Misión: salvar al mundo (Jn 17,11b-19)

Nos envían al mundo. Esto del mundo, para un optimista como yo, tiene sus connotaciones positivas. El mundo fue creado por Dios y la belleza y la bondad lo habitan. Pero es verdad que por el mundo campa el mal y el pecado. No es ser un aguafiestas, ni un pesimista. Es simplemente mirar con los ojos para darse cuenta que el Reino de los Cielos todavía no ha alcanzado su plenitud.

Nos envían al mundo. Jesucristo lo hace, como el Padre lo envió a Él. A un mundo lleno de incoherencias, de dudas, de miedos, de trampas. Pero también a un mundo que busca, que tiene sed, que anhela la felicidad y que, es verdad, se equivoca muchas veces en el camino para encontrarla.

Un cristiano debe aceptar que tiene una misión. Es exactamente la misma que la de Jesús: traer la misericordia de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo y dar la vida por ellos. Parece que esto no admite mucho azúcar. Hay quién intenta endulzarlo pero no lo consigue. Simple postureo.

Hoy me levanto con esto metido en el coco. Tengo una misión. Y empieza hoy. Con la gente con la que me encuentre hoy. En los proyectos que tengo entre manos. Y por la noche, cuando me acueste, me preguntaré cómo ha ido. ¿Me habré entregado? ¿Me habré dado? ¿Habré transparentado al Dios de Jesucristo? A eso estoy llamado.

Un abrazo fraterno

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