Un nombre que nos devuelve a la vida (Jn 20,11-18)

Nombrar a alguien es hacerlo existir. Por eso el nombre es tan importante. Y si no, preguntémosle a Coca-Cola por esa campaña donde las latas de refresco llevaban los nombres personales de tantos de nosotros… ¿Os acordáis?

En estos evangelios de resurrección, me llama hoy la atención ese «¡María!» que pronuncia el Señor y hace que el corazón de la Magdalena reconozca a su maestro. Un reconocimiento que, evidentemente, no es físico sino que se mueve en otro ámbito. Al escuchar su nombre, en aquel momento de muerte y dolor, María siente que se le vuelve a dar vida, que su existencia da vuelco, que vuelve a estar en el centro de la realidad, que el Espíritu aletea cerca. Es la vida que brota de aquellos labios, es el nombre pronunciado, el que permite a María reconocer al Crucificado, al Resucitado.

Cuántas personas nos llaman por el nombre a lo largo de un día… ¡Y cuántas veces nos sentimos asfixiados, perdidos, agobiados, muertos! Sólo Jesús es capaz de hacer algo nuevo con nosotros, de volver a situarnos en el centro de su amor, de cambiar nuestra vida para siempre. Es Pascua. El Señor te llama por tu nombre. Es tiempo nuevo. Volvamos a empezar. Hemos sido restaurados.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Protégeme Dios mío… (Sal 15)

¡Qué bonita versión del Salmo 15 de Athenas y Tobías Buteler!

Amar para perder el control (Jn 21,15-19)

Tres veces negó Pedro al Señor y tres afirmaciones le pide hoy Jesús para restituirse. Tres «¿me amas» que permitirán a Pedro hacer proceso. Amar al Señor no es una explosión de júbilo, pasión e imprevisión. Amar al Señor se saborea. Uno lo descubre y, poco a poco, va adentrándose en lo que se ese amor supone, significa y compromete.

La profecía sobre Pedro es sobre cada uno de nosotros. Todo aquel que ame al Señor estará dispuesto a ser llevado. No es que uno se vea anulado, ni subyugado ni hipnotizado. La voluntad no desaparece con la fe pero sí se somete al amor que de ella brota. Por eso era importante para Pedro estar seguro de su amor antes de que Jesús le hiciera ver lo que vendría.

En la historia personal con Jesús, cada uno de nosotros comienza con la sensación de ser el protagonista, el que elige, el que decide, el que se compromete aquí y allí. Si el amor, como en toda relación, va cogiendo profundidad y hondura, uno se va percatando de que el protagonista es Cristo, que es Él el que elige, que es Él que decide, que es Él el que te compromete y te coge ya la vida entera.

Este misterio es algo incomprensible para aquellos que quieren guardar una ficticia autonomía y libertad sobre su existencia. Apuestan por querer controlarlo todo, presos de su inseguridad; por un bienestar sin ataduras, presos de su complacencia; por un vivir de puntillas y superficial, presos de su temor a jugarse la vida. Yo, con mis limitaciones, prefiero optar por ir soltando lastre e ir permitiendo al Espíritu soplar en mis velas para conducirme hacia puertos inesperados.

Un abrazo fraterno

El don y la tarea de la comunión (Jn 17,20-26):

La comunión es don y tarea. Mucha gente no lo entiende. Es un regalo que se puede hacer realidad con Cristo en medio y es un trabajo que se construye a base de llevar a Cristo en el corazón y de descubrir a un hermano en cada uno de los otros que nos rodean. Ser uno nunca anula la personalidad propia. No se trata de eso. Ni en la Iglesia ni en una obra ni en un convento ni en una comunidad ni en un matrimonio. La diversidad no sólo es buena sino que es la única realidad posible. Dios nos hizo distintos y únicos y cualquiera que pretenda unificar esta yendo contra esta maravillosa realidad de la diferencia.

La comunión es otra cosa. Se parece más al reunirse alrededor de la misma mesa, alrededor de la misma persona: Jesús. Es descubrir que más allá de todo lo que nos diferencia, estamos unidos y convocados por el mismo, por la Verdad y la Vida. Cristo nos regala esa posibilidad y, estando Él en medio, es posible. Sólo así se puede explicar el éxito de realidades muy complejas de otra manera. Sólo así es capaz de salir adelante una comunidad religiosa. Sólo así es capaz de salir adelante un matrimonio, por ejemplo. Y el contrario también se da: comprobamos un día y otro también cómo fracasan estas misma realidades cuando esta comunión no existe o cuando se pretende construir a expensas de Cristo.

A la vez, este regalo es también tarea. Todos estamos invitados a construirla, a provocar en el otro las ganas de sumar también. Esto se consigue mirando al prójimo con los ojos de Jesús y descubriéndolo como un hermano al que no debo juzgar sino querer, al que no debe convencer sino acompañar, al que no debo sólo enseñar sino del que debo aprender. La comunión es una de las más preciosas tareas que cualquier cristiano puede acometer. Y esto no tiene espacio ni tiempo predilecto. Es bueno que lo hagamos en nuestros trabajos, en nuestras familias, en nuestros lugares, en nuestros proyectos…

Ojalá sepamos ser uno. Ojalá nos vean como uno solo en nuestra preciosa diversidad. Ojalá sumemos. Ojalá crezcamos juntos. Ojalá sepamos caminar respetándonos, sin mirarnos con sospecha o soberbia o desprecio. Quién así lo hace dista mucho de estar en el mismo banquete que el Señor.

Un abrazo fraterno

Misión: salvar al mundo (Jn 17,11b-19)

Nos envían al mundo. Esto del mundo, para un optimista como yo, tiene sus connotaciones positivas. El mundo fue creado por Dios y la belleza y la bondad lo habitan. Pero es verdad que por el mundo campa el mal y el pecado. No es ser un aguafiestas, ni un pesimista. Es simplemente mirar con los ojos para darse cuenta que el Reino de los Cielos todavía no ha alcanzado su plenitud.

Nos envían al mundo. Jesucristo lo hace, como el Padre lo envió a Él. A un mundo lleno de incoherencias, de dudas, de miedos, de trampas. Pero también a un mundo que busca, que tiene sed, que anhela la felicidad y que, es verdad, se equivoca muchas veces en el camino para encontrarla.

Un cristiano debe aceptar que tiene una misión. Es exactamente la misma que la de Jesús: traer la misericordia de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo y dar la vida por ellos. Parece que esto no admite mucho azúcar. Hay quién intenta endulzarlo pero no lo consigue. Simple postureo.

Hoy me levanto con esto metido en el coco. Tengo una misión. Y empieza hoy. Con la gente con la que me encuentre hoy. En los proyectos que tengo entre manos. Y por la noche, cuando me acueste, me preguntaré cómo ha ido. ¿Me habré entregado? ¿Me habré dado? ¿Habré transparentado al Dios de Jesucristo? A eso estoy llamado.

Un abrazo fraterno

De ciudad en ciudad, de lucha en lucha (Hch 20,17-27)

Hace no mucho que leí una biografía de San Pablo. Maravillosa. Recomendada. Y me ha dejado un profundo poso. Reconozco que eran algunos los prejuicios que, a lo largo de mi vida como cristiano, he ido formándome acerca de Pablo y, leyendo esta biografía, se me fueron cayendo todos, de uno en uno.

Hoy, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos encontramos a un Pablo en modo despedida. Y precioso e impactante es escuchar las palabras con las que él define su misión: «Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios«.

Yo, que pretendo cada día seguir a Jesús, que estoy en la Fraternidad Escolapia, que vivo en una comunidad, que gasto mis días intentando hacer la voluntad de Dios… soy un pringado. Lo soy porque quiero llevar a cabo la misma misión que Pablo; eso sí, sin cárceles, sin luchas, sin saberme forzado ni llevado por el Espíritu… Quiero tenerlo todo bajo control. Quiero que se hagan las cosas a mi manera. Quiero ser valorado. Quiero ver frutos pronto. Quiero contentar a todos. Uf… lo que Pablo fue descubriendo, yo aún lo huelo muy de lejos. Pero el horizonte está claro.

No hay misión sin lucha. No hay misión sin conflicto. No hay misión sin pérdida. No hay misión sin sufrimiento. Pero ¿hay otra posibilidad para los que queremos seguir al Maestro? No la hay. Es una pena. Pero no lo hay. Así que dejémonos en manos del Espíritu, no opongamos resistencia y a caminar, que el camino es largo y la meta nos espera.

Un abrazo fraterno

¿Cómo llevas lo de permanecer? (Jn 15,9-17)

¡Cuánto te cuesta permanecer! Verbo muy bien elegido por Jesús hacia sus apóstoles. Acababan de pasar por la cruz, ahora disfrutaban de la resurrección, pero en breve se despedirían de Él para siempre. Permanecer es un verbo de despedida. Como el amado que le dice a la amada, justo antes de partir, que le espere, que volverá. Como el que se queda en la sala de cine cuando la película termina, porque sabe que tal vez, en los créditos o en la última pieza musical, se esconda algo bueno que el director ha reservado a los que no salen con prisa y quieren saborear lo visto.

Te cuesta permanecer. Pero puedes. Tú estás acostumbrado, acostumbrada, a que las cosas que quieres y desean suceden pronto. La espera se ha vuelto casi un sustantivo vacío de significado en este tiempo de tarifas planas, de fibras ópticas, de un mundo a golpe de click. Además, eso de no experimentar el bienestar, el placer, la felicidad… y darse un tiempo de incógnita, de paréntesis… como que no va contigo.

Pero Jesús te llama a permanecer. El amor y la felicidad, ayer y hoy, no son ingredientes amigos de la fast food. Al contrario, el amor y la felicidad son más de puchero y fuego lento. No te agobies. Jesús está contigo, cuenta contigo. ¡Te ha elegido! Sí, aunque no sepas muy bien por qué… te ha elegido. Sólo te pide que no te vayas, que no cedas a la tentación de buscarte en otros lugares más llamativos, más atractivos… y más tramposos.

Si permaneces, tienes la eternidad asegurada. Y una vida, aquí, plena. No se puede pedir más.

Un abrazo fraterno

La fe genera vida (Mc 16,15-20)

Cuando una lee y relee los signos del resucitado y de aquellos que creen en Él, la conclusión que debe sacar es que la fe en Cristo genera vida alrededor. La fe no es una actividad intelectual que nos satisface de puertas para adentro. Más bien es una fuerza que nos empuja a salir hacia los demás y a llenarlos de plenitud. Por eso el Evangelio, en varios momentos, cita estos signos de liberación.

Si tu fe no te libera es que no es fe en Cristo. Será otra cosa. Tener a Cristo en tu vida produce frutos. Si no hay frutos, malo. Y es algo que nos sirve para evaluar la evangelización y la fe de cualquiera. Evaluar suena mal, suena a auditoría. Tal vez no sea la mejor palabra pero, por otro lado, es a lo que estamos llamados, a dar fruto. El fruto no es algo que uno consiga con sus medios sino que es la consecuencia de vivir de cara a Dios. Llegan solos.

Sigamos yendo por el mundo más cercando que nos toca vivir. Con la alegría del creyente, con la buena noticia de Jesús. Y la vida se multiplicará.

Un abrazo fraterno

A Dios le pido…

Esto de pedir tiene su debate. Si Dios sabe lo que necesito, ¿para qué pedir? Pero, a la vez, pedid y se os dará. ¿Y si ni siquiera sé que tengo que pedir? ¿Tú qué pides normalmente?

Pensando en los últimos años de mi vida, debo reconocer que no pido demasiado y que, cuando pido, normalmente pido serenidad, fortaleza, fe, para afrontar la vida y las opciones que he decidido tomar. Pido que se haga la voluntad del Padre y que yo permanezca en ella.

¿Debería pedir más?

Un abrazo fraterno