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Juan Álvarez, el muchacho que se fue al cielo con los bolsillos llenos de frijoles

Juan vuelve a casa y hoy, 14 de enero, está ya junto a Dios y a Calasanz pidiéndoles que se pongan las pilas, se dejen de mandangas, y echen una mano a los pueblos más sufrientes del mundo, especialmente al pueblo de Nicaragua, sometido hoy a una situación insoportable.

Conocí a Juan el primer día que llegó a Salamanca, hace un año y algo. Venía de Getafe, tras las muertes de Gabino y Jesús, con ganas de pasar estos años en su tierra natal, la salmantina. No fue una bienvenida efusiva porque Juan era poco dado a excesos y algaradas. Al menos el tiempo en que nosotros compartimos vida con él, Juan destacó por su sobriedad en el trato, el agudo sentido de justicia, propio de aquellos que han vivido lo contrario, y un particular sentido del humor, socarrón, que le permitía reírse de todo aquello que le «sobraba».

Compartir este pequeño tramo de vida con Juan ha sido un privilegio y cuidarle en sus últimos días, también. Poder compartir la mesa con una persona como él, con una historia como la suya, gastada, entregada, comprometida… me ha convertido en testigo privilegiado de lo que significa ser Escuelas Pías, de qué va esto de ser escolapio. En este momento de tantas oscuridades, disputas, cansancios y enredos… el valor de los testimonios claros, sencillos, llenos de esencia, que han descubierto de qué va el Evangelio y lo han intentado poner en práctica… es todo un tesoro. Juan se va y, una vez más, me deja un gran sentimiento de orfandad en esta Provincia nuestra despistada y desunida.

El trato con Juan no era sencillo en esta última etapa de su vida. Lo veíamos sobre todo en las comidas compartidas y, en ellas, Juan prefería guardar silencio y escuchar las conversaciones de unos y otros. Sólo cuando nombrabas Nicaragua o le preguntabas por sus años en Costa Rica… reaccionaba y contaba lo vivido allí, las personas a las que conoció y con las que todavía tenía trato. Pese a sus parcas palabras, también en la oración compartida, cuando hablaba solía ir a lo esencial: el amor al prójimo, la persona, el amor y la justicia de Cristo, que debíamos imitar. Todo lo que entorpeciera ese núcleo evangélico, debía ser mirado de reojo. El P. Jesús Merino centró a la comunidad en la ALEGRÍA del Evangelio. El P. Gabino Vinuesa la centró en la TERNURA ESPERANZADA. Juan la centró, sin duda, en la JUSTICIA. Vivió este último tiempo, sufriendo junto a la sufriente Iglesia nicaragüense, perseguida por el régimen y, con ella, el pueblo humilde, las familias sencillas, los niños. Pegado a su teléfono y a su reloj digital, dormía poco para cuidar a los que allí había dejado estos pasados años, a su familia de Nicaragua y Costa Rica.

Huía del clericalismo y, sin duda, olía a oveja, como diría el Papa Francisco. Sus sandalias, gastadas, estaban llenas del barro en el que quiso meterse toda su vida; más preocupado por el Evangelio que por la burocracia institucional. Desprendía esa sensación de que todo aquello que le despistaba de la urgente misión de ayudar a las personas… le sobraba. Costaba entenderlo a veces pero, posiblemente, los que vivimos cómodamente, rodeados de bienestar, protegidos, no éramos capaces de «ver» aquello que él vio y vivió.

Fue un bisabuelo más para mis hijos y también un abuelo para mi mujer, con la que mantuvo una relación especial. Tras la nube que desprendía su incesante consumo de tabaco, guardaba detalles, gestos llenos de ternura, generosos y cómplices. Siempre vio en nosotros a escolapios, laicos, hermanos en la misión. Siempre nos reconoció y nos miró y trató con cariño, con respeto. Siempre supo que estábamos juntos para sumar y que, lejos de estorbarnos y entorpecernos en nuestras respectivas vocaciones, éramos más ricos unos y otros.

Especialmente tierno fue cuidarlo en sus últimas estancias hospitalarias en Salamanca. Su fragilidad emocionaba y, aún así, conservaba su espíritu combativo, pese a la cama y su evidente debilidad. Supo ganarse el cariño de celadores, enfermeras y médicos y con él, a su lado, pudimos tocar al mismo Jesús sufriente. El oxígeno empezaba a escasear en sus pulmones, tal vez porque había regalado siempre el que tenía a todos los que se habían cruzado con él buscando sostén, abrazo, ánimo y fe. Fue apagándose y su cuerpo empezó a no reaccionar con las fuerzas necesarias.

Querido Juan, ya estás con el Padre. Cuida desde allí al pueblo, a la gente, a los niños. Ilumínanos a todos con tu sabiduría y saluda de nuestra parte a Monseñor Romero, a Ellacuría y a tantos misioneros entregados a la paz y el progreso de esas tierras a las que tanto has querido y amado. Muchos te llorarán hoy. A muchos has dejado sin un «padrecito». Pasarse por tu página de Facebook hoy es formar parte de un homenaje incesante de todos tus «hijos» e «hijas» que, agradecidos, se despiden de ti como te mereces. Te toca descansar y cocinar frijoles para celebrar el Amor Eterno que ya disfrutas.

¡Hasta que volvamos a vernos, muchacho!

Hacer crecer (1 Cor 3,1-9)

Cuando nuestros niños son pequeños, vamos al pediatra y llevamos un control preciso de su crecimiento. ¿Cuántos centímetros ha crecido? ¿Cuántos kilos ha engordado? Se percibe la necesidad de que el desarrollo sea correcto y de que en esas primeras etapas de la vida, todo vaya bien. Nuestra labor como padres se limita a QUERER y HACER CRECER. Prácticamente a eso nos dedicamos los primeros meses de la vida de nuestros hijos.

Y es que HACER CRECER es fundamental. También en lo espiritual. Y de eso nos habla hoy San Pablo. Porque como cristianos estamos llamados a hacer crecer. ¿El qué? A Dios. Hacerlo crecer en nuestro corazón. Hacerlo crecer en nuestra vida. Hacerlo crecer en el mundo. Ayudar a que otros lo hagan crecer en sus circunstancias.

Hacer crecer implica algo muy bonito de lo que me he dado cuenta con el ejemplo de los niños. Ya existe lo que tiene que crecer, la vida, el cuerpo del pequeño. Igual que ya existe Dios dentro de cada uno y ya existe y está presente en la Historia, en pasado y en el presente que nos toca vivir. Nosotros no generamos el Espíritu, la vida que de Él procede. Nuestra tarea es darle espacio, darle juego, darle salida. Ojalá lo consigamos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

Una oración para terminar el curso

Hoy hemos terminado la Oración Continua de este curso con Infantil y con 1º de Primaria. Ha sido una oración bonita donde hemos intentado poner delante de Jesús lo mejor del año y los sentimientos de alegría que hemos ido compartiendo todos estos meses a su lado.

  • Como cada día, los niños entraron al oratorio de uno en uno e hicieron un saludo delante del sagrario, antes de sentarse. La música estaba sonando y, en este caso, tras la festividad de Pentecostés, la letra de la canción nos invitaba a ello. Podéis encontrarla en este enlace. Entrar con alegría al lugar donde se van a encontrar con Jesús y con el Espíritu me parece fundamental.
  • Les di la bienvenida y, como siempre, dedicamos unos minutos a compartir la vida de la última semana. Algunos tuvieron Primeras Comuniones, otros hicieron planes con sus planes, otro se hizo una herida. Poner la vida delante de Jesús y compartirla es parte ya de un hacer presente a Jesús en la vida de cada uno. En la comunidad que comparte y escucha, que acoge y cuida al otro, se hace presente Jesús.
  • Luego les pedí que nos pusiéramos los espejos retrovisores. Hicimos un pequeño juego para ello. La idea era mirar atrás y recordar lo vivido en la Oración Continua este pasado curso. Sesiones, momentos, aprendizajes, sentimientos… Les dejé unos minutos en silencio para recordar y luego les repartí papel y lápiz para que cada uno escribiera o dibujara lo que más le había gustado del año. Con eso, daríamos luego gracias al Señor. Y ahí estuvieron unos minutos.
  • Cuando todos lo tuvieron listo, hicimos silencio y nos dispusimos a escuchar la acción de gracias de cada uno. Unos dieron gracias por lo que habían aprendido de Jesús, otros por las canciones que habíamos cantado, otros por el día que usamos PlayMobil para rezar, otros por la ofrenda floral a María en este mes de mayo, otros por el día que utilizamos el agua como símbolo… y así fueron pasando de uno en uno.
  • Yo di gracias también por ellos. Por haber podido compartir esos meses con ellos la oración de cada semana. Y quise despedirme dándoles un abrazo a cada uno. Un abrazo que significa mucho, entre otras cosas la acogida de un Dios que les quiere y les mima.
  • Terminamos con el canto del río que tanto les gusta y rezando el «A tu amparo» a María.

Ojalá el Señor haga crecer en ellos los frutos que este año se han plantado en sus corazones, para que sean felices y buenos con el mundo que les rodea.

Un abrazo fraterno

#Rezar con los niños, un privilegio

Ha hecho un mes ya desde que comencé mi tarea en la Oración Continua, acompañando a los niños y niñas, desde 3º de Infantil (5 años) hasta 6º de Primaria (11 años), una vez a la semana, al oratorio del cole.

El oratorio del cole de Salamanca es un oratorio acogedor, que invita a compartir un rato con el Señor. Es amplio y toda una clase cabe sin agobios, lo que es importante. Los días previos a octubre me dediqué, con mis hermanos de comunidad, a «redecorarlo» un poquito para hacerlo, además de acogedor, alegre y, además de alegre, flexible.Es un oratorio en el que, ahora, puedo hacer muchas cosas con los chavales en el ratito de oración que comparto con ellos.

Después de un mes puedo decir que la experiencia está siendo muy gratificante. Creo que los niños y niñas perciben en mí a alguien distinto a un profesor, que a la vez es profesor, pero que no les enseña lo que les enseña el profesor en los lugares habituales del profesor. Ellos se entienden y yo también. El simple acto de salir de clase y venir al oratorio no deja de ser una pequeña «peregrinación» que, cada semana, cada clase realiza. Es algo que simboliza muy bien lo que es la oración, en el fondo: hacer una pausa en mis quehaceres cotidianos para dedicar un rato al Señor en exclusividad.

El rato de oración comienza siempre con un saludo, igual que el arcángel se presento a María. Ellos entran al oratorio y saludan al Señor, normalmente con un gesto corporal. Es emocionante ver el saludo de algunos, más digno y sentido que el de muchos eclesiásticos de alto copete. Ellos saben que el Señor está en el Sagrario y, a su manera, no pasan de largo. Luego soy yo el que les saluda a ellos y les intenta situar en un ambiente de cercanía y confianza, que creo que es propio de los lugares en los que Jesús se hace presente. Desde el principio, cuando me visualicé en estos ratos, deseé que el oratorio fuera una pequeña «Betania» y no un lugar de instrucción religiosa. Los niños y niñas deben sentirse en casa, con Jesús, y deben permitirse ser lo que son, con los límites lógicos del respeto pero sin necesidad de estar rígidos, temerosos o abrumados por una autoridad que les acobarda.

Todos los días tenemos un primer rato de silencio, de oración personal. Buscamos una postura cómoda, cerramos los ojos y hacemos silencio para contarle a Jesús, desde el corazón, cómo estamos, qué nos preocupa, qué planes tenemos, cómo nos ha ido la semana… Jesús es un amigo que escucha sin reparos ni condiciones. Luego de ese minuto o dos, también roto a veces por risas, ruidos o vocecillas, ponemos en común cómo nos hemos sentido. Es importante saborear y ser consciente de cómo nos hace sentir y las emociones que nos provoca estar delante del Señor a solas y en silencio. Saber si me agrada, si me relaja, si me trae paz, si me cuesta, si me pone nervioso… ¡Qué importante poner delante de Jesús también las dificultades que tenemos para orar!

Y se hace la luz y se enciende la vela, como previo paso a escuchar la Palabra. La luz… qué fácil es ver para qué sirve la luz… Es Dios entrando por nuestros sentidos… Toca escuchar. Noé, Moisés, Abrahám, Jesús, parábolas como la perla, el tesoro escondido… Muchas cosas han ido saliendo y, en cada ocasión, yo he buscado la ayuda de Dios para saber cómo ayudarles a interiorizar lo que Jesús hoy nos dice. Algunas cosas se repiten: Jesús te quiere, Jesús en el centro, Jesús siempre contigo, confianza en Jesús, Jesús te llama… la felicidad, tu felicidad… en Jesús.

Con los pequeñines de Infantil todo es un reto. Ellos vienen, saludan y ven al Señor en el centro. Por ahora es suficiente. Comparten y piden y dan gracias por lo más básico y concreto de nuestras vidas… ¡Cuánto que aprender los adultos, que rezamos sin poner palabras y pedimos sin poner nombres, que nos perdemos en conceptos, raciocinios y deseos…!

Los mayores de 6º ya son capaces de compartir mucho de ellos, de sus preocupaciones y de una visión del mundo que les rodea más compleja. A a vez, ya me encuentro con personas que no son capaces de no interrumpir, de no molestar, de disfrutar y aprovechar el rato que les regalan. Sigo pensando si algo debo cambiar. Tal vez sólo deba incrementar mi oración y ponerlos delante del Señor… no sé. Estas cosas me generan dudas.

Yo estoy feliz, contento, satisfecho y muy lleno de Dios por pasarme con todos ellos horas y horas rezando. Ojalá todos pudiéramos hacer lo mismo.

Un abrazo fraterno

Versos sueltos al niño que me habita

Niño que me habitas,
sal.
Háblame de lo que te gusta,
ven a mi cama al despertar,
canta,
no me dejes.

Niño que me sueñas,
el que fui,
regresa del cajón de lo inservible,
ocupa el centro de mi universo,
juega,
no te vayas.

Niño que ves a Dios,
cuéntame,
háblame de su barba,
del bastón en el que se apoya,
de las arrugas tiernas de su mirada.
Niño que hablas con Él,
cuéntale,
háblale de mis miedos,
de las oscuras noches adultas,
de mi corazón en carne viva.

Niño.
Tú.
Yo.

Reza como hijo y te responderá tu Padre (Mateo 6, 7-15)

Vamos a rezar.

Así terminan muchas de las noches en la habitación de los niños. Rezando. A veces con ellos, a veces ellos solos. A veces con una oración «hecha», a veces dando gracias, a veces pidiendo o acordándonos de alguien que necesita que nos acordemos de él o ella en la oración… Enseñar a rezar es parte fundamental de la educación cristiana que pretendemos, mi mujer y yo, transmitir a los niños.niños rezando1 (4)

Hoy el Evangelio nos recuerda cómo nos enseñó a rezar Jesús. Y de ese modo de rezar hemos hecho casi una oración intocable. Y está bien. Hay oraciones tradicionales que dicen tanto y tan bien. Hay oraciones que ha rezado la Iglesia desde siglos atrás, o que están dirigidas a momentos o situaciones muy concretas… y que no se pueden perder.

Y luego está la manera en la que uno se dirige al Padre de manera espontánea. Esa manera en la que uno se acurruca en sus brazos y habla con Él. A veces en el más lleno de los silencios, a veces a gritos, emocionado… A veces mirando la cruz, otras veces al sagrario, otras veces a una estampa, a una imagen… Otras veces a mi me brota la oración viendo a mis hijos, a mi esposa…

El caso es que la oración es alimento para el alma. Y Jesús nos enseñó a no mirar a Dios como si fuera una divinidad romana o griega, alejado del mundo y de los hombres. Jesús nos enseñó a mirarlo como Padre amoroso. Y esto lo cambia todo.

A mi, particularmente, me gustaría rezar más y mejor. El Señor lo sabe… y sonríe, esperando… ¡Besos Padre!

Un abrazo fraterno

No endurezcáis el corazón (Sal 94)

Creo que uno de los mayores pecados de hoy es la ceguera, la sordera, la fría indiferencia, la terrible anestesia… La gente ve sólo aquello que le interesa, escucha sólo a quien quiere oír y se estresa y preocupa por absurdas memeces. Mientras, el mundo sigue siendo un escenario teatral donde sigue saliendo cada noche el gran drama de la injusticia, la muerte, el dolor, el hambre, el paro…

No quiero tener el corazón duro. Quiero seguir encogiéndome viendo la barbarie de Gaza o de cualquier otro lugar. Me la pela Israel y Al fatah y Hamas. Absurdas manifestaciones de apoyo a unos y a otros como si todo fuera un partido de fútbol, una guerra de fans y apoyos. Y después de la manifa unos al botellón, los otros al partido, los otros  al trabajo, las otras a la peluquería o de compras… Mucho griterío y poco corazón.

No quiero tener el corazón duro. Quiero seguir encogiéndome viendo la infancia de muchos niños. Y el sufrimiento soportado por muchos de ellos. Y mientras seguimos hablando y regalando a mansalva.

Quiero seguir haciendo mías las lágrimas de mis hermanos y mis seres más queridos. Quiero sentir el frío de quién duerme en la calle. Quiero seguir viendo a quién duerme en la calle. Quiero seguir preocupándome con los datos del paro y con las familias que lo están empezando a pasar muy mal. Quiero sentir el dolor de aquellos que padecen la tragedia, el accidente, el atentado. Quiero que mis ojos se me sigan nublando.

Quiero un corazón blandito, de lágrima fácil.

Un abrazo fraterno

Nos cansamos día y noche (2Ts 3, 6-10.16-18)

Exámenes, niños, casa, etc, etc, etc…

Estoy cansado. El verano no ha servido para descansar. Ni siquiera para desconectar. Ha sido un verano lleno de viajes, carreras, sufrimientos, separaciones, soledades… compensado por la ayuda de la familia y de los hermanos de comunidad. Pero estoy agotado. Y todavía me quedan dos exámenes, dos semanas de vacaciones del niños, compras que hacer para la vuelta al cole, un recibidor que pintar, un retiro que organizar…

El cansancio fruto del trabajo y del esfuerzo es tmabién signo de vitalidad. Quién se cansa es porque se gasta. Quién se gasta es porque vive…

Un abrazo fraterno

Ése es el más grande (Mt 18, 1-5.10.12-14)

El niño…

Ése es el más grande…

¿Por qué no intentamos hacernos más como niños en lugar de intentar convertirlos a ellos en adultos? Cuando voy a una Eucaristía con mis hijos todo es novedad. Por lo de pronto, quieren ver lo que pasa en el altar, donde habla el cura. Les llama la atención la cruz y las imágenes y preguntan quiénes son. Te señalan las velas encendidas en las que pocas veces nos percatamos los mayores y comentan con desparpajo lo que va pasando en la celebración. Viven la iglesia y la misa como un «estar en casa» y no se sienten encorsetados ni cohibidos. Quieren acompañarme a la comunión porque saben que es un momento especial.

Cuando en el Adviento pasado experimentamos por vez primera la corona de adviento en familia todos quedamos encantados. Mi hijo quería tocar la guitarra al comienzo y al final de la oración porque eso es lo que más le gustaba y lo que mejor podía ofrecer. No importaba tanto el canto en sí como la actitud de poner en juego aquello que soy y tengo. Era un momento que vivía con especial emoción y, como cada uno, compartía con sencillez lo que más le había gustado del día. Hablaba con Jesús sin verlo pero no recuerdo nunca haberle oído preguntar «¿dónde está?».

Los niños son auténticos y, aunque luchan por valerse por sí mismos, necesitan a sus padres y los buscan con ahínco. Se saben pequeños pero son valientes. Tienen miedos pero se fían y los vencen. expresan su amor sin reparo y también sus emociones. Y ven la vida como un regalo y cada segundo como una oportunidad.

Un abrazo fraterno

El que escandalice a uno de estos pequeñuelos… (Mc 9, 41-50)

La mayoría de los chicos y chicas que están en el grupo de catequesis que acompaño son, a su vez, catequistas de Primera Comunión con los niños y niñas del cole. Muchas veces llegan a la hora del grupo exhaustos y turbados ante la dificultad que a veces comporta transmitir a niños y niñas de 9 añitos quién es Jesús y en qué consiste el sacramento que van a recibir. Yo siempre les digo lo mismo: «Mejor quedarse corto que cagarla, con perdón».

¿Cómo afrontar ese primer paso por el sacramento de la Reconciliación? ¿Cómo explicar el pecado? ¿Cómo responder a las inocentes preguntas de los niños que no tienen respuesta aparente o que ni nosotros mismos la tenemos? ¿Cómo hablar de la importancia de la comunión, de lo que es?

Cada vez estoy más convencido de que hay que propiciar a los niños el acercamiento a Jesús. Hay que facilitar que Jesús sea familiar. Hay que vivir la fe con naturalidad y dejar que los niños, que suelen tener los sentidos más despiertos que nosotros, VEAN, OIGAN, HUELAN, SABOREEN y TOQUEN. No es fácil. Pero creo que lo más hermoso es que el niño desee. Las cuestiones teológicas y enrevesadas son casi escándalo a ciertas edades… Ya tendrán tiempo de poner patas arriba muchas cosas…

Un abrazo fraterno