Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo A

La familia es uno de los lugares primeros y privilegiados para experimentar el perdón. Los que somos hijos sabemos lo que es hacer daño, decepcionar, exigir injustamente, pensar sólo en nosotros… Los que somos padres conocemos el sabor de pagar nuestras frustraciones y engaños con otros, de gritar para corregir, de no ponernos en el lugar de los que vienen por detrás, de no dar tantas veces a cada uno lo que necesita… Perdonar y ser perdonado es de las experiencias imprescindibles para todos nosotros. Todos nos encontramos ahí, en el error, en el pecado, en la dureza, en el daño, en la inacción o en la desmesura. Por eso hoy nos viene genial recordar cómo Jesús nos recuerda las bases del perdón de Dios. [Mt 18,15-20]:

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Jesús responde a una pregunta de Pedro con una parábola. Recuerda que toda parábola siempre tiene un elemento de desproporción notable, algo que a oídos de quién escucha es ciertamente llamativo. En esta parábola lo es lo que deben uno y otro. El primer empleado debe diez mil talentos, el segundo debe cien denarios. Si pensamos que un talento eran alrededor de 6000 denarios, ¡el primero debe 600.000 veces más dinero que el segundo! Traducción: Al primero le perdonan lo imperdonable y, en cambio, éste no le perdona al segundo una «migaja». ¿Qué querrá decir Jesús con esto? Tres ideas:

  • «Paciencia de Dios vs. mi paciencia» – La pregunta que le hace Pedro a Jesús es tremendamente humana, ¿no crees? Porque todo tiene un límite, decimos. Porque no se lo merece, argumentamos. Porque no soy tonto, me digo. La respuesta de Jesús no es la nuestra. Dios va por delante y no entiende de nuestras «medidas», de nuestras «limitaciones». A Él no se le agota la paciencia. Él siempre nos está esperando. Él siempre nos ve como merecedores de una nueva oportunidad. Él no es tonto pero sí es Amor infinito. Así que habrá que aceptar que perdonar como lo hace Dios es difícil… ¡pero no imposible! ¿Qué te hace sentir esto? Si lo valoras desde el punto de vista del que perdona, igual te fastidia pero… ¿y si lo ves desde el punto de vista del que necesita ser perdonado? ¿Entonces qué?
  • «El perdón brota del perdón» – La secuencia del relato es importante. Ponte en el lugar del empleado que se presenta ante Dios con su «carta de servicios». Mira tu vida. Suéltalo. ¿Cuántas cosas no se ajustan a lo que Dios espera de ti? ¿Cuántas cosas no son coherentes con tu fe? ¿Cuántas veces has errado, te has perdido, has hecho daño a otros, te has dejado llevar por tu egoísmo? ¿No te das cuenta de lo mucho que se te perdona cada día? ¿No te das cuenta de la paciencia de Dios, y de otros, contigo? Dios te quiere. Dios te perdona. Dios vuelve a confiar en ti, una y otra vez. ¿Cómo vas a ponerte tú digno con los demás? ¿De verdad no vas a tener un poco de paciencia más? ¿De verdad no vas a volver a dar otra oportunidad? ¿De verdad vas a medir hasta la última gota de misericordia?
  • «La prisión de la dureza de corazón» – El perdón genera libertad. El rencor genera opresión, ahogo, veneno. Y la culpa pesa pero no cura. No siempre es fácil perdonar, cierto. No siempre eres capaz, cierto. No siempre es sencillo aceptar lo que el otro ha realizado, dicho, dejado de hacer… cierto. Y ser perdonado, aceptar el perdón, tampoco. A veces uno prefiere cargar eternamente con su culpa aunque eso no sirva para nada. Pero Dios te quiere libre, feliz, pleno. Y sin perdón… ¿cómo lo vas a hacer?

Afronta esta semana que empieza desde aquí, desde una mirada misericordiosa ante todo, ante todos. Eres hombre, mujer, limitado, limitada, pero tu misericordia está llamada a crecer hasta ser «inconcebible». No la ahogues. Llénate de Dios. LLénate de su perdón. Siéntete acogida, querido, y verás como todo es más fácil.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

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