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Cuando no se conoce a Dios (Jn 15,26–16,4a)

Recuerdo que, de pequeño, mi madre me decía muchas veces que Dios nos juzgará en función de nuestra responsabilidad ante Él. Decía que Dios no le pide lo mismo a una persona que ha nacido en un barrio desfavorecido de una metrópolis cualquiera, con poca cultura, pocos medios y escasas oportunidades, que a un obispo, por ejemplo, culto, preparado y conocedor de Dios. Algo así.

Sin querer entrar en disecciones teológicas, detrás del pensamiento de mi madre hay algo parecido a lo que Jesús afirma hoy en el evangelio de S. Juan: quién no conoce a Dios a veces actúa de manera inexplicable para los que somos creyentes. Pero si le damos la vuelta, debemos pensar: ¿Cómo actuamos aquellos a los que sí se nos ha dado Dios a conocer? ¿Cómo actuamos los que sí participamos en los sacramentos, los que hemos ido a catequesis, los que hemos participado en retiros espirituales, los que hemos escuchado a referentes y testigos del Evangelio, los que oramos o decimos que lo hacemos? Porque… si conocemos a Dios y nuestra vida no lo refleja… tenemos una responsabilidad mayor que los otros.

Un abrazo fuerte – @scasanovam

¿Qué hago con todo lo que se me ha dado?

Mucho podríamos hablar de la Palabra de hoy ¡Cuánto interpela! Hoy siento que el Señor viene a decirme que espera mucho de mí y que espera que dé buen uso a todo lo que se me ha dado.

Mi madre, cuando yo era pequeño, recuerda que era una de las cosas en las que más insistía: a quién más se le dio, más se le pedirá. Nosotros, a veces, los católicos, hacemos al revés: exigimos mucho a los otros y nos gloriamos en nuestras virtudes.

Los dones no son un regalo sin más, algo para poner en una vitrina. ¿Al servicio de quién y qué los ponemos? ¿Qué hacemos con nuestro cuerpo? ¿Qué hacemos con nuestra inteligencia? ¿Qué hacemos con nuestra voluntad? ¿Y con nuestras capacidades? ¿Y con el nivel sociocultural donde hemos crecido? ¿Y con la familia que se nos ha dado?

Yo creo que a mí se me ha dado mucho y, por lo tanto, sé que mucho se me pedirá. Estar en continua vela no sólo es algo deseable sino exigible.

Un abrazo fraterno

#GobernantesSantos (Sabiduría 6, 1-11)

Terrible. Durísima primera lectura. ¿Eres gobernante? ¿Príncipe? ¿Director de algún departamento? ¿Jefe de alguien? ¿Encabezas algún grupo? ¿Obispo, párroco, catequista? Vaya escalofrío. ¡Qué advertencia la de Dios! ¡Cuánto darías hoy por ser uno de esos ciudadanos humildes, un hombre o una mujer agobiado con su día a día y lleno de preocupaciones, un niño desvalido!

ObispoBangassou1Dios deja claro algo que mi madre siempre me decía de pequeño: Dios no pide a todos por igual. A mayor altura, mayor responsabilidad. Es algo que parece que no va en el contrato pero sí, para Dios sí. Dios impone un «programa de gobierno» a todo aquel que alcanza ciertas responsabilidades de mando. Las palabras del salmista exponen ese «programa»:

«Proteged al desvalido y al huérfano,
haced justicia al humilde y al necesitado,
defended al pobre y al indigente,
sacándolos de las manos del culpable.»

¡Ay de ti si te apartas de ese programa divino! ¡Ay de ti si eres infiel a la autoridad que se te ha confiado! ¡Ay de ti! Dios siempre hace justicia, en esta vida o en la siguiente. Más te vale haber gobernado con santidad y no haberte dejado llevar por el poder, el dinero, la corrupción, el escándalo…

¿Y yo? ¿Nada tiene que ver conmigo esta lectura de hoy? No soy rey, ni presidente del gobierno, ni jefe de empresa… pero estoy en un Consejo de la Fraternidad, soy presidente de un AMPA, responsable de una clase, padre de familia… Tengo mi responsabilidad y mi autoridad en diferentes ámbitos y, en lo pequeño, se espera de mí lo mismo que en lo grande. Se espera la capacidad de dar gracias, como el leproso del Evangelio, de sentirme bendecido por el Padre, de saberme enviado y de vivir desde la convicción de que, como decía el protagonista de Spiderman, un gran don conlleva una gran responsabilidad.

Un abrazo fraterno

Yo soy el que grita en el desierto (Jn 1,19-28)

Es reveladora la figura de Juan Bautista en este comienzo de año. Digo reveladora porque creo que me merece mucho la pena interiorizar este pasaje evangélico de hoy. No me es nada sencillo, aunque creo que he dado muchos pasos, asumir que yo no soy quien cambia las vidas de la gente. Yo no soy por quien las personas toman decisiones más o menos «de Dios». Yo no soy el Mesías. Yo soy una herramienta, un candelero, un grito, un enviado de Dios. Es Él quien cambia, quien transforma, quien suscita…

Asumir esto trae a mi vida responsabilidad y también paz. La responsabilidad de tener que gritar en el desierto, de ser una voz que clame ante las injusticias, de ser alguien austero, que vive feliz en lo sencillo, que da testimonio de su pobreza material y de su riqueza espiritual, que denuncia lo que ofende a Dios. Pero también me trae paz porque no me cargo con tareas que no me competen, porque valoro fracasos y éxitos de otra manera, porque me bajo del pedestal y descubro que mi debilidad también incluye resbalones, tropiezo, infidelidades, etc. y que tampoco pasa nada…

En este 2010 que acaba de empezar, me fijaré más en Juan Bautista.

Un abrazo fraterno