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Evangelio para jóvenes – Domingo 12º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Hace unos días recibí un whatsapp de una persona amiga que me comentaba la importancia de ser valiente sin complejos, aún a costa de equivocarse, y de afrontar las opiniones de los demás sin miedo, intentando hacer de ellas una crítica constructiva en el mejor de los casos. ¿Nos estamos olvidando de ser valientes? ¿Cuál es la frontera entre la valentía y la temeridad? ¿Debo darle vueltas a la opinión que los demás tienen sobre mí? ¿En qué hay que ser especialmente osado? Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 10,26-33]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

El Evangelio nos aclara todo lo planteado: ¿Hay que tener miedo? A veces es lo lógico y lo recomendable, porque nos protege. ¿Hay que ser valiente? Construyendo el Reino de Dios, sin duda. Dios está de nuestra parte. Estamos llamados a ser lo que somos, en plenitud. Nuestros dones, nuestras capacidades, nuestra mirada, nuestro cuerpo, nuestro espíritu… todo proviene de Dios y está llamado a ser bello, bueno y transformador. Nunca el precio puedes ser tú. Te dejo tres pistas:

  • «El fuego que mata alma y cuerpo» – ¿Miedo? Sí. Miedo a perderte a ti mismo, a ti misma. Miedo a que el pecado se haga con tu corazón y lo llene de insatisfacción, de rencor, de envidia, de odio. Miedo a que pierdas a Dios de vista y desaproveches la oportunidad de ser feliz aquí y en la otra vida. A eso hay que tener miedo. ¡Fíjate! El Evangelio nos invita a dar la vida, ¡incluso a perderla como Jesús! No hay que tener miedo a eso, a las consecuencias de aportar por el bien, el amor, los valores, la amistad verdadera, las relaciones sanas, las apuestas vitales valientes… El miedo debe protegernos de aquello que nos consume, que absorbe lo mejor que tienes. ¿Qué lugares, qué personas, qué situaciones, qué decisiones, etc. anulan lo mejor que tú tienes? ¡Aléjate de ellos!
  • «Dios te conoce» – Tu Padre sabe quién eres. Tu Padre sabe lo que hay en tu corazón. Tu Padre no se equivoca contigo. Tu Padre sabe más de ti que tú mismo, que tú misma. Sabe que eres más valioso, más bella, más bueno, más capaz… de lo que a veces tú te crees. Los enredos, las críticas injustas sobre ti… no deben tener poder sobre tu persona. Confía en que Dios sabe más que la gente, que Él sí ve el por qué haces las cosas, tus intenciones; Él sí conoce tus preocupaciones y desvelos. No tienes que quedar bien.
  • «Dios se pone de tu parte» – Soy testigo de ello. No se trata de rezar todos los días para que esto o aquello salga como yo quiero; se trata de intentar vivir siendo fiel a ti mismo y a aquello que crees que Dios te pide… y uno va comprobando que Dios cuida la vida y que cada cosa va cobrando sentido en el tiempo y que el camino que se va haciendo es un camino que, sí, va hacia algún sitio. Por eso no lo dudes: si apuestas por Dios, Dios se pone de tu parte y la vida, con sus dificultades, dolores y sinsabores y también con sus alegrías, logros y caricias, es un regalo con sentido.

Llega el calor fuerte y, con él, las ganas de descanso, piscina, playa y terracitas. Ese Evangelio de hoy marcó un verano allá por 1997. Tal vez vuelva a ser importante de nuevo ante el horizonte que se nos presenta por delante a mi familia y a mí. Ojalá sepa afrontarlo sin miedo y con valentía.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Me he pasado un día metido en un cuarto de baño que vamos a reformar mi mujer y yo con nuestras propias manitas. Estas cosas me dan miedo porque no sé mucho de tornillos, herramientas, técnicas y chapucillas. Es algo que no está dentro de mi esfera de seguridad, al contrario. Dicho de otra manera: reformar el baño me obliga a salir de mí mismo, a dejar atrás miedos y creencias y a poner en juego lo mejor de mí para que lo viejo, lo sucio y lo gastado… sea renovado, reformado y embellecido . Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 4, 12-23]:

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Un Jesús al que le ha llegado su momento, coge el testigo de Juan el Bautista y comienza a predicar el Reino por toda Galilea. Ya no es un reino que está por venir sino que es un Reino que ya se hace presente con Él. Es la hora del amor. Es la hora de la promesa. Es la hora de cambiarlo todo. ¿Cómo responder a ese amor que llega a la vida de forma desmesurada, como torrente? Te dejo tres pistas del evangelio de hoy:

  • «Convertirse» – No es una palabra muy usada actualmente: convertirse suena a saga de magos. Lo cierto es que esto no va de convertirse en algo diferente, en otra criatura, en un ser fantasmagórico o en superhéroe. Esto va de convertirse y ser justamente quién eres. Y no va tanto de apariencias, outfits, makeups y demás. Va de corazón, concretamente del tuyo. Va de hacer reformas en él y volverlo a dejar como nuevo. Va de quitarle las telarañas de la pereza, que tantas veces te lleva a no hacer muchas cosas; va de quitarle las manchas del egoísmo, que tantas veces hacen daño a los que te rodean; va de quitar la capa de polvo a todo aquello que Dios te ha dado para que vuelva a brillar… «¡Conviértete!» te dice Jesús. No hay nada más urgente.
  • «Ser llamado» – El que se convierte, de repente, se abre a nuevas historias, a nuevas aventuras, reconoce rostros que tenía olvidados y es capaz de escuchar voces que estaban acalladas por el ruido ensordecedor de esa vida que llevas, tan llena de prisas y de apariencias. Cuando tienes el corazón a punto… oyes la voz de un amor que te llama. Es Jesucristo, que llega a tu vida y te llama por tu nombre; que irrumpe en tu día a día, en tus tareas, trabajos, estudios, planes… y te propone seguirle. Lo hizo con Pedro, con Andrés, con Juan, con Santiago… que eran como tú, o peores. No eres llamado por ser bueno o perfecta o interesante o comprometida o cumplidora en las cosas de Dios… No. Eres llamada simplemente porque sí, porque te quiere a su lado, porque te quiere… sin más.
  • «Dejar» – Convertirse es estar listo para escuchar esa llamada. Y también es estar dispuesto, dispuesta, a responderla. Es una llamada exigente, acorde a lo que eres. El amor sólo acepta el amor como respuesta. Y amar exige dejar, abandonar planes, seguridades, ideas, personas, lugares… Ya lo has hecho más veces y lo seguirás haciendo. El amor exige una decisión. No admite caminos intermedios, respuestas temblorosas, opciones tibias y mediocres. No puede ser un «sí pero…» ¿Cómo lo ves? Tienes toda una vida para responder. Cuanto más amado, amada, te sientas… más fácil te será. Ya lo verás.

No lo dudes. Jesucristo viene a tu encuentro. No es sólo un amigo. Es el Señor, y te llama. Te llama porque te ama. Si te quedas indiferente es porque todavía no has escuchado bien. Afina el oído. Es el momento.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

 

 

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º del Tiempo Ordinario Ciclo C

¿Cómo estás? Otro domingo más delante de nuestras narices. Omicron sigue haciendo de las suyas y, en el horizonte, tambores de guerra que nos recuerdan lo frágil que es siempre la paz, empezando por nuestro propio corazón. Y en medio de todo este ruido, en medio de este oleaje bravucón que nos sube y nos baja, en una auténtica marea de emociones, el evangelio de hoy: Lc [1, 1-4;4, 14-21].

Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.

Y él comenzó a decirles:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

Jesús vuelve a casa. Es decisión propia. Según el evangelista Lucas, comienza su «revolución» en uno de los lugares más problemáticos de toda Palestina, Galilea, y, a la vez, un lugar bien conocido por Jesús: su casa. Galilea era una región plagada de zelotes revolucionarios, quemados por la presencia romana en su territorio y con ganas de mandarlos a paseo aunque fuera por la fuerza. Además, internamente, era una región mal vista por los judíos más ortodoxos, tal vez por ser región fronteriza y por sus relaciones con aquellos a los que los judíos tachaban de paganos. Era, por decirlo de alguna manera, la región atea y rebelde; la región ruda, a la sombra de olivos y enredada a orillas del lago de Genesaret. Te dejo tres ideas:

  • «Galilea» – Jesús toma opción desde el principio. No sólo nació en Belén, en medio de animales en un establo, a la intemperie y olvidado; sino que decidió comenzar a predicar en un lugar plagado de pobres, excluidos e «impuros». Jesús decide comenzar alejado de las esferas de poder, lejos de la poderosa capital Jerusalén. No buscaba influencia, reconocimiento, compadreo con los poderosos. Y esto es una buena noticia para ti, para mí. Porque nosotros también somos galileos. ¡Sí! ¡Hazme caso! Eres galileo, galilea. Tu vida está llena de promesas pero, también de dificultades, frustraciones, fracasos y heridas, aunque no lo quieras reconocer. Vives en medio de la lucha entre lo que te gustaría ser y lo que descubres de ti mismo todos los días. ¡La misma sensación que tenían aquellos pescadores cuando, al anochecer, salían en sus barcas con el objetivo de atiborrarlas de peces y volvían a puerto, al amanecer, con las redes vacías! Jesús te prioriza, quiere devolverte la grandeza que no sientes, la autoestima que no tienes, el amor que anhelas.
  • «El Espíritu» – No, no es un fantasma. El Espíritu es quién te mantiene vivo hoy, quién llena tu corazón cada día y te lo llena de esa alegría que lucha, contracorriente, para que la desesperanza no gane la batalla del mundo. El Espíritu es esa voz que escuchas tantas veces y que te recuerda que no estás sola, que siempre hay alguien; es quién te envía personas para que se crucen contigo, para cambiarte la vida, para que les cambies la vida. El Espíritu es el fuego que sientes cuando estás enamorado, el ardor del primer beso, y del segundo, y del tercero, el deseo de querer ser amado siempre, la felicidad de amar. El Espíritu te habla en el espejo, en la almohada, en el silencio, en la naturaleza, en tu conciencia, en aquellos que están a tu lado, en la Biblia que abres de vez en cuando, en el camino por el que transitas. El Espíritu fue quién empujó a Jesús, quién lo iluminó, quién lo acompañó, quién lo guio, quién lo sostuvo, quién lo animó. ¿No lo notas en tu vida? Mira bien. Escucha. Siente. También tiene una misión que comunicarte, un porqué para tu vida, un sentido para tus días.
  • «Hoy» – Jesús y sus ganas de salvar tu vida no asumen la «teoría del gimnasio» o el «teorema de la dieta«, por los cuales lo mejor para empezar algo es el lunes que viene. No. Jesús pronuncia un HOY rotundo, que dejó helados a todos sus vecinos que allí le escuchaban. Y HOY también te habla a ti. Y tienes que descubrirlo. ¿A qué estás esperando? ¿A que baje el arcángel S. Gabriel a poner orden en tu vida? ¿A que una paloma te hable y te comente lo que tienes que hacer? ¿A que, con los años, disciernas qué quiere Dios para ti? ¿A qué estás esperando? Jesús viene a salvarte HOY, quiere contar contigo HOY, te necesita HOY, pasa por aquí HOY. ¡Búscalo! Si está aquí HOY querrá decir que estará en la escuela, o en la universidad, o en casa, o en la iglesita del barrio… o en ti… ¡qué sé yo! Pero no puede andar muy lejos. Deja de mirar el móvil y mira arriba. Busca. Busca y lo encontrarás; porque él quiere que le encuentres. Busca.

Ojalá termines este domingo con la convicción de que Galilea es tu casa, también, de que Jesús viene a tu vida porque le importas y que, además, no es de dilatarlo todo y dejarlo para mañana. Seguirle es urgente. Tu vida está en juego. Tú mismo, tú misma. Confía y, como él, opta. Y a por ello.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Dejamos atrás ya el tiempo de Navidad y nos adentramos en el tiempo de lo cotidiano, el tiempo «ordinario» donde parece que nada especial sucede; el tiempo de la rutina, el tiempo de «lo de siempre». Ciertamente, la vuelta al cole, a la uni, al trabajo… no está siendo nada fácil. La realidad que estamos viviendo se parece poco a esa realidad «de siempre» que marcaba nuestras cuestas de enero de antaño. Pero, curiosamente, para este tiempo de rebajas la Palabra nos ofrece un evangelio potente. Una boda, unos novios, invitados que bailan y ríen, un contratiempo… Escuchemos lo que nos cuenta el evangelista Juan: Jn [2, 1-11].

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.

¡Una boda! Si hay algo que gusta a mucha gente es «ir de boda». Pocas cosas nos hacen tan felices como recibir la noticia de que algún amigo o amiga cercanos, o algún familiar, se casa. Pocos días recordamos con más alegría que el día de nuestra propia boda. Una boda es la fiesta que brota de un amor comprometido. Es en ese escenario, en ese lugar, en esa fiesta, donde Jesús mostrará por primera vez quién es y a qué ha venido. Te comento varias ideas:

  • «El vino» – No hace falta comentar la importancia, tal vez desmesurada, que el vino tiene en nuestra cultura mediterránea. El vino es signo de alegría compartida, de placer, de lo mejor de la vida, de la amistad compartida. Pero yo diría más: el vino simboliza justamente lo mejor que tenemos para ofrecer a los demás. Y es que hay fiesta allí donde las personas vivimos desde lo mejor de nosotras mismas. Seguro que tú habrás experimentado el buen rollo que se genera cuando ofreces lo mejor de ti mismo y los demás hacen lo propio. Pues justamente eso es lo que se había acabado en aquella boda. Porque en «la fiesta de la vida» llegan los momentos de desolación, ¿o no? Tú y yo sabemos que demasiadas veces pensamos y sentimos que nada bueno tenemos ya que ofrecer, que todo se oscurece, que los ánimos se apagan, que brotan las culpabilidades, que asoman los fracasos, que la autoestima baja y que nuestra vida pliega las alas. Cuando el «vino» se acaba sólo queremos escondernos hasta que se pueda volver a estar de fiesta. Y justamente eso es lo que Jesús viene a ofrecerte: devolverte aquello que hace de tu vida algo único, que te lanza a compartir, que te saca de ti misma, de ti mismo. Mira alrededor: no es fácil «estar de fiesta», «hacer fiesta» de tu vida, sin Jesús.
  • «Las tinajas vacías» – Jesús ordena a los criados llenar de agua seis tinajas que estaban por allí vacías. Te preguntarás por qué. ¿No hubiera sido más fácil que Jesús las hubiera llenado directamente de vino? Jesús no hace magia, no es un ilusionista, no llega a tu vida a poner y quitar, a solucionar tus mierdecillas y a complacer tus deseos. Lo que sí puede Jesús es TRANSFORMAR. ¿Y qué transforma Jesús? Con aquellas tinajas y aquel agua los judíos se lavaban y purificaban antes de entrar en el banquete. También tú tienes esas «maneras de funcionar» que te hacen sentir seguro de ti mismo, esas pequeñas cosas que te protegen, esas pequeñas «máscaras» que te ayudan a salir ahí afuera y aparentar que todo va fenomenal. Pero tú y yo sabemos que eso es «pan para hoy y hambre para mañana» porque tu corazón sigue inquieto, sediento, herido. ¡Pero es genial saber que Jesús es capaz de transformar tu vida y que no necesita que dejes de ser quién eres, no necesita que seas un fenómeno ni doña perfecta! Coge tus antiguas tinajas, tus máscaras, y pide a Jesús que las transforme, que las llene del «vino» que alegra el corazón y la vida.
  • «María» – Juan va a situar a María cerca de Jesús en dos momentos que cierran, como en un círculo perfecto, su Evangelio: en Caná y al pie de la cruz. En ambos momentos, Jesús y María hablarán; en ambos momentos, María se mostrará como madre de los creyentes, como testimonio de fe en el Hijo de Dios, al que acompañará a lo largo de su vida. María sabe reconocerLE en ambiente de boda y sabe reconocerLE en ambiente de cruz. María sabe que Jesús es el único capaz de cambiarte, de llenarte, de salvarte. Mira a María. Busca a María.

Aquello que sucedió en Caná, sucede cada día. Porque Dios «se ha casado» contigo. No te quiere como amigo. No te quiere sólo «con derecho a roce». No quiere vivir un tiempo contigo «para probar». Dios, desde el comienzo de tu vida, se ha comprometido contigo, se ha comprometido a amarte «en la salud y en la enfermedad», todos los días de tu vida. Y aunque en algunos momentos, sientas que el vino se acaba, si cuentas con Él, Él será capaz de transformar aquello que ya no sirve en fuente de felicidad. Disfruta de tu fiesta, de este amor. Este es el banquete de la fe. No faltes.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Si sigues a Jesús, un mandato te espera (Mt 10,7-13)

Los que seguimos a Jesús tenemos un mandato. Porque los verbos que usa el Evangelio de hoy no son una mera invitación. Por eso la comunión es tan relevante. Estar en comunión con Él, comulgar, es estar dispuesto a recibir este mandato:

«ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.»

Imperativo, imperativo, imperativo. Id, proclamad, curad, resucitad, limpiad, echad, dad, entrad, averiguad, saludad, no llevéis… Jesús no se anduvo por las ramas.

Estamos llamados a dar continuidad a su presencia entre los hombres. Llamados a salir de nosotros mismos, a anunciar que el mundo es de otra manera si lo preside el amor, a vivir unas relaciones sanadoras con los demás, a dejar buen aroma a nuestro paso, a generar vida… descansando de vez en cuando, cargando las pilas en una comunidad que nos acoja, para luego volver a los caminos. Y así siempre.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El versículo que marca una vida (Mt 6,24-34)

«Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia;
lo demás se os dará por añadidura.»

Este versículo del Evangelio de hoy es la máxima de mi vida. Es el versículo que todos elegimos de la Biblia. Lo que me tatuaría en un brazo. La Palabra que llevo grabada en mi corazón. El viento que me empuja, el bastón que me sostiene. Me lo creo. Me lo creo. Y desde aquí, muevo mi existencia.

Es una maravilla vivir sabiendo que Dios te sostiene si tú le buscas y acoges el Reino que el vino a traer. Todo es de repente más sencillo. Las preocupaciones bajan. Acoger el don del Resucitado sólo pide fe. Y yo me lo creo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

 

Esperamos algo nuevo (Pe 3,12-15a.17-18)

Esperamos algo nuevo. Ahí radica la fuerza de nuestra fidelidad y la firmeza de nuestros compromisos. Porque cuando miramos alrededor, comprobamos que el Reino todavía no ha acontecido en plenitud. Jesús nos presentó su llegada pero todavía queda para disfrutarlo a tope.

Guerras, hambre, descuido con el planeta, personas durmiendo en los soportales, desahucios, jóvenes en riesgo de exclusión, personas perseguidas por sus creencias, políticos corruptos, atentados terroristas, economías que lo absorben todo, sexo que deshumaniza, mujeres maltratadas… Cuántas cosas… Tantas que, a veces, el nivel de esperanza baja un poquito. ¿O no? A mí me pasa. Un día te levantas y ves tanta negrura…

En mi propia vida, tantas veces lo mismo. Proyectos que salen, actitudes que no cambian, tonos que hieren, egoísmos que permanecen, gritos que brotan, malos humores, tensiones sin sentido, malos pensamientos, críticas a otros, prejuicios, miedos que no desaparecen…

Pero espero algo nuevo. «Un cielo nuevo y una tierra nueva» dice el apóstol San Pedro en su carta. Una novedad por dentro y por fuera. Una novedad que sólo podrá darse cuando Jesús reine en mi mí y en mi entorno. ¿Le dejaré? ¿Le permitiré tomar posesión de toda mi existencia? Quiero que sea así. Quiero que le dé a todo una vuelta. Que lo mejore, que lo ilumine, que lo pacifique, que lo recree.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un hombre pregunta… ¿Dónde está Dios? (Lucas 17, 20-25)

UN HOMBRE PREGUNTA…
¿Dónde está Dios? Se ve, o no se ve.
Si te tienen que decir donde está Dios, Dios se marcha.
De nada vale que te diga que vive en tu garganta.
Que Dios está en las flores y en los granos, en los pájaros y en las llagas,
en lo feo, en lo triste, en el aire, en el agua;
Dios está en el mar y a veces en el templo,
Dios está en el dolor que queda y en el viejo que pasa
en la madre que pare y en la garrapata,
en la mujer pública y en la torre de la mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza,
es verdad que está en todas partes, pero hay que verle,
sin preguntar que dónde está como si fuera mineral o planta.
Quédate en silencio,
mírate la cara.
el misterio de que veas y sientas,
¿no basta?
Pasa un niño cantando,
tú le amas,
ahí está Dios.
Le tienes en la lengua cuando cantas
en la voz cuando blasfemas,
y cuando preguntas que dónde está,
esa curiosidad es Dios, que camina por tu sangre amarga,
en los ojos le tienes cuando ríes,
en las venas cuando amas,
ahí está Dios, en ti,
pero tienes que verle tú,
de nada vale quién te le señale,
quién te diga que está en la ermita, de nada,
has de sentirle tú,
trepando, arañando, limpiando,
las paredes de tu casa:
de nada vale que te diga que está en las manos de todo el que trabaja,
que se va de las manos del guerrero,
aunque éste comulgue, practique cualquier religión, dogma o rama;
huye de las manos del que reza y no ama,
del que va a misa y no enciende a los pobres velas de esperanza;
suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada,
en el hospital, y en la casa enrejada.
Dios está en eso tan sin nombre
que te sucede cuando algo te encanta,
pero de nada vale que te diga que Dios está en cada ser que pasa.
Si te angustia ese hombre que compra alpargatas,
si te inquieta la vida del que sube y no baja,
si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada,
si sin por qué una angustia se te enquista en la entraña,
si amaneces un día silbando a la mañana
y sonríes a todos y a todos das las gracias,
Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata.
      (Gloria Fuertesde Antología, incluida en  Obras completas, editorial Cátedra, 1984)
corbatasrayas

No me pierdo este festín por nada del mundo (Isaías 25,6-10a)

Ýa lo dijo Isaías… Y luego vino Jesús y dio de comer a todos los que habían ido aquel día a aquel monte.

Fíjaos en los términos de Isaías: festín, manjares suculentos, vinos de solera, enjundiosos, generosos… ¡Éste es nuestro Dios! El que nos sacia, en el enjuga nuestras lágrimas, el que nos prepara un banquete inigualable… el que convierte nuestra vida en una fiesta cuando nos decidimos a ponerla a sus pies, bajo su manto…

te amo

¿Quién no quiere esto? ¡Yo no me lo pierdo por nada del mundo! ¡A ésto soy llamado! ¡A ésto soy convocado! ¡A ésto soy invitado! La escena es brutal… Mi Dios preparando un gran banquete para mi, para ti, para todos… ¡Es brutal!

Yo voy a ducharme, a arreglarme, a perfumarme y a ir saliendo. No quiero faltar.

Un abrazo fraterno

Blanquearán como nieve (Isaías 1,10.16-20)

Es preciosísima esta lectura de Isaías. Me transmite meridianamente lo que Dios espera de mi. Creo que no se pretende que deje de pecar, de hacer cosas mal, de dejarme llevar por lo peor en algún momento… Lo que se pretende es que la balanza caiga del lado de todo lo bueno que hago, por amor, con el prójimo. ¿Qué hago con y por las viudas, los huérfanos, los oprimidos? Eso es lo que le importa al Padre. Cuántas menos cosas mal haga mejor, está claro, pero no se trata tanto de estar pidiendo perdón y lastimándome por lo pecador que soy como de gastar mis talentos en el prójimo, construyendo Reino. Esto es lo que el Padre quiere de mi. Estoy en ello.

Un abrazo fraterno