El viento del Espíritu (Jn 3,5a.7b-15)

Un viento que sopla donde quiere. Tú no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Ese es el viento del Espíritu. Ese es el viento que nos debe levantar del suelo y arrastrarnos detrás de Jesús de Nazaret.

La fe que tengo la he recibido. Mis padres, sobre todo mi madre, me inculcaron y transmitieron todo lo que me ha permitido ser creyente. Recibí la Palabra a través de ellos. Luego, creciendo en las Escuelas Pías, he conocido la bondad de Dios con los pequeños, la fuerza de aquellos que construyen el Reino a base de amar a los niños entre las paredes de un aula. He conocido religiosos y religiosas, he conocido curas, he recibido varios sacramentos. Me he formado y sigo haciéndolo. He escuchado a otros y he podido retirarme muchas veces y escucharme a mí mismo y a Dios. He tenido momentos de luz, como en Galilea; y otros de cruz, como en el Calvario. Me sé único y, a la vez, pobre y pequeño. Podría pensar que ya lo tengo todo claro.

Pero el Espíritu sigue soplando y perturbando. El Espíritu sigue suscitando y susurrando sueños y acciones y lugares y personas. El Espíritu me sigue embaucando y permitiendo pensar que sigo sin enterarme de nada. Es un continuo recomenzar, un reenamorarse permanentemente pero cada vez con más años. Él es Dios, que viene, que llega, que acaricia, que grita, que cura y perdona, que anima y sostiene, que exige y corrige. Él es. Y yo quiero dejarme llevar por Él. Viento del Espíritu, sopla fuerte, vence mis resistencias, los pesados zapatos de mis seguridades, que me anclan al suelo firme de donde no quiero salir. Lánzame al aire, al cielo. ¡Lánzame! Y permíteme contemplar el cielo desde más cerca. Espíritu, ven.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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