¡Portones! Alzad los dinteles… (Sal 23)

La reflexión de hoy va a ser un poco distinta… Pero es que según lei el Salmo me vino la música a mi boca y también a mi corazón, la música y la voz de Juan Luis Guerra. Hace poco descubrí el disco de música espiritual que tiene publicado Juan Luis Guerra (desconozco si tiene más de uno es este estilo) y lo cierto es que me encantó. Hay una canción que es este salmo que nos toca hoy. Se entremezclan las trompetas, los tambores, la aterciopelada voz de Juan Luis Guerra, la alegría de una fe viva, la modernidad de unas formas nuevas, la sensibilidad que sólo es capaz de despertar la música.
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Sé que hoy es el día de la presentación del Señor pero sólo quiero darle gracias por esa alegría profunda que desde mis sentidos inunda todo mi ser. Pese a los problemas del día a día, pese a las incertidumbres, pese a los bajones, pese a las decepciones, pese a las dudas, pese a los silencios… mi fe tiene una banda sonora alegre, desgarbada, contagiosa…

¡Portones! ¡Corazones! ¡Mentes! ¡Sentidos! ¡Abrios todos de par en par! ¡¡Llega el Señor!! ¡¡Nuestro Dios!! ¡¡Nuestro Salvador!! Na na nanananana nanana…

Un abrazo fraterno

Ni pan, ni alforja, ni dinero… (Mt 6, 7-13)

crosswithsunrise.jpgHoy me llamas a jugármela descaradamente. No sirve esperar a que las cosas vayan a mejor. No sirve esperar a ver si… No sirve decidir si tenga las espaldas totalmente cubiertas… Hay que apostarlo todo en aquello que es la voluntad del Padre sabiendo que Él pagará el ciento por uno… ¡Qué mal se vive en la inseguridad!

Danos sabiduría para discernir tu voluntad, valor para jugárnosla y confianza y fortaleza para no dar marcha atrás cuando lleguen las nubes negras.

Un abrazo fraterno

Caminad por una senda llana (Hb 12, 4-7.11-15)

Hoy me ha llamado profundamente la atención esta frase de la carta a los Hebreos. En medio de una hermosa exhortación a fortalecer manos débiles, a robustecer rodillas vacilantes… aparece esta indicación tremendamente valiosa por su carga de sano realismo y por su llamamiento a «no perder la cabeza».

blog1.jpgEn nuestro entorno cristiano, de personas implicadas en catequesis, ONG’s, voluntariados, parroquias, etc. uno a veces encuentra las mayores dificultades para crecer personalmente justamente donde menos se lo espera. Esa sensación de que uno tiene que hacer muchas cosas, meterse en cien mil asuntos, ir a todas las convivencias, programar todas las actividades, estar implicado en diversos y variados asuntos, gastar las vacaciones en campamentos, cursos, etc. Nos convencemos que más implicados estamos y más trabajamos por el Reino cuantas más cosas hagamos. Y esto, creo, que puede llegar a ser peligroso. A mi me ha costado mucho descubrirlo porque mi tendencia natural es a meterme en la espiral de activismo que acabo de relatar. Y claro, cuantas más cosas hago menos tiempo para mi… y uno no siempre puede permitirse ese lujo.

Esta Palabra de hoy me recuerda que por supuesto hay que caminar, nunca pararse. Pero hay momentos en que tenemos que buscar caminos llanos. Hay que vivir consciente y saber que no siempre es momento de muchas cosas, de grandes cosas, de grandes donaciones, de grandes misiones, de gastar mucho tiempo, de forzar la máquina… No siempre estamos en condiciones. Hay heridas, cansancios, motivaciones, situaciones… que no podemos obviar. La Palabra de hoy creo que nos invita a no obviarlo y a dedicarse también tiempo a curar, fortalecer, revisar… para ser verdaderamente útiles a la batalla por el Reino. Un ejército de tullidos, por mucha voluntad que tengan, no gana batallas.

Un abrazo fraterno

Foto extraida de: http://flickr.com/photos/neregauzak

Se echó a sus pies, rogándole… (Mc 5, 21-43)

Jairo era padre, papá. Era su hija la que estaba enferma, en peligro de muerte. Por eso la urgencia, por eso la insistencia. Un padre no es capaz de medir sus actos cuando del sufrimiento de su hija o hijo se trata. Lo comprendo. Yo también soy padre. Y Jesús se deja llevar por esa sana terquedad de aquel que piensa que, dada su situación, él debe ser receptor de su ayuda.

han-1011.JPG¿Cómo acudimos nosotros a Jesús? ¿Acudimos a Él con fe? ¿Cuál es la petición que le hacemos? ¿Qué cosas queremos que cure de nuestras vidas para vivir mejor? Esto es lo que me interpela hoy del Evangelio. Hoy la Palabra me llama a mirar a mi vida y descubrir y poner nombre a «las enfermedades» que minan mi calidad de vida: mis miedos, mis inseguridades… Sólo girando nuestra vida a Dios seremos curados del todo. No basta con «quedarse en casa a rezar». Hay que salir al camino a buscar a Cristo, a echarse a sus pies, a rogarle con insistencia. No es una actitud pasiva sino tremendamente activa y luchadora la de Jairo.

Y por último una pequeña reflexión… ¡Qué hermoso es amar! ¡Y qué duro! Cuando uno entrega su vida a otra persona, cuando a uno le nace un hijo, cuando uno se juega la vida por alguien y regala su libertad a otros… ¡cuánto se sufre! Es un sufrimiento profundo, desesperado pero redentor. Pero hay que ser conscientes y saber integrarlo en la vida. Quien no es capaz de asumir esto no es capaz de amar de verdad. Junto al amor de verdad va la cruz. Y aquí es donde Cristo nos sale al paso.

Un abrazo fraterno

¿Para qué seguir? (Heb 11, 32-40)

Eso digo yo. ¿Para qué seguir? ¿Para qué seguir dedicando tiempo en el acompañamiento de jóvenes? ¿Para qué seguir luchando por mejorar la integración laical en la Iglesia? ¿Para qué seguir gastando mañanas de sábados y domingos en preparar, proponer, analizar, observar, renovar? ¿Para qué seguir buscando la voluntad de Dios en nuestra vida e írnosla complicando a pasos agigantados? ¿Para qué sirve no dejarse llevar por la manada, hacer lo que todos hacen? ¿Cuál es la promesa Padre? ¿Qué es lo que me tienes prometido porque… no lo tengo claro? Veo el camino pero nada más allá de cada paso. Intuyo cosas. Muy pocas. ¿Para qué sirve seguir caminando en lugar de preparar unas tiendas y quedarnos allá donde hemos llegado hoy?

Hace tiempo, alguien cercano y querido en el entorno de Escolapios en el que me muevo me cambió esta pregunta por otra que puede dar luz y sentido a las cuestiones anteriores: No es tan importante el «¿para qué?» como el «¿para quién?». ¿Pará quién Señor ese tiempo gastado? ¿Para quién Señor este andar cansado? ¿Para quién Padre mi presencia, mi lucha, mis dones? Estas preguntas sí tienen clara respuesta. En primer lugar, para TI, para gloria y alabanza a TI, Señor. En segundo lugar, para MI. Para mi felicidad, para ser más persona, para ser más maduro, para ser más fuerte, para tener mejores cimientos, para ser capaz de amar mejor. En tercer lugar, para mi esposa y mis hijos. Para que ellos alcancen tu voluntad y su felicidad. Para encuentren su lugar en el mundo. Para que el mundo que quede sea mejor que el recibido. Para que te conozcan desde la naturalidad y el amor. En cuarto lugar, para mi comunidad, para complementar a mis hermanos, para que reciban lo mejor de mi, para darles la oportunidad de ser curados y de curarme, de escuchar y ser escuchados, de acompañar y ser acompañados, para compartir mi vida con la suya, para ser uno. En quinto lugar, para la Escuela Pía y los niños y los jóvenes. Para contribuir a la educación integral de los que serán nuestras próximas generaciones, para que vean un camino, para ayudarles a experimentar tu amor, para que los religiosos sientan a los laicos como compañeros y amigos, para que la Orden sea mejor y más fiel. En sexto lugar, para la Iglesia y el mundo, para todo aquel que se cruce en mi camino, para todo aquel que necesite una palabra, un abrazo, un gesto. Para todo aquel que esté perdido. Para todo aquel que Tú quieras, Señor.

Todo sigue teniendo sentido, pese a todo.

Un abrazo fraterno

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Te nombré profeta de los gentiles (Jer 1, 4-5.17-19)

elgranprofeta.jpg¡Qué bien hoy tu Palabra Padre!

A veces me agoto de dar testimonio en mi alrededor. A veces pienso que es inútil. Las personas, los jóvenes a los que me dirijo, están rodeados de tantas cosas, de tanto ruido, de tanto… que pienso que van a ser incapaces de hacerte un hueco, que pienso que todo mi testimonio, que toda la energía gastada en proclamar tu Buena Noticia, va a caer en saco roto. Pero hoy renuevas parte de mi vocación.

Sabes Señor que muchas veces expresé mi convencimiento de que no me llamas a evangelizar en el Tercer Mundo. Estoy convencido, y hoy más, que me llamas a evangelizar en este descristianizado y perdido Primer Mundo. Los valores y la fe se pierden rápido, Padre. No hay muchos que alcen la voz. Al que la alza se le calla pronto. Y nos vamos acostumbrando. Tú me nombras profeta. Quieres servirte de mi para gritar al mundo tu Palabra, tu voluntad, tu camino de felicidad. ¡Sírvete de mi Señor! Llévame allí donde hay dinero. LLévame allí donde no hay fe. Llévame allí donde no hay compromiso. Llévame allí donde hay Dios. Llévame allí donde lo tienen todo menos la felicidad. Llévame allí donde no hay silencio. Y ahí, en medio, dame voz y crea palabras a través de mi lengua, palabras que lleguen al corazón y llamen a la conversión.

Lucharán contra mi pero no me podrán porque Tú estás conmigo.

Un abrazo fraterno

Salió sin saber adónde iba (Hb 11, 1-2.8-1)

Por fe… Estas dos palabras son las que más se repiten en la lectura del Antiguo Testamento de hoy. Y se unen perfectamente con el relato del Evangelio donde un Jesús despertado precipitadamente por sus discípulos les espeta en la cara un «¿Aún no tenéis fe?».

Me quedo hoy con el ejemplo de Abrahán, Padre. Alguien que siente una llamada, que siente que va a ser más feliz allá donde se le llama y que sin más certezas se lanza a la aventura. Por fe. ¡Cuánto tenemos que aprender hoy de esto Padre! Cada día necesitamos más seguridades para realizar cualquier tarea. Un contrato de trabajo que no es indefinido no genera garantías, una casa no comprada transmite desconfianza, unos hijos que no llegan porque ahora no es buen momento, compromisos que se olvidan porque hay la psoibilidad de equivocarse… Vivimos en una sociedad que nos invita a rodearnos de seguridades, es parte de la «sociedad del bienestar». Y Tú hoy nos invitas a lo contrario. Nos invitas a escuchar. Nos invitas a confiar. Nos invitas a aspirar a ser más felices y a luchar por ello. Nos invitas a ponernos en camino sin esperar más señas. Nos invitas a jugárnosla desde el discernir tu voluntad.
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Tú no ofreces seguridades ¿verdad Padre? Tu ofreces compañía y amor. Pero no seguridades. La meta es la tierra prometida en la que cada uno será feliz. Pero el camino al que nos invitas es un camino falto de carteles e indicaciones, abierto al soplo del Espíritu, a nuestra inspiración, a nuestra intuición, a nuestra escucha…

Yo he decidido ir por ese camino. Es duro. A veces creo que me espera el precipicio. Pero te llevo en mi barca, Señor. Al menos eso creo. No soy valiente por eso recurro a Ti. Aumenta mi fe pero no me abandones.

Un abrazo fraterno

Te recuerdo que reavives el don de Dios (2Tim 1, 1-8)

La Palabra de hoy, Padre, está llena de mensajes y de advertencias, de signos y de certezas. Me cuentas que la mies es mucha y los obreros somos pocos. Me dices que me envías como cordero en medio de lobos. Me susurras que no vaya solo, que vaya acompañado, en comunidad. Me animas a caminar sin sandalias y a no avergonzarme de dar testimonio. Me recuerdas que no nos has dado un espíritu cobarde sino tremendamente valiente. Pero la frase que más me ha impactado hoy, Padre, es la que encabeza esta entrada: «Reaviva el don de Dios», «reaviva el don de Dios»…
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Creo que la clave de toda la Palabra de hoy está aquí. Lejos de centrarme en el mundo que me rodea, lejos de atormentarme con mis fracasos y bajezas, lejos de pensar que no ganaré la batalla… ¡me recuerdas que me has dado dones! ¡Y me pides que cobren vida, que les dé luz, que los encienda en mi corazón y en mi mente, que los ponga a funcionar ya mismo! Sin esto tal vez no llegaré muy lejos. El camino es duro y la batalla difícil. Los lobos están hambrientos y los corderos somos pocos y débiles. ¡Pero con tus dones… todo toma un cariz diferente! Debo centrarme en ellos, en reconocerlos, en ponerlos al servicio de la comunidad y de mi mismo. Creo que la fidelidad, la fortaleza, la confianza y la alegría son la llave que me llevará a la lucha valiente por vivir según tu voluntad.

¡Gracias Padre por recordarme cuánto me amas y cuánto confías en mi!

Un abrazo fraterno

… les acompañarán estos signos… (Mc 16, 15-18)

signos4.jpg«Por sus frutos les conoceréis» dijo una vez el Maestro. Hoy me viene a decir algo parecido. «A los que crean, les acompañarán estos signos». Son como un «checklist» (lista de cosas a comprobar) que debería servirnos para comprobar si realmente estamos ejerciendo un testimonio verdadero, si realmente estamos haciendo la voluntad del Padre y construyendo Reino.

Echarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes, beberán veneno y no les pasará nada y curarán enfermos. Esto no se trata de tareas a realizar. No se trata de que ahora vayamos buscando enfermos a los que curar y metiéndonos en jaleo para ver si salimos victoriosos. Esto no son tareas, son signos. Es justo al contrario. Son consecuencias de algo, así es como lo entiendo yo. Si crees, si te preocupas por escuchar la Palabra y ponerla en práctica, si escrutas tu vida y disciernes cuál es la voluntad de Dios, si amas a tu prójimo, si sigues a Jesús… entonces todo lo anterior se dará. Mirarás atrás y verás que tu vida ha dejado una estela de signos. A lo mejor tú ni lo percibes pero algo habrá cambiado. La gente te escuchará porque lo que digas y hagas será nuevo, diferente de lo que dice y hace el mundo. Tu confianza en el Padre y el amor y la seguridad en tus acciones permitirán que puedas trabajar en entornos hostiles… te meterás en problemas pero no saldrás vencido. Las personas que se crucen contigo, a las que cuides, se verán reconfortadas, crecerán y poco a poco, desde el Dios que habla por ti, curarán sus heridas… Son los pequeños milagros cotidianos que Dios consigue a través de cada uno.

Es importante de vez en cuando volver a esta palabra y revisar los signos que me acompañan. En ellos podremos testear si son signos de Dios o de los hombres. Que el Padre nos dé luz para distinguirlos.

Un abrazo fraterno

Nació, creció y dio grano… (Mt 4, 1-20)

Siempre que escuché esta Palabra la conclusión que saqué fue la misma: ¡que importante es sembrar! ¡Hay que sembrar a troche y moche! A veces calará en alguien y otras veces no. A veces dará fruto y otras veces no. Porque claro… no toda la tierra es buena. Era algo asumido. La misión: sembrar.
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Pero ¿y si el Padre quisiera decirnos otra cosa con esta parábola? ¿Y si nos estuviera insinuando una misión mucho más complicada que la anterior? Hoy esta Palabra me ha sugerido, por primera vez, otra cosa: ¿Y si además de sembrar Dios nos estuviera llamando a preparar la tierra? ¿Y si lo importante no es sólo sembrar sino trabajar para que la tierra receptora esté en condiciones? ¿Y si además de dar testimonio, de hablar de Dios, de su Palabra… estamos llamados a cuidar a las personas, a ayudarlas en su madurez, a acompañarlas en su crecimiento personal, a animarlas en su autoconocimiento?

Por supuesto no todos estamos llamados a todo. Pero después de varios años muy vinculado a la pastoral juvenil, muy cerca de los jóvenes, he podido darme cuenta de que antes de hablar de Dios hay que preparar el terreno, de que su nivel de madurez es muy importante ante la capacidad de acoger aquello que se les presenta, de que es necesario darles herramientas para que vayan empezando a descubrir sus dones, sus heridas, sus infidelidades personales, sus caretas… Por supuesto que hay que sembrar pero ¿de qué sirve tanto trabajo bajo el sol si la tierra es cada vez más pedregosa y cada vez tiene más zarzas?

Esta también es una reflexión que me afecta a mi directamente. El mayor crecimiento en mi fe lo estoy experimentando junto con mi esfuerzo por mirarme a la cara y por crecer personalmente desde lo que soy.

Un abrazo fraterno