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Evangelio para jóvenes – Domingo de Pentecostés

El martes pasado recibí un whatsapp inesperado. Era de una de mis grandes amigas, a la que hace tiempo que ni veía ni escuchaba. La distancia que nos separa nos impide estar más cerca y, ciertamente, podríamos estar más en contacto pero… el caso es que no es así. Y pese a todo nos seguimos queriendo mucho. Me llamaba para ponerme al día. Le habían diagnosticado un cáncer de mama y la operan este próximo viernes. Otro cáncer más golpeando en una persona querida. Fue una conversación preciosa. Al colgar, sentí cómo su valentía me llenaba de esperanza. Una valentía difícil de explicar. El evangelio de hoy tiene algo que ver… [Jn 20,19-23]:

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

¡Cuántas cosas tiene este relato y qué parecido más grande con cualquiera de las vidas de los que lo leemos! Vidas llenas de miedos, vidas escondidas, que escapan al dolor… vidas necesitadas de un Jesús que venga y traiga la paz necesaria para afrontar lo que venga. Te dejo tres pistas:

  • «El miedo te consume» – Las puertas estaban cerradas por miedo a… ¡Cuántas puertas cierras tú también por miedo a…! Miedo al rechazo. Miedo al fracaso. Miedo al ridículo. Miedo a defraudar. Miedo a perderte. Miedo a que te hagan daño. Miedo a morir. Incluso, a veces, miedo al amor. Cuando uno se acostumbra a las puertas cerradas, no tiene la sensación de vivir encerrado. Se hace a su vida de interior, la llena de costumbres y seguridades y cada día que pasa, es un día de vida perdido. Pero mejor eso que salir ahí afuera, ¿verdad? Piénsalo. ¿Qué miedo tienes y que estás sacrificando por ellos? El miedo lo siembra el diablo porque quiere que no respondas, que mires a otro lado, que no te permitas ser feliz. Y te lo vende bien, lleno de seguridad.
  • «La paz es condición, no consecuencia» – Muchas veces seguro que has escuchado a personas que expresan que quieren vivir una vida en paz. También, religiosamente hablando, parece que uno alcanza la paz cuando es capaz de encontrarse con Jesús Resucitado y éste es el cúlmen de la vida. Pero ¡qué equivocados estamos! El evangelio nos lo deja muy claro: uno no sale ahí afuera para encontrar la paz. La paz no es una consecuencia, sino una condición sin la cual es difícil salir ahí afuera. Para responder a tu vocación, para encontrar tu lugar en el mundo, para ser cristiano y testigo y llevar una vida tras Jesús… ¡hay que llenarse de paz ANTES! Por eso Jesús les ofrece la paz estando todavía encerrados. La necesitan para salir. ¿Y cómo les ofrece la paz? A través de sus heridas. Jesús no ofrece una paz romántica, hippie, adormecida e infantil. Jesús ofrece la paz del Resucitado, aquella que se consigue al descubrir que Dios siempre vence y que pese a la dureza del camino, al dolor, a la dificultad, a la muerte… el amor y la luz prevalecen. Cuando uno es capaz de vivir en paz esto… pierde el miedo. Porque ya no hay nada que temer. Ya es posible vivir ligero, libre. Ya se puede salir.
  • «Un Espíritu para el envío» – El Espíritu llega para dotarte de fuerza, de sabiduría, de fe, de valentía, de bondad, de tenacidad, de luz… porque lo vas a necesitar. Te espera una misión. Sí, a ti también. Puedes pensar hoy en ello: ¿qué me estará pidiendo Dios a mí? No tengas miedo a responder. Llénate del Espíritu que se te ofrece y sal al mundo. Es un Espíritu que se nutre de la comunidad, de los sacramentos, de la fe y que, además, anima todo ello. Es el CEO de la economía circular.

Termina el tiempo de Pascua y llega la normalidad, la rutina del tiempo ordinario, del maravilloso tiempo ordinario. Lejos de las fiestas, de los momentos clave, de los lugares especiales y las palabras importantes… nos jugamos la vida en el día a día cotidiano. No te olvides de ello. Mañana empieza la batalla. Mañana empieza el paraíso. Mañana ya debes dar respuesta. Y así, cada día.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo de la Ascensión del Señor

Ayer el Real Madrid ganó su 14ª Copa de Europa-Champions League. Aunque no soy madridista, reconozco el hito y el mérito de un club que es admirado y envidiado en todo el planeta. Viendo la trayectoria del Real Madrid en esta temporada de Champions, no debe pasar desapercibido el sufrimiento por el que ha tenido que transitar. Se ha enfrentado contra los mejores equipos, ha sido inferior a ellos en muchos momentos, ha estado contra las cuerdas en todas las eliminatorias y sólo ha conocido el sabor de la victoria al final. Así se construye una historia, una leyenda. En este día de la Ascensión de Jesús, que también huele a victoria definitiva, así nos lo cuenta el evangelista [Lc 24,46-53]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Ya no vivimos con Jesús al lado. Hace mucho de eso. Aquellos que comieron y bebieron a su lado también tuvieron que experimentar la orfandad de quedarse sin Él, el vacío y la dureza al tener que seguir sin su presencia. Tú también te sientes solo muchas veces. ¡Cuánto pagarías, como yo, por saber qué opina Jesús de esto o de aquello, qué haría Él o, sencillamente, qué pretende de ti! Pero que no le tengamos a Él no implica que estemos solos. Te dejo tres pistas:

  • «Testigos» – ¡Estás rodeado de testigos! ¡Eres testigo de aquello que viviste y descubriste! ¡El Espíritu consigue hacer a Jesucristo presente a través de las personas! ¡Y de los sacramentos! ¡Y de la oración! Fíjate bien: conocer a Jesús no deja a nadie indiferente. Todos aquellos que han sido tocados en su corazón, están llamados a hablar y a vivir desde ese enamoramiento arrebatador. ¡Tú también estás llamado a eso! ¿Quién mejor que tú para que otros jóvenes descubran quién es ese Dios del que tú hablas, al que tú sigues, que te llena la vida y te empuja a hacer locuras! Jesús ya no está pero estás tú. Acércate a esos compañeros que no le conocen, acércate a aquellos que se burlan de Él, acércate a los que han perdido la esperanza, a los que viven con miedo, a los que están perdidos, a los que no saben qué hacer con su vida… acércate y vive desde el amor. Y nada más.
  • «Hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto» – El paso de ser «seguidor» a ser «testigo» no es ni puede ser automático. Aunque muchas veces tengas ganas de comerte el mundo y de salir a convencer a todos, me gusta mucho este detalle de Jesús de hoy. Entre su Resurrección y Pentecostés, cuando los apóstoles reciben al Espíritu, pasa un tiempo. Porque se necesita hacer proceso también de la victoria. Porque en todo lo humano, y también en lo espiritual, hay que hacer camino. Nada es magia. Casi nada es instantáneo, pese a los que a muchos les gustaría. En ti tampoco. Necesitas acoger la fuerza que te será dada y hay momentos en los que toca «esperar». Esa es una espera activa, una espera basada en la escucha, una espera acompañada: tiempo de comunidad, tiempo de grupo, tiempo de oración, tiempo de Iglesia. Ser testigo de Jesús es difícil y, tantas veces, doloroso. Hay que estar preparados. Y no hay que fiarse sólo de las fuerzas de uno.
  • «Dios te bendice» – Siempre nos explican que bendecir es «hablar bien de» y es algo precioso. Pero los hebreros entendían el «ser bendecidos», también, de otra manera que me parece, hoy, más rica, plástica y cautivadora. ¿Qué significa que Dios te bendice a ti, hoy, aquí? Significa que Dios te hace capaz, te capacita, te hace fecundo, fecunda, te otorga la capacidad de dar vida, de conseguir frutos, de multiplicar dones. Dios te llena de vida para que des vida. Dios te colma de bienes para que hagas el bien a todos. ¡Qué maravilla! «No soy capaz» nos decimos muchas veces. Hoy Dios te dice lo contrario: «Eres capaz porque yo te hago capaz, porque veo en ti todas las posibilidades para colaborar conmigo en la preciosa labor de seguir creando, de seguir amando».

Buen domingo de la Ascensión. Ojalá sepas vivir la paradoja de que justamente el Cristo que se va es el Cristo que se ha quedado entre nosotros para siempre; de que el Cristo que sube el cielo es justamente el Cristo que se hace el encontradizo en cada rincón de esta tierra.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 6º de Pascua

Mi hijo está a punto de terminar 2º de Bachillerato. Esta semana ha terminado los exámenes, está esperando las notas y en dos semanas se enfrentará a la EBAU. Llega el final de una etapa colegial que empezó con tres años o, incluso, con los años de escuela infantil donde aprendió destrezas básicas y comenzó a experimentar con el mundo que le rodeaba. La semana pasada estuve revisando con él fotos antiguas, ya que tiene que enviar una foto de pequeño para una presentación que van a hacer en la graduación. Y revisando, fotos y vídeos, me encontré con momentos, personas, experiencias… que me hicieron recordar muchas cosas vividas, muchos ratos compartidos, muchas personas queridas que forman parte de mi historia. Recordar es volver a pasar por el corazón aquello que queremos. Así nos lo cuenta el Evangelio de hoy [Jn14,23-29]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

A veces dudas de que Jesús camine a tu lado y, sin embargo, Él nos ha dicho cuáles son las maneras en las que iba a hacerse presente tras su Resurrección y que, hoy, siguen vigentes. Son maneras que, a los ojos del mundo, sin duda son poco «determinantes». ¡Por eso te toca afinar los ojos de la fe! Tú eres especialista en creer, ¿o no es cierto? Estás lleno, llena, de creencias. De otra manera, no podrías vivir. Y aún así, ¡cuánto te cuesta hacer presente a Jesucristo aquí y ahora, a tu lado! Te dejo tres pistas:

  • «Jesús se hace presente en tu corazón» – Pero, ¿cómo descubrir lo que habita tu corazón? ¿Cómo saber que está ahí y que te sigue hablando? RECORDANDO. Recordar no es otra cosa que volver a pasar por el corazón. Es querer mantener vivo ese «amor» que un día descubrí, que un día acaricié y me acarició, que un día me hizo vibrar y me cambió la vida. Mira atrás y vuelve a aquellas experiencias clave en tu existencia. Vuelve atrás y visualiza el rostros de las personas  que fueron testigos de Dios en tu vida. Vuelve atrás y escucha aquellas palabras que un día Dios te dirigió a ti y sólo a ti, y que cambiaron el rumbo de tu vida. Gírate y redescubre todo el camino recorrido. Mientras lo andabas, ¡tantas cosas no entendías! Sin embargo, ahora, muchas de ellas cobran sentido y seguro que eres capaz de ver cómo Dios va guiando tu vida de manera misteriosa, porque te habita, porque vive en ti, porque está a tu lado.
  • «Jesús se hace presente a través del Espíritu» – ¡El Defensor lo llama Él! ¡Toma ya! ¿Sabías que tenías un Defensor? ¡Pero si vives todo el rato como si estuvieras sola y abandonada, solo y desatendido! Jesucristo nació, vivió, padeció, murió, resucitó y se fue junto al Padre, ciertamente. Pero tras Él vino el Espíritu. ¡Vives en tiempos del Espíritu! Es un Espíritu que se mueve y te mueve, que impulsa, que sugiere, que marca tendencias y senderos, que te conduce y te sostiene. Es la voz que te aconseja y te ayuda a tomar decisiones, que te recuerda quién eres, que despierta tu conciencia y te anima a optar por lo mejor. Es la brisa que te permite combatir el calor asfixiante de tu vida y es la hoguera que te da calor cuando ahí afuera sientes frío y soledad. ¡No lo ves, pero está! Es la corriente que mantiene tu corazón alimentado permanentemente para que puedas acudir a Él y recordar quién eres y quién te ha creado.
  • «Jesús se hace presente en la paz» – Pero, ¿qué es la paz? ¿De qué paz estamos hablando? ¿Ausencia de guerra, de violencia, de abusos, de insultos? ¿Ausencia de dolor, de disgustos, de dificultades, de contrariedades? ¿Qué pasa entonces con aquellos que dicen vivir en paz aún en medio del dolor, la guerra, la enfermedad…? ¿Qué tipo de paz nos regala Jesús? ¿Cómo saber que es Él mismo cuando llega? Yo te diría dos cosas: Primero, la paz de Jesucristo es un regalo y, como tal, no tiene sentido, es sorprendente y no responde a la lógica. Todo regalo sólo se explica desde el amor. Todo regalo es inmerecido e inexplicable. Esta paz es así: llega y no la puedes explicar, se percibe regalada y sobrenatural. Y segundo, es una paz «Pikolín«, te procura descanso, te permite vivir desde la confianza de saber que tu vida está en manos de Dios y que, por tanto, nada hay que temer. Y ahí, aún cuando sea grande la fragilidad que te rodea, es cuando te sentirás más fuerte.

Te deseo una semana provechosa. Sé dócil al Espíritu. Y nada más. Déjate hacer.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º de Pascua

Ayer se celebró en Turín una nueva edición del archiconocido Festival de Eurovisión. Terminó con las habladurías de siempre, los tejemanejes de siempre y la sospecha del politiqueo en la sombra. Chanel, nuestra representante española, volvió a hacernos vibrar y consiguió un resultado inimaginable en los últimos años. El caso es que, cada vez que vas a Eurovisión, te preguntas: «¿Qué percibirá la audiencia? ¿Qué lenguaje hablar en el escenario para poner de acuerdo a italianos, finlandeses, suecos, armenios y australianos? ¿Cómo hacerse entender, qué mostrar? Y esto me viene muy al cuento del evangelio de hoy [Jn 13,31-33a.34-35]:

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

El Señor nos habla de un concepto muy moderno y, a la vez, muy antiguo: la identidad. Lo identitario está de moda. Toda empresa necesita de su política y de su imagen corporativa, de sus valores. Todo pueblo necesita de su bandera y de su himno, para aglutinar sentimientos, historia y convicciones. Identidad, eso que te hace ser lo que eres, que te distingue de los demás. Te dejo tres pistas:

  • «Amar es un mandamiento» – Hemos convertido todo en algo tan romántico que nos olvidamos que para un cristiano, AMAR es un imperativo, no es una sugerencia. Todo aquel que quiera seguir a Jesús, que esté dispuesto a llamarse cristiano, debe amar. Amar no como sentimiento, no como emoción, sujeta a circunstancias e intensidades variables. Amar como acto de voluntad. Amar porque decides amar. ¿Te lo has planteado? ¡Qué frío suena esto! ¡Me acabo de cargar esa idea tuya de «amor» pastelosa, chupipiruli, rosita y… tan frágil que acaba por romperse! El Señor te llama a optar por AMAR. ¿A quién? Pon tu los nombres y apellidos. Porque el amor que no se concreta no es amor, es idea, deseo, sueño inabarcable. Nombres y apellidos. A ese que están pensando… sí, y a la otra que te cuesta tanto… también. ¿Y no pierde calidad este amor «obligatorio»? Buena pregunta… ¿Entonces por qué Jesús le ha llamado «mandamiento»?
  • «Amar es novedad» – Es el mandamiento nuevo porque es el mandamiento que te hace nuevo, que lo hace todo nuevo. El amor lo cambia todo. No es el dinero. No es el maquillaje. No es la influencia. No es el número de seguidores, ni los títulos que tengas, ni el sueldo que cobres, ni los sueños que tengas… Es el amor. El amor convierte tu rutina en sorpresa. El amor germina en tu corazón y hace brotar de él una nueva manera de afrontar la vida. El amor cambia tus relaciones, elimina el interés, la envidia, la soberbia. El amor hace que el sexo cobre una nueva dimensión. El amor cura todo lo que te resulta insoportable de ti mismo, de los demás, del mundo.
  • «Amar no de cualquier manera» – Amar como Él lo hizo. ¿Cómo se hace eso? Dándose. Entregando la vida. No hay otra manera ni otra receta. Da tu tiempo. Da tu energía. Da tu corazón. Da tu libertad, Da tus fuerzas. Pon tus dones al servicio de los demás. Párate en tu camino y cura al que encuentres herido. Párate en tu camino y libera a la que va a ser lapidada. Párate en un pozo y conversa con los que están perdidos y atormentados. No tienes que ser perfecto, ni perfecta. Nadie te lo pide. Esto no va de perfección sino de entrega, de donación, de corazón. No te conformes con amores mediocres. Estás llamada a más. Estás llamado a dar más y a más personas. ¡Cuántos están esperando que te cruces con ellos!

¡Qué pasada esto del amor! Vale la pena embarcarse en este proyecto. Vale la pena responder a esta llamada. Vivir la vida desde el amor es vivirla con pasión. Alguien que ama es alguien que no quiere pasar por aquí con indiferencia, como si nada fuera con él. Alguien que ama es alguien que ha entendido qué es lo importante y que quiere jugárselo todo a esa ficha, asumir riesgos. Tu Señor te pide que ames. Ese será tu sello de identidad. No hay otro mejor. ¡A por ello!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 4º de Pascua

Ayer hablaba con la mamá de una alumna de los sinsabores de toda labor educativa. En un momento de la conversación, ella me agradecía mi atención personal hacia ellas y yo, a la vez, me mostraba agradecido por su confianza. La palabra «reciprocidad» apareció en la conversación y ella la resaltó de manera especial, diciéndome que era una de las palabras, de los conceptos, más importantes en la vida. ¡Y cuánto más el amor necesita de esta palabra! Es verdad que podemos amar sin que nos amen, pero no es lo deseable. Todo amado necesita ser amante y todo amante necesita ser amado. Así nos lo cuenta también hoy el evangelista: [Jn 10, 27-30]:

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»

Hoy es el Domingo del Buen Pastor, figura usada por Jesús para mostrar de manera plástica cómo es la relación con sus amigos, con aquellos que le siguen… con todo hombre y mujer abiertos a su amor. Esta figura puede parecer a priori muy asimétrica y más considerando qué tipo de animal es la oveja, un animal que se deja llevar y conducir. Aún así te doy tres ideas:

  • «Dios te conoce» – Hay una máxima que reza: «sólo se ama lo que se conoce». Ciertamente. Dios te ama y, por tanto, podríamos decir que te conoce. «¡¿Cómo puede ser?!» podrías gritar sorprendido, sorprendida. Cómo puede ser que Dios te ame conociéndote como te conoce… Nada de ti permanece oculto a sus ojos. Sí, sabe de tus defectos. Sí, sabe de tus pecados. Sí, sabe de tus errores. Sí, sabe de tus olvidos y de tus traiciones. Conoce también tu fragilidad, tus inseguridades, tus complejos, tu realidad… todo eso que a ti, a veces, te hace mirarte a ti mismo, a ti misma, con tanta dureza, con tanta exigencia. Como tú no encuentras motivos para quererte demasiado, te piensas que Dios usa la misma mirada que tú. Pero te equivocas. Porque Él también conoce la luz que te habita, tus dones, tus capacidades, tus aciertos, tu vocación de servicio, tus gestos de amor a los que te rodean… Donde tu ves incapacidad y fracaso, Él ve oportunidad y futuro. Eres criatura suya, llevas su firma, te inunda su Espíritu… Dios te conoce. Y te ama. Y te espera. Y, como buen pastor, conoce aquello que es mejor para ti, que te conviene. Y te intenta llevar ahí, y cuidarte, y procurarte lo que necesitas para vivir…
  • «Oveja que escucha» – A ti te ha tocado la parte de oveja. ¡Y parece que nada tuvieras que hacer más que dejarte llevar! Pero el Evangelio trae un verbo que, seguro, no llevas bien: escuchar. Escuchar, hoy, es una de las tareas más difíciles que tenemos por delante. Vives pegada al móvil, conectado permanentemente. Te cuesta estar solo y en silencio; te incomoda pensar sobre ti; no sabes qué hacer cuando toca pararse y pensar, reflexionar. En clase cuesta mantener un ambiente de trabajo. En casa tampoco es fácil. Nos hemos acostumbrado a estar permanentemente en un estado de sobreexcitación que nos impide ESCUCHAR. Pero ahí está la reciprocidad que te pide Dios. Él te conoce, te ama, te guía, busca para ti lo mejor… pero ¿tú escuchas? Es fácil decir que Dios no está presente en tu vida pero… ¿pones los medios para escuchar? ¿Haces algún ratito de silencio en casa? ¿Dejas el móvil en silencio un buen rato? ¿Rezas? ¿Participas de la Eucaristía dominical? ¿Tienes un grupo con el que poder compartir la fe y escuchar juntos? ¿Buscas acompañamiento en personas que puedan ayudarte a afinar el oído?
  • «Un amor que da vida» – A veces yo me voy a la cama insatisfecho. Son esos días en los que me dejo llevar por lo que me apetece, días en los que decido buscar mi «felicidad» en momentos, acciones, personas… que, definitivamente, no me llenan, sólo me entretienen. Seguro que sabes de qué hablo. Seguro que tienes la misma sed de felicidad y de amor que yo. Todos la tenemos. Y todos conocemos la sensación de sequedad en la boca del corazón cuando no alcanzamos ese «agua». Jesús nos promete la Vida, la vida de verdad, una vida plena. Y nos promete su compañía, su guía, su cuidado, su fidelidad, hasta el final. Nada ni nadie te ofrecen algo similar y, sin embargo, ¿cuánto tiempo sigues gastando dejando a Dios al margen, pensando que sin Él vas a conseguir eso que anhelas? ¿No será el momento de apostar realmente por Él, de apostar por ti?

Yo soy oveja que se pierde muchas veces porque olvida la voz de su pastor o, más bien, porque decide seguir su propia voz, como si yo supiera mejor que Dios lo que me conviene. Cuando hago eso, mi vida se nubla. En cambio, cuando me centro, cuando decido responder a aquello que ha sido Palabra de Dios para mí, cuando me vuelco con los jóvenes, con mis alumnos, con sus familias; cuando bajo la cabeza y me pliego a sus planes, aunque no siempre me entusiasmen… llego cansado pero feliz al final del día. Porque descubro que Dios es fiel a la Palabra dada. Conmigo lo es. Nunca me ha defraudado en aquello que me ha prometido, en aquellos lugares a los que Él me ha conducido. Te lo recomiendo. Confía. Escucha… y déjate llevar.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

 

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º de Pascua

Hay días que me desanimo. Tengo claro que la vida no es un camino de rosas y la misión tampoco. Sé que hay días donde el ánimo baja y, aún así, me cuesta. Experimentar la soledad del que percibe que está en el desierto, del que se ve solo en algunas apuestas, del que mira la realidad de manera diferente a otros, no me resulta sencillo. Me gustaría comprobar que mi labor como educador, como pastoralista, da frutos. Eso es lo que me gustaría, humanamente hablando. Sé que mi labor es otra, pero a veces se hace difícil. La alegría, sin embargo, no la pierdo. Dios me ha regalado este don y sé que es una de las armas con las que luchar mis propias batallas y las batallas ajenas. Alegre de estar con los jóvenes. Alegre de remar mar adentro. Alegre de salir a pescar y descubrir, ahí, al Señor. Así nos lo cuenta el evangelista [Jn 21, 1-19]:

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Noche, amanecer. Las propias fuerzas, la presencia de Jesús. La red vacía, la red llena. La traición, el amor. Un evangelio de contrastes que viene a contarnos lo que supone la presencia del Resucitado en nuestra vida. ¿Alguna vez te has preguntado si realmente la Resurrección de Jesús supone algo para tu vida? ¿Alguna vez te has preguntado si Cristo Resucitado se ha encontrado ya contigo? Yo sí, me lo he preguntado. No tengo claridad al respecto. Veo mi mediocridad, mi terquedad, mi amor limitado… y tengo dudas. ¿No será que sigo sin enterarme, no será que sigo confiando en mí más que en él, no será que no acabo de querer del todo a Cristo? Te dejo tres pistas:

  • «La pesca vacía» – Vives en un mundo que te repite continuamente que todo lo debes conseguir con tus propias fuerzas. Esfuerzo, trabajo, puños, esfuerzo, horas… Incluso con aquellas cosas de ti mismo, de ti misma, que quieres cambiar, lo que haces es proponerte conseguirlo con tus propios medios. Pedro también se va a pescar. No era precisamente un ingenuo. Recordemos que él era pescador. Pero ya nada es igual. Nada consigue por él mismo. Hasta que Jesús Resucitado no hace acto de presencia, hasta que Jesús Resucitado no le envía, hasta que no llega el «amanecer», la luz, hasta que Pedro no «nace de nuevo»… no hay redes llenas. Así que tal vez deberías contar menos con tus propias fuerzas y estar más a la escucha, hacer lo que Jesús te susurra. Y tu vida comenzará a dar fruto. Y tendrás de sobra. Y serás feliz.
  • «Almorzad» – Desde pequeño, cuando en mi casa me iniciaron en la fe, me sentí parte de la Iglesia. Este plural de Jesús es significativo. Jesús llega para saciarnos, para guiarnos, para enviarnos. Es más fácil reconocerle cuando estamos en comunidad, cuando creemos y caminamos juntos a otros. Es más fácil que te des cuenta de que Jesús está presente en tu vida si compartes tu fe en grupo, si te acercas a una «mesa compartida», a un «banquete» comunitario. ¡Qué importante es compartir la fe en la Iglesia, en tu grupo! Sin la Iglesia, sin la comunidad, somos como Pedro que, en la noche, se lanza a pescar en solitario, no consiguiendo mucho. ¿Cuál es tu compromiso en este sentido? ¿Crees que puedes ir por libre? ¿Se puede seguir a Jesús sin un compromiso firme con la Iglesia?
  • «¿Me amas?«- El antídoto de la traición es el amor. Pedro, que había negado a Jesús tres veces, se encuentra con una nueva oportunidad. Jesús no convierte el pecado en insalvable, al revés. Jesús Resucitado es aquel que viene a ofrecerte la vida, que te da la oportunidad de dejar tu pecado atrás y vivir de nuevo desde otro sitio. Jesús examina a Pedro del único mandamiento que les legó en la última cena: el mandamiento del amor. A ti te pregunta lo mismo. No le importan tanto las ocasiones en las que te has olvidado de Él, en las que has ido por libre, en las que has dudado de su existencia, en las que has preferido dejarte llevar por tu comodidad… le importa más tu capacidad para quererle, para amarle. ¿Y cómo sé que mi amor por Él empieza a ser verdadero? Pues como en cualquier relación humana: cuando tu vida se configura con la suya, cuando tu libertad está condicionada por Él, cuando tu vida se supedita en parte a Él, al que le has dado tu corazón.

Este precioso relato de hoy te pone delante de la necesidad de ponerte a tiro de Jesús Resucitado. Él aparece en tu vida de manera misteriosa, se asoma a tus orillas, sin hacer ruido… pero con una palabra, con una llamada, con una invitación. Cuando decidas escucharle y hacer lo que te diga, comprobarás que tu vida se hace nueva, luminosa, que todo tiene sentido, que tu corazón es capaz de amar de otra manera. ¡Jesús nunca defrauda!

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Escribo este post con varios días de retraso. El Domingo de Resurrección me pilló en Valencia, rodeado de jóvenes, cansado, contento y con un largo viaje por delante. Llevábamos juntos desde el Miércoles Santo, profundizando en la Pasión y la Muerte de Jesús y, por extensión, en nuestra propia pasión personal, llena de cruces también y con sabores agridulces. Porque acercarse a la Pasión de Jesucristo es acercarnos a la realidad sufriente de todo hombre y de toda mujer. De eso entendemos todos. Por eso, el relato del evangelista, que nos llegó el domingo, se nos hace tan cercano: [Jn 20, 1-9]

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

La explosión de alegría en la Vigilia Pascual es el reflejo de lo que supone la Resurrección tras el sacrificio de la cruz. Es la victoria final lo que sustenta nuestra fe. Es la convicción de que Jesucristo sigue vive entre nosotros, nos sostiene, nos guía a través del Espíritu, de que cuida de su Iglesia y de que nos espera tras la muerte, la que hace que todo tenga un sentido y un horizonte maravilloso. No hay heridas ni complejos ni dolor que hayas padecido, que no puedan ser superados, sanados, vencidos. Te dejo tres pistas:

  • «Un amanecer oscuro» – La experiencia de Jesús Resucitado no es algo sujeto a un instante, no es una emoción pasajera, ni siquiera un sentimiento. Cierto que tú, que eres joven, eres capaz de celebrar con alegría este momento, pero, más allá de esto, sentir y creer que Jesús camina contigo, hoy, no es algo que se asuma con facilidad y claridad. Ese amanecer, todavía en la oscuridad, que narra el Evangelio, nos describe simbólicamente cómo nuestra vida, difícilmente estará algún día en la luz plena. Hay días de subidón, sí, etapas de felicidad… pero normalmente todo se entremezcla con dudas, con miedos, con sentimientos contrapuestos, con crisis… ¡Pero justamente es ahí donde lo encontrarás!
  • «Creer en comunidad» – Es difícil tener la experiencia de la victoria creyendo a solas. Seguro que esto lo has pensando alguna vez: «yo puedo solo, sola». ¿A que sí? Lo cierto es que, como la Magdalena, como Pedro y el otro discípulo, es difícil acceder a la experiencia de la fe en soledad. Necesitas a la comunidad, al grupo, a los demás, a la Iglesia. Es verdad que no siempre corremos todos al mismo ritmo, Es verdad que el acceso a Jesucristo es diferente en cada uno. Es verdad que… Jesucristo se aparece a una comunidad de creyentes. Así que ya sabes: no abandones el grupo, no dejes a la Iglesia de lado. Hoy, más que nunca, necesitas estar, volver, celebrar junto a otros que tu vida ha sido salvada.
  • «El sepulcro vacío» – Tú tienes tu propio sepulcro. Es el lugar donde mueres por momentos. Es el lugar donde se escriben tus fracasos, tus sueños frustrados, tus decepciones, tus traiciones, las incomprensiones recibidas, el dolor asumido, tu sacrificio aceptado. Tu sepulcro es el lugar donde has escondido lo mejor de ti y donde has decidido claudicar tantas veces. El sepulcro, el tuyo, es el tiempo, el espacio, el espíritu desde los que has decidido separarte de la vida de los otros, del amor de Dios, del perdón que sana… ¡Pero Jesucristo ha retirado la losa y todo eso ha salido afuera! Tus fracasos se evaporan, tus sueños resucitan, tus decepciones se tornan dulces y se renuevan, lo mejor de ti vuelve a cobrar vida y sale de lo profundo para ponerse el servicio de otros… Es hora de remover la piedra y dejar que la Vida se haga vida en ti. ¿Te dejas?

Felices días de Pascua. Ojalá le des el valor que merecen. Abre el corazón. Respira hondo. Desempolva tu mejor traje. Es hora de celebrar. Cristo vive y está aquí, a tu lado, al mío. Para siempre.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Carta al P. Gabino

Querido Gabino, llevo días queriendo escribirte y creo que ha llegado el momento. Me he puesto un poquito de música instrumental, de esa que me gusta, para ayudar a mis emociones a salir a flote. Ya sabes que a veces me cuesta aunque voy mejorando… ¿Qué te voy a contar que no sepas?

Cuando me despedí de ti el pasado martes de noche no sabía que no íbamos a volver a vernos. La muerte a veces llega así, sin avisar, aunque nadie puede esquivarla. ¿Por qué será que siempre pensamos que va a haber un mañana? Si lo llego a saber te hubiera dado un abrazo muy fuerte y me hubiera despedido de ti sin pena. Al final, antes o después, toca despedirse y, si quieres que te diga la verdad, ojalá pueda irme como tú te has ido: vida dilatada, intensa, plena, entregada, y sorprendida por la muerte, en casa y entre hermanos. Firmo. Además, a ti eso de dar pena no te va, ¿a qué no? Pero un abrazo y un gracias quedan pendientes hasta que volvamos a encontrarnos.

No recuerdo exactamente desde cuándo nos conocemos. Con nosotros pasa como con el enamoramiento: un día te descubres enamorado pero sería difícil decir desde cuándo, en qué lugar y a qué hora eso comenzó. Tampoco nuestra amistad tiene fecha, aunque puedo decir que hace unos cuantos años, posiblemente cuando aterrizaste en Aluche y comenzaste a moverte por entornos madrileños y fraternos. Siempre con tu barba blanca, más o menos poblada en función de la estación del año en la que estuvieras. Siempre con tu sonrisa en la cara, torcida de tanto usarla. Siempre lleno, siempre disponible, siempre testigo del Amor.

En todos estos años de compartir, tengo que agradecerte el cariño y la confianza que siempre me has demostrado. Aunque parezca mentira, no son actitudes que sobren y todos las necesitamos, al menos un servidor. A tu lado siempre he sentido que podía ser yo, tal cual, sin disimulo ni filtro. Supiste quererme. ¿Hay mejor manera de cuidar a una persona, de acariciar su vocación, que queriéndola sin más? Eras el Iniesta de la Provincia: todo lo hacías de una manera que parecía fácil y, sin embargo, ¡nada más lejos de la realidad! Tu estar siempre a la escucha, al servicio, te permitía centrarte en lo realmente importante. Tú, querido Gabino, intentabas hacer vida (y muchas veces lo conseguías) las grandes palabras: Reino, amor, vocación, pequeños, niños, fe, alegría… Hablabas poco de eso porque sencillamente te dedicabas a vivirlo. Hacías menos y estabas siempre. Hacías cada día menos para ser cada día más. Cuánto necesitamos de esto… qué gran herencia nos dejas entre manos… ¿Sabremos aprovecharla?

Reconozco en ti muchas cosas de mí, que me hacían entenderme a la perfección contigo. Ese sentido del humor, a veces evidente y otras veces sutil, aderezado de ironías y medias palabras. Ese optimismo casi patológico que desarma a aquellos que sólo saben caminar con el ceño fruncido y que no esperan ya nada porque han dejado de creer en casi todo. Somos, los dos, disfrutadores natos. Tú descubriste hace mucho, y yo lo voy haciendo, que esto del Reino es un don, que la salvación ya nos ha sido dada y que cada día debe ser Pascua. Y por eso merece la pena descargar equipaje y disfrutar, sí, disfrutar del tiempo que se nos ha regalado, de la compañía del hoy, de la comida en la mesa, del canto en la celebración, de la amistad compartida, de los horizontes plagados de utopías que, a la vez, nos mantienen en el camino…

Eras antídoto contra el desánimo, por eso eras imprescindible; por eso es que, con tu marcha, se va uno de los escolapios más jóvenes de la Provincia Betania. Tu proceso ha sido tan verdadero, tan cercano a Jesús de Nazaret, que con cada año que cumplías, te hacías un poco más niño. ¡Ay Gabino! ¡Qué difícil eso de hacernos niños! ¡Cuántas veces leemos eso de «os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» y cuánto nos cuesta entenderlo! ¿No deberíamos ser los escolapios expertos en niños? ¿No deberíamos ser nosotros expertos en hacernos pequeños y mirar la vida con ojos de niño, amar con corazón de niño? Pues tanta niñez se nos atraganta. Creo que a ti no. Tú supiste alimentar bien al Niño que te habitaba y le dejaste ir libre, sin amarras ni temores; atrevido, ligero, creyente y confiado. Sí, Gabino, muchos te echaremos de menos a la hora de soñar y te rezaremos cuando nuestro ser escolapio envejezca por inanición.

¿Te perdiste alguna reunión fraterna en estos años que quisiste formar parte de la Fraternidad? ¡Ninguna! Sólo al final, cuando ya tenías difícil viajar, empezaste a ausentarte de vez en cuando, aunque seguiste colaborando con tus oraciones, tus vídeos y con aquello que se te pedía. ¡Fuiste un valiente Gabino! Sin hacer mucho ruído pero, ¡ahí siempre! ¿Qué haremos ahora? No sobran escolapios fraternos, ya lo sabes. Ese «nosotros» que tú vivías con tanta naturalidad sigue en cuestión, ¡tantos años después! ¡Ya sabes lo que te toca! ¡Ahora estás en situación privilegiada para echarnos una manita! Necesitamos nuevas fuerzas, energías renovadas y mucha más fe de la que tenemos. Seguimos midiendo tanto, presas de tantos miedos, recelos y prejuicios… Pensamos y programamos y nos reunimos, y nos volvemos a reunir, y escribimos planes y convocamos encuentros, y nos volvemos a reunir, y damos pautas, y hacemos estatutos, y encomiendas y lanzamos proyectos aquí y allí, y aprobamos cosas y nos involucramos algo, pero no mucho… vivimos en un permanente «querer dar pero sin querer perder». ¿Se puede entregar una vida sin perderla? ¿Se puede elegir un camino sin desechar otros? Damos vueltas y vueltas y vueltas a todo… Tú optaste por la vía del Espíritu: un sí generoso, un sí confiado, un sí fiel, un sí siempre presente, un sí cercano, un sí curioso e incluso juguetón, un sí lleno de comunión, un sí consciente de que podía ser no… pero quería ser sí. Gracias Gabino. Necesito aprender de ti y darme más y mejor.

Poco antes de que te fueras, me confesé contigo. Te pedí confesión porque hacía tiempo que no le daba una vuelta al estado de mi corazón, algo dejado y poblado de telarañas en algún rincón. Me escuchaste y me devolviste amor, como no puede ser de otra manera. Reino, amor, oración, habla con Jesús, cuéntale, tenle presente en cada momento, una frasecita aquí, ahora otra allí… Tenle siempre presente, hazlo compañero de camino, me dijiste. Y eso voy a intentar. Crecer en ello.

Verte estos últimos meses, en medio de esta pandemia, consciente de tus dificultades y de lo que no se podía hacer, ha sido un testimonio vivo para mí. Escuchar tus homilías cargadas de humanidad, verte rezando en la capilla, contemplar tus silencios, escuchar cómo estabas buscando «tu nuevo lugar en el mundo» como escolapio mayor en tiempos de pandemia… ha sido una contemplación permanente de la fuerza del Espíritu en una persona creyente, verdaderamente creyente. Siempre buscando, siempre hambriento, siempre sediento y, a la vez, habiendo descubierto de verdad la compañía y la intimidad con el que sacia nuestra vida.

Vocaciones pedías siempre para la Escuela Pía, Gabino. Puedo decir que vivir contigo ha fortalecido la mía. Tu herencia son mis ganas de ser mejor padre, mejor esposo, mejor cristiano, mejor escolapio. Y todo ello haciéndome cada día más niño.

Páter, ya no te tienes que cuidar. Ahora te toca cuidarnos. Sé que lo harás. Disfruta de la eternidad que, ya sabemos, se parece mucho a tu pueblo. Y cuando te sientes a la mesa de los escolapios que andan por ahí, con Calasanz a la cabeza, saluda de mi parte al P. Basilio, al P. Cano, al P. Severino, al P. Ambrosio, al P. Arturo, al P. Salvador, al P. JuanMari Puig y a tantos que me han ayudado a responder a la llamada. Soy gracias a ellos.

Un abrazo la mar de rico. Te quiero.

Santi

Guardián del rebaño (Jn 10,1-10)

La imagen de Dios como un Buen Pastor es una imagen usada en la Biblia en varios momentos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En este último, es el mismo Jesús el que se presenta como tal. Y que el Pueblo de Dios somos el rebaño de dependientes y temerosas ovejitas, también.

Pero hoy me llama la atención una figura que pasa desapercibida en el evangelio y que, sin embargo, me ha resultado hoy muy sugerente: el guarda.

El guarda no es la oveja. Tampoco es el Buen Pastor. El guarda es alguien a quién se le encomienda la labor de proteger y vigilar al rebaño a la espera de que llegue el pastor. En ese momento, su mirada debe ser capaz de reconocer al pastor, abrirle la puerta, hacerse a un lado y terminar su misión.

Me resulta una imagen sugerente para todos los que somos animadores, catequistas, profesores, educadores, padres y madres… Porque nosotros somos también guardas. Guardas de nuestros hijos, de nuestros alumnos, de nuestros chavales de grupos. Guardas cuya misión es proteger, preparar, disponer, cuidar a la espera de que Dios aparezca en sus vidas. Y en ese momento, reconocerle y darle paso, haciéndonos a un lado. Una figura humilde, intermediaria, pero imprescindible.

Ojalá me concedas ser, Señor, un buen guarda para aquellos que me has encomendado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Cómo te podré pagar, Señor? (Sal 115)

En medio de tanta desolación, de tanta pobreza, de tanta soledad, de tanta enfermedad, de tanto cansancio… sólo me brota levantar a ti las manos, Señor. Porque sé que nuestro dolor es el tuyo. Sé que tú velas por tus hijos y que te desvelas pensando en nuestro sufrimiento.

Y te pido que prepares mi corazón para devolver a manos llenas tanto bien como he recibido. Ojalá sepa estar a la altura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam