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Evangelio para jóvenes – Domingo 3º del Tiempo Ordinario Ciclo B

Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, tercer domingo del tiempo ordinario, instituido por el Papa Francisco en 2019.  Acercarnos unos minutos al día a la Palabra nos permite meter nuestra vida en la historia de la salvación y descubrir que somos un poco Pedro, un poco Tomás, un poco la Magdalena, un poco Samuel, un poco Moisés, un poco el pueblo de Israel, un poco el salmista que cuenta su desgracia o da gracias por la acción de Dios en su vida. La Palabra es eterna y sirve a todos, hoy y ahora. Leamos el Evangelio de hoy [Mc 1,14-20]:

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Estamos en el comienzo de la misión de Jesús. ¡Y fíjate! Jesús lo primero que hace es buscar a personas que participen de su misión, llamar a personas concretas, como tú y como yo, para ayudarle en la tarea de anunciar la llegada del Reino de Dios. La historia está llena de llamadas particulares: a Abraham, a Moisés, a Samuel, a Jonás, a Ezequiel, a Daniel… ¡a tantos! Dios quiere compartir con nosotros lo que es y lo que hace. ¡Cuenta contigo! ¡Cuenta contigo! Te dejo tres pistas para que le des una vuelta a esta llamada:

  • «No por méritos» – Jesús llama a cuatro pescadores. ¿Por qué a ellos? Desde luego por méritos objetivos, no. O no por los méritos que el mundo establecería: no estaban formados, no eran de la casta de los sacerdotes, no estaban bien considerados, enfangados en mil historias… Por eso, cuando te digo que Jesús te llama a ti también, no debes pensar en que no eres digno o que no estás preparada o que eres un desastre… Ya… Como ellos… Jesús elige con criterios que no son los nuestros. Te elige pese a tu pecado, a tus flaquezas, a tus incoherencias, a tus fragilidades. Él hará lo que a ti te falte, llegará donde tú no llegues. Confía.
  • «Pescadores de hombres» – Para eso llama Jesús. Para sacar del fondo a aquellos que viven «bajo el agua», sin luz, sin el oxígeno necesario para poder respirar y vivir en paz. Para eso te llama a ti: para que rescates a aquellos que viven en la oscuridad, en la tristeza, asfixiados, sin esperanza, llenos de demonios. Seguro que si piensas un poco, se te ocurren ahora mismo nombres de personas concretas que hoy pueden necesitarte, pueden estar sedientos del amor que salva. Di que sí. Sigue al Maestro. Vete con él a llevar la Buena Noticia a quién lo necesite.
  • «Dejar» – ¿Por qué nos cuesta seguir a Jesús? Porque exige «dejar». Todo lo anterior suena romántico para algunos, también para ti, seguro: ir detrás de Jesús, ayudar, echar una mano aquí y allá… Lo que echa para atrás es la condición: dejar algo. No se puede todo. No es posible optar por Jesús sin abandonar otros caminos, otras opciones. Hay que dejar personas, hay que dejar tiempo, hay que dejar energías, hay que dejar una vida diferente a la que tendré si sigo a Jesús. Aquí ya, muchos nos damos contra el muro. ¿Jesús? Sí. ¿Dejar? ¡No! Y así nos debatimos eternamente en un tira y afloja que no nos lleva a la felicidad plena. Piénsalo. ¿A medias? ¿De verdad?

Ojalá vivas esta semana que empieza desde esta perspectiva de saberte llamado, llamada. Jesucristo cuenta contigo. Quiere que hagas milagros en su nombre, que anuncies su nombre, que cures enfermos, que expulses demonios, que toques vidas concretas con los dedos del amor.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Me he pasado un día metido en un cuarto de baño que vamos a reformar mi mujer y yo con nuestras propias manitas. Estas cosas me dan miedo porque no sé mucho de tornillos, herramientas, técnicas y chapucillas. Es algo que no está dentro de mi esfera de seguridad, al contrario. Dicho de otra manera: reformar el baño me obliga a salir de mí mismo, a dejar atrás miedos y creencias y a poner en juego lo mejor de mí para que lo viejo, lo sucio y lo gastado… sea renovado, reformado y embellecido . Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 4, 12-23]:

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Un Jesús al que le ha llegado su momento, coge el testigo de Juan el Bautista y comienza a predicar el Reino por toda Galilea. Ya no es un reino que está por venir sino que es un Reino que ya se hace presente con Él. Es la hora del amor. Es la hora de la promesa. Es la hora de cambiarlo todo. ¿Cómo responder a ese amor que llega a la vida de forma desmesurada, como torrente? Te dejo tres pistas del evangelio de hoy:

  • «Convertirse» – No es una palabra muy usada actualmente: convertirse suena a saga de magos. Lo cierto es que esto no va de convertirse en algo diferente, en otra criatura, en un ser fantasmagórico o en superhéroe. Esto va de convertirse y ser justamente quién eres. Y no va tanto de apariencias, outfits, makeups y demás. Va de corazón, concretamente del tuyo. Va de hacer reformas en él y volverlo a dejar como nuevo. Va de quitarle las telarañas de la pereza, que tantas veces te lleva a no hacer muchas cosas; va de quitarle las manchas del egoísmo, que tantas veces hacen daño a los que te rodean; va de quitar la capa de polvo a todo aquello que Dios te ha dado para que vuelva a brillar… «¡Conviértete!» te dice Jesús. No hay nada más urgente.
  • «Ser llamado» – El que se convierte, de repente, se abre a nuevas historias, a nuevas aventuras, reconoce rostros que tenía olvidados y es capaz de escuchar voces que estaban acalladas por el ruido ensordecedor de esa vida que llevas, tan llena de prisas y de apariencias. Cuando tienes el corazón a punto… oyes la voz de un amor que te llama. Es Jesucristo, que llega a tu vida y te llama por tu nombre; que irrumpe en tu día a día, en tus tareas, trabajos, estudios, planes… y te propone seguirle. Lo hizo con Pedro, con Andrés, con Juan, con Santiago… que eran como tú, o peores. No eres llamado por ser bueno o perfecta o interesante o comprometida o cumplidora en las cosas de Dios… No. Eres llamada simplemente porque sí, porque te quiere a su lado, porque te quiere… sin más.
  • «Dejar» – Convertirse es estar listo para escuchar esa llamada. Y también es estar dispuesto, dispuesta, a responderla. Es una llamada exigente, acorde a lo que eres. El amor sólo acepta el amor como respuesta. Y amar exige dejar, abandonar planes, seguridades, ideas, personas, lugares… Ya lo has hecho más veces y lo seguirás haciendo. El amor exige una decisión. No admite caminos intermedios, respuestas temblorosas, opciones tibias y mediocres. No puede ser un «sí pero…» ¿Cómo lo ves? Tienes toda una vida para responder. Cuanto más amado, amada, te sientas… más fácil te será. Ya lo verás.

No lo dudes. Jesucristo viene a tu encuentro. No es sólo un amigo. Es el Señor, y te llama. Te llama porque te ama. Si te quedas indiferente es porque todavía no has escuchado bien. Afina el oído. Es el momento.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

 

 

Un lugar preparado para ti (Jn 14,1-6)

Hoy hablaba con mis tutorandos de la vocación y de la felicidad. Llegamos a la conclusión de que la felicidad no se sustenta en las cosas y que, la mayoría de nosotros, la sustentamos en personas, familia y amigos. De su bienestar y del nuestro, decían los chicos en resumen, depende la felicidad. Dios nos quiere felices.

Sin pretender desdecir mucho a estos preadolescentes a los que quiero mucho, pregunto: ¿No será la felicidad más un lugar que un estado emocional o sentimental? ¿No será la felicidad ese lugar que hoy nos promete Jesús a través del Evangelio de Juan?

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.»

La vocación es ese lugar preparado para ti. Lo ha preparado Dios, con mimo y cuidado. Felicidad es caminar hacia él y, en lo posible, llegar. Un lugar que es cielo en la tierra y que será cielo en la eternidad. ¡Es un lugar que puedo empezar a disfrutar aquí ya! Sí, es cierto: no es una felicidad plena pero algo me deja entrever lo que será cuando llegue el momento. Responder a la vocación es querer llegar ahí. Felicidad es sentir y saber y descubrir que has llegado.

Cuando uno llega a ese lugar, como en todos, a veces truena y otras veces hace sol; a veces hace calor y otras frío. En ese lugar uno a veces goza de la compañía de los quiere pero también, así es, a veces llora su pérdida y saborea su soledad. Pero nada elimina ya el amor con el que ese lugar fue preparado, el calor del que lo habita contigo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Si quieres ser feliz… pasa (Jn 10,1-10)

Una puerta siempre se sitúa como frontera. Una puerta separa dos espacios, divide lugares, te sitúa dentro o fuera de… Para mi admirada y querida Rozalén, una puerta «violeta» es la que, al abrirla, te permite recuperar la libertad anhelada, desplegarte, tomar aire, «estar a salvo».

Cada puerta que nos encontramos exige de nosotros una decisión. Es lo que tienen las fronteras. Se pueden bordear hasta el infinito pero, al final, sólo queda una pregunta: «¿Pasas?».

Durante mi vida, me he caracterizado por abrir muchas de las puertas que se me han ido presentando. Hay un niño juguetón en mi interior que me invita a probar, a experimentar, a celebrar nuevas oportunidades, a saber qué se siente aquí o allí, haciendo esto o lo otro. He descubierto que no todas las puertas conducen a lugares buenos y, desde luego, no todas esconden respuestas a las preguntas más profundas. Mirando hacia atrás, me reconozco buscando felicidad, un lugar donde parar, descansar y afirmar «aquí es». Siempre inquieto, siempre sediento.

¡Cuántas veces abrimos puertas con la expectativa legítima de encontrar un poquito de felicidad! ¡Y cuántas veces la volvemos a abrir para salir y volver al camino para buscar más adelante!

Jesús hoy se nos presenta como PUERTA. ¿Qué habrá del otro lado? Él me promete la felicidad, una vida plena y abundante. ¿Por qué tantas veces paso por delante de esa puerta y no la abro? ¿Qué temo? ¿Por qué no me animo como con otras puertas que, a priori, parecen peores? ¿Será tal vez la intuición de que estoy delante de la PUERTA DEFINITIVA? ¿Me da eso vértigo? Pero, si es la definitiva… si es la que me abre al lugar donde quiero estar para siempre… ¿por qué tener miedo?

Quiero abrir tu puerta, Señor. Quiero abrirla. Voy para allá. Una vez más. A ver si no me vuelvo de nuevo…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Sí, Dios llama… (Am 7,10-17)

Uno no elige la misión. Si es así, malo. Por eso, en nuestra vida, debemos practicar el fino discernimiento, para no confundir lo que nos gusta y apetece con aquello que nos pide Dios. No es fácil.

Ciertamente es una manera de encontrar la propia vocación: estar atento a los lugares, actividades, personas… con las que siento paz, me siento pleno. Espacios y momentos que me conectan con lo mejor de mí mismo y me dan la pista de que tal vez sea aquí o allá donde se me pida estar. Esto creo que es así.

Pero junto a esto, hay un ámbito que hay que dejar a Dios y estar siempre a la escucha. Amós lo dices de manera preciosa:

«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo de Israel.»

Normalmente el Señor llega y pide y descoloca. Una llamada que suele parecer excesiva. Y uno pasa de ser «pastor y cultivador de higos» a ser «profeta». Y tus palabras serán las suyas. Y tus manos serán las suyas.

Discernimiento para escuchar. Discernimiento para aceptar. Y confianza.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Desde el vientre materno (Is 49,1-6) #MartesSanto

Mi historia comienza, Señor, antes de nacer. Qué bonito es saber que Tú me pensaste y me deseaste desde antes. Qué hermoso es descubrir que me llamas a estar a tu lado desde el comienzo.

No perder esto de vista da otra perspectiva a la vida. Saberse siempre el «llamado desde el comienzo» permite afrontar los días con ligereza y fe. Ojalá. Porque los días en los que la luz se oscurece, en los que no se entienden los acontecimientos, en los que el fracaso se adueña del presente, en los que las fuerzas flaquean, en los que uno se cuestiona si estará acertando… la llamada permanece. Tú sabes a quién has elegido. Me conoces y me sostienes, me guardas, me defiendes y me custodias… hasta que llegue el momento propicio de la recompensa.

Tú me llamas Señor con entrañas de Madre, desde el vientre de mi madre. Sostén mi fe.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tú me cambiaste la vida (Mt 4,12-23)

Pasaste por mi vida y la cambiaste.
Me sacaste de mi ciudad para llevarme a otra. Y luego a otra.
Me sacaste de mi profesión para llevarme a otra.
Me sacaste de mi comodidad para llevarme a la arena del desierto.
Me quitaste personas y me regalaste otras.
Me abriste puertas. Me mostraste senderos nuevos.
Me cambiaste el nombre y me llamaste Trueno, caballero de la luz.
Me sacaste de mi soledad para llevarme a la compañía fiel de mi mujer y mis hijos.
Me quitaste el velo que me impedía verme bien y me diste una mirada nueva.

Como a aquellos que te encontraste, en sus redes, al lado del lago, me cambiaste la vida. La hiciste nueva. Sin posibilidad de volver atrás.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dios te llama a ti. No al revés. (Mc 3,13-19)

El grupo de los doce no fue una casualidad. No era el grupo ni de los más cultos, ni de los más valientes, ni de los que más fe tenían, ni de los que más libres y disponibles estaban, ni de los que más carisma tenían, ni de los que mejor amaban. Era, sencillamente, el grupo de aquellos a los que Jesús QUISO llamar. Fue Él quien eligió. Ninguno presentó su currículum ni méritos ante una asamblea. Jesús fue el que propuso, el que decidió, el que llamó a cada uno por su nombre.

Siempre me sorprende este grupo que elegiste Señor. Me sorprende porque bajo los parámetros actuales occidentales lo que Tú hiciste fue una auténtica locura. ¡Estarías en los tribunales por ello! Ahora todo lo valoramos por carreras universitarias realizadas, por sueldo al mes, por posición dentro de una empresa, por las vacaciones que nos pasamos, el coche que tenemos, el master que terminamos, los méritos y la experiencia laboral acumulada… Eso es lo que cuenta hoy Señor… Pero Tú elegiste sin pedir credenciales. Ninguno de tu grupo las tenía. Eran, fundamentalmente, hombres humildes, pescadores… Eran personas sencillas, como yo. ¡Qué alivio! Y digo esto por no decir que eran una auténtica «panda», sólo hay que ver las consecuencias: uno te entrega, el otro te niega, se quedan dormidos pese a tu sufrimiento en Getsemaní, se pelean por ser el primero, no saben responderte quién eres, desaparecen y se esconden tras tu muerte… ¡Un desastre! ¡Como yo!

Lo que propones para la vida no es sencillo Señor. Amar por encima de todo. Amar al prójimo. Ofrecer la otra mejilla. Amar a los enemigos. No juzgar. Dejarlo todo por seguirte. La cruz. Difícil. A veces también es difícil descubrir lo que quieres de mi, lo que me quieres decir con tu Palabra… Pero con la lectura de hoy me vuelves a dejar claro de que, pese a todo, tú me eliges así, tal cual. «Metepatas», temeroso, desconfiado a veces, receloso del sufrimiento, infiel, humilde, imperfecto… Tú eres quien me cambiará el nombre. Tú eres quien edificará sobre mi.

¡Gracias Señor por elegirme!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Por qué yo? (Mc (1,14-20)

Siempre me ha gustado una frase que dice que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a quienes elige. Me gusta porque resalta la acción de Dios sobre las propias capacidades humanas a la hora de afrontar la misión de anunciar el Reino. Pero, a la vez, y leyendo el Evangelio de hoy, me pregunto: ¿qué habrá visto Jesús en aquellos hermanos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, para llamarles a seguirle? ¿Estaban sólo ellos? ¿Fueron elegidos por casualidad? ¿Estaban ya destinados a ello? ¿O más bien fue algo lo que llamó la atención de Jesús?

Lo que más me gusta de la escena evangélica de hoy es la absoluta cotidianeidad. Jesús llama allí donde solemos estar. A estos hombres los encontró junto al lago, echando y tejiendo redes. Normal. Allí trabajaban. Eran pescadores. A mí, por lo tanto, debo suponer que me llama en la escuela y en casa, los dos ámbitos donde paso más tiempo. Ahí me llama el Señor. Y sí, también los retiros espirituales y momentos especiales son importantes… pero ¡cuidado! Dios llama en lo cotidiano. Se cruza en tu camino del día a día.

¿Y qué verá en mí? ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué me llamas a seguirte? ¿Por qué quieres que sea de los tuyos, que sea tu amigo, que te conozca de cerca? Yo me sé llamado pero, cada año que pasa, entiendo menos por qué. Cada día soy más consciente, y me cuesta, de mi pequeñez y de mi finitud. Y aún así, cada día me siento más querido por ti. ¿Es mi alegría? ¿Es mi fidelidad? ¿Es mi capacidad de trabajo? ¿Es mi confianza en ti? ¿O es justamente lo que menos me gusta de mí, aquello que te llama la atención y te parece propicia para mirar con tus ojos de amor?

Sí. Mi respuesta es sí. Quiero seguirte. Aún sin saber muy bien por qué.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

María y los escolapios (Lc 1,39-56)

María actualiza el salmo de hoy en su visita a Isabel. «Mi fuerza y mi poder es el Señor», dice el salmista, y María, desde ahí, proclama la grandeza de su Salvador.

¿Puedes tú, con el salmista, con María, decir que tu fuerza y tu poder es el Señor? ¿Puedes decir que tu fuerza y tu poder no son el dinero que tienes en el banco, ni la casa en la que vives, ni el coche en el que viajas, ni los libros que has leído, ni los títulos que tienes, ni los planes futuros? ¿Puedes plantear tu vida desde la grandeza de un Dios que se hace carne en tu pequeñez y que, desde ti, pretende llegar a todos? ¿Dónde encuentras tu fuerza? ¿Dónde la pierdes?

Hoy es también el Día de Oración por las Vocaciones Escolapias. Sin duda, tiene mucho sentido, celebrar este día junto con la Visitación. Comprobar que, al final, se trata de dar un sí, de abandonarse, de reconocer que no es en uno donde reside la fuerza. Es Dios quién me llama, es el Señor quién obra en mí, es el Espíritu que me habita el que pone la palabra en mi boca, el que me lleva aquí y allá, el que libera, cura, sana, salva.

Ojalá muchos hombres y mujeres de hoy estén dispuestos a ser buenos escolapios, siendo laicos y religiosos. Escolapios que dediquen su vida por entero a los niños y jóvenes. Escolapios que vivan con pasión la educación y que encuentren en la escuela un auténtico camino a Jerusalén, un lugar donde vaciarse y dar la vida por completo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam