más. ¿Lo mejor? Que esta parábola llegará a tu vida, antes o después, y tendrás que decidir cómo te sitúas en ella. Buen domingo.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 23º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Seguro que muchas veces has deseado fervientemente algo. Puede ser hacerte mayor más rápido, ser adulta antes para disfrutar de ciertas libertades, tener pareja, ganar dinero, disfrutar de unas buenas vacaciones, comprarte mejor ropa, estudiar una buena carrera… Y pensando a futuro, estoy seguro que alguna vez has pensado en cómo te gustaría vivir, qué tipo de familia querrías formar, cuántos hijos querrías tener o en qué querrías trabajar. Desear y soñar está genial, define un horizonte. Pero me encuentro a menudo con personas que, como tú, desean y sueñan, pero no calibran lo que necesitan para alcanzar esos sueños o no miden bien sus fuerzas o, sencillamente, no aceptan las consecuencias de las decisiones a tomar para conseguirlo. ¿Te suena? Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 14,25-33]:

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Si lees este Evangelio y esta reflexión es porque eres creyente, seguidor de Jesús, o estás en búsqueda, intentando encontrar tu sitio, respuestas, caminos por los que transitar. Habrás experimentado momentos donde seguir a Jesucristo habrá supuesto para ti un subidón: has participado en algún retiro, formas parte de un grupo o de una comunidad que te acompaña en tu camino de fe, has sentido emoción, fuerza y consuelo en alguna Pascua o en alguna celebración, te has sentido acompañada y querida… Pero ¿puedes ser creyente y seguir a Jesús sin calibrar bien lo que eso significa de verdad en tu vida? Te comento tres pistas para hoy:

  • «Posponerlo todo» – ¡Cuántos jóvenes emocionados y llenos de fervor he conocido! ¡Cuántos, tras una Pascua o un retiro han experimentado el amor de Dios y sintieron que esos momentos lo eran todo! ¡Cuántos han querido ser catequistas y testigos ante los que venían detrás! ¡Cuántos han expresado su deseo de formar parte de una comunidad! Cuántos… se han quedado en el camino después de todo eso. Seguir a Jesucristo exige ponerlo a Él por delante de tus emociones y sentimientos positivos. Es estar disponible. Es relacionarse desde el amor. Es entregar la vida, el tiempo, compartir el dinero, apostar por los últimos… Seguir a Jesús es comprometerse y comprometerse es optar y optar es, a la postre, dejar… ¿Cómo llevas eso? ¿Estás dispuesto, dispuesta? Difícil sí pero… ¿no tienes sed de felicidad? ¿A qué estás esperando?
  • «Cargar con la cruz» – Cargar con una cruz seguro que no forma parte de tus mejores planes de fin de semana. Pero la vida trae cruz, sobre todo la vida de aquellos que optan por el amor, por la justicia, por la entrega, por estar abiertos a todos, pendientes de su prójimo. Es la cruz que llega, que pesa, que oprime muchas veces… la cruz que nadie elige pero que es consecuencia de apostar por vivir de una determinada manera. ¿Ya la has experimentado? ¿Ya sabes lo que son las burlas, las incomprensiones, el desierto, la tentación, la debilidad, el sacrificio…?
  • «Los bienes» – Jesús no habla en abstracto. Es muy concreto. Y aquí hoy te habla de los bienes, una de las primeras consecuencias de vivir a los demás como auténticos hermanos y hermanas tuyas. ¿Qué pasa con eso que te sobra? ¿Qué pasa con eso que puedes compartir? ¿Qué haces con ese que te encuentras sin poder comer, o el que pide en la calle, o con el niño sin padres, con el abuelo solo, con el enfermo atemorizado? ¿Qué haces con tu valioso tiempo, con el dinero que te dan abuelos y padres o que te ganas ya con tu esfuerzo? ¿Compartes? ¿Sostienes proyectos e iniciativas? ¿Participas en campañas? ¿Las promueves? ¿Te interesas por aquellas personas, con nombres y apellidos, que hay detrás? Es bueno pensarlo…

Uy, uy, uy… estarás pensando… ¿Esto no iba de creer y ya está? ¿De sólo rezar o ir a misa alguna vez? ¿No llega con los tuits que retuiteo del Papa o con aquellos con los que critico a los que atacan a la Iglesia? Pues no. No va solo de eso. Va de escuchar, de descubrir qué te pide a Dios, de optar, de poner tu vida al servicio de tu misión, de comprometerte a fondo y de cargar con las consecuencias de todo ello. ¿Cuál es el premio? La felicidad absoluta, aquí y para siempre. ¿Conoces algo mejor?

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 22º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Hay personas humildes y otras que necesitamos ser humillados para aprender a serlo. Yo siempre he pensado que soy de los segundos. Demasiado protagonismo, demasiado liderazgo, demasiada voz, demasiada opinión, demasiadas cosas demasiadas veces… Me cuesta estar en segundo plano, callado, a un lado… No es muy bueno esto que digo sobre mí pero… es lo que hay. Y no he encontrado otra manera de aprender a abajarme que siendo abajado. Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 14,1.7-14]:

En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga:
“Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

Desde que conocí las «Letanías de la Humildad«, escritas por el cardenal Merry del Val, las utilizo muchas veces en mi oración. Me sobrecogen, me interpelan, me tocan el corazón por su dureza y su claridad. Con ellas, le he pedido a Dios muchas veces que me enseñe a ser humilde, que me ayude a saberme más pequeño. Leyendo la Palabra de hoy, me resuenan tres cositas que te comento:

  • «La falsa humildad» – Me parece muy bonito en el Evangelio cuando Jesús comenta que llegará el momento en que alguien te «lleve más arriba», te impulse hacia adelante. La humildad, que es una virtud, puede ser el disfraz perfecto para una de las tentaciones preferidas con las que el Mal suele tenderte trampas: esa convicción tuya de que eres poca cosa, de que no sirves, de que no te mereces nada, de que tu lugar siempre es el último… ¡Cuidado con eso! No vaya a ser que juegues a ser humilde y estés dejando de escuchar a Aquel que te ha llenado de dones y te anima a ponerlos en práctica.
  • «La vida a veces en activa… a veces en pasiva…» – En este mundo que nos toca vivir a ti y a mí, estamos convencidos de que somos los protagonistas absolutos de nuestras vidas, de nuestras propias historias. Tendemos a pensar que hacemos lo que queremos hacer, que somos lo que queremos ser, que vamos adonde queremos ir… y que todo lo que no sea así, es malo, dañino, nos somete y nos quita libertad. Somos un «selfie» con patas. Pero ese juego de voz activa y pasiva de Jesús es, hoy, muy rompedor y contracultural: porque a veces decidirás tú ir pero otras veces serás llevado, porque a veces decidirás tú humillarte pero otras veces serás humillado, porque unas veces tú decidirás amar pero… también tendrás que aceptar que eres amado. Piénsalo.
  • «Las invitaciones» – ¿Recuerdas cuando en el cole no dejaban repartir las invitaciones de cumpleaños en clase para que nadie se sintiera mal al no estar invitado? Jesús hoy te propone algo completamente diferente: invitar a aquellos a los que nadie invita. ¿Cómo traducir esto? Pues que lo mejor que tienes, tus dones, tu tiempo, tus capacidades, lo que te ha sido dado… lo pongas al servicio de aquellos que no tendrán la oportunidad de devolvértelo. ¿Por qué? Será una buena pista para saber si tus acciones, tus intenciones… son puras o interesadas. No es fácil eh. ¡Qué fácil es engañarse! Es un discernimiento de todos los días, de cada hora. Anímate. Sí. Anímate. Ahí afuera hay personas que nunca son invitadas a ninguna «fiesta», a las cosas buenas de la vida, a los momentos intensos que lo cambian todo, a los minutos dedicados en exclusiva, a las sonrisas sinceras, a un abrazo agradecido, a una mano para caminar juntos…

El próximo domingo ya será el primero de septiembre. Yo estaré en Madrid, intentando compartir con un puñado de hermanos en la fe, a qué puedo «invitar» y a «quiénes» en este curso que comienza. Y también a estar atento porque, de la misma manera que yo invito, seguramente también seré invitado…

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 21º del Tiempo Ordinario Ciclo C

En el Museo del Prado hay una obra que he descubierto hace poco gracias a mi amiga Marian. Se trata de una pintura de Joachim Patinir, uno de los paisajistas más reputados del siglo XVI. La obra es «El paso de la laguna Estigia» y en ella, bordeando una laguna de un azul bellísimo, descubrimos dos orillas, posibles destinos del mítico barquero Caronte. La apariencia de cada una, a los ojos del alma que va en la barca, ilustra de manera precisa el evangelio de hoy [Lc 13,22-30]:

En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
Señor, ábrenos;
pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

El paraíso, la vida eterna, se esconde tras una entrada sinuosa, pedregosa y difícil. La condenación eterna, el infierno, se parapeta tras un atractivo acceso, hacia donde parece dirigirse Caronte con el alma que ya ha optado, que ya ha tomado partido, que ya ha decidido vivir de una determinada manera. Y te pregunto: ¿ese desenlace final no tiene relación también con la propia felicidad aquí, en esta vida? ¿Puede que la puerta a tu felicidad verdadera, a tu plenitud como persona, al éxito vital al que aspiras, sea un camino difícil que requiera esfuerzo y determinación, paciencia, resiliencia, fortaleza, confianza… y fe? Te dejo tres pistas:

  • «¿Pocos se salvan?» – No sabemos cuántos nos vamos a encontrar al lado de Dios cuando llegue el momento final pero debemos esperar que seamos todos. Nuestra esperanza y nuestra confianza en la misericordia de Dios nos hace esperar que toda alma se rinda finalmente al Amor, al encontrarse cara a cara con Él; por mucho que se haya equivocado en su vida. Pero no está garantizado. Dios invita a todos. Dios nos espera a todos. Dios te invita y te espera a ti. Pero… igual que el alma que va en la barca de Caronte, puedes optar por vivir de espaldas a Dios para siempre… Es tu decisión.
  • «La puerta estrecha» – Una puerta implica el paso de un lugar a otro y atravesarla implica una decisión. Vivir con Dios, seguir a Jesucristo, desear salvarse, implica una decisión. ¿Una? Realmente muchas pequeñas decisiones que, día a día, nos van poniendo del lado del amor o del lado del egoísmo, del lado de la entrega a los demás o del lado de la centralidad de uno mismo. Lo que parece claro es que Jesús nos pide que abramos la mirada y el corazón y que seamos capaces de vencer la eterna tentación de lo que, a priori, se nos presenta como más apetecible. Porque el pecado es apetecible, atrayente, atractivo, seductor, placentero… Cuando permanentemente dejas que el verbo APETECER gobierne tu vida, estás optando por la ancha puerta de lo fácil, de lo obvio, de lo que reporta gustito momentáneo, de lo que te hace sentir DIOS por unos instantes. Pero cuando optas por el verbo AMAR, por el verbo QUERER, por el verbo OFRECER, estás optando por la puerta estrecha, por aquella que te obliga a dejar fuera mucho «equipaje» que no necesitas, la puerta que te purifica, la que puede no ser tan apetecible en un primer momento pero que te abre a la felicidad verdadera.
  • «Los últimos» – Jesucristo te ofrece la puerta de los últimos, la puerta del «servicio», la puerta de aquellos que se esfuerzan por agradar a Dios a través de sus prójimos. Verás y escucharás muchas veces, a lo largo de tu vida, que hay personas que se escandalizarán por tu opción. «¡¿Dónde vas?! ¡Estás loco!» te dirán. Pocos entenderán tu esfuerzo en los estudios, la compañía que ofreces en casa, el voluntariado que te impide hacer otros planes los viernes, la convivencia o el retiro que te quita de las copas del sábado noche, el campo de trabajo que se lleve un buen trozo de las vacaciones del verano, el querer vivir el amor y el sexo con tu pareja poniéndola a ella en el centro y cuidando con responsabilidad vuestra intimidad mutua, el optar por un trabajo menos vistoso y remunerado pero que te permite construir la sociedad en la que crees…

La puerta estrecha es la puerta de los últimos del mundo, de aquellos que optan por salirse de los parámetros de éxito actuales, de aquellos que viven unos valores que están en cuestión por las grandes élites de hoy, de aquellos que quieren ser libres y que quieren seguir al Señor. Pero la promesa es clara: LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS. Yo creo que vale la pena, ¿no? Todo esto pasará y llegará el momento en que te darás cuenta que tu tesoro es otro, el que realmente vale. Apuesta por ello.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova