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Evangelio para jóvenes – Domingo 7º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Esta pasada semana celebramos San Valentín, una fiesta que se ha instalado entre nosotros como el Día de los Enamorados, el día del amor. Mis alumnos estuvieron preparando, aplicando sus conocimientos algebraicos, una fórmula que intentaba predecir el éxito en una relación de amor de pareja. Salieron cosas muy curiosas y, en general, muy serias y acertadas. Pero en ninguna de ellas apareció algo que creo que es importantísimo: el PERDÓN. Acoger el mal de la persona amada, el daño realizado, la ofensa recibida… y ser capaz de perdonarla y seguir amando. ¿Es posible una relación sin eso? Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 5, 38-48]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Jesús vuelve hoy a «redefinir», a «perfeccionar», a «plenificar» la ley judía. No le sirve quedarse con lo que dice sino que pretende darle sentido a la luz de lo que Dios quiere para ti y para mí. Y en esa redefinición, descarta la venganza, por muy justa que sea, y nos propone la humildad, el amor y el perdón en aquellas situaciones y con aquellas personas que más nos cuestan, que más daño nos hacen, que más esfuerzo nos requieren. Tres ideas para hoy:

  • «No midas tanto» – Que como ella me ha hecho esto, tengo derecho a hacerle lo mismo… que como yo le he hecho un regalo bueno, cómo se le ocurre regalarme esta mierda… Que si me ha puesto los cuernos, va a recibir lo mismo… Que tienes derecho a responder a una ofensa o a un daño vamos, es lo justo. Pero la justicia, Dios la mide con amor. Por eso te dice: «no midas tanto». Ni el bien ni el mal. Estás llamado, llamada, a darte por completo, a amar desproporcionadamente. En el fondo, te está diciendo: «mírame a mí, cómo amo… sin medir, sin medirte…». Porque si aplicaran tanta medida contigo, tus padres, tus profesores, tus amigos, tu pareja… Si midieran con exactitud y te devolvieran siempre la misma moneda, ¿qué? El amor no es eso. Y Dios te ha hecho capaz de amar. Lo justo es amar. Lo otro tiene otro nombre. Parece que te deja satisfecho si lo haces pero… no es así.
  • «El Dios asimétrico» – Creemos en un Dios que, en palabras de mi profesor de Cristología, Serafín Béjar, es asimétrico. ¿Qué quiere decir eso? Que no te ama en función de lo que tú le ames. No te ama por tus méritos. No se trata de ganar puntos y así comprar su amor. Dios «hace salir el sol sobre malos y buenos«. «¡Qué injusto!» dirás. Bueno… Puede parecerlo bajo esta idea tuya de justicia. Pero en el fondo, Dios funciona de otra manera… ¡y menos mal! Porque si Dios nos tuviera que amar y salvar en función de lo que tú y yo hacemos en esta vida… mejor ni pensarlo. ¡Pero si no damos ni una! ¡Somos una buena panda de mediocres, de tibios, de amantes a medias! Tú también estás llamado a ser asimétrico: amar, amar y amar… sin importar a quién, cómo ni cuándo.
  • «¿Qué haces de extraordinario?» – No se trata de ponerse galones e ir por el mundo como si fueras alguien especial pero si eres creyente… si sigues a Jesús… en algo se te tiene que notar, ¿no? Y Jesús te propone que se te note en cosas que marcan la diferencia. Querer a tus padres, querer a tus amigos, respetar a tus superiores, echar una mano si te lo piden… ¡Todo está fenomenal! Pero… ¡para eso no hay que ser creyente! Cualquier persona, con un buen corazón y una pizca de humanidad, lo hace. Pero rezar por esa persona que te ha traicionado, amar a ese compañero que te hace la vida imposible, pedir por ese familiar que tiene unos valores tan diferentes a los tuyos… No se trata de dejarse machacar por las personas tóxicas pero sí de incluirlas en tu lista de destinatarios de amor. Y amar a veces se traduce en perdonar, en rezar por ellos, pedir para que su corazón cambie y para que un día sean felices amando también. ¿Te parece poco?

Es difícil hacer vida lo que hoy nos propone el Evangelio. Puedes pensar que es una utopía maravillosa pero irrealizable. Tal vez ahora mismo te sientes incapaz. No te preocupes. Tu corazón también tiene que «cristificarse». Poco a poco. Cada día, un poquito más parecido a Él. Y lo conseguirás, con su ayuda.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 6º del Tiempo Ordinario Ciclo A

El verbo «obedecer» está pasado de moda. Y el verbo «cumplir» también. Suenan feo. Suenan a hipocresía, a que estás siendo infiel a ti mismo, a ti misma. Ahora se lleva el amor a uno mismo, el quererse a uno mismo. Ya lo ha dicho Shakira en su canción y nos lo ha recordado Miley Cirus en la suya. Ciertamente, el trasfondo es irreprochable: soy valioso, valiosa, y no debo permitir que nadie me trate como una piltrafa, me hiera, me falte el respeto, juegue conmigo. Pero cuidado con la conclusión: vivir como si sólo existiera yo, como si no necesitara a nadie, como si no hubiera un Otro al que amar y al que dejar que me ame… puede llevarme a una perdición igual de dolorosa. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 5, 17-37]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Jesús nos remite a la Ley. Porque hay Ley. Hay principios. Hay mandamientos. Son normas que, como en toda sociedad, regulan lo necesario para estar a buenas con Dios, con el prójimo y conmigo mismo. La norma no es un invento para esclavos sino un camino de libertad para aquellos que aspiramos a ser felices. ¿Tú cómo lo ves? ¿Sientes los mandamientos, las normas… como una losa? ¿Tienes una percepción negativa sobre ellos? Entonces… ¿de qué se trata? ¿De que tú seas el que marca la frontera entre el bien y el mal, de qué nadie te marque el camino? No sé si es la mejor opción. Piénsalo. Te dejo tres pistas más:

  • «Pero yo os digo…» – ¡Qué frontera tan fina entre ser escrupuloso con la «letra» de la ley, olvidando su espíritu, y aligerar demasiado su sentido para acabar adaptándola a lo que nos conviene! ¡Qué importante es discernir! El Evangelio de de hoy está lleno de ejemplos de Jesús acerca de normas concretas y de la plenitud del amor que debe garantizar cada una de ellas. La plenitud de toda norma es el amor pero… ¡qué fácil es que tú y yo nos equivoquemos en esto! Solemos «amar» a nuestra manera y con eso nos quedamos tranquilos. Equilibrio. La norma también está para ayudarte a amar mejor. Piénsalo. No es cumplir por cumplir, por miedo; es cumplir por amar.
  • «Reconcíliate con tu hermano» – Déjate de rollos. Difícil amar a Dios estando a malas con tu hermano, con tu vecino, con tu madre, con tu amigo, con tu pareja, con tu jefe, con tu hermano de comunidad… ¡Tienes un sacramento que es maravilla a tu disposición! Vete, busca un sacerdote, ponte de rodillas y pide perdón. El perdón es de justicia y, también, repara tu herida, sana tu corazón, ilumina con la gracia aquello que has dejado pudrir. No esperes ni un minuto más. ¡Y que la penitencia sea buscar a aquellos a los que has dañado para abrazarlos, volverlos a sentir hermanos, volver a tender puentes con ellos!
  • «Si te induce a pecar…» – Tentaciones. Siempre están ahí. Eres débil, frágil, lleno de agujeros y de fugas. Y tiran de ti, te hacen propicia para volver a apostar por aquello que te hace mal, que hace mal a otros, que ofende al Señor. Situaciones, personas, lugares… que te ponen en bandeja un placer momentáneo, un calmante instantáneo a tu sed de amor, pero que luego… te dejan vacío, vacía. Ponles nombre, conócelas, reconócelas… e intenta evitarlas, gírales tu rostro. Y si flaqueas, pide ayuda a Tu Madre, a tu Padre, al Espíritu que te acompaña siempre. Y si caes, levántate, vuelve a casa y a seguir intentándolo. El amor siempre vence.

Ojalá la semana que comienza traiga a tu vida una buena dosis de perdón, de amor, de plenitud. Tienes ganas de ser mejor, lo sé. Tienes ganas de ser feliz, lo sé. Tienes ganas de Dios, aunque a veces no lo sientas, no lo veas, no lo entiendas. Ama y déjate amar. Y la paz irá llegando. Y la luz.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Esta semana la terminé con una conversación reparadora. Fue uno de estos momentos en los que estás a gusto y puedes charlar con otra persona, compartiendo desde lo profundo y poniendo el foco en aspectos que, normalmente, dejas pasar. Hablamos de la historia de cada uno, de los gustos, de cómo gastamos la vida y, también, de las heridas que el camino va dejando. Heridas… ¡todos salimos heridos del combate, por muy bueno que este sea! Aún así, no nos gusta sabernos débiles y diezmados y nos revolvemos con tal de que nadie vea nuestras cicatrices. Hoy la Palabra tiene algo que decirnos [Mt 5, 13-16]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Siempre he creído que el Señor me había elegido. Y esta lectura siempre ha sido fuente de inspiración, llamada vocacional, base de una sana autoestima y faro que da sentido a un horizonte vital que he intentado mantener: hay mucha oscuridad en el mundo y yo estoy llamado a poner un poquito de luz. Cuando compartía esta lectura con los niños, en el oratorio infantil del cole, hablábamos de para qué sirve la luz y llegábamos siempre a tres conclusiones: espanta los miedos, ilumina el camino para no perdernos y nos permite reconocernos. ¡Qué bonita vocación, ¿no?! Espantar los miedos del otro, iluminar su camino y reconocerlo. ¿Y la sal? Conserva las mejores propiedades, aporta sabor y cicatriza heridas. ¡Buf! Tremendo. Pero te dejo alguna pista más:

  • «¿Por qué soy luz? ¿Por qué sal?» – Una conversación con un amigo ateo, hace años, me dejó mosca: «Santi, dejad ya de decir que sois la luz del mundo como si los demás, por no creer, fuéramos la oscuridad. Eso no es así. Qué clase de prepotencia es esa…«. Me dio que pensar. Y hoy, leyendo el evangelio y la primera lectura de Isaías, lo tengo más claro: La luz es una manera de vivir. La sal es una manera de relacionarnos. Somos sal y luz en la medida en que le damos al prójimo el centro, en la medida en que entregamos la vida al otro, en la medida en la que vivimos al estilo de Jesús. No son galones ni méritos. Y la prueba está en que Jesús deja claro que la sal puede volverse sosa y la luz puede estar escondida. Nos ha sido dada toda la potencialidad para serlo pero de nosotros depende encender el interruptor, esparcir la sal por donde pasamos. Y eso es una vocación universal, aunque no poseas el don de la fe todavía.
  • «Jesús es la luz» – Jesús es el Amor hecho hombre. Él fue capaz de dar todo, su vida, por sus hermanos, por todos los hombres. Por eso es la LUZ y la SAL por antonomasia. De Él sí podemos decir todo lo que hemos dicho. Por eso, fijarnos en Él, seguirle, imitarle, quererle… nos hace parecernos más a Él. No es que la fe me conceda un privilegio sin más, ser luz o sal, sino que, si es fe verdadera que me lleva a seguir a Cristo, inevitablemente me asemejará a su persona. Sin Él todo es más confuso, todo se vuelve oscuro, el mundo es más frío, estoy más perdido, me siento más solo, afloran los miedos, nada parece valer la pena…
  • «Se curarán tus heridas» – Esto es lo que dice Isaías en la primera lectura de hoy. Deja de buscar remedios que no funcionan. Deja de medicar tu corazón con calmantes que simplemente adormecen los síntomas. Estás herido, herida, y muchas veces no sabes qué hacer con eso. ¡Entrega tu vida! ¡Pon al otro en el centro! ¡Sé fiel a tu vocación! ¡No escatimes en generosidad, en amor, en donación! Si lo haces, esa luz y esa sal que brotarán de tu corazón servirán también para sanarte. El camino te ha dejado heridas y es el amor el que las va a sanar. ¡Mira Cristo! ¿Caben más heridas en ese cuerpo flagelado y destrozado pendiendo de una cruz, en esa alma rota, traicionada, burlada y decepcionada? Pero Él sabía que la única manera era llegar hasta el final, seguir confiando en su Padre. La luz de la Resurrección lo convirtió en un hombre nuevo, en el Hombre para siempre.

Empieza otra semana y puedes hacer de ella un tiempo apasionante. Dios te ha dado la materia prima necesaria para ser luz y sal en el mundo. Estás cansado, cansada, herido, herida, y, aún así, se te invita a seguir entregando tu corazón. Mira a Jesús en la cruz y adelante. Ojalá brille tu luz delante de todos esta semana porque eso querrá decir que estás amando y mucho.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo de Año Nuevo (Sta. María Madre de Dios)

Esta entrada de hoy llega tarde. Es de noche y prácticamente el día ha terminado. El 1 de enero, día de Año Nuevo, siempre es un día extraño, resacoso. La mayoría de vosotros habréis celebrado la noche por todo lo alto y la mayoría habréis amanecido tarde. Yo he dejado también la misa para la tarde porque la mañana necesitó de sosiego, reposo, valses y palmas para empezar el 2023 con esperanza. Porque esperanza es algo que siempre se necesita, ¿o no? Escuchad lo que cuenta hoy el evangelista [Lc 2, 16-21]:

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Estamos en tiempo de Navidad y hoy celebramos a María, Madre de Dios. María es presentada hoy como la mujer que conserva todo lo que vive y lo «medita en su corazón». María, una joven que, de manera sencilla, te enseña hoy el bonito arte de discernir, de escudriñar tu realidad, de profundizar y dar hondura a todo lo que vives y experimentas, de buscar la huella de Dios en cada giro inesperado de tu día a día. Te dejo tres pistas, las primeras del año:

  • «Correr… para encontrar» – Te urge encontrar la felicidad. Te urge encontrar paz para tu espíritu lastimado. Te urge sanar las heridas pasadas. Te urge llenar tu corazón de nuevo de esperanza. Te urge volver a quererte, a creer en ti. Te urge rodearte de personas nutricias. Te urge mirar la vida con optimismo y abandonar ya ese tono trágico con el que te veo a menudo. Te urge recuperar a Dios. Te urge volver a casa, adentro de ti y volverte a mirar con ternura. Corre, como los pastores. Corre, con prisa, sí, hacia donde vas intuyendo que puedes encontrar esto. Ya lo has buscado. Ya lo has intentado. Ya has corrido. Pero muchas veces no has encontrado. ¿Será Dios la respuesta? ¿Será este niño, pequeño y frágil como tú, el que tiene la llave que necesitas? Ve a buscarle. Corriendo. No hay tiempo que perder.
  • «Escuchar, encontrar, alabar» – ¡Qué bonita rutina para tu vida! Tres pasos. No te puedes saltar ninguno. Ya lo dijimos antes: anhelas encontrar… ¡pues escucha a los que ya han encontrado! ¡Pon la oreja! ¡Afina el oído! ¡Y confía! Confía en aquellos que te hablan de Dios, desde la fe, desde la paz, desde la felicidad que sólo tiene quién lo ha encontrado. ¿Por qué crees mierdas que escuchas en todas partes y, en cambio, dudas de esta gente que te rodea? Y tras escuchar, apuesta, arriésgate… y encontrarás. Lo verás si eres capaz de reconocerle en lo pequeño… Y cuando lo hayas hecho y hayas comprobado que ¡era verdad!… da gracias, alaba a Dios por su amor contigo, por su generosidad, por no olvidarse de ti… y sal a los caminos a continuar la rueda… para que otros la empiecen.
  • «Meditar en el corazón» – A veces usas demasiado la cabeza, la razón o la sinrazón. Demasiada cabeza. Demasiados cálculos. Demasiadas balanzas y equilibrios, argumentos, justificaciones y excusas. Demasiadas quejas. Demasiada cordura o demasiada locura. ¿Y el corazón? ¿Qué haces con él? El corazón es eso que te habita, que guarda lo mejor de ti, el ADN de tu yo auténtico, los sueños que esperan hacerse realidad, la vocación adormecida, la energía necesaria para cambiarlo todo… ¿Por qué no das más juego a tu corazón? Deja que la decisión la tome el amor, de vez en cuando. Sólo el que ama y confía sabe que detrás de muchas intuiciones están la respuestas a muchas preguntas.

Te deseo lo mejor para este 2023. Te deseo un año lleno de Dios, de corazón, de riesgo, de libertad y justicia. Te deseo un año 2023 lleno de alegrías y dolores, de heridas forjadas en el caminar, de horizontes bellos dispuestos a ser alcanzados. Te deseo que seas tú.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 26º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Han sido días de fiesta en casa. Ayer mismo cumplí 46 años y lo celebramos con mucha gente. Primero, una merienda con jóvenes exalumnos de Movimiento Calasanz que, con los años, son ya familia. Por la noche, con amigos que nos hacen los días más bonitos. Y hoy, tras la Eucaristía, con la familia y la comunidad. Banquete tras banquete, que diría aquel. El caso es que me paro a mirar hacia atrás y compruebo que siempre he intentado celebrar la vida y disfrutarla como un regalo y, además, siempre he intentado que otros se sumaran a esta celebración. Leamos el evangelio de hoy [Lc 16,19-31]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

¿Cuántas personas viven cerca de mí que claman por mi ayuda? ¿Cuántos chicos y chicas del cole se acercan a recibir algo de lo que yo puedo ofrecerles? ¿Cuántos necesitan de nosotros, de ti y de mí? ¿Qué podemos ofrecerles? Porque tal vez ni tú ni yo vestimos «lino» ni «banqueteamos» cada día como comenta el Evangelio. Y aún así, la Palabra llega hoy a mí como un dardo. Te dejo tres pistas:

  • «Lázaro» – Lázaro se postraba a la mesa del rico y se saciaba con las migajas que caían. El rico necesariamente sabía de su existencia y nunca le invitó a participar. Tú y yo tenemos nuestras propias riquezas y ofrecemos nuestros propios banquetes. Tenemos tiempo. Tenemos dones y capacidades. Tenemos lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué hacemos con ello? ¿Sólo para nosotros? ¿Sólo para nuestro propio beneficio? ¿Has identificado alguna vez qué personas te ha puesto Dios cerca que necesitan de ti, de ese tiempo, de esos donde, de lo mejor de ti? Están ahí, en tu día a día, esperando que te des cuenta de que existen. Ponles nombre y actúa. La salvación está en lo pobres, no en la letra de la Ley.
  • «Un abismo inmenso» – Es el abismo del egoísmo, que te aleja de todos. Ese es el infierno. Un infierno que puede comenzar ya aquí, en la tierra, escondido tras los flashes de una vida aparentemente envidiable, pero llena de insatisfacción, soledad, frialdad, superficialidad, derroche que no alimenta. Es el infierno del que vive sin Dios porque no le necesita. Es el infierno del que mira, sin ver al prójimo. Es el infierno del que descubre demasiado tarde la tragedia. Es el infierno del que, ya en el infierno, sigue pensando sólo en él mismo.
  • «Los profetas» – Dios habla. A veces guarda silencio, pero no siempre. Se sirve de personas que lo escuchan y, a través de ellos, nos hace llegar su voz, su caricia, su consejo, su advertencia, su disgusto. No sé cómo andas tú de oído. ¡Cuántas veces esperamos que Dios nos hable y estamos sordos ante su voz, una voz que nos llega a través de personas que se acercan a nuestra vida y que nos interpelan, directa o indirectamente! Hazte sensible a la voz de los profetas. Quítate ya la cera de tus oídos y ¡escucha al Señor!

Termina el domingo, un fin de semana lleno de vida y cariño. Lo termino con la conciencia de que todo lo bueno que Dios me ha regalado, que es mucho, no es sólo para mí. Mi vida ha sido hecha para ser compartida, entregada. Mi vida ha sido hecha para dar vida. Ojalá el Señor me ayude y me siga interpelando con su palabra.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 25º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Esta semana pasada he comenzado las clases con mis nuevos alumnos de Matemáticas y TIC en el cole. Presenté mis asignaturas y todavía no me metí en harina. Vamos poco a poco, que el aterrizaje es duro. Lo que sí intenté es transmitir un mensaje que me parece importantísimo: yo voy a dar lo mejor como docente y eso es exactamente lo que espero de mis alumnos, que den lo mejor de sí. Malgastar las posibilidades que uno tiene, las capacidades que le han sido dadas, es, tal vez, uno de los mayores males que podemos cometer. Leamos el evangelio de hoy [Lc 16,1-13]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Derrochar es malgastar. El propietario «llama a filas» a su administrador porque malgasta sus bienes, seguramente en beneficio propio. Como dice mi amiga Adriana en el comentario de hoy de #TuVozdelosLunes, ¿y si piensas que Dios es el propietario y tú eres su administrador? ¿No es verdad que Dios, que lo ha creado todo, que te ha creado a ti, te ha dejado libre para hacer de tu vida lo que quieras? ¿No es verdad que ha dado un paso atrás confiando en que tú sepas qué hacer con todo lo que te ha dado? La pregunta entonces es clara: ¿cómo lo estás haciendo? Te dejo tres pistas:

  • «Los bienes» – Tal vez te estés preguntando qué bienes te ha tocado administrar. Pues todo lo que te ha sido dado en tu vida: la naturaleza, tu familia, tus dones y capacidades, los amigos que han aparecido en el camino, los lugares que han dejado huella en ti, las personas necesitadas que están en tu entorno, tus estudios o trabajos… Todo eso son las «riquezas» de Dios que Él ha puesto a tu servicio y que te ha confiado. ¿Qué estás haciendo con ello? ¿Lo estás usando para vivir más cómodamente, para que te «sirvan» cuando te interesa, para que los «uses» en tu propio beneficio? ¿No sería mejor que todo eso sirviera para generar más «riqueza»? ¿No sería mejor que se multiplicara? ¿No sería mejor que fuera dado y entregado a aquellos que lo necesitan, para saciar sus carencias? Piénsalo…
  • «Lo poco y lo mucho» – En la vida llegan momentos clave donde todo lo que uno es, todo lo que uno ha aprendido, toda la fe que ha crecido, todo lo que ha madurado… se pone en juego. No son muchos momentos, tal vez tres o cuatro, en los que uno debe acertar porque se juega todo el sentido de su vida. Pero es imposible acertar ahí si no has entrenado tu corazón, si no te has curtido en las batallas pequeñas, si no te has deleitado en el discernir de cada día. No puedes pretender ganar una Champions, ser un Rafa Nadal de la vida, si no eres capaz de aguantar el entrenamiento diario, si no eres disciplinado en lo cotidiano… ¿Cómo vas a apostar por el Amor si no eres capaz de amar en esos minutos tontos de cada jornada? ¿Cómo ganarlo todo si eres incapaz de empezar el día a la hora, haciendo tu cama; incapaz de estudiar lo que toca; incapaz de vivir agradecida por la oportunidad de estudiar o trabajar; incapaz de hablar con esa amiga con la que te has distanciado; incapaz de rezar 10 minutos al día; incapaz de salir y no emborracharte; incapaz de no buscar en tu pareja tu propio placer y usarla…?
  • «Dos señores» – Mira tu vida y piensa: ¿a qué dioses están sirviendo hoy? Puede ser el dinero, puedes ser tu mismo, puede ser el éxito, puede ser la comodidad, puede ser el bienestar, puede ser… el Dios de Jesús. Pueden ser incluso varios a la vez, seguro que me dirías… porque a veces nos confundimos, y nos equivocamos y queremos una cosa pero hacemos otra… ¡Sin duda! Pero hay que intentar que cada día, el porcentaje de corazón que sirve sólo a Dios sea más alto. Ese es el objetivo. Sólo falta que lo decidas y lo persigas. Y sí, notarás que lo estás consiguiendo cuando detectes que vives más en paz; más liado… pero más feliz.

Ojalá tengas una buena semana y administres bien estos siete días que vienen por delante. Ojalá que el amor se multiplique y la deuda del pecado se reduzca. ¡A por ello!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No sé tú pero yo me he sentido, y me siento muchas veces, mejor que otros. Tal vez diga que no con la cabeza, porque creo firmemente que no es así, pero inconscientemente sucede. Siempre hay alguien a quién poder juzgar con severidad. Siempre hay alguien que se equivoca a quién poderle decir «ya te lo dije». Siempre hay alguien que se deja llevar y cae en la tentación de manera evidente y, enfrente suya, uno se siente más fuerte y listo. Lo curioso es que demasiadas veces, aunque lo esconda, yo soy el que se equivoca, el que se deja llevar, el que cae… Leamos el evangelio de hoy [Lc 15,1-32]:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Jesús es acusado de juntarse demasiadas veces con la «mala gente». Hoy diríamos que Jesús cena con los «rojos», o que va a tomar el café con un grupo de «fascistas», o que se le ha visto paseando y hablando por el barrio de las putas, o jugando a las cartas con el político corrupto que se ha enriquecido con los impuestos de todos, o entrando en una sala de juegos y apuestas donde tantos jóvenes pierden la vida… ¡Yo qué sé! Cada uno tiene etiquetados a sus «malos» particulares, a aquellos con los que nunca se imagina a Jesucristo. Jesús intenta explicar con parábolas lo que supone el Reino de Dios. Son parábolas que suenan bonitas pero… ¿quién se las cree? ¿Quién va a buscar a una oveja perdida teniendo otras 99? Nadie con juicio. ¿Quién se agacha a por una monedita de 10 céntimos teniendo miles de euros en el banco? Nadie. Entonces… ¿quién es este Dios del que nos habla Jesús? ¿El Dios de los que han perdido la cabeza? Te dejo tres pistas:

  • «El hijo menor» – Eres hermano menor cuando decides hacer la guerra por tu cuenta. Eres hermana menor cuando crees que no necesitas a nadie. Eres hermana menor cuando optas por todo aquello que te reporta placer y emoción, cuando piensas sólo en ti. Eres hermano menor cuando le das la espalda a Dios. Eres hermano menor cuando tu vida está vacía y te sientes mal. Eres hermana menor cuando no sabes quién eres, cuando te das lástima a ti misma, y te avergüenzas de en quién te has convertido. Eres hermano menor cuando te sientes solo, cuando necesitas el perdón, cuando tienes miedo de volver…
  • «El hijo mayor» – Eres hermano mayor cuando haces lo que debes por obligación, sin pizca de amor. Eres hermano mayor cuando cumples con tus obligaciones pero te vas llenando de ira y rencor. Eres hermano mayor cuando vives maniatado, encarcelado, cuando no hablas ni compartes ni expresas lo que necesitas… pero luego reaccionas desproporcionadamente. Eres hermano mayor cuando juzgas con dureza al que se equivoca, porque tú te sientes en la mierda, como él, pero no te atreves a decírtelo. Eres hermano mayor cuando le das la espalda a Dios pese a parecer que estás a su lado.
  • «El padre» – El padre es Dios. El padre quiere a sus hijos por igual, a todos, al que se queda y al que se va. El padre reparte su herencia; todo lo suyo es de sus hijos y les da libertad para administrarlo como consideren. El padre es tu padre y te quiere a su lado. Tu padre se preocupa por ti y sufre por tus malas decisiones. Tu padre intenta que vuelvas una y otra vez, no se cansa. Tu padre te quiere y el amor llena su corazón. Por eso tu padre no te pide explicaciones ni juzga tus errores ni se regodea en ellos. Sabe que tú eres el que más ha sufrido. Tu padre sólo quiere perdonarte, abrazarte y volverte a sentar a su mesa, devolverte la dignidad perdida y sanar tus heridas a tu lado. Tu padre te invita a amar, a entrar, a no dejar que el mal juicio de tu corazón te envenene.

Se han dedicado libros enteros a esta parábola y no soy yo quién para explicar con detalle mucho más. ¿Lo mejor? Que esta parábola llegará a tu vida, antes o después, y tendrás que decidir cómo te sitúas en ella. Buen domingo.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º de Pascua

Ayer se celebró en Turín una nueva edición del archiconocido Festival de Eurovisión. Terminó con las habladurías de siempre, los tejemanejes de siempre y la sospecha del politiqueo en la sombra. Chanel, nuestra representante española, volvió a hacernos vibrar y consiguió un resultado inimaginable en los últimos años. El caso es que, cada vez que vas a Eurovisión, te preguntas: «¿Qué percibirá la audiencia? ¿Qué lenguaje hablar en el escenario para poner de acuerdo a italianos, finlandeses, suecos, armenios y australianos? ¿Cómo hacerse entender, qué mostrar? Y esto me viene muy al cuento del evangelio de hoy [Jn 13,31-33a.34-35]:

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

El Señor nos habla de un concepto muy moderno y, a la vez, muy antiguo: la identidad. Lo identitario está de moda. Toda empresa necesita de su política y de su imagen corporativa, de sus valores. Todo pueblo necesita de su bandera y de su himno, para aglutinar sentimientos, historia y convicciones. Identidad, eso que te hace ser lo que eres, que te distingue de los demás. Te dejo tres pistas:

  • «Amar es un mandamiento» – Hemos convertido todo en algo tan romántico que nos olvidamos que para un cristiano, AMAR es un imperativo, no es una sugerencia. Todo aquel que quiera seguir a Jesús, que esté dispuesto a llamarse cristiano, debe amar. Amar no como sentimiento, no como emoción, sujeta a circunstancias e intensidades variables. Amar como acto de voluntad. Amar porque decides amar. ¿Te lo has planteado? ¡Qué frío suena esto! ¡Me acabo de cargar esa idea tuya de «amor» pastelosa, chupipiruli, rosita y… tan frágil que acaba por romperse! El Señor te llama a optar por AMAR. ¿A quién? Pon tu los nombres y apellidos. Porque el amor que no se concreta no es amor, es idea, deseo, sueño inabarcable. Nombres y apellidos. A ese que están pensando… sí, y a la otra que te cuesta tanto… también. ¿Y no pierde calidad este amor «obligatorio»? Buena pregunta… ¿Entonces por qué Jesús le ha llamado «mandamiento»?
  • «Amar es novedad» – Es el mandamiento nuevo porque es el mandamiento que te hace nuevo, que lo hace todo nuevo. El amor lo cambia todo. No es el dinero. No es el maquillaje. No es la influencia. No es el número de seguidores, ni los títulos que tengas, ni el sueldo que cobres, ni los sueños que tengas… Es el amor. El amor convierte tu rutina en sorpresa. El amor germina en tu corazón y hace brotar de él una nueva manera de afrontar la vida. El amor cambia tus relaciones, elimina el interés, la envidia, la soberbia. El amor hace que el sexo cobre una nueva dimensión. El amor cura todo lo que te resulta insoportable de ti mismo, de los demás, del mundo.
  • «Amar no de cualquier manera» – Amar como Él lo hizo. ¿Cómo se hace eso? Dándose. Entregando la vida. No hay otra manera ni otra receta. Da tu tiempo. Da tu energía. Da tu corazón. Da tu libertad, Da tus fuerzas. Pon tus dones al servicio de los demás. Párate en tu camino y cura al que encuentres herido. Párate en tu camino y libera a la que va a ser lapidada. Párate en un pozo y conversa con los que están perdidos y atormentados. No tienes que ser perfecto, ni perfecta. Nadie te lo pide. Esto no va de perfección sino de entrega, de donación, de corazón. No te conformes con amores mediocres. Estás llamada a más. Estás llamado a dar más y a más personas. ¡Cuántos están esperando que te cruces con ellos!

¡Qué pasada esto del amor! Vale la pena embarcarse en este proyecto. Vale la pena responder a esta llamada. Vivir la vida desde el amor es vivirla con pasión. Alguien que ama es alguien que no quiere pasar por aquí con indiferencia, como si nada fuera con él. Alguien que ama es alguien que ha entendido qué es lo importante y que quiere jugárselo todo a esa ficha, asumir riesgos. Tu Señor te pide que ames. Ese será tu sello de identidad. No hay otro mejor. ¡A por ello!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º de Pascua

Hay días que me desanimo. Tengo claro que la vida no es un camino de rosas y la misión tampoco. Sé que hay días donde el ánimo baja y, aún así, me cuesta. Experimentar la soledad del que percibe que está en el desierto, del que se ve solo en algunas apuestas, del que mira la realidad de manera diferente a otros, no me resulta sencillo. Me gustaría comprobar que mi labor como educador, como pastoralista, da frutos. Eso es lo que me gustaría, humanamente hablando. Sé que mi labor es otra, pero a veces se hace difícil. La alegría, sin embargo, no la pierdo. Dios me ha regalado este don y sé que es una de las armas con las que luchar mis propias batallas y las batallas ajenas. Alegre de estar con los jóvenes. Alegre de remar mar adentro. Alegre de salir a pescar y descubrir, ahí, al Señor. Así nos lo cuenta el evangelista [Jn 21, 1-19]:

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Noche, amanecer. Las propias fuerzas, la presencia de Jesús. La red vacía, la red llena. La traición, el amor. Un evangelio de contrastes que viene a contarnos lo que supone la presencia del Resucitado en nuestra vida. ¿Alguna vez te has preguntado si realmente la Resurrección de Jesús supone algo para tu vida? ¿Alguna vez te has preguntado si Cristo Resucitado se ha encontrado ya contigo? Yo sí, me lo he preguntado. No tengo claridad al respecto. Veo mi mediocridad, mi terquedad, mi amor limitado… y tengo dudas. ¿No será que sigo sin enterarme, no será que sigo confiando en mí más que en él, no será que no acabo de querer del todo a Cristo? Te dejo tres pistas:

  • «La pesca vacía» – Vives en un mundo que te repite continuamente que todo lo debes conseguir con tus propias fuerzas. Esfuerzo, trabajo, puños, esfuerzo, horas… Incluso con aquellas cosas de ti mismo, de ti misma, que quieres cambiar, lo que haces es proponerte conseguirlo con tus propios medios. Pedro también se va a pescar. No era precisamente un ingenuo. Recordemos que él era pescador. Pero ya nada es igual. Nada consigue por él mismo. Hasta que Jesús Resucitado no hace acto de presencia, hasta que Jesús Resucitado no le envía, hasta que no llega el «amanecer», la luz, hasta que Pedro no «nace de nuevo»… no hay redes llenas. Así que tal vez deberías contar menos con tus propias fuerzas y estar más a la escucha, hacer lo que Jesús te susurra. Y tu vida comenzará a dar fruto. Y tendrás de sobra. Y serás feliz.
  • «Almorzad» – Desde pequeño, cuando en mi casa me iniciaron en la fe, me sentí parte de la Iglesia. Este plural de Jesús es significativo. Jesús llega para saciarnos, para guiarnos, para enviarnos. Es más fácil reconocerle cuando estamos en comunidad, cuando creemos y caminamos juntos a otros. Es más fácil que te des cuenta de que Jesús está presente en tu vida si compartes tu fe en grupo, si te acercas a una «mesa compartida», a un «banquete» comunitario. ¡Qué importante es compartir la fe en la Iglesia, en tu grupo! Sin la Iglesia, sin la comunidad, somos como Pedro que, en la noche, se lanza a pescar en solitario, no consiguiendo mucho. ¿Cuál es tu compromiso en este sentido? ¿Crees que puedes ir por libre? ¿Se puede seguir a Jesús sin un compromiso firme con la Iglesia?
  • «¿Me amas?«- El antídoto de la traición es el amor. Pedro, que había negado a Jesús tres veces, se encuentra con una nueva oportunidad. Jesús no convierte el pecado en insalvable, al revés. Jesús Resucitado es aquel que viene a ofrecerte la vida, que te da la oportunidad de dejar tu pecado atrás y vivir de nuevo desde otro sitio. Jesús examina a Pedro del único mandamiento que les legó en la última cena: el mandamiento del amor. A ti te pregunta lo mismo. No le importan tanto las ocasiones en las que te has olvidado de Él, en las que has ido por libre, en las que has dudado de su existencia, en las que has preferido dejarte llevar por tu comodidad… le importa más tu capacidad para quererle, para amarle. ¿Y cómo sé que mi amor por Él empieza a ser verdadero? Pues como en cualquier relación humana: cuando tu vida se configura con la suya, cuando tu libertad está condicionada por Él, cuando tu vida se supedita en parte a Él, al que le has dado tu corazón.

Este precioso relato de hoy te pone delante de la necesidad de ponerte a tiro de Jesús Resucitado. Él aparece en tu vida de manera misteriosa, se asoma a tus orillas, sin hacer ruido… pero con una palabra, con una llamada, con una invitación. Cuando decidas escucharle y hacer lo que te diga, comprobarás que tu vida se hace nueva, luminosa, que todo tiene sentido, que tu corazón es capaz de amar de otra manera. ¡Jesús nunca defrauda!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º de Pascua

Cada uno somos un mundo. Nuestro camino de fe está lleno de momentos comunes pero también, seguro, de diferentes matices, caminos, que hacen que nuestra relación con Jesucristo sea única. Tú eres diferente a mí. ¡¿Cómo va Jesús a tratarnos de la misma manera?! Si leemos el evangelio con atención, veremos cómo Jesús, en todos sus encuentros, se adapta a la persona que tiene delante, sabe lo que necesita y sabe quererla de manera única. Lo hizo con la Magdalena, con Pedro, con Tomás, con Pablo… contigo y conmigo. Mira lo que nos cuenta el evangelista hoy: [Jn 20, 19-31]

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Difícil creer en la victoria cuando hemos probado de manera tan brutal el sabor del fracaso y la derrota. Tomás es incapaz de creer. Nosotros también lo somos muchas veces. Te llegan dudas, seguro, cuando ves que aquello que anhelas, aquello que pides, aquello que necesitas… no sólo no llega sino que se desmorona, se viene abajo, se aleja. Las heridas dejan huella en nuestra fe también. Nos encerramos en nosotros mismos y empezamos a poner condiciones para volver a creer, para volver a confiar. Te dejo tres pistas:

  • «Noche, miedo y puertas cerradas» – ¿A que ya has experimentado un poco de esto? ¿Has amado y te han hecho daño? ¿Tienes miedo a que te vuelva a doler la vida? ¿A veces has estado perdido? ¿Cuántas veces has perdido la referencia de quién eres, de lo que vales, de lo que quieres? ¿Ha habido algún momento donde has vivido pero «con las puertas cerradas», con el corazón bien protegido, sin dejar entrar a casi nadie, desconfiada? La cruz nos deja tan desprotegidos, tan dañados… que solemos optar por plegar velas y vivir acurrucaditos en un rincón. Puede que hayas vivido la noche del alcohol, de los porros, del estudio y el trabajo desproporcionado, de las autolesiones, del sexo sin amor…. y todo fruto de tus heridas y con un miedo terrible a volver a querer y a que te quieran. Jesús es capaz de traspasar todo eso, y entrar. Jesús quiere ir a buscarte y lo hace. Jesús irrumpe en tu vida y llega para calmar tu dolor, para curar tus heridas con las suyas, para anunciarte el amor, la vida y la victoria, para devolverte a la luz del día, para fumigar el miedo de un soplido.
  • «Si no meto el dedo…» – A veces me cierro a creer. Me convenzo que los milagros no existen. Condiciono y limito la acción del Espíritu. Me pongo en modo «IMPOSIBLE» y miro la realidad con las gafas de la incredulidad y lo que veo, claro, suele satisfacer esta visión. ¿Ves como el mundo sigue en guerra? ¿Ves como esta persona sigue enferma y no se ha curado? ¿Ves como yo sigo mal pese a haberle pedido ayuda a Dios? Hay personas que se acercan y me anuncian otra cosa pero mi resistencia es demasiado grande. Yo tengo la razón, y punto, y el resto son unos «flipados». Chantajeo a Dios, lo pongo a prueba, lo trato con despecho, desde mi soberbia, fruto del dolor de mis heridas. Pero Dios no se deja impresionar, no da un paso atrás…
  • «Paz a vosotros» – Jesús llega a tu vida, siempre. El Resucitado puede con todo, con miedos, con puertas cerradas, con incredulidades, con noches oscuras… ¡con lo que haga falta! Jesús llega a tu vida con un anuncio de paz. Viene a calmar tu corazón, a saciar tu sed de felicidad. Viene a quererte, a cogerte entre sus brazos y decirte que no pasa nada, que está aquí, contigo, y que camina siempre a tu lado. Jesús viene a arroparte con una sonrisa en tu día a día. Jesús, el que sufrió la muerte en cruz, el que fue sepultado, el que venció la muerte y fue resucitado, llega para que seas capaz de experimentar también la victoria con la fe. Sólo debes acogerle, reconocerle y hacerle tu Señor, tu Dios. ¡Qué oración tan bonita y tan cortita para empezar y terminar el día: «Señor mío y Dios mío»! Busca a otros que crean lo que tú, que también lo hayan visto y oído… y ¡seguidle juntos!

Seguimos en Pascua. Es tiempo de mirar atrás y darle sentido a nuestra historia, de descubrir la acción de Dios en ella, de ponernos las gafas de la victoria, del amor, de la luz. Es tiempo de sacarnos las armaduras que nos han protegido tanto tiempo y apostar por ser nosotros mismos, queridos por Dios. ¡Ánimo y mucha paz!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova