Jesús y el ciego que llevo dentro (Mc 10,46-52)

La verdad es que cuando leo el relato del ciego Bartimeo, me impacta el cierto tono de urgencia y desesperación con el que llama a Jesús al oírlo pasar. El ciego, que ha desarrollado otros sentidos a falta de la vista, intuye que quién pasa a su lado es el Maestro, alguien que puede ayudarle a salir de su situación. La ceguera le impide ver y todos sabemos la importancia de ver para poder progresar y ser feliz. Yo también llevo un ciego dentro.

Y es que muchas veces se me cierran los ojos ante la realidad. A veces ante lo que tengo de bueno en mi vida. Cierro los ojos ante aquello a lo que me he acostumbrado y que ya no produce sorpresa ni admiración en mí. La casa que tengo, la familia que me quiere, la comunidad en la que vivo, los regalos que recibo, la paz que disfruto, la cultura que me ha sido dada… Ser ciego ante lo bueno y lo afortunado que uno es, es una ceguera terrible. Otras veces, por el contrario, soy ciego ante el dolor y el sufrimiento ajeno y me protejo a mí mismo cerrando los ojos y me intento convencer de que algunas cosas no suceden y de que el mal no puede vencer tantas batallas. Y así, mirando pero no viendo, voy tirando.

Luego está la última ceguera, que responde a eso que no veo de aquello que Dios me pide. Me gustaría tener más claro cuál es mi sitio, qué me pide el Señor, qué me pide afrontar, qué me pide dejar. Y ahí sólo puedo acudir a Jesús y pedir compasión, como Bartimeo. Ojalá no pase de largo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La alegría de ir (Sal 121)

Hoy es uno de esos días que leo las lecturas y no me dicen nada. No sé si es que son muy difíciles o si yo estoy muy árido, o despistado, o frío, o distante. El caso es que me agarro como a un clavo ardiendo a la alegría del viaje que nos propone el salmo.

La vida es un viaje hacia Dios que hay que hacer con alegría. Está, como todo viaje de ida, lleno de deseo y de ilusión por llegar al destino. A veces se hace largo. Parece que no vamos a llegar nunca. El secreto está en disfrutar también del trayecto, en considerar al trayecto parte del destino.

Alegría quiero, Señor. Alegría para no sucumbir a mi desánimo, a mi desaliento, a mi confusión.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Cómo andas por el mundo? (Ef 4,1-6)

Hay una escena magnífica del club de los poetas muertos en la que el profesor Keating les anima a caminar a cada uno con el estilo que prefiera. Lo único que les pide es que cada uno busque su manera, que no se dejen llevar por otros, que no dejen que otros les digan cómo andar. Por eso, cuando leo hoy el fragmento de la carta de San Pablo a los Efesios, me recuerda enormemente ese episodio cinematográfico. ¿Cómo andas tú por el mundo? Gran pregunta.

Pablo me propone, te propone, andar según la vocación recibida. Eso es sinónimo de no traicionar a quién eres en realidad, de no darte la espalda a ti mismo, de no querer ser lo que no eres. A mí me cuesta a veces. Descubro que sigue teniendo peso lo que los demás digan sobre mí. Por decirlo de otra manera, sigo necesitando demasiado, tal vez, que los demás estén contentos conmigo. Aún más, sigo necesitando ser aquel con el que estén más contentos. Y como eso es imposible… me afecta.

Hoy te pido Señor que me sigas ayudando a crecer mirándote más a Ti, fijándome menos en las miradas de aprobación o no del resto. Esta exigencia conmigo mismo luego se traslada a la exigencia con los demás. Y hago daño. Y no es justo. Porque cada uno somos distintos, porque cada uno somos «otro», y porque Tú nos llamas a crecer en el encuentro con el «otro». Quiero ser fiel a mi vocación el educador, de marido, de padre, de comunicador de tu Buena Noticia, de escolapio. Y que nada me distraiga de mi camino.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La chispa que prende el fuego (Lc 12,49-53)

El fuego no es tibio. Arde. Quema. Calienta. Ilumina. El fuego no sabe ser otra cosa más que fuego. Asume los riesgos de su virulencia. Ni mide, ni calcula, ni contemporiza, ni se conforma.

Sorprende un poco ver y escuchar a un Jesús tan apasionado, tan lanzado, tan poco «celestial». Es un lenguaje terreno, diría que duro o, al menos, incómodo. Es el Jesús que no deja indiferente, que arrastra y hace enemigos a la par, que obliga a definirse y a situarse. Es el Jesús que pregunta si fuego de verdad o si fuego de artificio, muy aparente pero poco real.

En mí cada vez detecto que prende más el Evangelio apasionado de Cristo. Cada vez apuesto más fuerte, cada vez me molestan más las dobles caras, los discursos ambiguos, los falsos rostros, los sí pero no. Conmigo que no cuenten. Las consecuencias están ahí. Te miran con desdén, algunos con desprecio, otros con ganas de perderte de vista cuanto antes. Te granjeas mala fama, fama de excesivo, de radical, de insensible, de exento de delicadeza. Puede ser, lo reconozco. Pero, a la vez, sí, me siento fuego, con ganas de prender y cuestionar, de sacar a la luz, de dejar ya de jugar a pasatiempos carnavalescos.

Quiero ser chispa, como tú, Maestro, chispa que lo prenda todo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mucho (Lc 12,39-48)

Puede que sea la mayor falta, el mayor pecado. Incluso alguien no creyente, clamaría al cielo si alguien desaprovechara lo mucho que se le ha dado. Porque la escasez justifica muchas cosas. Pero la abundancia nos exige responsabilidad, agradecimiento y generosidad.

Cuanto más tengo, más. Cuánto más se me ha dado, más. ¿Dinero? ¿Capacidad? ¿Inteligencia? ¿Tiempo? ¿Posición? ¿Familia? ¿Cómo tirar todo eso por la borda y vivir como miserables, como si pasáramos penurias? Pecado.

Yo miro a mi alrededor y me siento afortunado. Y ese sentimiento que me llega al corazón no es para colocar en un florero y admirarlo. Es para gastarlo, para darlo de vuelta, para producir más fortuna en otros.

Ojalá mi mirada nunca sea desagradecida, despreocupada, torpe e injusta.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La lamparita encendida… (Lc 12,35-38)

Cuando Jesús dice eso de esperar con las lámparas encendidas, hoy en día nos suena a derroche, a poco ecológico, a gasto irresponsable. Pero lo cierto es que uno de mis recuerdos más arraigados de mi juventud era llegar a casa la noche de los fines de semana y encontrarme con la lamparita del recibidor encendida. Mi madre, ya acostada, la dejaba para que cuando yo llegara, fuera la hora que fuera, no me encontrara con la oscuridad absoluta y con, lo que es peor, la sensación de que nadie me estuviera esperando.

Jesús también quiere que se le espere. Quiere que hagamos lo que hagamos, sintamos que falta algo cuando Él no está y que esperamos su aparición, su presencia. El deseo. El deseo. Ese deseo que necesita ser cultivado. La espera. La capacidad de vivir en los tiempos de Dios y no en los de uno.

El que siente que lo tiene todo, ni espera ni desea. Ojalá nuestro corazón no esté ya tan saciado como para olvidar al mejor de los amores.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No te salvas tú. ¿Te has enterado? (Ef 2,1-10)

Voy cambiando mi ADN religioso pero me cuesta. Demasiado tiempo creyendo que mi salvación depende de lo que yo haga o deje de hacer. Hoy Dios me vuelve a gritar: «¡No te salvas tú! ¿Te enteras? ¡Te salvo yo!». Pero la cabra tira al monte y a veces sigo funcionando con ese esquema de paga que tan poco tiene que ver con el Dios que Jesús vino a mostrarnos.

No tengo que ser bueno para salvarme. No tengo que seguir los mandamientos para salvarme. No tengo que cumplir la doctrina para salvarme. No tengo que… NO TENGO QUE… ¡Cuántos disgustos nos ha costado esto a la Iglesia! ¡Cuántos años condicionando a las personas con el miedo al castigo eterno, con el miedo a morir en pecado, con el miedo a la condenación del juicio final! No tengo que…

La salvación es un regalo de Dios, que pasa por encima de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestras debilidades, de nuestras incoherencias, de nuestros fracasos, de nuestras infidelidades. Sí, lo hace. Y quién diga que no, miente. Dios es misericordioso y justo y desea que todos nos salvemos. Y aunque no podemos negar la posibilidad de la no salvación, sí esperamos que nadie se eche atrás cuando se encuentre cara a cara con Dios.

En mis manos tengo la posibilidad de empezar a disfrutar de esa salvación ya aquí, en mi vida terrena. Porque si me abro al amor de Dios, si actúo con Él y desde Él, si amo a los que me rodean y procuro vivir desde la verdad, la justicia, la humildad, siendo fiel a mí mismo y a Dios… la felicidad está garantizada. Y eso no es más que un mordisquito de salvación. Un aperitivo, buenísimo por cierto.

Vamos allá.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mi primera semana de clase

Ya ha pasado. Mi primera semana de clase de este curso terminó hace unos minutos. Sólo puedo decir que estoy tremendamente feliz. Creo que ya no sabría volver a una vida sin aulas, sin alumnos, sin trabajos, pruebas, rejillas, programaciones, confidencias y expectativas de unos y otros. Ha sido una semana muy intensa. Ayer lo noté especialmente, con un bajón de energía terrible, como si hubiera corrido la maratón de Nueva York.

Creo que mis primera clases ante cada aula han sido reflejo de lo que soy. Las preparé con cuidado y mimo. Elegí la ropa, las formas, las palabras y los objetivos que pretendía. Me presenté personalmente y compartí con todos mis alumnos lo más importante de mis historia personal. Pude presentar las asignaturas que imparto este curso y pude, con alegría, llegar a un acuerdo con ellos acerca de los criterios de evaluación. Fui dispuesto a escucharles y les escuché. Ellos también me escucharon a mí. Y llegamos a un acuerdo en todas las clases con las que me voy a encontrar este año. Incidía en el trabajo en equipo, en el mejorarnos juntos, en el ayudarnos mutuamente, en el hacernos preguntas y en el derecho y el deber de equivocarnos. El error no es sinónimo de fracaso. Al menos no en las clases que yo quiero. Les pedí que me escribieran y que me contaran y he empezado a descubrir las diferencias y las particularidades de unos y otros. Auténticos tesoros, todos, que espero saber cuidar y ayudar a crecer.

Con mis compañeros de claustro todo han sido buenos momentos también. Me estoy sintiendo muy acogido, acompañado, guiado y sostenido. Todos han procurado quitarme presión y sólo he recibido ánimos. He preguntado a los que van por delante mía y he buscado opinión y consejo en muchos. Creo que tengo la suerte de tener un gran equipo alrededor, que se desvive también por sus alumnos y que me marcan un camino de entrega absolutamente innegable. Y es que la gran revolución del maestro es querer a sus alumnos. Quererlos. Y luego viene lo demás.

Conscientemente he enviado por la plataforma de comunicación con las familias varios mensajes positivos. porque también soy padre y compruebo cada día cómo se motiva mejor a un alumno y a un hijo: reconociéndole lo positivo y animándole a seguir por esa senda. He vivido la semana con la sonrisa puesta y con una mirada llena de cariño hacia aquellos a los que voy a ver todos los días de aquí a junio.

Mañana comenzamos de nuevo. Y yo estoy con ganas de volver a oler a tiza.

Sólo puedo estar agradecido. Y seguir exprimiendo cada momento dando lo mejor de mí. Sembrar, para que algún día alguien recoja los frutos.

Un abrazo fraterno

25 de agosto, ¡qué Calasanz tan especial!

Oficialmente para mí, desde hace unos años, el curso propiamente dicho comienza el 25 de agosto, festividad de San José de Calasanz y día en el que la comunidad nos reunimos de nuevo tras el verano y abrimos las puertas del colegio para que todo el que quiera pueda acercarse a celebrar la fiesta con nosotros.

Este curso que comienza tiene unas connotaciones muy especiales. Viene precedido, además, de un verano trabajoso y cansado en el que nos hemos vuelto a mudar al colegio, tras dos cursos de obra en el edificio donde estábamos. Tercera mudanza en tres años. ¿Quién ha dicho «miedo»? Miedo no, pero cansancio mucho. Pero el objetivo parece que se va cumpliendo: tener el hogar a punto para cuando el 3 de septiembre, lunes, se enciendan las luces.

El 2018 pasará a mi historia personal como lo hizo en su momento el 2015. Cumpliré mis 42 años y podré decir que he llegado. La meta definitiva sólo es el final, la vida eterna junto a Dios, para los que creemos en Él. Pero hay metas volantes, a lo largo del camino, muy importantes. Fue meta mi matrimonio. Fue meta el nacimiento de cada uno de mis hijos. Fue meta mi primer día de trabajo remunerado en General Electric Healthcare allá por el 2000. Fue meta mi primer viaje al otro lado del charco. Fue meta superar a su lado la enfermedad de mi madre. Y será meta en breve el hecho de comenzar mi labor docente en un colegio escolapio. Sí, he llegado.

No hay camino importante exento de sufrimiento. Yo he caminado por el desierto mucho tiempo. Hubo días en que me arrastré, días en los que desfallecí, días en los que quise dejar de andar. Hubo días de luz y días de oscuridad. Hoy miro hacia atrás y veo la mano del Señor en cada curva, en cada recodo, en cada cruce, en cada nube, en el sol abrasador, en la fina lluvia, en las etapas en soledad y en los ratos acompañado. Y sé que su promesa, por fin, va a tener cumplimiento.

Nuevas puertas se abrirán y nuevas sendas aparecerán ante mis ojos. No tengo ni idea de qué va a suceder a partir de ahora. Está la tentación de dejar de buscar, de dejar de caminar, de complacerme en lo conseguido. No puedo caer. Por eso quiero seguir despierto, atento, en vela, vigilante. Quiero responder, alegre, como María, «aquí estoy, hágase en mí según tu Palabra» para luego vivir únicamente para traer a Dios al mundo, a cada chico, a cada familia.

Que el Espíritu me acompañe y que su sabiduría guíe mis pasos. Y que Calasanz, que llena cada uno de estos muros y vive en cada uno de sus seguidores, me enseñe con paciencia a ser fiel hijo suyo.

Es tiempo de gozo. Es tiempo de alegría. Es tiempo de cumplimiento. Es tiempo de don.

Un abrazo fraterno

¡Abuela! ¿Cómo se ve todo desde el cielo?

Hoy a las 7:30 de la mañana, mi tío ha llamado a mi madre para contarnos que la «yayina» (así la llamaba yo) nos había dejado. A sus 90 años, después de 14 con alzheimer, y tras unos días con complicaciones varias, ha llegado el momento de hacer el viaje más importante de su vida: dejar el mundo que la vio nacer y volver a casa.

Mi yayina se llamaba María. No podía tener otro nombre mejor. Ni mejor apellido materno: Dulcet. Pareciera que hubiera cursado algún máster intensivo con María, la Virgen, y que hubiera captado a la perfección de qué iba eso de ser esclava del Señor. La yayina era una persona dulce, muy dulce; de gesto grácil y elegante, comedido; más bien tímida y de prudencia virtuosa. Tenía gran sentido del humor, de risa amplia y buena amante de la música. Comía muy despacio y fue una auténtica maestra en vivir la vida a fuego lento. Licenciada en lo pequeño y artista del detalle cotidiano, supo encontrar la felicidad tras los rincones que, como mujer y madre y tía y abuela y bisabuela, le ofrecía cada día. La cocina era uno de lugares de encuentro con Jesús de Nazaret. Entre fogones, sartenes y cacerolas, supo ponerse al servicio de todos los que llenaban un hogar donde siempre hubo sitio para uno más. Recuerdo verla llegar del mercado, con el carro hasta los topes, feliz de tener tanto que hacer para tantos. También en el lavadero, subiendo las escaleras camino de la terraza, pasaba mucho tiempo, mezclando detergentes y suavizantes. Disfrutaba con la colada y con ese aroma a limpio llenaba luego cada pasillo por el que pasaba. Despistada en grado máximo, sabía reírse de sí misma. No la recuerdo preocupada, y lo estaría, ni enfadada, y lo estaría. Supo vivir la vida que se le regaló. ¿Hay mayor respuesta al amor de Dios? ¿Hay amor más grande que saber acoger el amor que se te da?

Yo soy su nieto mayor. Supimos disfrutarnos mutuamente. De pequeño, ella y mi avi me llevaban algún domingo con ellos a misa de 9 a la Catedral de Barcelona. Y con ellos visitaba cada año el Parque de Atracciones de Montjuïc, cerrado desde hace unos años. Supo, con mi abuelo, disfrutar de sus nietos desde que éramos pequeños. Sin grandes alaracas. Sin ruido. A su lado aprendí a amar los trenes y soñé con ser jefe de estación, de esos de gorra, bandera roja y silbato. Uno de los recuerdos más sólidos en mi memoria es llegar a la estación de Barcelona Sants, en el antiguo Estrella, en el vagón de coche-cama, con mi madre y mi hermano, con medio cuerpo fuera en la ventanilla bajada para saludar a mis abuelos, que esperaban en un andén sin tantas medidas de seguridad como hoy pero con mucha más humana cercanía. Siempre me defendió en las refriegas familiares y supo conectar con lo mejor que llevo dentro. Sin exigencias, sin condiciones, sin normas, respetándome al máximo, supo quererme como abuela. La lección que deja es lapidaria: si quieres que te quieran, empieza por querer tú.

El Evangelio de hoy, 18 de julio de 2018, habla muy bien de su fe. Una fe reservada a los pequeños, a los sencillos. Una fe tremendamente mariana, rumiada en el corazón, disponible sin entender mucho, volcada en amor, familiar, maternal y de gran esperanza. Fue teóloga del hogar y supo conocer a Dios y verle en cada uno de los acontecimientos que fue viviendo. En estos años de alzheimer, si de algo se acordaba, si algo decía, era su confianza total en Jesús y su esperanza en un cielo que debemos anhelar y esperar.

Por eso, yayina, hoy es un día triste pero lleno de esperanza y alegría. Ahí arriba vuelves a estar a tope. El alzheimer es cosa del pasado, tu viudedad terrena ha terminado y, junto al avi, a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, disfrutas ya de una merecida jubilación en el amor. ¿Cómo ha sido ese primer beso con el avi después de tantos años? ¿Hay también droguería Boter ahí arriba? ¡Conociendo a los Boter, no lo dudo! Seguro que el cielo ya huele a canelones y que te has hecho a tu nuevo hogar, lleno de gente. Seguro que vuelves a reír como antes y que ya habrás hecho migas con la Madre, tan parecida a ti. ¿Le has pasado ya tu receta del pollo asado? Y recuerda, en este Banquete te toca sentarte la primera, ¡qué cocine otro! ¿Es bonita la mesa del Banquete del Reino? Yo me la imagino como la nuestra… qué imaginación tengo… ¿Cómo se ve todo desde el cielo? ¡Ni una suite del Ritz tiene vistas mejores! La perspectiva es única. ¿Están las cosas tan mal como nos parece a los de aquí abajo? ¿A qué no? Yo creo que desde ahí es más fácil ver la luz… Aquí abajo a veces nos da la sombra y nos desorientamos. Ahora te toca cuidarnos y protegernos y guiarnos y seguir queriéndonos como hasta ahora.

Bueno yayina, me voy despidiendo. Lo hago en mi nombre y en nombre de los que están aquí conmigo. Para tus bisnietos también serás siempre la yayina. ¡Les he contado tantas cosas! Tu alzheimer te hizo perder mucha memoria pero no te preocupes. Tarea nuestra es transmitir, generación tras generación, quiénes somos, de dónde venimos y cuánto os debemos a los que nos habéis precedido. En eso, yo cumplo.

Gracias por habernos hecho mejores a todos. Molts petons yayi. Fins que ens tornem a veure.

El teu nét

Santi

 

Imagen de Dani Sigalat