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¿Soy yo de los que buscan al señor? (Salmo 104)

Buscar al Señor. Hoy va de eso la Palabra: el Salmo y el Evangelio hacen mucho hincapié y me ha hecho pararme a pensar. ¿Soy yo de los que buscan al Señor?

Uno busca algo cuando le falta. Lo busca porque lo desea. Porque quiero tenerlo, verlo, saborearlo, disfrutar de él. Porque quiere amarlo o sentirse cuidado por él. Uno busca algo porque lo necesita, porque no puede vivir sin él.

De mis dos hijos mayores, Álvaro e Inés, él no encuentra nunca nada cuando lo busca. Ella siempre. Él es despistado y puede tener algo delante de sus narices y no verlo. No centra su atención en aquello que quiere buscar. Incluso pasados unos minutos, ni siquiera se acuerda que lo está buscando. Ella no. Ella empieza y remueve y va a los rincones y no para hasta tenerlo entre sus manos.

¿Y yo? Cuánto tengo que aprender de mis hijos hoy… ¿Yo cómo busco?

Un abrazo fraterno

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El Reino y la levadura (Lucas 13, 18-21)

A mi me encanta hacer bizcochos. No hay nada mejor para una tarde lluviosa de octubre o noviembre como la de hoy. Un café calentito con un trozo de bizcocho. Y debo reconocer que siempre me han resultado fascinantes esos polvitos blancos que, a la postre, son los que consiguen que la masa tome forma, prospere, se desarrolle al calor del horno.

Sin levadura, no hay fermentación.

Y hoy quiero hacer una lectura personal. Siempre solemos decir que la Iglesia, los «trabajadores en la viña», somos levadura en el mundo, en la gran masa. Pero hoy prefiero mirar adentro: ¿qué pasa conmigo? ¿Fermento o no fermento?

Yo también soy como esa masa del bizcocho porque:

1- Estoy llamado a ser algo valioso, sabroso y nutricio. Mi razón de ser es esa, no quedarme en mera amalgama de ingredientes.

2- Estoy conformado por muchos ingredientes. En mi conviven dones, heridas, dudas, miedos, pasados y presentes, creencias, educación, valores, experiencias… Por separado, algunos de ellos no tienen ni sentido. Juntos, me conforman.

3- La levadura, como el Reino, no es una realidad llamativa o grandiosa. Es un detalle en la gran receta del bizcocho. No es la que da el sabor final. No aporta aroma. Pero es imprescindible para que la masa fermente, para que la transformación se produzca, para que el fruto se dé, para llegar a ser aquello a lo que estoy llamado.

Me acabo de comprar dos libros para leer en este comienzo del Año de la Fe. Creo que eso también es bueno para los bizcochos de Dios…

Un abrazo fraterno

Carta después de Mil años de oración

Hola,

esta tarde, solo, me he ido a ver la película «Mil años de oración», película de autor sencilla e intimista. Era una película sobre la vida, sobre los padres e hijos, sobre el contraste de culturas, sobre las maravillas y los dramas cotidianos, sobre la comunicación y las personas. Me gustó. Y creo que se ha guardado ya en mi memoria emocional el paseo en soledad de vuelta al hotel por las calles de Cáceres. El viento soplaba ligero y fresco y el sol se empezaba a esconder por el horizonte. Nadie existía a mi alrededor. Sólo yo y mis pensamientos. Sólo yo y mis emociones.

 

Mientras escribo esta carta tengo puesto de fondo la pieza más famosa de El Lago de los Cisnes. Me hace sentir de manera espontánea. Y acabo de pensar que, a partir de ahora, voy a hacerme un pequeño pack de viaje con la música que me gusta escuchar cuando estoy solo. Decidido.

La primera cosa que tengo en el corazón ahora mismo es que nos jugamos la vida en las cosas pequeñas. Ya sé que no es ningún descubrimiento y que han sido muchos los que lo han dicho. Pero yo me refiero a mis cosas pequeñas. No hablo en genérico. No  idealizo y generalizo. Decir esto es importante porque cuando yo hablo de que me juego la vida en las cosas menudas veo las caras de mi mujer, de mis hijos. Cuando lo pienso siento su piel y oigo sus risas y sus llantos. Cuando lo siento sueño con sus sueños. Y me gustaría abrazarlos y decirles cuánto les quiero y desvelarles los secretos que yo voy descubriendo… Yo sé cuáles son mis cosas pequeñas. Por eso lo que digo tiene más valor que lo que ha dicho nadie en el mundo…

Otra de las cosas que he venido pensando es en lo mucho que hablo y en lo hermoso que es el silencio; en el exceso de intensidad que pongo y en lo necesario de la quietud y la paz. No acabo de acertar. ¡Qué lucha se produce en mi! Estoy tremendamente encogido. Achicado por la fuerza del silencio, por la potencia de una mirada, de un gesto, de una caricia. No me acaba de gustar cómo hago y transmito determinadas cosas. Tengo demasiado de occidental todavía y me gustaría echar más oriental a la balanza… Y se me humedecen los ojos porque realmente no sé cómo hacerlo porque al final siempre pasa algo, siempre llega una ola que barre todas estas pretensiones… ¿Cómo calmar ese agua? Poco a poco. Paso a paso.

Cada día que pasa descubro un poquito más de mi yo intimista y reservado, del yo que degusta la soledad y la reflexión sosegada. Y me gusto. Me gusto cuando enciendo velas en mi casa y disfruto con la luz tenue que tanto me molestaba antes. Me gusto cuando un torrente de sentimientos me inunda y me deborda al leer o escuchar arte. Me gusto cuando disfruto los días sin plan y, al acostarme, reconozco la felicidad entre los dedos que han jugado con los niños o que se han entrelazado con las manos de mi mujer. Me gusto así. Pero la guerra sigue instaurada en mis territorios y a veces me pueden las ganas de impactar, de aconsejar, de dominar, de controlar, de planificar, de imponer, de argumentar, de discutir… Madre mía… el ser humano… qué complejos resortes mueve…

No era el único «solo» de la sala. Una chica de mi edad también estaba sola. Me sorprendió. Y, sin duda, había más gente de lo que esperaba. Fui el último en levantarme, eso sí. Yo aguanto hasta el final y más en películas como ésta. ¿Cómo alguien puede verla y levantarse a prisa? ¿Es que no se ha enterado de nada? Doy gracias porque haya cosas que me sigan traspasando. No puedo seguir viviendo como si nada.

Joder, con perdón. ¿Y el Tchaikovsky éste cómo pudo escribir esta música tan maravillosa? Es que la música me pone los pelos de punta pero más me los pone el pensar que alguien de carne y hueso pudiera tener eso en su cabeza y convertirlo en música. Me siento tremendamente mediocre cuando pienso sobre ello. Y tremendamente afortunado por poder degustarlo y por ser recorrido por un escalofrío divino al hacerlo. El Lago de los Cisnes es Dios. Sin duda alguna. No puede salir de otro sitio. Y seguimos empeñados en hablar y hablar, en dar catequesis, homilías y en escribir teología. Todo eso está muy bien pero ¿por qué no nos sentamos y aprendemos a sentir la caricia de Dios escuchando estas maravillas? Es otra de las preguntas que me surgen en este rato de incontenible revolcón conmigo mismo.

No sé si enviaré esta carta. No tengo ni idea a quién va dirigida pero necesitaba escribirla. Está inacabada. Y siempre lo estará. Otras cartas serán escritas mientras existan películas como las de hoy y cisnes como los de Tchaikovsky.

Un abrazo

Cuidaos vosotros mismos (Lc 17, 1-6)

El fin de semana ha sido de trabajo y convivencia. Y hubo momentos álgidos y alegres, plenos, y otros tremendamente oscuros e inquietantes. Y digo inquietantes no tanto porque la situación sea especialmente desconcertante, que también, sino por mi dificultad personal de moverme con comodidad en aguas turbulentas, en horizontes poco definidos, en la inseguridad de la falta de claridad.

Y siento que he crecido en lo personal. ¿Por qué? Porque en la misma situación, hace algún tiempo, habría surgido un Santi líder, hablador, vomitador de propuestas, de apariencia fuerte y optimista, de creatividad ficticia. Este fin de semana no ha surgido ese Santi. He descubierto un «yo» capaz de plegar velas, de asumir un perfil bajo, con la necesidad absoluta de guarecerse en sus lugares de crecimiento, siendo fiel a la misión pero no por entusiasmo ni apetencia sino más bien por fidelidad y confianza en lo escuchado un día. He descubierto un «yo» silencioso, buscador de soledad. Un «yo» al que no le servía cualquier para estar, al que no le servía cualquier cosa con tal de disfrutar.
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A veces tengo cierta inseguridad cuando hablo de estas cosas. Pienso: ¿será verdad esto que digo? ¿Estaré creciendo de verdad? ¿Lo demás también lo perciben o es pura imaginación y autoconvencimiento personal? Tal vez aún me queda mucho pero lo cierto es que me siento bien por estos descubrimientos personales.

Suelo tender a evitar situaciones de oscuridad. Lo cierto es que estoy comprobando que, pese al dolor y al sufrimiento, me hacen crecer. Es tiempo de cuidarse, de crecer. También para dar pero… mejorando el producto.

Un abrazo fraterno