Un cántico nuevo (Sal 95)

Es hora de cerrar un ciclo y comenzar otro. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Cómo se califican los años, en los que tantas cosas pasan? ¿Cómo valorar lo que este anciano 2020 nos ha quitado y nos ha aportado? ¿Habrá que dejar pasar el tiempo?

Lo que es claro es que Dios lo hace todo nuevo y que de las cenizas que hoy tocamos con las manos, Él nos ayudará a sacar vida de nuevo.

Es tiempo de cantar un cántico nuevo, diferente. Se asoma una nueva oportunidad. Cada día lo es. Cada año también. Celebremos la vida. Celebremos el amor.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Estás invitado. Estás invitada. (Is 25,6-10a) – Miércoles I #Adviento

Eso de que te inviten a un festín de manjares suculentos, de vinos de solera, no sucede todos los días. No sé a ti pero a mí, como mucho, me han invitado a una boda y eso es lo más parecido a un festín de esas características.

Dios te invita a uno: el gran festín del Reino. ¿Qué me sugiere a mí?

  • El festín siempre es fiesta. Porque hay mucho que celebrar. Tenemos un Padre que, como dice el salmo de hoy, nos cuida, nos guía, nos ilumina y nos ama.
  • El festín siempre es exceso. Es difícil ponerle límites al amor de Dios. Excede con mucho nuestra idea de amar sin medida. ¡Qué pasada!
  • El festín siempre es en compañía. A Dios nunca se llega solo. Dios mismo es comunidad. La felicidad tiene rostros. La felicidad está en Él y en el prójimo. La salvación es de todo. No es mérito mío.
  • El festín siempre es gozo. Porque la vida es un regalo y pese a pandemias, oscuridades, desazones, inquietudes, pérdidas, dolor y desencuentros… hay que encontrar el sabor, paladear, saborear y degustar cada segundo regalado.

Ven Jesús. Ven y llévame de la mano a ese festín que me has preparado. Tú, que naciste en Belén («Casa del Pan»), sabes bien lo que necesito, sabes bien de mi hambruna.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Cuando el corazón se encoge (Ez 1,2-5.24–2,1a)

El relato del profeta Ezequiel parece lejano pero narra una experiencia a la que todos estamos expuestas en nuestra vida: la experiencia de encuentro con el Misterio.

Ciertamente, la persona del Hijo, Jesucristo, encarnado, dios y hombre verdadero, nos ayuda a sentir la presencia de Dios cercana, a «tocarla», «verla» y «entenderla». Pero tal vez corremos el riesgo de olvidarnos del Misterio de Dios y de lo que es Dios en sí mismo para cada uno de nosotros. Y es que mi relación con Dios es en buena parte relación con el Misterio y eso, en este mundo científico, tecnológico y racionalista, no es fácil y constituye una barrera en la fe de mucha gente.

Encontrarnos con el Misterio es encontrarnos con un Otro que sobrecoge, que es difícil de explicar y de razonar. Por eso, tantas veces, es difícil que nuestras experiencias de Dios sean «razonables» a ojos de personas que no han tenido esa experiencia. Encontrarnos con el Misterio provoca asombro y nos hace tomar conciencia de que somos criaturas, de que hemos sido creados por Él y estamos en sus manos. Encontrarnos con el Misterio proporciona paz y gozo en el corazón, sea cual sea la misión que se nos propone, su dificultad. De repente todo cobra sentido y una luz se enciende fuerte en nuestro corazón. Y uno no puede hacer otra cosa que seguirle…

Esa ha sido la experiencia de los profetas y de todos aquellos que, un día, hemos sentido que ese Misterio se hacía patente en nuestra vida. Unos le llaman intuición, otros revelación, otros Palabra, otros oración… Unos lo explican de una manera y otros de otra, a veces con una seguridad que asusta y, otras, balbuceando y llenos de dudas. Y así el amor se va abriendo paso…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Escúchame, Señor (Sal 68)

Soy un pobre malherido. Esto dice el salmista en el salmo que hoy nos presenta la liturgia. Es una verdad universal. Todos tenemos heridas. Heridas físicas. Heridas emocionales. Heridas espirituales.

Las heridas son signo de batallas, de luchas internas o externas. Las heridas son huellas de sufrimiento, de dolor. Pueden estar cicatrizadas o pueden estar abiertas, todavía en proceso de curación.

Las heridas tienen detrás historias, rostros, momentos. Nos hablan del pasado pero su aroma llega hasta el presente. Soy un pobre malherido. ¿Qué heridas tiene mi vida cuando miro hacia atrás? ¿Están curadas?

El Señor es el médico que ha venido a sanar a los enfermos. Ahí estamos todos. Es a Él a quién debemos hablar, contarle lo que nos pasa, decirle lo que nos duele. Pon tus heridas en sus manos delicadas, precisas, sabias, amorosas. Y permite que las trate.

Escúchame, Señor. Estoy herido. Necesito que me cures.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Sí, Dios llama… (Am 7,10-17)

Uno no elige la misión. Si es así, malo. Por eso, en nuestra vida, debemos practicar el fino discernimiento, para no confundir lo que nos gusta y apetece con aquello que nos pide Dios. No es fácil.

Ciertamente es una manera de encontrar la propia vocación: estar atento a los lugares, actividades, personas… con las que siento paz, me siento pleno. Espacios y momentos que me conectan con lo mejor de mí mismo y me dan la pista de que tal vez sea aquí o allá donde se me pida estar. Esto creo que es así.

Pero junto a esto, hay un ámbito que hay que dejar a Dios y estar siempre a la escucha. Amós lo dices de manera preciosa:

«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo de Israel.»

Normalmente el Señor llega y pide y descoloca. Una llamada que suele parecer excesiva. Y uno pasa de ser «pastor y cultivador de higos» a ser «profeta». Y tus palabras serán las suyas. Y tus manos serán las suyas.

Discernimiento para escuchar. Discernimiento para aceptar. Y confianza.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Inquietud ante una vida mediocre (Am 3,1-8;4,11-12)

El profeta Amós parece el poli malo y Jesús parece el poli bueno. Una primera lectura inquietante, donde el profeta nos advierte del enfado de Dios con nosotros. Un Evangelio esperanzador, donde Jesús calma la tempestad y nos anima a no tener miedo nunca.

«Prepárate a encararte con tu Dios» dice Amós. Y trago saliva. Porque sí me reconozco infiel, porque sí me reconozco indigno de su amor muchas veces, porque sí reconozco en mí actitudes idólatras, falsas, injustas con Aquél que me libró de la esclavitud y me ofreció la felicidad.

Y a la vez: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!» es la frase que me brota, como casi siempre, en la dificultad. Sin fe en Aquél que me salvó, sin ver a Aquél que viaja a mi lado, en la misma barca.

Señor, no quiero encararme a ti. Señor, no quiero decepcionarte. Señor, te necesito.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Poner la vida delante de Dios (II Re 19,9b-11.14-21.31-35a.36)

Más allá de asirios y judíos, de un rey o de otro, de guerras y batallas… más allá de todo eso, la lectura de hoy nos ofrece el testimonio de un hombre que pone su vida delante del Señor, en oración.

No sé tú cómo haces para tener a Dios presente en tu vida. No sé cómo rezas, ni siquiera si lo haces con frecuencia. Pero creo que Ezequías, rey de Judá, nos ofrece hoy una manera auténtica de oración, de relación con Dios. Él sabe que su vida está en sus manos. Acude a Él con confianza, le cuenta su problema, sus preocupaciones, el cómo lo está viviendo… y pone en sus manos la vida y el devenir de él y de su pueblo.

¿Haces tú lo mismo? Nos hacen creer que todo debe pender de nuestros hombros y con nuestros codos, con nuestro esfuerzo, todo se controla. Y creo que pocas veces acudimos a Dios como a un Padre al que contarle la vida. No se trata de esperar magia ni siempre encontraremos la respuesta que nos gustaría. Pero la actitud fundamental es la del abandono en confianza. «Señor, aquí estoy, esta es mi vida, esto me preocupa, esto necesito… Estoy en tus manos. Haz lo que creas mejor para mí».

Y el Señor, que te ama, hará lo que tenga que hacer.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El Señor está cerca, contigo. No tengas miedo. (Sal 120)

Difícil día hoy para comentar el Evangelio. Las Bienaventuranzas. Me cuestan. Me cuesta decir algo sobre lo que ya Jesús dice. Me cuesta comentar porque todo está claro. Me cuestan por la sencillez de su planteamiento. Me cuestan por la dificultad de hacerlas vida. Me cuestan porque me dejan callado.

Pero iluminadas por el salmo 120, me inspiran y me llena de paz. El salmo 120, que tantas veces canté gracias a la Hermana Glenda, es uno de mis salmos favoritos. Es un salmo que invita a la confianza en Aquel que te cuida, te guarda, te protege, te alimenta… porque te ama.

Las Bienaventuranzas son una invitación a vivir según el Reino y a abandonarse en sus consecuencias. La apuesta es de órdago y, generalmente, trae complicaciones; como cualquier apuesta de amor.

El Señor viene, está cerca contigo. Y te dice: – no tengas miedo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No a nosotros, Señor (Sal 113)

Siempre es una tentación. Presentarnos delante del mundo como Dios mismo. Pensar que somos nosotros los que ofrecemos una palabra transformadora. Pensar que somos nosotros los que cambian la vida de las personas. Pensar que es nuestra capacidad la que acerca el cielo y salva al mundo.

Pero no somos nosotros, Señor. No es a nosotros a quiénes deben seguir. Deben conocerte a Ti, Señor. Deben seguirte a Ti, Señor. Deben creer en Ti, Señor.

Protégeme de mi soberbia. Ayúdame a no convertirme en un dios de plata y oro. Recuérdame mi pequeñez y mi pobreza para que no creca en mí el engreimiento.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Cómo te podré pagar, Señor? (Sal 115)

En medio de tanta desolación, de tanta pobreza, de tanta soledad, de tanta enfermedad, de tanto cansancio… sólo me brota levantar a ti las manos, Señor. Porque sé que nuestro dolor es el tuyo. Sé que tú velas por tus hijos y que te desvelas pensando en nuestro sufrimiento.

Y te pido que prepares mi corazón para devolver a manos llenas tanto bien como he recibido. Ojalá sepa estar a la altura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam