La fe de los demonios (Lc 4,38-44)

Comienza septiembre y el evangelio nos trae un episodio curioso en el que podemos comprobar la fe de los demonios. El Mal sabe perfectamente con quién se está jugando los cuartos. El Mal conoce a Dios, lo reconoce. Podría decirse que el Mal tiene más fe que nosotros mismos. Ciertamente no es una fe que implique seguimiento, pero sí afirmación.

Jesús calla a los demonios porque, en estos momentos, pueden ser trampa para el resto de personas que ven en Jesús a alguien a quién merece la pena seguir, a alguien que derrocha vida, a alguien que viene de parte de Dios aunque no sabrían decir si es Dios mismo.

Nosotros también nos enredamos a veces. Los mismos demonios le ponen zancadillas a nuestra fe, a veces por defecto y, a veces, aunque parezca mentira, por exceso. El mismo Jesús sabe que el rival es de altura y, por eso, busca continuamente la oración y el encuentro con su Padre. Jesús vence al Mal pero no lo infravalora, actúa contundentemente contra Él y «le hace callar» porque la palabra del Mal es fuente de enredo, engaño, trampa y perdición.

Te pido Señor que en este comience de curso, me ayudes también a acallar a los demonios que me tientan, a los que me animan a creer en un Dios que no eres tú, a los que me hablan al oído para sacar de mí aquello que, a la postre, me aleja de Ti.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El Señor es mi luz, aunque a veces encienda linternas (Sal 26)

Al final todo va de querer, de amar. Pero se necesita mucha luz para distinguir el buen amor. Esa luz sólo la da Dios. El Señor es mi luz, aunque a veces me empeñe en encender linternas de tiendas de «todo a 100».

Se necesita mucha luz para querer a los que uno tiene cerca, en lugar de perderse en discusiones de bajo nivel que no llevan a sitios de especial interés turístico. Yo la necesito para frenar mi necesidad de llevar siempre la razón, de pretender que la mirada con la que veo el mundo, sea la mirada de todos. La necesito, Señor, para atender las necesidades de aquellos a los que más quiero; para dejar salir la dulzura que me habita pero que tiene miedo de salir…

Se necesita mucha luz para gastar el tiempo en lo que vale la pena, de discernir dónde sí y dónde no, con quién sí y con quién no. Yo la necesito para centrar mis esfuerzos y energías y poder transparentarte mejor, Dios mío, hablar mejor de Ti, parecerme más a Ti. La necesito, Señor, para saber elegir los momentos que hacen que la vida valga la pena de verdad; elegir los primeros platos y los exquisitos postres y no las migajas y las sobras de la existencia.

Se necesita mucha luz para darse, desnudarse, entregarse, gastarse y sentir, por momentos, que hace frío, que duele, que no hay nadie, que no hay frutos, que no vale la pena, que todo son heridas. La necesito, Señor, para ponerte en medio, delante, y hacerlo por Ti, hacerlo contigo, como Tú lo hiciste en el Calvario, a fondo perdido.

Quiero luz, Señor, y no linternas.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Los de casa, los de fuera (Lc 4,16-30)

Traicionados y burlados, así se sintieron los «israelitas» creyentes, los «israelitas» de siempre, los de casa, los de toda la vida.

Esperanzados y reconfortados, así se sintieron los extranjeros, los que vivían al margen, los que no creían en el Dios de Israel, los no elegidos.

Escuecen. Las palabras de Jesús escuecen y mucho. Porque muestran con claridad quién es Dios y a qué ha venido Él al mundo. El Dios-amor de Jesús todavía no ha calado en el corazón de los judíos, entretenidos en la Ley y en las minucias del reglamento. El Dios-amor que a todos acoge, que a todos busca, que a todos llega, no es fácilmente asimilable por aquellos que, por saberse elegidos, se sienten distintos al resto, se sienten los únicos merecedores de las promesas de Dios.

No han cambiado mucho las cosas, más de 2000 años después. Sigue escociendo el Dios-amor que hace salir el sol sobre buenos y malvados, que deja a las 99 ovejas «buenas» para salir en busca de la perdida, que recibe entre sollozos al hijo perdido y le prepara un banquete, que muere crucificado sin maldecir, sin acusar, sin juzgar, sin retorcerse en sus ideales. Sigue escociendo el Dios-amor que no se defiende, que no replica, que no mezcla al César en sus asuntos, que habla con mujeres y juega con niños. Sigue escociendo. Porque muchos creen en otro Dios.

Sigo, Señor, necesitando purificar mi fe. Sigo necesitando una mirada más limpia para acogerte y para salir a los caminos de la vida a acoger a todos mis hermanos, curarles, sanarles, anunciarles tu amor. Sigo necesitando un corazón más grande y menos endurecido, que juzgue menos, que exija menos, que reclame menos, que dé más. Ayúdame, Padre, a parecerme más a Ti.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Calasanz, cerca de ti – 25 de agosto

Buenos días a todos. En el argot escolapio, «hoy es Calasanz». El caso es que la Iglesia nos regala este 25 de agosto para celebrar la memoria de nuestro Santo Padre Fundador, José de Calasanz, ese aragonés de nacimiento y romano de adopción, que encontró en la educación a los niños su lugar en el mundo. Pero ¿cómo podemos celebrar hoy la memoria de un personaje ya tan archiconocido para nosotros? ¿El objetivo es llenar nuestros whatsapps de felicitaciones o podemos ir un poco más allá? Os propongo estas pistas que pueden ayudarnos:

  1. Celebra que Calasanz sigue vivo. Parece una obviedad pero a veces nos olvidamos que el espíritu de Calasanz, su carisma, sigue hoy presente entre nosotros. Es un día ideal para dar gracias por la vida entregada de tantos religiosos y laicos que, como José, han encontrado en la educación a los niños y jóvenes su manera de seguir a Jesús de Nazaret. Son vidas entregadas, gastadas, llenas de surcos, raspazos, heridas; llenas de historias vividas, de nombres concretos, de pequeñas «galileas» que, a lo largo del mundo, han sido testigos de la acción transformadora de Dios a través de la educación.
  2. Celebra que Calasanz está cerca. No estás solo. Cierto que la vida en un claustro, en una escuela, en una casa de acogida no siempre es fácil. Cierto que muchas veces no es fácil trabajar en equipo, junto a otros. Pero no es menos cierto que el Señor y Calasanz nos acompañan a través de la cercanía de nuestros compañeros y compañeras del día a día, a través de nuestros alumnos, de sus familias.
  3. Celebra que Dios te sigue llamando. La Fraternidad, las Escuelas Pías, los «trastéveres» del mundo, te esperan, esperan tu respuesta, esperan lo mejor de ti. Saber que pese a todas nuestras imperfecciones, nuestras medianías, nuestras incoherencias, nuestras fragilidades, somos llamados, debería ser una inyección de amor. En esta época de vacunas y distancias, estamos llamados a vacunarnos contra la indiferencia, contra el «yo no podré», contra el «no se puede hacer más», contra el «así no vamos bien». Estamos llamados a ser samaritanos de la escuela y en la escuela, samaritanos con olor a tiza.
  4. Y por último, celebra que tu vida está llena de niñez y juventud. Son los pequeños los que nos salvan y los que nos marcan el camino del cielo. Son los pequeños y los jóvenes los que nos recuerdan que la vida hay que vivirla y no sólo pensarla. Son ellos los que conocen caminos privilegiados a la eternidad. Son un ejemplo diario, para nosotros, de cómo fraguar amistades, de cómo disfrutar de las pequeñas cosas, de cómo cometer errores y salir adelante, de cómo superar las dificultades, de cómo atreverse a dar pasos sin calcular mucho los riesgos, de cómo ser, en definitiva, ciudadano de un Reino sin muchas seguridades pero lleno de promesas y futuro.

Ojalá sea un día bonito para todos, en el que podamos resituarnos, renovar las claves de nuestra vocación y cargar pilas para el curso que se avecina.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Y tú? ¿Lo has encontrado? (Jn 1,45-51)

¿Y tú? ¿Lo has encontrado? Eso que andas buscando. El «elixir» de la felicidad podemos llamarlo. Aquello que te sacie ese inconformismo del día a día que te sugiere que todavía hay cosas que no cuadran en tu vida. Eso que buscamos todos. ¿Lo has encontrado?

Felipe, en el Evangelio de hoy, se dirige muy claro a Natanael, claro, conciso y alegre: «Lo hemos encontrado». Su búsqueda había terminado. Por eso comienza a contarlo a otros, porque sabe que están buscando lo mismo.

Evangelizar parte de esta premisa: de encontrar a Jesús. Sin haberlo encontrado, todo esfuerzo es en vano, toda palabra está vacía. Ya puedes ser catequista, orador, conferenciante, escritor de libros, teólogo, profesor en la Universidad… da igual. Si no hay encuentro, no hay evangelización. Porque ¿cómo hablar de Aquél con el que no te has encontrado? Hablar de oídas es incierto, impreciso e inútil. Es hablar de alguien que sólo conozco por los libros, por las fotos, por lo que otros me contaron. Es un hablar de lejos, sin pasión que me comprometa, sin detalle, sin amor. Porque amar no se puede hacer por definición. Amar, sólo se ama en el barro del camino. No se puede amar en los despachos ni en los sofás de la existencia.

¿Lo has encontrado? Esa es la pregunta sobre la que puedes pensar hoy, en silencio, con honestidad. ¿Lo has encontrado o sigues buscando? O lo que es peor, ¿has dejado de buscar y te has autoconvencido de que lo has encontrado?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Ay de nosotros si alejamos a los hombres de Dios! (Mt 23,13-22)

¡Ay de nosotros! ¡Duro será el Señor con nosotros si con nuestras palabras, con nuestras acciones, con nuestros silencios, hemos alejado a algún hombre o a alguna mujer de Dios! ¡Ay de nosotros!

Trago saliva. Lo hago porque es posible, más de lo que parece, que por muy creyente que sea, por muchas Ciencias Religiosas que haya estudiado, por mucha Fraternidad a la que pertenezca, por muy vocacionado que me sienta, por muchas Eucaristías en las que participe… no siempre acerque a otras personas a Dios, sino más bien lo contrario. Trago saliva.

El tono de Jesús es ciertamente duro en el Evangelio de hoy. Fue Él el que dijo aquello de «Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y los que se ufanan de ver se vuelvan ciegos.» Líbreme Dios de ufanarme de ver. Siendo consciente, a veces caigo en ello. Por creerme importante, por soberbia, por orgullo, por necesidad de reconocimiento… el caso es que la tentación siempre está ahí. Jesús me pide humildad, sabiéndome el primero en el mundo de los ciegos.

Tomar conciencia de lo pequeño que soy, de lo mucho que fallo, de lo necesitado que estoy de su perdón y de su amor, ayuda a prevenir estas actitudes prepotentes. Ayúdame, Padre. Ayúdame a abajarme, a servir, a lavar los pies de mis hermanos, a ser el último.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El Señor guarda a los peregrinos (Sal 145)

El Señor guarda a los peregrinos.

El Señor guarda y protege a aquellos que buscan y no se conforman.
El Señor guarda y protege a aquellos que se ponen en camino, que salen a los senderos de la vida.

El Señor guarda y protege a aquellos que quieren mirar hacia adentro, que saben que el viaje más difícil es al Misterio que los habita.
El Señor guarda y protege a aquellos que paladean el silencio, el sol en la cara, la caricia del viento… y también el bramido de la tormenta.

El Señor guarda y protege a los que no se acomodan espiritualmente, a los inquietos que se dejan zarandear por el Espíritu.
El Señor guarda y protege a los que se cansan y llegan al final del día satisfechos de sus botas gastadas.

El Señor guarda y protege a aquellos que encuentran su hogar en Él y que se sienten en casa, estén donde estén, si están a su lado.
El Señor guarda y protege a los que aceptan la hospitalidad del otro y se dejan curar las ampollas que la vida ha deparado.

El Señor guarda y protege a los que se saben en misión, a los que bordean precipicios sin todas las respuestas.
El Señor guarda y protege a los que le responden y buscan su voluntad, a tientas muchas veces, pero con pasión.

El Señor guarda y protege a los que no giran la cara ni niegan saludo a aquellos que aparecen en su camino.
El Señor guarda y protege a aquellos que le descubren en rostros ajenos, en fuentes, curvas, senderos y barrizales.

El Señor guarda y protege a los que le aman porque le conocen.
El Señor guarda y protege a los que le conocen porque aman mucho.

El Señor guarda a los peregrinos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Vestirse de fiesta (Mt 22,1-14)

Es una obligación. Vestirse de fiesta. No es vestirse con lujo, ni de marca, ni con excesos prescindibles. Es, sencillamente, ser consciente de que el lugar al que uno ha sido invitado merece lo mejor. ¡Eso es! ¡Vestirse con lo mejor que uno tiene! El Reino de Dios, el Banquete al que hemos sido invitados, la vida que se nos invita a vivir, el Amor que se nos entrega, pide que correspondamos con un corazón «de etiqueta», no con un corazón en bermuda y chanclas, recién levantado de la cama, despeinado y dejado.

Esa exigencia de Dios es, en realidad, maravillosa. Es bueno que nos exija dar lo mejor, sacar lo mejor. Exigiéndonos eso, nos ayuda a tomar conciencia de lo agradecidos que debemos estar, de lo «especial» de la ofrenda, del derroche de misericordia que nos vamos a encontrar.

Nuestro Dios es un Dios de y para los pobres, enfermos, descartados, pecadores… pero no un Dios de pasotas, dejados, desagradecidos e indignos.

¿Qué es vestirse de fiesta en el Banquete de la Vida? Pues dar lo mejor de ti, mirar con esperanza al mundo, sentir el dolor del mundo pero no dejar que la oscuridad te arrolle, ofrecer tus dones a los otros, estar alegre, orar, dar gracias y confiar, cuidar tu alma y tu cuerpo, saborear los placeres pequeños del día a día, saberse elegido o elegida, amado, amada. Y corresponder.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dios lo puede todo (Mt 19,23-30)

Hay horas, días, etapas, momentos históricos, en los que cuesta mantener la esperanza. La avalancha de negligencias, maldades, violencias, catástrofes e injusticias es tal que uno querría meterse en alguna cueva y no salir hasta que todo hubiera escampado. La tentación de aislarse está ahí. Es la tentación de no asumir el dolor del mundo, el grito desgarrado de una humanidad que sufre.

Ciertamente no todas las épocas son iguales pero no menos cierto es que siempre ha existido una humanidad sufriente que sólo puede aspirar a las migajas del bienestar de la pequeña parte que parece controlarlo todo, con tal de que no le quiten la hamaca y el entretenimiento.

Son días en los que cuesta mirar al cielo, en los que es más necesario que nunca interpelar a Dios y pedirle que pare esto, que cambie corazones, que insufle vida y que nos libre de tanto mal.

Hoy la Palabra nos trae unas palabras de Jesús que es a lo único a lo que nos podemos agarrar: DIOS LO PUEDE TODO. Aquello que a nosotros nos parece imposible, aquello que a nosotros nos parece inabordable, aquello que a nosotros nos parece que no tiene solución, aquello que parece estar ya muerto para siempre… Dios puede darle la vuelta. Él puede. Lo hizo en Egipto, lo hizo en Betania, lo hizo con la hija de Jairo, lo hizo, en definitiva, con su propia muerte.

Recemos. Pidamos. Confiemos. Dios lo puede todo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Cumplimiento o enamoramiento? (Mt 19,16-22)

Si sólo fuera cumplir una serie de normas, sería más fácil ser cristiano, aunque tal vez menos apasionante. No es buena hora para los cumplidores. No lo ha sido desde la llegada de Jesús de Nazaret.

Jesús me invita a seguirle, a vincular mi vida a la suya, a «casarme» con Él. La fe que me propone es más de enamorado que de CEO manager. Seguirle se parece más a un matrimonio que a un club privado. Porque lo que Jesús me propone es utilizar mi libertad para elegirle, sin medias tintas. Porque no hay medias tintas en el amor.

Mi vida de creyente todavía huele a cumplimiento en muchos aspectos. La doctrina, las leyes y guías de Nuestra Madre Iglesia, a veces siguen siendo vividas como un «checklist» que hay que cumplir para ganarse el cielo y, lo que es más importante, no caer en el olvido de un infierno venido a menos pero que todavía pesa mucho. ¿Cuál es el problema? Que si la salvación fuera cumplir un checklist no hubiéramos necesitado a Cristo para nada. Cada uno sabría lo que tiene que hacer y sabría que, si cumple, se salva. Nos salvaríamos por nuestros méritos y no por el amor de Dios. Pero esto no va a así.

Méritos tengo pocos, cada vez tengo menos. Por eso, en el fondo, la exigencia al joven rico, que le hace marcharse triste y apenado, es, en el fondo, una liberación para mí. ¿Por qué? Porque no se trata de cumplir. Si fuera por eso, estaría suspenso. No cumplo muchas cosas. Fallo en muchas otras, me quedo a medias, soy mediocre. Pero no va de eso. Va de hacer vida con Cristo, de enamorarse de Él, de dejar «a mi padre y a mi madre» para unirme a Él, de tenerle en el centro, de construir mi vida con Él, de mirar como Él lo hace, de educar el corazón para que se parezca al suyo. En esto soy también mediocre a ratos pero el aroma es otro. Espero que el Señor, en su misericordia, me vea con buenos ojos. Intento cada día quererlo mejor y dejarme querer más por Él.

Un abrazo fraterno – @scasanovam