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Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo A

La familia es uno de los lugares primeros y privilegiados para experimentar el perdón. Los que somos hijos sabemos lo que es hacer daño, decepcionar, exigir injustamente, pensar sólo en nosotros… Los que somos padres conocemos el sabor de pagar nuestras frustraciones y engaños con otros, de gritar para corregir, de no ponernos en el lugar de los que vienen por detrás, de no dar tantas veces a cada uno lo que necesita… Perdonar y ser perdonado es de las experiencias imprescindibles para todos nosotros. Todos nos encontramos ahí, en el error, en el pecado, en la dureza, en el daño, en la inacción o en la desmesura. Por eso hoy nos viene genial recordar cómo Jesús nos recuerda las bases del perdón de Dios. [Mt 18,15-20]:

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Jesús responde a una pregunta de Pedro con una parábola. Recuerda que toda parábola siempre tiene un elemento de desproporción notable, algo que a oídos de quién escucha es ciertamente llamativo. En esta parábola lo es lo que deben uno y otro. El primer empleado debe diez mil talentos, el segundo debe cien denarios. Si pensamos que un talento eran alrededor de 6000 denarios, ¡el primero debe 600.000 veces más dinero que el segundo! Traducción: Al primero le perdonan lo imperdonable y, en cambio, éste no le perdona al segundo una «migaja». ¿Qué querrá decir Jesús con esto? Tres ideas:

  • «Paciencia de Dios vs. mi paciencia» – La pregunta que le hace Pedro a Jesús es tremendamente humana, ¿no crees? Porque todo tiene un límite, decimos. Porque no se lo merece, argumentamos. Porque no soy tonto, me digo. La respuesta de Jesús no es la nuestra. Dios va por delante y no entiende de nuestras «medidas», de nuestras «limitaciones». A Él no se le agota la paciencia. Él siempre nos está esperando. Él siempre nos ve como merecedores de una nueva oportunidad. Él no es tonto pero sí es Amor infinito. Así que habrá que aceptar que perdonar como lo hace Dios es difícil… ¡pero no imposible! ¿Qué te hace sentir esto? Si lo valoras desde el punto de vista del que perdona, igual te fastidia pero… ¿y si lo ves desde el punto de vista del que necesita ser perdonado? ¿Entonces qué?
  • «El perdón brota del perdón» – La secuencia del relato es importante. Ponte en el lugar del empleado que se presenta ante Dios con su «carta de servicios». Mira tu vida. Suéltalo. ¿Cuántas cosas no se ajustan a lo que Dios espera de ti? ¿Cuántas cosas no son coherentes con tu fe? ¿Cuántas veces has errado, te has perdido, has hecho daño a otros, te has dejado llevar por tu egoísmo? ¿No te das cuenta de lo mucho que se te perdona cada día? ¿No te das cuenta de la paciencia de Dios, y de otros, contigo? Dios te quiere. Dios te perdona. Dios vuelve a confiar en ti, una y otra vez. ¿Cómo vas a ponerte tú digno con los demás? ¿De verdad no vas a tener un poco de paciencia más? ¿De verdad no vas a volver a dar otra oportunidad? ¿De verdad vas a medir hasta la última gota de misericordia?
  • «La prisión de la dureza de corazón» – El perdón genera libertad. El rencor genera opresión, ahogo, veneno. Y la culpa pesa pero no cura. No siempre es fácil perdonar, cierto. No siempre eres capaz, cierto. No siempre es sencillo aceptar lo que el otro ha realizado, dicho, dejado de hacer… cierto. Y ser perdonado, aceptar el perdón, tampoco. A veces uno prefiere cargar eternamente con su culpa aunque eso no sirva para nada. Pero Dios te quiere libre, feliz, pleno. Y sin perdón… ¿cómo lo vas a hacer?

Afronta esta semana que empieza desde aquí, desde una mirada misericordiosa ante todo, ante todos. Eres hombre, mujer, limitado, limitada, pero tu misericordia está llamada a crecer hasta ser «inconcebible». No la ahogues. Llénate de Dios. LLénate de su perdón. Siéntete acogida, querido, y verás como todo es más fácil.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 7º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Esta pasada semana celebramos San Valentín, una fiesta que se ha instalado entre nosotros como el Día de los Enamorados, el día del amor. Mis alumnos estuvieron preparando, aplicando sus conocimientos algebraicos, una fórmula que intentaba predecir el éxito en una relación de amor de pareja. Salieron cosas muy curiosas y, en general, muy serias y acertadas. Pero en ninguna de ellas apareció algo que creo que es importantísimo: el PERDÓN. Acoger el mal de la persona amada, el daño realizado, la ofensa recibida… y ser capaz de perdonarla y seguir amando. ¿Es posible una relación sin eso? Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 5, 38-48]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Jesús vuelve hoy a «redefinir», a «perfeccionar», a «plenificar» la ley judía. No le sirve quedarse con lo que dice sino que pretende darle sentido a la luz de lo que Dios quiere para ti y para mí. Y en esa redefinición, descarta la venganza, por muy justa que sea, y nos propone la humildad, el amor y el perdón en aquellas situaciones y con aquellas personas que más nos cuestan, que más daño nos hacen, que más esfuerzo nos requieren. Tres ideas para hoy:

  • «No midas tanto» – Que como ella me ha hecho esto, tengo derecho a hacerle lo mismo… que como yo le he hecho un regalo bueno, cómo se le ocurre regalarme esta mierda… Que si me ha puesto los cuernos, va a recibir lo mismo… Que tienes derecho a responder a una ofensa o a un daño vamos, es lo justo. Pero la justicia, Dios la mide con amor. Por eso te dice: «no midas tanto». Ni el bien ni el mal. Estás llamado, llamada, a darte por completo, a amar desproporcionadamente. En el fondo, te está diciendo: «mírame a mí, cómo amo… sin medir, sin medirte…». Porque si aplicaran tanta medida contigo, tus padres, tus profesores, tus amigos, tu pareja… Si midieran con exactitud y te devolvieran siempre la misma moneda, ¿qué? El amor no es eso. Y Dios te ha hecho capaz de amar. Lo justo es amar. Lo otro tiene otro nombre. Parece que te deja satisfecho si lo haces pero… no es así.
  • «El Dios asimétrico» – Creemos en un Dios que, en palabras de mi profesor de Cristología, Serafín Béjar, es asimétrico. ¿Qué quiere decir eso? Que no te ama en función de lo que tú le ames. No te ama por tus méritos. No se trata de ganar puntos y así comprar su amor. Dios «hace salir el sol sobre malos y buenos«. «¡Qué injusto!» dirás. Bueno… Puede parecerlo bajo esta idea tuya de justicia. Pero en el fondo, Dios funciona de otra manera… ¡y menos mal! Porque si Dios nos tuviera que amar y salvar en función de lo que tú y yo hacemos en esta vida… mejor ni pensarlo. ¡Pero si no damos ni una! ¡Somos una buena panda de mediocres, de tibios, de amantes a medias! Tú también estás llamado a ser asimétrico: amar, amar y amar… sin importar a quién, cómo ni cuándo.
  • «¿Qué haces de extraordinario?» – No se trata de ponerse galones e ir por el mundo como si fueras alguien especial pero si eres creyente… si sigues a Jesús… en algo se te tiene que notar, ¿no? Y Jesús te propone que se te note en cosas que marcan la diferencia. Querer a tus padres, querer a tus amigos, respetar a tus superiores, echar una mano si te lo piden… ¡Todo está fenomenal! Pero… ¡para eso no hay que ser creyente! Cualquier persona, con un buen corazón y una pizca de humanidad, lo hace. Pero rezar por esa persona que te ha traicionado, amar a ese compañero que te hace la vida imposible, pedir por ese familiar que tiene unos valores tan diferentes a los tuyos… No se trata de dejarse machacar por las personas tóxicas pero sí de incluirlas en tu lista de destinatarios de amor. Y amar a veces se traduce en perdonar, en rezar por ellos, pedir para que su corazón cambie y para que un día sean felices amando también. ¿Te parece poco?

Es difícil hacer vida lo que hoy nos propone el Evangelio. Puedes pensar que es una utopía maravillosa pero irrealizable. Tal vez ahora mismo te sientes incapaz. No te preocupes. Tu corazón también tiene que «cristificarse». Poco a poco. Cada día, un poquito más parecido a Él. Y lo conseguirás, con su ayuda.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No sé tú pero yo me he sentido, y me siento muchas veces, mejor que otros. Tal vez diga que no con la cabeza, porque creo firmemente que no es así, pero inconscientemente sucede. Siempre hay alguien a quién poder juzgar con severidad. Siempre hay alguien que se equivoca a quién poderle decir «ya te lo dije». Siempre hay alguien que se deja llevar y cae en la tentación de manera evidente y, enfrente suya, uno se siente más fuerte y listo. Lo curioso es que demasiadas veces, aunque lo esconda, yo soy el que se equivoca, el que se deja llevar, el que cae… Leamos el evangelio de hoy [Lc 15,1-32]:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Jesús es acusado de juntarse demasiadas veces con la «mala gente». Hoy diríamos que Jesús cena con los «rojos», o que va a tomar el café con un grupo de «fascistas», o que se le ha visto paseando y hablando por el barrio de las putas, o jugando a las cartas con el político corrupto que se ha enriquecido con los impuestos de todos, o entrando en una sala de juegos y apuestas donde tantos jóvenes pierden la vida… ¡Yo qué sé! Cada uno tiene etiquetados a sus «malos» particulares, a aquellos con los que nunca se imagina a Jesucristo. Jesús intenta explicar con parábolas lo que supone el Reino de Dios. Son parábolas que suenan bonitas pero… ¿quién se las cree? ¿Quién va a buscar a una oveja perdida teniendo otras 99? Nadie con juicio. ¿Quién se agacha a por una monedita de 10 céntimos teniendo miles de euros en el banco? Nadie. Entonces… ¿quién es este Dios del que nos habla Jesús? ¿El Dios de los que han perdido la cabeza? Te dejo tres pistas:

  • «El hijo menor» – Eres hermano menor cuando decides hacer la guerra por tu cuenta. Eres hermana menor cuando crees que no necesitas a nadie. Eres hermana menor cuando optas por todo aquello que te reporta placer y emoción, cuando piensas sólo en ti. Eres hermano menor cuando le das la espalda a Dios. Eres hermano menor cuando tu vida está vacía y te sientes mal. Eres hermana menor cuando no sabes quién eres, cuando te das lástima a ti misma, y te avergüenzas de en quién te has convertido. Eres hermano menor cuando te sientes solo, cuando necesitas el perdón, cuando tienes miedo de volver…
  • «El hijo mayor» – Eres hermano mayor cuando haces lo que debes por obligación, sin pizca de amor. Eres hermano mayor cuando cumples con tus obligaciones pero te vas llenando de ira y rencor. Eres hermano mayor cuando vives maniatado, encarcelado, cuando no hablas ni compartes ni expresas lo que necesitas… pero luego reaccionas desproporcionadamente. Eres hermano mayor cuando juzgas con dureza al que se equivoca, porque tú te sientes en la mierda, como él, pero no te atreves a decírtelo. Eres hermano mayor cuando le das la espalda a Dios pese a parecer que estás a su lado.
  • «El padre» – El padre es Dios. El padre quiere a sus hijos por igual, a todos, al que se queda y al que se va. El padre reparte su herencia; todo lo suyo es de sus hijos y les da libertad para administrarlo como consideren. El padre es tu padre y te quiere a su lado. Tu padre se preocupa por ti y sufre por tus malas decisiones. Tu padre intenta que vuelvas una y otra vez, no se cansa. Tu padre te quiere y el amor llena su corazón. Por eso tu padre no te pide explicaciones ni juzga tus errores ni se regodea en ellos. Sabe que tú eres el que más ha sufrido. Tu padre sólo quiere perdonarte, abrazarte y volverte a sentar a su mesa, devolverte la dignidad perdida y sanar tus heridas a tu lado. Tu padre te invita a amar, a entrar, a no dejar que el mal juicio de tu corazón te envenene.

Se han dedicado libros enteros a esta parábola y no soy yo quién para explicar con detalle mucho más. ¿Lo mejor? Que esta parábola llegará a tu vida, antes o después, y tendrás que decidir cómo te sitúas en ella. Buen domingo.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º de Cuaresma Ciclo C

Este comentario sale tarde. Me he pasado todo el fin de semana en Cercedilla, en un encuentro de ministros laicos de la Provincia Betania. Ha sido uno de estos encuentros que calman el corazón, te resitúan en la misión y te hacen sentir que hay esperanza en el futuro. Es muy importante rodearte de personas que quieres, que te quieren, que luchan por vivir en verdad y que están comprometidas en un futuro mejor. Son hermanos que quieren construir, llenos de debilidades y defectos, como yo; llenos de fragilidades y de historias llenas de alegrías y desencantos; personas que están determinadas a mirar más hacia adelante que hacia atrás, como la protagonista del evangelio de hoy: [Jn [8, 1-11].

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Tu vida está llena de errores, como la de esta mujer. Son errores que han dejado en ti heridas, errores que han hecho daño a tus padres, o a algún amigo o amiga, o a personas cercanas… El pecado forma parte de tu vida. Sabes bien que a veces te has alejado de la mejor versión de ti mismo, de ti misma, y, dejándote llevar, has probado el sabor amargo del dolor, de la decepción, del fracaso, de la traición. Ella es adúltera porque engaña, porque se engaña, porque rompe lazos, traiciona promesas, porque cae en el pozo del desorden, porque abandona el amor. Tú también sabes de eso. Te dejo tres pistas:

  • «Manos llenas de piedras» – Piedras que hacen daño, que destruyen, que matan. Piedras destinadas a humillar, a desacreditar, a hacer escarnio público. Piedras disfrazadas de justicia, de ley, de verdad… que, en verdad, son armas llenas de orgullo, de violencia, de rabia, de envidia, de envenenada pureza. ¿Cuántas veces te sitúas tú de este lado? ¿Lo has pensado? ¿No es verdad que alguna vez también has buscado hacer daño en pos de tu verdad, de tus ideas, de tus valores, de tus criterios? ¿Cuántas veces has dejado de mirar con misericordia y perdón a personas que, sin duda, se equivocaron? ¿Cuántas veces te crees mejor que ellos y decides que se merecen «ser lapidados»? Y usas las redes, y el whatsapp y las miradas llenas de desprecio, y los bulos, las medias verdades… y lo vistes de buenas intenciones… Hoy Jesús te dice: ¿Y tú? ¿Te has mirado tú?
  • «Sin culpa» – Has fallado, claro que lo has hecho. Muchas veces. Sabes que, aunque muchos no se den cuenta, no siempre estás lleno de buenas intenciones, no siempre eres la que te gustaría. Y te frustras. Y entras, muchas veces, en la espiral de la culpa y no sales del túnel. Es una culpa que ahoga, que estrangula tu corazón, que se agarra a tu estómago y te llena siempre de un pensamiento terrible: «¿Lo ves? ¿Ves como la has vuelto a cagar? No te mereces nada. Eres poca cosa. Haces daño. No vales nada.» Jesús no apela a la culpa. Jesús no condena. Jesús no hace chantaje psicológico. Jesús no hace reproches. Jesús sabe de tu pecado, de tu error, de tu daño, pero Jesús te quiere vivo, viva, de nuevo. Jesús tiene un discurso diferente al de la culpa: «Sí, es verdad. Has fallado, te has equivocado. Pero sigo confiando en ti, levántate y sigue caminando. Ánimo. Vuelve a intentarlo. Sigue luchando por ser mejor, por descubrir al amor. Puedes hacerlo con mi ayuda. Adelante.«
  • «La medida es el amor» – Eres pecador, pecadora, como yo. Por eso, precisamente, Jesucristo viene a buscarnos. Él responde con amor al pecado y nos anima a hacer lo mismo. A mayor pecado, mayor amor. A mayor daño, mayor es el perdón. Esto significa «ser salvado». Jesús te rescata de ese pozo lleno de mierda que a veces te atrapa, tira de ti, te devuelve al camino y te dice: «¡Vive! ¡El mal nunca tendrá la última palabra en tu vida. Estás llamado a más, yo te he salvado«.

Cada vez queda menos para la Semana Santa, para celebrar justamente esto: el bien ha vencido al mal para siempre. Donde abundó el pecado, sobreabundó la vida plena. Ojalá sepamos acoger esa salvación que se nos ofrece. Sí, nos lo merecemos. Sí, pese a todo. Sí.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 4º de Cuaresma Ciclo C

Ayer pude ver la película «Maixabel» de Icíar Bollaíny. Disfruté con las magníficas interpretaciones de Blanca Portillo y de Luis Tosar y saborée un guión basado en una historia tan real como la dureza de las balas que, en aquellos años, segaron la vida de tantos. Ya conocía la historia y, aún así, volví a admirar la valentía de esa mujer, de Maixabel, que no quiso dejarse arrastrar por el dolor, por el odio, por el pecado. Y hoy me encuentro con el relato del Hijo Pródigo… ¿Coincidencia?: Lc [15, 1-3.11-32].

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
– «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. »
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, »
Pero el padre dijo a sus criados:
«Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»
El padre le dijo:
«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».

A esta parábola se la conoce como la parábola del Hijo Pródigo, aunque ciertamente no es el único personaje que aparece. Podrías buscar un adjetivo adecuado también para ese padre y para ese hermano mayor que aparecen también en la historia. Es un relato que cuenta tu historia, la nuestra, y que te habla de cómo es Dios. No es un relato alejado de la realidad sino más bien un relato que te pone delante del espejo y al que te recomiendo que vuelvas siempre que dudes del Dios en el que crees. Esta parábola es el corazón del Evangelio de Lucas. Te doy tres pistas:

  • «El hijo pequeño, el vividor» – Eres tú. Eres tú cuando decides vivir la vida dejando a Dios a un lado. Eres tú, que ves por delante un sinfín de planes, aventuras, proyectos, llenos de promesas, diversión, placer… ¡Cuántas veces te gustaría hacerte más mayor de lo que eres para dejar de dar explicaciones a unos y a otros! ¡Cuántas veces te gustaría escapar, incluso, de ti mismo, porque la vida que llevas no te satisface! ¡Cuántas veces has buscado tu felicidad en la fiesta, el alcohol, el sexo, los videojuegos…! ¿Cuántas veces has querido olvidar que estás herido, herida, con mucho dolor en la mochila? Has probado el frío que supone «irte de casa». Te sientes sola tantas veces… Te sientes tantas veces desagradecido, malo, indigno… Tantas veces sientes que no estás a la altura, que no te mereces nada…
  • «El hijo mayor, el cumplidor» – Eres tú. Eres tú cuando decides vivir tu vida con cobardía, cuando cumples el papel que se te ha asignado, sin más, y te vas llenando de rencor hacia todos aquellos a los que culpabilizas de no poder disfrutar la vida como otros. Parece que amas pero no es así; cumples, que no es lo mismo. Tu corazón es un volcán a punto de estallar que, cuando lo haga, arrasará con todo y con todos. Juzgas con rigor a los que han decidido buscar, salir, divertirse, dejar de creer, romper con tus principios, valores,.. Los condenas por envidia, No eres mejor que ellos. Estás lleno de heridas, como ellos, pero has decidido no moverte. Estás lleno de dolor, que guardas en silencio, pero has decidido estar «a la altura», «cumplir expectativas».
  • «El padre, el Dios que sólo sabe amar» – No sé en qué Dios crees. No sé a qué Dios rechazas. Pero mi Dios es este. Dios es mi padre. Dios es tu Padre: el que te deja ir, el que te espera siempre, el que sale corriendo a tu encuentro, el que abraza sin pedir explicaciones, el que perdona tu pecado, el que acoge tu vida con todo, el que cura tus heridas, y te viste de fiesta, y celebra tu existencia. Dios es un padre que te quiere a su lado, pero no te retiene; es un padre que respeta tu libertad, pero sufre cuando te pierdes. Dios no sabe hacer otra cosa más que amar, perdonar, curar, sanar. Dios sólo sabe salvar.

Mi vida de fe no está exenta de sentimientos parecidos a los de estos dos hermanos. Reconozco en mí a ese hijo pequeño que quiere dejar de sufrir, que escapa en busca de algo mejor, que vive su día a día como si fuera una pequeña prisión de la que le gustaría salir. Reconozco mis desmanes hacia Dios, reconozco querer olvidarlo por un tiempo, querer mirar a otro lado, como si no existiera, y disfrutar «porque la vida son dos días». Hay tanto sufrimiento ahí afuera… Pero reconozco también la sensación de insatisfacción que acaba dejando todo cuando Él no está.

Miro también al hermano mayor y me veo reflejado, cuando mi exigencia a los demás es fruto de esa insatisfacción que se abre paso en el alma. Reconozco sentirme mejor, superior, más digno que otros, por el simple hecho de «estar», de «permanecer», de «quedarme», aunque esto no sea fruto del amor ni vivido con paz. Reconozco celos cuando la fiesta es para otros, a los que juzgo peores que yo.

Es hora de volver a casa. Un día más. Una etapa más. Un año más, Volver, postrarnos de rodillas, pedir perdón. Es hora de decirle a Dios: «Padre, esto es lo que hay, esto es lo que soy… Quiero estar contigo.» Es hora de recibir, de nuevo, su caricia, y seguir viviendo. Amén.

Un abrazo fraterno

Santi Csaanova

¿Perdonar? Siempre. Y pedir perdón, también. (Mt 18,21–19,1)

Vengarse siempre es una tentación. Querer mal para aquel que nos ha hecho daño, también. Encerrarse en el foso del victimismo incurable, tentación. Pensar que no necesito el perdón, abrazarse al error y ser esclavo del orgullo, lo mismo.

La invitación de Jesús de Nazaret es practicar el perdón como el comer. Y cuando hablamos de perdón lo hacemos en doble dirección: saber perdonar al hermano que nos ha hecho daño y saber pedir perdón cuando somos nosotros los que hemos infligido dolor a otro.

Dios es perdón. Él perdona siempre. ¿A todos? A todos. ¿Todo? Todo. Es el padre de la parábola que no desea otra cosa que aquel que se ha perdido, vuelva a casa. Es el que perdona los pecados a la adúltera, sin condenarla, y la anima a no pecar más. Es el que, como a la samaritana, conoce nuestra vida, acoge nuestro caos, y nos ofrece aquello que calmará nuestra «sed» de felicidad para siempre. Dios es el que se agarra a la última astilla, del último troco que, ya en el precipicio, permite rescatarnos del abismo, como hizo con Dimas, el ladrón, ya en la cruz. Dios no sabe no perdonar. Su justicia es el amor. Sólo pide a cambio un corazón abierto a ese amor, a ese perdón, deseoso de una eternidad a su lado.

Perdonemos. Pidamos perdón. Y estaremos más cerca del paraíso.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La luz puede llegar a detestarse (Jn 3,16-21)

Fue mi tío Eusebio el que me puso por primera vez la película «Días de vino y rosas«. En esta obra maestra de Blake Edwards se trata de manera dramática la realidad del alcoholismo y sus consecuencias. Recuerdo nítidamente las primeras escenas en las que Joe (interpretado por Jack Lemmon) llega borracho a su casa y se topa con la sobriedad de su esposa, Kirsten (interpretada por Lee Remick). ¡Qué turbadora y desesperante es la sobriedad de otro para un alcohólico! «Si me quieres, bebe conmigo», llegará a espetarle Joe a su esposa…

Y es que cuando uno se deja inundar por la oscuridad, la luz puede llegar a detestarse. No parece probable al principio pero la oscuridad va arrebatándonos la sobriedad espiritual y va dejando a nuestra alma borracha de mal. Una vez ahí, recuperar el sendero es difícil.

«La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.»

La luz ilumina nuestro pecado. Y ante eso sólo caben dos reacciones: la humildad, y la necesidad de perdón; o la soberbia, y la huída airada hacia adelante. Jesús es la luz y viene a tu vida para iluminarla. En un primer momento, esa luz destapa la mierda que hemos acumulado en los rincones de nuestra vida, nos pone frente al espejo de nuestra existencia y nos muestra heridas y traiciones. Es duro, doloroso y difícil. Pero Jesús no viene a juzgar sino a curar, a sanar, a recuperar. No desvíes la mirada de la suya. Atrévete a mirarle. Y sentirás su inmediato perdón.

Entonces, la luz que parecía inquisidora, se tornará en suave y alentadora compañera de camino. Y nada será igual. Y la oscuridad no tendrá sitio ya para hospedarse.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El don del perdón (Mt 18,21-35)

Es más fácil aceptar la pequeñez del prójimo cuando eres plenamente consciente de la tuya. Es más sencillo asumir la fragilidad del otro cuando aceptas, primero, la tuya propia. Es más fácil perdonar… cuando uno ha sido ya perdonado y acoge ese perdón con humildad y sencillez.

¡Cuántas cosas habré hecho mal en mi vida, Señor! ¡Cuántas lágrimas he derramado a mi paso! ¡Cuánto daño, grave o ligero, a personas cercanas y alejadas! ¡Cuánto orgullo, cuánta soberbia, cuánto desinterés hacia aquellos que más necesitan! Y, sin embargo, ahí estás tú, mirándome a los ojos, ayudándome a ponerme de pie y a seguir caminando, dándome tu amor.

El perdón es el bálsamo que cura la vida. Es el aceite bueno que sana las heridas y permite seguir sin lastre. El perdón y la misericordia, Señor, es posiblemente lo que nos hace más plenamente humanos y, por tanto, más parecidos a ti. Regálame el don de un corazón misericordioso, de un corazón abierto a la misericordia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Como vuestro Padre… (Lc 6,36-38)

Quién más tiene es quién más da. Quién más lleno está es quién más se vacía. Y todo con amor. Sin amor… todo da igual. Proyectos, reuniones, campamentos, actividades, oraciones… todo vacío si no hay amor.

El Evangelio de hoy nos invita a salir de nuestros propios enredos, de nuestro centro universal de operaciones donde YO y sólo YO juzgo, perdono, condeno, salvo… ¡Qué peligro tan sutil sentirme como Dios mismo! ¡Qué tentación tan sutil saberme casi tan bueno como Dios!

Ese «como vuestro Padre» es nuestra tabla de salvación. Él es la referencia. Él es quién nos concede la gracia para dar, para perdonar, para sanar. Es la misma gracias que nos ha sido dada, que nos ha perdonado, que nos ha sanado primero.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mucho nos es perdonado (Mt 18,21-35)

El próximo jueves tengo que dar una pequeña catequesis a un grupo de familias que tiene a sus hijos en los grupos de fe del cole, preparándose para la Primera Comunión. Y creo que el perdón va a ser el tema elegido. Por un lado, les toca acompañar el acceso de sus hijos, por primera vez también, al Sacramento de la Reconciliación. Por otro lado, es un signo tan característico de lo que Jesús nos contó de Dios, que vale la pena poner énfasis en el asunto…

Dios es tierno y misericordioso. Perdona siempre a sus hijos. Es uno de sus rasgos distintivos. Jesús nos enseña que, aunque mucho nos falte para responder al amor del Padre con justicia, Él siempre nos espera, nos acoge, nos mira con cariño y se alegra a nuestro lado.

Saberse y sentirse perdonado es algo que nos cambia la vida y nos invita y nos empuja a vivir desde ahí con nuestros hermanos. Me atrevería a decir que es más fácil perdonar que ser perdonado. Esto último requiere humildad, pequeñez, sencillez y ganas de volver a ser aceptado. Pero difícil es perdonar de verdad cuando no he experimentado el perdón recibido. ¿Cómo llevas eso de ser perdonado? ¿En qué situaciones Dios, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus amigos… perdonaron tu egoísmo, tu metedura de pata, tu orgullo, tu ansia de quedar por encima…?

El perdón nos hace más libres. Y más felices. Y más ligeros en el largo viaje de la vida. Caminar con piedras a la espalda… siempre acaba por hacernos caer.

Un abrazo fraterno – @scasanovam