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Carta a una joven rubia en su mayoría de edad

Querida Andrea.

Son las 00:55 del 4 de mayo de 2022. Cumples 18 años y tu madre no ha querido esperar para felicitarte en todas las redes en las que tiene perfil. Era de esperar. Yo, en cambio, he preferido sentarme frente al ordenador, ponerme a Juan Luis Guerra de fondo e intentar escribir en palabras aquello de lo que habla el corazón. A ver si lo consigo…

Los años 90 estaban comenzando y yo estaba enamorado de tu madre. Nuestros 15-16 años estaban en pleno apogeo y aquellos rizos negros, que todavía perviven, me tenían hipnotizado. Su fuerza, su personalidad, su manera de afrontar la vida, de querer a su familia, de ser amiga… me tocaron hondo y, sin saber muy bien por qué, y con gran osadía por mi parte, me descubrí intentando ligarme a una de las chicas «top» de mi curso. Sonaba Juan Luis Guerra. Aquella «Bachata Rosa» o aquellas «Burbujas de Amor» fueron la banda sonora de muchas noches soñando con ella, de muchas tardes de Solana a su lado, de muchos días de verano esperando sus cartas. Todavía recuerdo con nitidez muchos momentos en aquel Camino de Santiago del 93 en el que, de manera velada, me declaré una noche, tumbados en sacos de dormir dentro de la antigua y húmeda iglesia de Triacastela. Allí, en los ratos de descanso y con la mochila llena de ganas de llegar a Compostela, intentó enseñarme a mover la cintura y dar mis primeros pasos al ritmo que marcaba su chubasquero rojo.

¿Por qué comenzar así esta pequeña carta? Porque aquellos días de cartas, confidencias, amores, baloncestos y bachatas son el comienzo de una amistad que pervive casi 30 años después, amistad que me permite, hoy, vivir también con emoción los 18 años de la heredera de aquellos negros rizos. Tal vez la amistad y el cariño que nos tenemos tu madre y yo sea de los mejores regalos y legados que os podemos ofrecer a ti y a Álvaro, Inés y Juan, mis hijos. Es la demostración de que la amistad es, tal vez, el mejor invento de Dios y uno de los que mayores satisfacciones puede ofrecer en la vida. Quiero a tu madre y ese cariño me ha permitido quererte a ti desde el primer minuto en el que apareciste en este mundo. Ojalá vosotros también podáis saborear este especial cariño por los hijos de vuestros amigos del alma. No es fácil de explicar pero intuyo que, con los años, lo vais entendiendo poco a poco.

Nos vemos menos de lo que me gustaría. A veces pienso en lo bonito que hubiera sido ser de esas familias que, como en las películas, comparten muchos de los momentos importantes de su vida. Vacaciones juntos, cumpleaños juntos, graduaciones juntos… pero, desde el principio, la distancia nos ha mantenido a raya. Nos hemos tenido que conformar con vernos de vez en cuando y, aún así, hemos formado parte el uno y el otro de nuestras respectivas vidas. Las fotos en las que apareces se remontan a bien pequeña. Álvaro y tú compartisteis vuestros primeros años y hay vídeos e imágenes llenos de recuerdos. Ese pelo liso y rubio (¡incluso con horrendos lazos que te ponía tu madre de vez en cuando!) está en nuestros álbumes, discos duros y teléfonos desde el comienzo. Coruña siempre fue sinónimo de visita a casa, de merienda en el McDonalds, de paseo por el centro… Seguro que te acuerdas también de alguna visita a Madrid o de lo bien que lo pasamos hace nada, en Salamanca. Estar, estar, estar… aunque sea poco, aunque sea dos veces al año… pero estar, siempre estar. Supimos hacerlo.

Tu manera de ser y de afrontar la vida es distinta a la de tu madre. Gracias a Dios no sois iguales. Has aprendido de ella, posiblemente, lo más importante. Su rostro está arrugado de reír contigo y de desvivirse por ti. ¡Qué arrugas tan hermosas! Charlas, reprimendas, conciertos, abuelos, música, arte… Ella volcó en ti lo mejor de sí misma y, aún llevándote todo eso (que no caduca ni se pierde), tu tesoro es único y te pertenece. Llegas a los 18 habiendo vivido muchas cosas y con ganas de vivir muchas más. Llega la hora de empezar a ser autónoma, de tomar decisiones, de construir tu futuro, de conquistar el mundo para cambiarlo y hacerlo mejor. Lo mejor de ti misma vive dentro de ti. Estás habitada por un puñado de dones y virtudes, únicos e irrepetibles. Son dones y virtudes que has perfeccionado con lo aprendido, que has descubierto con el tiempo, y que están listos para abrirse paso. El mundo que tienes delante es como un bosque frondoso, a veces oscuro y amenazante; y otras, apasionante y luminoso. Son tus dones los que te ayudarán a abrirte paso entre el ramaje. Se te han regalado para que los uses y los pongas al servicio de los demás, también. No interpretes ningún papel. No imites a nadie. No permitas que otros dicten el guión de tus días. Sé tú misma, abierta al cambio, siempre con sed de plenitud, con humor y capacidad de sorpresa; que tu equipaje sea ligero, tu zapato cómodo y tu sonrisa permanente.

La vida ya se encargó desde pequeña de enseñarte que las cosas a veces no salen, que los deseos no siempre se cumplen, que las personas a veces nos equivocamos. No lo has tenido fácil y aún así has sido tremendamente afortunada. Vive agradecida por lo que te ha sido dado y, aunque abras las alas y vueles lejos, no olvides nunca las raíces que siempre te permitirán volver a casa.

Estoy feliz, contigo, en un día tan bonito como hoy. Estos 18 años traen a mi recuerdo aquel 24 de septiembre de 1994. Jugaba el Dépor con el Español en Riazor y, al terminar, la vida me sorprendió con una fiesta sorpresa en el local de un amigo. Mis padres, mi hermano, mis mejores amigos… y tu madre con unos ricos buñuelos de chocolate, mis favoritos. Hoy será un día que pasará a la memoria de tu vida, a la lista de mejores días de siempre. Disfrútalo. Llénalo de sentido. Compártelo con aquellos a los que más quieres.

Me despido ya. Sé que sabes que te quiero mucho. Todavía nos queda mucho por celebrar juntos. Hoy toca brindar por ti, por ser una persona que vale la pena, por ser tú, simplemente. Siéntete orgullosa de la persona que estás construyendo. Cuídala. Nosotros seguiremos ahí, a tu lado, para seguir disfrutando de un pelo rubio, con alma de rizos negros.

Ya no suena Juan Luis Guerra. Cierro el ordenador escuchando a Nathy Peluso. Es tu hora.

Un beso muy fuerte.

Santi

 

Pili cumple 40 años

Pili es mi hermana, pero no lo es. Ya sabes, es de esas personas que no comparten sangre pero comparten corazón y vida contigo. Pili es mi hermana, vamos, y el jueves pasado cumplió 40 años. La eterna sonrisa rubia también se va haciendo mayor. El tiempo galopa inexorable sobre todos… también sobre las rubias indomables que siguen intentando domesticar el universo entero.

El primer recuerdo que tengo de mi hermana Pili es de color verde, ese verde cantabrón tan bien regado por el chirimiri y la humedad paradisíaca del norte de España. Estas palabras del escolapio José Antonio Álvarez, «Verde del valle de Carriedo, que nunca te quebrante el hombre poderoso que ha apagado la luminosa vida de otras tierras«, hablan de ese eterno verde que me presentó a Pili hace ya más de 20 años. Ella todavía no había entrado en la veintena. Estaba sentada, sola, haciendo un silencio de viernes santo. Estaba en un viernes santo crudo y doloroso. Pocas palabras, muchas preguntas.

Desde ese día, la vida y Dios nos fueron acercando cada día más. De vernos en Pascuas, como catequista y niña, pasamos a compartir misión de catequesis con otros jóvenes y, más tarde, comunidad. Fue el camino de Dios el que intervino nuestras vidas. Fue Él el que, en silencio constante pero con pertinaz voluntad, fue tejiendo horas y días entre Pili y yo. Rezábamos juntos, compartíamos bienes, nos ofrecíamos hombros y manos para seguir caminando, acogíamos las lágrimas mutuas, nos corregíamos y nos sosteníamos mutuamente. Mi hermana Pili, que no era mi hermana, compró en propiedad parte de mi corazón, sin hipotecas ni deudas.

Pili es una persona imprescindible en mi vida. Lo ha sido y lo es. Organizadora, efectiva, pragmática en muchos momentos, líder, eficaz, confidente, leal, fuerte… ha compartido conmigo muchos ámbitos de misión a lo largo de estos años. Siempre juntos, siempre al lado uno del otro. Entendiéndonos y complementándonos y, algunas veces, discutiendo. Porque Pili es fuego, es volcán, es marea. Me ha puesto en mi sitio en muchas ocasiones, me ha dicho a la cara cosas que no me ha gustado oír, me ha reclamado aspectos que me obligaron a crecer, y me ha confrontado sin paliativos cuando lo ha tenido que hacer. Y me ha cuidado, me ha abrazado, me ha acompañado, me ha aguantado y acogido en mis miserias, siempre, siempre. Pili es mi hermana.

Con ella he hecho camino y el camino. Una experiencia que dejó huella en mí para siempre. Uno de los grandes regalos que me ha hecho Dios y que me ha hecho ella. Como Juan, tercero de mis herederos, amadrinado por una madrina atenta, cercana, que le quiere con locura y que siempre está, aunque esté más lejos de lo que nos gustaría. Vidas cruzadas, rutas compartidas, miradas comunes.

Pili cumplió 40 años, tras idas y venidas, tras días soleados y grises, tras éxitos y decepciones. Esta es la vida, tal cual. Los cumplió en pandemia, porque hasta para eso ella es especial. Con el mundo patas arriba, entre mascarillas y vacunas, en medio del desconcierto y la esperanza, Pili levanta su copa, en su querida Málaga, y pide al cielo un futuro de amor y familia. Porque quien ama con pasión, como ella, no necesita mucho más. Ojalá la voluntad de Dios sea llenarla de bendiciones, porque se lo merece. Quién da mucho, mucho recibe.

A mí, que ya soy cuarentón profesional, sólo me queda decirle tres o cuatro cosas que la experiencia me ha ido enseñando. Como decía mi madre, el tiempo cada vez va más rápido cuando uno cumple años. La balanza de la vida se va inclinando hacia el otro lado y, a la vez que la mirada hacia adelante, brota con sosiego una mirada hacia atrás que se deleita con un pasado que da sentido a lo que uno es.

Querida Pili, lo primero que quiero susurrarte es que disfrutes de tus 40 años. Cada edad encierra un misterio de felicidad, unas oportunidades dormidas, proyectos inexcrutables y llamadas insondables. No pretendas ser la eterna jovencita, sino más bien vete dando peso a tu madurez, manteniendo siempre viva, eso sí, a la niña que alimenta tu alma y tu fe.

Lo segundo que te quiero susurrar es que tu fuego, tu volcán encendido, tu marea poderosa, no tengan miedo de destapar las brasas humeantes, el reguero de lava, la espuma delicada que también llevas dentro. Siempre has sabido afrontar tormentas y desiertos, destierros y podas. Eres un ejemplo para mí. Y aún así, creo que hay mucha espuma blanca, tierna, frágil y pequeña, que tiene miedo de ser pisoteada y vapuleada. No tengas miedo. Tu fuerza no es tuya. Y aquel que te sostiene, lo hará siempre. Y aquellos que vivimos enamorados de tu espuma, dejaremos que discurra entre nuestros dedos para acariciarla con suavidad.

Lo tercero que te quiero decir es que nunca dejes de rezar, de vivir tu fe con otros, aunque muchas veces ni entiendas, ni comprendas ni asumas ni compartas. Somos «troncos» a los que se nos pide palabra, decisión, verdad, sincera opinión, denuncia y cordura. Y eso tiene un precio, tal vez el de la incomprensión y cierta soledad. Pero no debemos dejar de ser lo que somos, de responder al que nos llama, de ser palabra que busca, escruta, confronta.

Y que vengan 40 años más de venturas y desventuras, de rectas y curvas, de aciertos y errores, de pérdidas y ganancias… pero juntos, juntos hasta el final. Porque te quiero y quiero que estés. Tú me haces mejor.

Un abrazo hermana. Y que el Apóstol nos permita seguir caminando sobre las estrellas.

La luz del cumpleaños (Lc 8,16-18)

Hoy es mi cumpleaños y en todo cumpleaños hay velas que soplar. Tal vez esa imagen de la luz para celebrar que uno sigue adelante en su vida, me conecta hoy con el Evangelio. Y es que la alegría de seguir vivo va de la mano de la alegría de ser luz para otros.

A veces pensamos que el mundo se divide entre los que son luz y los que la necesitan. Creo que nos equivocamos. Porque la luz no es algo que uno posea sin más y que le hace ser más importante que otros. La luz no son galones de poder ni influencia. Yo diría más bien que todos somos velas, candelabros, llamados a dar luz y a llevarla donde se necesite. Y la luz se enciende cuando decidimos ofrecerla, cuando ponemos lo mejor que tenemos al servicio de otro, como nos propone el Salmo.

Hay personas que se piensan que ellos nada tienen que ofrecer y que ser luz para otros es tema de santos. Claro que sí, pero es que la santidad es cosa de pequeños, de aquellos humildes que aun sabiéndose poca cosa deciden dar lo que son, ayudar, iluminar, hacer el bien, sonreír, arrimar el hombro. Otros, en cambio, se piensan que son luz porque saben mucho, casi por herencia de sangre. No iluminan nada, porque no dan ni se dan. Están demasiado entretenidos con ellos mismos.

Tú puedes ser luz. Otros la esperan y la necesitan. Yo quiero seguir encendiéndome mucho tiempo más, mientras el Señor me siga regalando vida.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No llevéis nada para el camino (Lc 9, 1-6)

Hoy ha sido mi cumpleaños. 32 añitos. Un chaval. 32 Tours disputados de 365 etapas cada uno. Con sus contrarreloj, sus finales en alto, sus vertiginosas bajadas, sus caídas, sus retiradas, sus sprints, sus metas volantes… en fin. Como decía Carlos Ferrer Salat, «lo importante no es participar sino hacer todo lo posible por ganar». Y creo que la vida, el mejor de los deportes, sucede lo mismo. Eso de participar sabe a poco. Yo quiero ganar. Al menos intentarlo.

Y para ganar… ¡cuánto más ligero mejor! Aquí viene la lección de Jesús que sabía que para el camino no hace falta demasiado. Como dice una canción «quiénes van con prisa nunca ven el cielo».

Miro para atrás, miro a los lados y miro hacia adelante. Todo es importante. Los días que cumplo años me pongo especialmente «morriñoso» y suelo poner Luar na Lubre o muñeiras da miña terra. Es como sentir mis raíces más hondas, recordar a la familia que tengo lejos y hacer presente ese sentimiento de que aunque sy feliz y todo va bien… me gustaría tener a mis padres, a mi hermano y a mis amigos de siempre cerca. Hay palabras, miradas, abrazos insustituibles. Yo he aprendido a vivir sin ellos pero eso nos los hace prescindibles de repente. Y los días que cumplo  años suelo hacer todo esto presente.

As notas da miña música galega mistúranse coas miñas bágoas. Non é sinxelo dici-lo que viaxa por dentro. Hai tanto tempo que non escribo en galego que non sei se o estarei facendo ben pero tiña ganas de facelo. Hoxe cumpro 32 anos. E espero cumprir moitos máis sen esquezer o batir das olas atlánticas do meu mar, a néboa e o orballo das mañás de inverno e o verde esperanza dunha terra sinxela, máxica e tremendamente fermosa.

Un abrazo fraterno