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¿Puedo afirmar que yo soy "luz"? #buenapregunta

Os dejo esta foto, a la luz del Evangelio y sin más comentarios… Comentad… ¿qué os sugiere?

Luz y oscuridad

¿Sembrar o preparar el terreno? #buenapregunta

Leo el Evangelio de hoy y algo se me queda en el aire, en el corazón, dando vueltas. ¿Dios me llama a sembrar? ¿Y qué pasa con esos terrenos llenos de zarzas, de piedras, qué pasa con esa tierra que nunca recibirá la semilla como debe? ¿Quién se encarga de esos terrenos?

Me queda la duda de si, como evangelizador y testigo, debo asumir que eso no es parte de mi tarea y de que lo que yo tengo que hacer es sembrar y Dios dirá o si, por el contrario, otro debe sembrar y yo estoy llamado a coger azadón, guantes y herramientas varias para quitar piedras, limpiar hierbajos y procurar fertilidad en terrenos muertos.

¿Se pueden hacer ambas cosas? ¿Sobre el mismo terreno?

Tengo que reconocer que me inquieta esta pregunta… Que el Señor me dé luz.

Un abrazo fraterno

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¿Demonios o Espíritu? #buenapregunta

Unos veían en Jesús el poder del Mal. Él les llamó blasfemos y advirtió sobre blasfemar sobre el Espíritu.

Tal vez la respuesta está en el propio Evangelio: por sus frutos les conoceréis. Los de Jesucristo son palpables más de 2000 años después. Quién hace de Él el centro de su vida y del Evangelio su mandamiento… es feliz y hace felices al resto.

No ver esto es tal vez fruto de otros más oscuros…

Un abrazo fraterno

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¿Me llamas a mí, Jesús? #buenapregunta

¿Qué debieron sentir y pensar aquellos doce pobres pescadores cuando Jesús pronunció sus nombres y les invitó a subir con Él a la montaña para luego seguir a su lado? ¿Qué debieron sentir y pensar? Supongo que el batiburrillo de emociones y pensamientos sería como para contarlo en todas las cenas en familia de la Historia…

El caso es que Jesús sigue llamando. Jesús sigue convocando a su alrededor personas destinadas a predicar y expulsar demonios. Doble acción salvadora a la que nos invita Jesús? Podríamos decir algo así como «apóstoles de doble acción» como alguno de los dentífricos más usados. Predicar y expulsar demonios. Tarea ardua: ir por el mundo anunciando la Buena Noticia de Jesús y, a la par, ir combatiendo el mal que ahoga la existencia de tantos.

Me da miedo que me llames a mí, Señor. También siento un batiburrillo de emociones. Por un lado, me siento orgulloso, por un lado me iría contigo al fin del mundo, por un lado te amo, por un lado me veo capaz, por un lado… Y por otro, freno para elegirte y descartar otros caminos más cómodos, miedo a la separación, miedo al mal al que me enfrento, miedo a no poder… ¿Me llamas a mí, Jesús? ¿Estás seguro?

Y la montaña… La montaña es protagonista del pasaje. No se puede predicar ni expulsar demonios si antes no hemos pasado un ratito en la montaña con Jesús, si no hemos tenido la experiencia personal de elegirle, de seguirle, de orar con Él, de conocerlo en la intimidad, de subir las cuestas de su mano… La montaña es el comienzo

Un abrazo fraterno

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¿Puedo meterme en la vida de los demás? #buenapregunta

En el mundo hay de todo: desde aquellos entrometidos cuya diversión principal es meterse donde nadie les llama, hasta aquellos otros que, prudentemente o por principios, no mueven un dedo hasta que se les solicita. Yo me pregunto: ¿dónde está la medida?

La medida, como siempre, es el amor. Y sí, hay que meterse en la vida de aquellos que están confusos, heridos… de aquellos que viven en la tiniebla y que, poco a poco, gota a gota, o de golpe, pueden mandar su existencia a pique. Yo me meto en la vida del otro porque le amo, porque le quiero y porque ese amor me obliga a abrazarle, a acariciarle, a mirarle a los ojos, a decirle, a contarle, a estar a su lado… ¡No puedo permitir que caiga por el precipicio! Lo que hace Jonatán con David y Saúl, vamos… Jonatán se entromete para salvar a ambos: a David, de la muerte, a Saúl de una decisión que le condenaría eternamente.

Meterse, entrometerse por amor, en la vida del otro significa jugarse la vida propia. Uno también se la juega en esta decisión. La vida se me puede complicar e incluso puedo perder al otro definitivamente. Es arriesgado. Pero no hay opción. No puede haberla. No hacer nada… nos condenaría a nosotros mismos. Pero también significa desplegar toda la escucha de la que soy capaz, toda la ternura, todo el tiempo, toda la empatía, todo el respeto… Significa desterrar el juicio sobre el otro y sólo amar.

Un abrazo fraterno

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¿Por qué tanta ansia de ser lo más? #buenapregunta

A veces me impongo a mí mismo losas que no vienen de Dios. Me atrevería a decir que ni siquiera llevan a Él. Quiero ser el mejor padre, el que más tiempo pasa con sus hijos, el que mejor les entiende, el marido que mejor cuida una casa, el irreprochable a los ojos del mundo. Quiero hacer muchas cosas y hacerlas todas bien. Y quiero que la gente sepa lo que hago. Y quiero ser creativo e inventar y darle otra vuelta más de tuerca. Y ser el más sensato y el más prudente y el más listo y el más atractivo… Y quiero ser un buen cristiano, el que más se da, el que mejor reza, el más profundo, el que mejor hablar, el que mejores microrrelatos escribe…

Y llega la primera lectura de hoy y todo se me cae al suelo. Y se rompe. Y hace ruido. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué el más pequeño? ¿Por qué David, que estaba pastando con las ovejas? ¿Por qué?

Me empeño en ser lo más, en engrandecer, en ser la bomba… porque me cuesta aceptar que tu elijas a los pequeños, a los poca-cosa. Vas al corazón… ¡y eso es una puñeta Señor! Vas al pequeño de corazón grande y dices: «Éste».

Padre, déjame que me postre ante Ti y llore. Libérame del peso, abrázame y seca mis lágrimas. Soy débil y tengo miedo. Miedo de fallar, miedo de pifiarla, miedo de no saber, miedo de no poder. Soy pequeño, Señor. Soy pequeño.

Un abrazo fraterno

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¿Obediencia o sacrificios? #buenapregunta

Pienso que ni obedecer ni sacrificarse es malo en sí mismo ni tiene por qué ser excluyente. Todos hemos experimentado, yo el primero, en la vida, que a veces hay que obedecer y que a veces hay que sacrificarse y, además, hemos experimentado lo bueno que había en ello al hacerlo.

He obedecido a mis padres siendo niño. Tenía que hacer lo que ellos me dijeran, incluso a veces, muchas veces, sin estar de acuerdo. El hijo debe obedecer al padre, al profesor, al párroco, al agente… a todo aquel que tiene cierta autoridad. El niño no entiende el por qué de esa autoridad pero el acto de obedecer le ha protegido, le ha conducido, le ha enseñado, le ha formado, le ha pulido… Ahora obedezco a mi jefe cuando me manda hacer algo y sigo obedeciendo, de otra manera tal vez, a las autoridades que sigue habiendo en mi vida. También obedezco a la Iglesia, a veces también sin entender.

Me he sacrificado, y lo sigo haciendo. Haciendo, no lo que me apetece, sino lo que desean mis hijos. A veces veo el programa que mi mujer quiere o compro aquello que a otro le gusta. Me sacrifico cuando decido trabajar yo en lugar de otro compañero. Me sacrifico cuando resisto y me esfuerzo y no tiro la toalla al primer atisbo de sufrimiento.

Pero la Palabra hoy nos plantea esta disyuntiva para que nos definamos como creyentes. ¿Qué estilo de creer tengo yo? ¿Soy de los piensan «comprar su parcela en el cielo» a base de sacrificios y ya? ¿Soy de los que eliminan al Espíritu de la ecuación y me quedo sólo con la ley y sigo su letra y nada más? ¿Soy de los que va a misa porque hay que ir, de los que da limosna porque hay que dar, de los que reza 30 porque es mejor que 20? ¿Soy de los que cumplen pero no viven? ¿O soy de los que ponen a Jesús en el centro de su vida? ¿O soy de los que decide vivir pobre para compartir con otros? ¿O soy de los que confían y ponen sus talentos al servicio de todo el que los necesite? ¿O soy de los que ven el rostro de Jesús en el otro y salen a su encuentro y dan la vida por él?

Hay que elegir. Yo elijo lo segundo. Intento obedecer al Señor Jesús y vivir como Él vivió. Lo primero, subyace también. Que el Espíritu me asista continuamente para no tener miedo. El Cielo no se gana. El Cielo se me regala.

Un abrazo fraterno

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¿Hago cumplir aquello que se me encarga? #buenapregunta

No sé cuáles son las motivaciones que tienen las personas a la hora de ir tomando decisiones en su vida. En la niñez y pubertad, nuestros padres son quienes, casi por completo, toman decisiones por nosotros pero llega un momento en que uno tiene que ir decidiendo su camino en los estudios, si va a estudiar o a trabajar, qué estado de vida se plantea, etc. He conocido personas que, desde muy chiquitos, tienen claro cuál es su destino. Otros, en cambio, van respondiendo según estén las circunstancias y muchos valoran posibilidades de trabajo futuro, dinero, éxito, fama, felicidad, aspiraciones personales… Yo mismo puse la carrera de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos como primera opción en mi solicitud a la Universidad. De segundo puse Ingeniería Informática, que es la que finalmente estudié. Puedo afirmar que ninguna de ellas responde a aquello que soy realmente, ni a mis dones, ni a lo que me gusta en realidad… y, desde luego, no responden a aquello a lo que se me llama.

Todos nacemos con encargos. Un conjunto de tareas que conforman una misión personal, misión que se nos encarga y que, si no llevamos a cabo, quedará sin hacer. Cada misión es única y particular. El vacío que deja su no consecución es sufrido por toda la humanidad. La ejecución satisfactoria de la misma, por contra, hace al mundo mejor, mucho mejor.

Jesús, en el Evangelio de hoy, es ejemplo del que cumple plenamente aquello que se le encarga; ejemplo del que responde a la llamada que se le hace; ejemplo del que lleva a cabo hasta la últimas consecuencias la misión que se le ha encomendado.

Conocer la llamada no es inmediato y requiere estar atento al Espíritu y ser su morada. Ni siquiera se desvela siempre en su totalidad… Yo me pregunto día sí, día también, qué querrá el Señor de mí pese a tener claras varias cosas: se me llama al matrimonio, se me llama a la paternidad, se me llama a la evangelización, se me llama ahora a ser testigo en la red, se me llama a dar salida a mis dones para aprovechamiento de todos… y se me llama a la educación de niños y jóvenes. Éste último punto está pendiente y, puedo decir, genera mucho sufrimiento. Estoy en camino de dar la respuesta definitiva porque cuando uno es llamado por el Padre… o responde o se pierde.

Un abrazo fraterno

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¿Doy yo de comer? #buenapregunta

¿Soy nutricio para los que me encuentran en el camino de la vida? Es decir… ¿el que me encuentra, estando hambriento, tiene algo que llevarse a la boca? ¿Le ofrezco lo que tengo? ¿Lo que tengo sacia su hambre y su sed?

Hoy va a ser un post de varias preguntas que me inquietan:

– ¿Miro con compasión a mi alrededor?
– ¿Soy capaz de percibir las necesidades ajenas?
– ¿Busco excusas para «pasar de largo»? ¿Pido a Dios que les ayude y me quedo tranquilo?
– ¿Tengo yo algo que ofrecer?
– ¿Lo que ofrezco es nutricio? ¿Alimenta a quien lo recibe o sólo calma el gusanillo?
– ¿Soy de los que piensan que poco puedo ofrecer yo, que yo solo nada consigo?
– Y todo lo anterior… ¿soy capaz de experimentarlo a la inversa? ¿Dejo que me alimenten?

Son preguntas inquietantes porque, cuando llegue la hora de mi muerte, no me gustarían determinadas respuestas para ellas. Considero que vivo para algo más que para «pasear el mundo», creo que tengo mucho que ofrecer y soy consciente de que muchas veces no quiero, no creo, no lo intento… de que muchas veces «selecciono» a los benefactores…

El Maestro hoy me hace un llamado. Un llamado a mirar con compasión, a no buscar excusas, a tomar las riendas de la solución, a ser Él y a dar de comer con lo poco de lo que dispongo. Un llamado a darme por completo, el secreto de todo milagro.

Un abrazo fraterno

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¿Qué quiero cambiar? #buenapregunta

Media humanidad se ha planteado nuevos propósitos para este 2014 y el Evangelio, que siempre acompaña a la humanidad que camina, creyente o no, nos invita a algo parecido hoy.

Todos tenemos algo que no nos gusta de nosotros mismos. Y no son tanto detalles que, bueno, ahí están, sino más bien aspectos que nos generan sufrimiento. Además, como el sufrimiento es libre y como cada persona tiene su historia y su lucha particular, ésto puede ser de lo más variado. Creyente, no creyente, católico, protestante, practicante, piadoso, alejado… todos, absolutamente todos los hombres y mujeres podríamos compartir la respuesta a esta pregunta: «¿Qué quiero cambiar? ¿Qué quiero desterrar de una vez por todas para encontrar la paz, mi paz?»

Yo puedo escribir, ahora mismo y posiblemente entre lágrimas, una lista de todo eso que me estorba, que me daña, que me encoge, que me empequeñece, que contrae mi pecho y me deja sin aire… Todo eso que sigo haciendo, que sigo viviendo, que sigo siendo, etc. pero que, a la vez, tengo comprobado que no me aporta más que vacío.

El Señor Jesús empieza su predicación, su vida pública, con una llamada a la conversión, una llamada a hacernos nuevos. Y las personas reaccionan y lo buscan y van tras él… porque hay necesidad. Yo también lo necesito. Porque soy débil, porque tantas veces caigo y recaigo, porque mis fuerzas solas no bastan, porque hay días en los que me gusto tan poco que me echaría a llorar si lo pienso más de segundo y medio. Porque hago daño a los que me rodean, porque me hago peor a mí mismo, porque no aporto al mundo todo lo que puedo aportar…

Señor Jesús… voy tras de ti y me presento así: enfermo, pobre y herido. Cúrame.

Un abrazo fraterno

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